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Micro-relatos

29 noviembre, 2016

Marcos Pico Rentería

– Un auge inusitado hasta hoy continúa con la creación de la narrativa breve, esa que muchos bautizan como minicuentos o cuento corto, acaso micro – relatos, como quiera que sea la proliferación de sus publicaciones refresca en muchos sentidos la literatura, y poco a poco asienta su importancia dentro del ámbito lector. Aprovechamos el viaje para compartirles a ustedes, estimados lectores, esta breve muestra de textos inéditos, casi especiales para carátula, de Marcos Pico Rentería, ubicados, como puede verse, en el siempre sugerente universo circense.


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Salto mortal

La acrobacia siempre me ha asombrado. Sin duda, esa es la única razón por la que vengo al circo todos los años. Me gustan los saltos. Los giros. Las piruetas que generan los cuerpos suspendidos en el aire. Esos cuerpos de maíz que se abren y entoldan sus alas blancas y caen justo antes de ser estrujados por mis blanquecinas muelas.

El rey de la celda

Con la mano izquierda un jovencito pelinegro con ojos turbios hacía girar la llave de latón que a su vez forzaba un resorte de acero inoxidable que liberaba la traba opaca del viejo candado del circo. El león detrás de la celda alcanzó a escuchar el roce de acero inoxidable que hizo a su sangre agitar disparando nervios faciales que harían levantar su labio superior apenas mostrando al jovencito pelinegro con ojos turbios el colmillo derecho. La celda, como era de esperarse, causaría un rechinido que interrumpía la total atención del jovencito pelinegro de ojos turbios ignorando las piernas traseras del león que elevarían su majestuoso cuerpo. En la mano derecha el jovencito pelinegro con ojos turbios escondía una chuleta suculenta del tamaño de su pecho. El león sintió su instinto al oler la sangre de la chuleta en la mano del jovencito pelinegro con ojos turbios que al dar su tercer paso en la celda los colmillos viscosos del majestuoso león se mostraron a escena. Los dos conocían su puesto ahí dentro. El león no esperó y se lanzó con dos garras encontrando los hombros del jovencito pelinegro con ojos turbios que no pudo más sino limpiarse la baba de la cara al darle de comer al rey de la celda.

El pasajero

Cuando terminó la función de circo mi padre me acompañó a comprar una manzana endulzada con ese caramelo rojo que se veía desde lejos. Por suerte, pudimos comprar la última de esa noche. Al intentar comerla pude ver que el dulce rojo no sólo encerraba a esa manzana sino que un pasajero había logrado anidarse dentro. Estuve a instantes de tirarla. La acerqué a mí y me asombró del tamaño del pasajero. Decidí liberarlo de su pena y casi hasta ahora recuerdo el breve instante de su ácido interior.

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