srm-2016

Palabras sobre mi vecino

29 noviembre, 2016

Sergio Ramírez

– En ocasión de la presentación de la apertura del archivo de Ernesto Cardenal en la Biblioteca Benson de la Universidad de Austin, Texas, el 15 de noviembre de 2016


Ernesto Cardenal ha sido mi vecino durante casi cuarenta años, desde el triunfo de la revolución, cuando nos mudamos al mismo barrio y en la misma calle, en Managua. Nos visitamos con frecuencia para intercambiar noticias y libros. Somos dos vecinos que viven aislados, escribiendo. Sólo que él escribe poesía, y yo escribo ficción.

Lo conocí en los años sesenta, cuando acababa de ser ordenado sacerdote. Yo era entonces un joven aprendiz en busca de un modelo, y él era el tipo de escritor que yo estaba buscando: uno cuya obra literaria no evadía la realidad de nuestro país, entonces gobernada por una dictadura feroz. La suya fue un nuevo tipo de poesía, abierta, lejos del modelo tradicional heredado del modernismo; una poesía que estaba muy cerca de la prosa, con una asombrosa habilidad para narrar, como si fuera un contador de historias, a través de versos.

Por supuesto me impresionaron sus Epigramas, que todos los amantes de mi generación se sabían de memoria. Pero lo que ejerció una influencia muy profunda en mí fue su poema Hora cero, porque tenía la calidad narrativa que yo estaba buscando, en un momento en que me iba dando cuenta que mi verdadero campo literario era la ficción. Contar historias.

Hora cero utiliza un lenguaje muy directo, desnudo, pero también muy nostálgico, al describir los países centroamericanos de los años 40 y los años cincuenta bajo las dictaduras obscenas instaladas por la United Fruit Company y apoyadas por los hermanos Dulles. Nuestros países eran las llamadas «repúblicas bananeras».

Es una especie de elegía que se centra en la rebelión de 1954 en Nicaragua, cuando un puñado de oficiales retirados de la Guardia Nacional y algunos civiles, intentaron asaltar el Palacio presidencial. Muchos de ellos fueron asesinados después de ser torturados, entre ellos Adolfo Báez Bone, que escupió en la cara a Tachito, el hijo más joven del Somoza viejo,  mientras era torturado por él.

Ernesto participó en esa conspiración, junto con su primo Pedro Joaquín Chamorro, el periodista asesinado por órdenes del último Somoza, el mismo verdugo.

Por supuesto, Ernesto no estaba destinado a convertirse en un líder político o en un jefe guerrillero. Él era un poeta. Pero desde el principio, cuando escribió La Hora Cero, su poesía ayudó a crear una atmósfera para la acción política. Y en algún momento, cuando la lucha armada era la única alternativa que quedaba al pueblo nicaragüense para derrocar a Somoza, la poesía de Ernesto fue sustancial al proyecto de cambio radical en el país. Fue sustancial para la revolución.

La reivindicación de la revolución está grabada en el Canto Nacional y en  Apocalipsis en Managua, dos poemas fundamentales en la obra de su vida. Son parte de su doble conversión. Conversión a un nuevo tipo de cristianismo comprometido con los pobres y los oprimidos, como lo dictaba el Congreso Eucarístico de Medellín de 1968, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, bajo Papa Juan XXIII; y la conversión a la revolución. Ambos compromisos a los pobres y a la revolución se convirtieron en parte de su vida y parte de su poesía.

No estoy reduciendo la extensa obra literaria de Ernesto a una sola dimensión política, pero esas expresiones políticas son imprescindibles para comprender la revolución nicaragüense.

Ernesto conoció a Sandino cuando escribió la hora cero a inicios de los años cincuenta en Managua. Y el eje de ese poema es Sandino, el artesano humilde que se rebeló contra la ocupación de su país, combatió contra esa ocupación al mando de un pequeño ejército de campesinos, y finalmente fue asesinado por el viejo Somoza, fundador de la dinastía.

No se puede explicar la revolución sin la poesía de Ernesto; tampoco se puede explicar sin las canciones de Carlos Mejía Godoy. Hoy las ideas que alimentó la revolución han sido deformadas y falsificadas por un poder familiar que utiliza la retórica de la revolución, pero contradice los ideales que inspiraron a miles de nicaragüenses. Pero esos poemas y esas canciones son la memoria de la revolución y no se pueden borrar.

No se puede contar la historia de la revolución sin la presencia de Ernesto en los campos de batalla celebrando la Misa, o en foros internacionales pidiendo apoyo para los jóvenes combatientes que trataban de derrocar a la dictadura, entre ellos sus hijos espirituales, los que lo acompañaron en la construcción de la comunidad campesina de Solentiname en el archipiélago del gran lago de Nicaragua. Algunos de ellos fueron muertos en combate, otros fueron asesinados en las cámaras de tortura.

Después del triunfo de la revolución asumió un papel clave como Ministro de cultura, un puesto que no quería porque rechazaba la idea de ser un burócrata. E hizo un extraordinario trabajo, creando instituciones culturales en un país donde nunca había existido ninguna, y donde los gobiernos nunca tomaron en serio la cultura. Se crearon escuelas y grupos de música, teatro y danza. Se desarrollaron programas para promover y crear talleres literarios, junto con revistas y una editorial. Se rescató la artesanía popular así como las tradiciones culturales. Se realizó un proceso de reorganización y modernización de archivos y bibliotecas, junto con una actualización del inventario del patrimonio cultural de la nación. Fue una revolución dentro de la revolución, bajo la proclama de que el arte y la literatura no estaban sujetos a ningún régimen político. La libertad era la regla. Nunca hubo ningún tipo de «realismo sandinista».

Finalmente, es cierto que la poesía de Ernesto es el resultado de un don y un oficio extraordinarios. Él es nuestro poeta del siglo XX en Nicaragua y más allá. Y es uno de los poetas trascendentales de nuestra lengua. Pero su trabajo no existiría sin esa motivación superior que es el amor.

Su vida ha sido una vida para el amor, y así ha sido su poesía.

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Escritor nicaragüense. Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Fundó la revista Ventana en 1960, y encabezó el movimiento literario del mismo nombre. En 1968 fundó la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y en 1981 la Editorial Nueva Nicaragua. Su bibliografía abarca más de cincuenta títulos. Con Margarita, está linda la mar (1998) ganó el Premio Internacional de Novela Alfaguara, otorgado por un jurado presidido por Carlos Fuentes y el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas 2000, otorgado por Casa de las Américas. Por su trayectoria literaria ha merecido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014. Su novela más reciente es Ya nadie llora por mí, publicada por Alfaguara en 2017. Ha recibido la Beca Guggenheim, la Orden de Comendador de las Letras de Francia, la Orden al Mérito de Alemania, y la Orden Isabel la Católica de España.