“Nobelerías”
28 enero, 2017
Edgardo Rodríguez Juliá
– Poco antes de recibir la noticia de la concesión del Nobel de Literatura, comenzó a circular el rumor, en las redes sociales —¡dónde si no!— que el Nobel de Literatura había sido concedido a Pablo Coelho. Dentro de las coordenadas de la banalidad que reina en el mundo Occidental—¡Trump for President!— la noticia del Nobel para un escritor de “mejoramiento personal”, y que se ha convertido en el autor de mayores ventas en el mundo entero, no era descabellada; de hecho, hasta contenía cierta veracidad y resultaba plausible para su legión de lectores.
A mi hijo Pablo
fanático de Bob Dylan
Cuando se anunció oficialmente el premio Nobel de Literatura para Bob Dylan, pasamos entonces de la incredulidad a la perplejidad. Era necesario volver a enfocar, no sucumbir a la tentación del entusiasmo fácil, novelero. Ahora ya no se trata de un escritor excéntrico, que empalma la narrativa con el mejoramiento personal y una pizca de esoterismo sazonado con un misticismo cursi, a la Kahil Gibrán de nuestra adolescencia, sino de una verdadera leyenda de los siempre recordados y sobreestimados años sesenta. Me imagino que muchos de los académicos suecos ahora leen o escuchan a Dylan en los consultorios de cardiólogos y urólogos, sienten una desaforada y pueril nostalgia por una sobrevalorada y lejana juventud. Los viejos nos volvemos sensibleros, y también disparatados.
Bob Dylan pertenece a la tradición del llamado “folk singing”, canción popular que recomienza con el izquierdismo de Woody Guthrie durante la Gran Depresión de los años treinta y se populariza con la música de protesta de Pete Seeger durante los cincuenta y sesenta. Nosotros lo llamamos canción protesta y luego lo rebautizamos como nueva trova, música que jamás abracé con las beaterías de mi generación; siempre preferí el “Maquinolandera” de Doña Margot… Bastaba una guitarra —Dylan le añadió una armónica “hillbilly”— para oponerse al estado opresor y los políticos, la guerra de Vietnam, desear el estado de obnubilación droga de Tambourine man, favorecer ese vago sentido de libertad personal que los norteamericanos llaman “libertarian”.
Como ya lo señaló el cronopio mayor de la izquierda folklórica, Julio Cortázar, Bob Dylan mantiene una descendencia directa con la poesía de Walt Whitman. Ese vínculo enaltece a Dylan como una voz original dentro del lirismo democrático, y hasta populista, que caracterizó los versos libres del bardo blue eyes y gay de Brooklyn.
¿Por qué no le dieron el Nobel a nadie de la generación de poetas y escritores “Beats” que influyeron en Dylan, como Allen Ginsberg, Jack Kerouac o Gregory Corso? Fueron autores que leí en mi adolescencia. Allen Ginsberg aclamó a Dylan desde un primer momento. Cuando entré a la Universidad, un profesor de redacción y escritura, Tom McMahon —maestro de un importante cronista y escritor niuyorkino, Pete Hamill— me señaló, citando a Truman Capote, que si deseaba ser escritor no debía confundir el “typing” de Kerouac con el “writing” de alguien como Paul Bowles. Entonces se me reveló algo que es un valor irreductible para la gran literatura que se supone premie el Nobel. Ese valor es lo que llamo “complejidad”.
No basta con escribir renglón tras renglón a la Kerouac, o versos libres con metáforas sorprendentes y pasajes visionarios llenos de ritmo interior a la Dylan. La mejor narrativa, como también la mejor poesía, requieren oficio, revelaciones algunas veces delicadamente sugeridas, en gran registro emocional, nada “monocordes”, en estructuras formales figuradas con esmero y astucia, sabiduría, en fin, arte. Las letras de Dylan sorprenden, tienen esa musicalidad no siempre evidente de la mejor poesía en verso libre, manifiestan una visión de mundo que mi generación valoró grandemente, sobre todo el antibelicismo y el rechazo al conformismo materialista de la clase media. Pero ciertamente no estamos, en las canciones de Dylan, casi siempre monocordes, apegadas a los mismos temas, ante un oficio de gran arte. Bastaban los numerosos y honrosos Grammy, la idolatría de una juventud que lo criticó al supuestamente claudicar a sus ideales, convirtiéndose con su guitarra, ahora eléctrica, en una mega estrella del rock.
Ha sido una injusticia con quienes nunca lo recibieron, como Borges y James Joyce, ambos artistas literarios de gran significación y formas narrativas complejas, de gran sugerencia y supremo arte en la escritura. Tampoco lo recibió Kafka, un escritor que aunque con menor oficio que Joyce creó, lo mismo que Borges, una inconfundible manera de ver la realidad. Y ha sido una burla a los que lo han recibido como Thomas Mann y García Márquez. ¿Cómo comparar los mejores versos de Dylan con la complejidad y el misterio de La montaña mágica, o la cautivadora saga de los Buendía en Cien años de soledad? Decir que son obras completamente distintas no basta. Son hechos culturales cualitativamente distintos: sería como comparar el juego de damas con el ajedrez.
Con todo lo que admiro las melodías de los Beatles, de haber existido un Premio Nobel de Música, jamás los hubiese premiado con ese galardón, aunque sí a Stravinsky, quizás a Bernstein.
Cuando cayó la Unión Soviética, el crítico George Steiner profetizó que los clubes de ajedrez serían substituidos por los McDonalds. Hay algo de ese populismo global en este premio, ¡Sylvio Rodríguez para el Nobel de Literatura!, o René de Calle 13, ¿por qué no?
Inicia como escritor en 1973, después de obtener el tercer premio en el certamen anual de cuentos del Ateneo Puertorriqueño. Surge durante la generación setenta cuando da a la luz su primera novela La renuncia del héroe Baltasar 1974. Originario de Río Piedras en Puerto Rico donde nació un 9 de octubre de 1946, Edgardo pasó su infancia en la población de Aguas Buenas.
Estudió Humanidades, con énfasis en Estudios Hispánicos, e hizo la maestría en Madrid en el Programa de la Universidad de Nueva York. Actualmente es catedrático jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado, al menos, una decena de novelas, un libro de relatos y dieciséis libros de crónicas y ensayos. Obra que le ha significado ser considerado uno de los más sobresalientes escritores puertorriqueños.
Desde 1999 Rodríguez Juliá es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, adscrita a la Real Academia Española. En 2006 fue nombrado Profesor Distinguido en el Conservatorio de Música de Puerto Rico. Es Escritor Residente de la Universidad del Turabo desde 2007. Ha tenido a su cargo cursos de Composición Literaria y un curso graduado sobre Literatura Antillana en la Florida International University.
Hasta junio de 2010 dirigió la colección Antología Personal en La Editorial, Universidad de Puerto Rico, así como la revista La Torre de la misma institución. En junio de 2011, impartió en la Universidad de Guadalajara la prestigiosa cátedra Julio Cortázar, presidida por los escritores Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
En 1974 publicó su primera novela, La renuncia del héroe Baltasar. Su segunda La noche oscura del Niño Avilés, aparece en 1984 y fue publicada en francés por Ediciones Belfond bajo el título Chronique de la Nouvelle Venise (1991). El libro de relatos Cortejos fúnebres es de 1997. En 1986 recibe la Beca Guggenheim de Literatura. Con la novela Cartagena fue primer finalista del Premio Planeta-Joaquín Mortiz 1992. Publica El camino de Yyaloide, ed. Grijalbo, 1994. En 1995 gana el Concurso Internacional de Novela Francisco Herrera Luque con Sol de medianoche, también galardonada con el Premio Bolívar Pagán del Instituto de Literatura de Puerto Rico en 2001. El entierro de Cortijo fue traducido al inglés en 2004 por Duke University Press con el título Cortijo’s Wake, y en 1991 al francés por Éditions L’Harmattan con el título L’enterrement de Cortijo. En 1997 la editorial Four Walls Eight Windows de Nueva York publicó la traducción al inglés de La renuncia del héroe Baltasar (The Renunciation). Bajo el título San Juan, Memoir of a City. En 2007 The University of Wisconsin Press publicó la traducción al inglés de su guía literaria de San Juan: San Juan, Ciudad Soñada. Su novela Mujer con sombrero panamá, 2004, ed. Mondadori en 2004, fue premiada por el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Sus más recientes creaciones novelísticas son: El espíritu de la luz (San Juan: Editorial, Universidad de Puerto Rico, 2010) y La piscina (Buenos Aires: Corregidor, 2012). Además, ha publicado los siguientes libros de crónicas y ensayos: Las tribulaciones de Jonás, 1981; El entierro de Cortijo, 1983; Una noche con Iris Chacón, 1986; Campeche o los diablejos de la melancolía, 1986; Puertorriqueños, 1988; El cruce de la Bahía de Guánica, 1989; Cámara secreta, 1994; Peloteros, 1997; Elogio de la fonda, 2000; Caribeños, 2002; Mapa de una pasión literaria, 2003; Musarañas de domingo, 2004; y San Juan, Ciudad Soñada, 2005. En 2009 publica con Beatriz Viterbo de Argentina la Antología Personal de crónicas La nave del olvido. Para 2012 publica el libro de ensayos Mapa desfigurado de la Literatura Antillana, ed.Callejón.