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Poemas inéditos

30 enero, 2017

William Grigsby Vergara

– El poeta y escritor nicaragüense William Grigsby Vergara comparte dos poemas inéditos de tipo existencialista: el primero, una especie de postal de Londres, la cual describe el vértigo y la aceleración de la vida en el primer mundo en relación a la pobreza y la marginación del artista dentro de la metrópolis capitalista; el segundo, poema interiorista cuya figura retórica predominante es la personificación, donde el autor trata de darle vida a la luna proyectando una metáfora de la soledad en la que vivimos, de alguna manera, los hombres y las mujeres del siglo XXI.


William Grigsby Vergara


EL METRO DE LONDRES

Me preguntarás qué tal
me fue en Londres,
qué tal es Londres,
cómo es Londres
y lo lindo que es Londres,
pero me entristece decirte
que Londres también es miserable,
aunque sea sólo por un segundo,
aunque sólo sea en ese espacio
pequeñito, donde se sienta un mulato
con una vieja guitarra, en pleno subterráneo,
mientras un mar de brazos y de piernas,
como un ejército moderno,
cruza de una carrilera a la otra
y luego el Big Ben marca la hora
tan puntual como la muerte
y la pobreza de ese mulato
que rasga la guitarra y no alza la cabeza,
en plena estación atestada de gente
que va sin mirar a los lados,
que pasa el tiquete por la maquinita
para que se abra la puerta automática
como la marcha de quienes
van de la casa al trabajo,
del trabajo a la plaza,
de la plaza al parque,
del parque a los museos,
de los museos a los cafés,
de los cafés a las tiendas de comercio,
mientras los turistas toman fotos
desde el London Eye, donde se alcanza
a ver el Imperio que aplasta con su inmensidad
la música de ese pobre mulato y su guitarra.
Son muchos los que se suicidan
en el Metro de Londres;
se tiran, de repente,
empujados por la gravedad
de sus existencias,
aceleradas por el ritmo
y la velocidad de ese otro tren
llamado Primer Mundo
que no se detiene
en ese espacio
que los ingleses llaman gap.
Afuera está la London Tower
que conecta la ciudad
y cruza el Támesis,
pero no es capaz de alimentar
a quienes viven debajo del Metro
y ponen un sombrero al lado de los asientos
mientras tocan jazz…

CONFESIONES DE LA LUNA

Fui derrotada por la noche.

Quise amar a un hombre,
lo ame, me amó,
luego me encontró superficial
y dejó de mirarme;

lo seguí amando…

Quise ser feliz, no pude,
para ello tendría
que bajar del cielo,
descender sobre los hombres…

Quise matarme, no fui precisa,
fracasé siempre en mis intentos.

Las estrellas fueron testigos
de mi rotundo fiasco vital
cuando intenté salir
de mi propia circunferencia.

II

A cambio de la felicidad
se me impuso una vida absurda,
siempre alta, distante, fría.

Quise escribir una novela,
nunca encontré un argumento.

Quise hablar de mi rotación,
nunca encontré un interlocutor.

Los astronautas me besaron de lejos…

Quise tener amigos,
siempre se quedaban dormidos.

Quise besar un pájaro;
luego otro y otro…

Pero nunca creció un árbol
en la porosidad de mi blanca superficie.

A veces azul, a veces roja, a veces amarilla…

Los astrónomos se cansaron de estudiarme
y decidieron guardar sus telescopios.

La noche siguió siendo muy oscura.

Quise ser poeta, no encontré el ritmo,
la metáfora brillante,
un estilo, una voz concreta…

Quise volar; nací en el aire, pero sin alas.
Quizás por eso siempre quise volar;

sólo pude levitar gravemente…

III

Soy víctima de mi propia pesadez.

Al cabo de los siglos
se me impuso
también la soledad.

Vi civilizaciones enteras
caer estrepitosamente;
atraje las olas,
pero nunca el mar…

Vi pasar meteoritos
rompiendo los manteles de la noche;
vi cuerpos celestes hundiéndose
en las mejillas rotas de la tierra.

Sentí tristeza por los hombres,
por las mujeres, por los niños,
por los ancianos cuyas canas
eran parecidas a mi piel…

Se me rindió culto
en cada rincón del planeta
a lo largo de los tiempos,
en lo ancho del espacio…

Sigo sonriendo a medias,
sin ojos, sin rostro,
sin sonrisa;
tengo tan mal carácter
que mi temperamento se debate
en varias fases…

IV

Cuando los norteamericanos
me pisaron, orgullosos,
en julio de 1969,
creyeron haberme conquistado
y pusieron una bandera
clavada en mis cráteres vírgenes.

Sólo atizaron mi indiferencia.

Yo nunca les mostré mi lado oscuro;
tampoco les pedí que vinieran;
no quise salir en televisión
y sin embargo, me anunciaron.

Yo, la luna, me convertí en un producto más.

Otros hombres, menos abusivos,
pero igual de cursis,
me compararon
con un trozo de queso,
una cebolla, una rebanada de pan,
una oblea sagrada…

V

Finalmente me convertí
en estos escombros
llenos de musgo.

¿Cómo llegó el musgo
hasta mi cuerpo?

Es algo que aún no descifro.

El mar me dio la espalda.
El cielo se fue tras el mar.

El horizonte me consumió
en la distancia;
el sol se burló de mí en cada eclipse.

La noche fue hecha para mí.
Es lo único. La noche…

VI

Me di cuenta, quizás muy tarde,
que me había convertido
en una roca sin oxígeno;
incapaz de fecundar
el cielo con amor…

Me quedé quieta, brillando,
trillada entre las nubes…

Siempre quieta.

Acero bruñido…

La muerte me sorprendió en lo alto,
los poetas siguieron escribiendo
pero ninguno logró besarme.

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William Grigsby Vergara. 1985. Managua, Nicaragua. Maestro en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad del Valle de Managua. Colaborador de la Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) y catedrático de la misma en la Facultad de Humanidades. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. Ha publicado cuatro libros hasta la fecha: Versos al óleo (Poesía, INC, 2008), Canciones para Stephanie (Poesía, CNE, 2010), Notas de un sobreviviente (Narrativa, CNE, 2012) y La mecánica del espíritu (Novela, Anamá, 2015).