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Poemas

30 enero, 2017

Teresa Campos

– Carátula se complace en presentar dos nuevos poemas inéditos de Teresa Campos, nicaraguense residente en Estados Unidos, quien ha publicado anteriormente tanto en Carátula como en otros medios nicaraguenses.


Teresa Campos


Flor de Pitahaya

(Para Antonina)

Lo efímero devino en flor de pitahaya
y la eternidad atrapada en la verdura del jardín
se escapó con los esfíngidos en el negro palpitante
tras el estallido amarillo.
La humedad de la noche cerró las alas de las mariposas
y las puso a rezar la oración de los ciclos

Las hormigas descansan de su laborioso sísifo entre espinas
El Universo abrió el misterio de las probabilidades en pétalos blancos
y puso a soñar al cactus con pepitas negras y pulpa magenta.

Pronto el sol lamerá con su dorada lengua a las criaturas del jardín
Se hará añicos en las margaritas
y hará arder en fiebre al verano.

La noche

Aparece la noche
llega desde el otro lado de las sombras
entra muda por la ventana del comedor
de la vieja casa
deja caer una finura negra
que cierra los ojos de las lámparas
y languidece el tiempo de los relojes
En el chinero, mausoleo de eventos familiares,
junto a la loza, el pichel con su ofrecida boca
parece lanzarle un beso.
La penumbra se acomoda junto a la costra de tristeza
acumulada en la llanura blanca de los platos
e inunda de negro el hospitalario corazón
del cuenco de la sopa.
La noche recorre la casa
se sienta solemne
sobre el regazo maternal de los sillones
y tiñe de negro
el sepia de los momentos apretujados
dentro de los marcos de las retrateras
Se cuela por los dormitorios
iguala a todos en el sueño
escucha el goteo de las vejigas
va detrás de gemidos, suspiros
se escurre en las mesitas de noche
registra registra registra
busca una nota desesperada, un poema
(pero aún no se escriben)
acaricia el revolver de la gaveta
se asoma a su grito al final del cañón
cuenta las pastillas en los pomos de medicinas
que reposan tranquilos junto al vaso de agua.

En un cuarto rosa
el terror ovillado
asoma unos aterrados ojos infantiles
que se clavan en la hendidura negra de la puerta
donde enrtrará calzando sucias botas
el infierno
el mismo que aparece en las ilustraciones lustrosas
de su librito de catecismo.

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