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Tradiciones en León de Nicaragua en el siglo XIX (texto de Rubén Darío poco conocido en Nicaragua)

23 enero, 2017

Mariantonia Bermúdez

– El documento que presentamos a continuación fue publicado por su autor en 1896, como una colaboración al primer número de la revista La Biblioteca, órgano de divulgación de la Biblioteca Nacional de Argentina, un ambicioso proyecto de su director, el intelectual franco-argentino Paul Groussac, que se estrenó con artículos de autores de la talla de Eduardo Schiaffino, Rafael Obligado, Francisco Beuf, Matías Calandrielli, Bartolomé Mitre o el mismo Groussac, entre otros.

revistas

La relación que Darío estableciera en el Buenos Aires finisecular con el grupo de artistas que se movían entre las redacciones de los diarios, la Biblioteca Nacional y el Ateneo de la ciudad, verdadera República de la Letras que el nicaragüense, sin pretenderlo, lideró en un momento determinado, merece un estudio pormenorizado que excede el espacio de esta breve nota explicativa. De todas formas, ya se han comenzado a hacer los primeros acercamientos al tema por parte de investigadores argentinos expertos en el campo cultural de la época.

Como en todos sus artículos periodísticos, Darío hace gala de una prosa amena y erudita que revela su vasta cultura, actualizada en temas folklóricos. Llama la atención los juicios que emite sobre los escritos de naturalistas y viajeros que visitaron Nicaragua durante el siglo XIX y que han sido objeto de halagos y ediciones en este país. Sin embargo, quizá el mayor valor de las líneas que siguen a continuación, sea el detalle que ofrece sobre las tradiciones leonesas, muchas de las cuales están perdidas en el tiempo. Vale matizar que Salvador Cardenal Argüello apunta en sus Pequeñas lecciones de música el carácter internacional del baile de La Yegüita. (Cardenal, Salvador. Nicaragua: música y canto. Managua: Alcaldía,1992. Formato CD).

El poeta ya había abordado el tema etnográfico en su trabajo Estética de los primitivos nicaragüenses, publicado en España, en el tomo III de El Centenario: Revista Ilustrada (1892-1893), en ocasión de las celebraciones del IV Centenario de llagada de Colón a América, cuando fue miembro de la delegación que acudió a los festejos; y que fue reeditado en número 3, de Nicaragua indígena en 1954.

No puedo dejar de mencionar el loable esfuerzo que desde la Biblioteca Nacional de Argentina Mariano Moreno se está realizando como aporte cultural a la humanidad y que permite, que los lectores del mundo entero puedan leer textos antiguos en formato digital, auténticos recursos educativos abiertos.


Monumento a Rubén Darío en Buenos Aires


FOLK-LORE DE LA AMÉRICACENTRAL
REPRESENTACIONES Y BAILES POPULARES DE NICARAGUA
Por RubénDarío

Muy poco se ha hecho en la América española en asuntos de folk-lore. Tengo entendido que en México y en Cuba es donde más se ha trabajado al respecto. En República Argentina, no han sido fructuosos los esfuerzos de algunos hombres de estudio para llamar la atención de los que pudieran ocuparse en investigaciones y labores de esa especie. Con gusto he de nombrar al señor J.B. Ambrosetti, que ha publicado recientemente interesantes trabajos sobre el folk-lore de una región de su país: Misiones.

De desear sería que continuase en su plausible tarea.

En lo referente á la América Central, el terreno está completamente virgen. El abate Brasseur, que pudo haber recogido copiosos elementos durante su viaje por las repúblicas centro-americanas, no dejó nada a este propósito, fuera de su presentación del Popol Vuh, ó sea el libro sagrado del Quiché. Félix Belly no aprovechó tampoco gran cosa para su obra sobre Centro América; Bovallius se preocupó únicamente de arqueología y Levy, Max von Somnestern, Stout, Squire, los corresponsales del Harper’s y demás viajeros que han recorrido aquellas regiones, han apenas rozado el tema; han escrito simplemente apuntaciones de geógrafos u observaciones de “turistas”.

Algunos nativos, aficionados, han emprendido, á título de curiosidad, uno que otro ensayo: Ferraz, el obispo de Thiel, Fernández Guardia, y creo que también don Manuel María de Peralta, y Montero Barrantes, en Costa Rica; Barberena, Darío González y Reyes, en San Salvador; Milla, Gómez y algunos pocos más en Guatemala, y en Nicaragua el doctor de la Rocha. Á este último se deben la conservación de algunos vocabularios indígenas, algo sobre el Güegüence, la curiosa obra que publicó Brinton, por primera vez en los Estados Unidos.

En Francia, actualmente, puede decirse que el primer centroamericanista es Desiré Pector; pero en el sentido de que se trata, no conozco ninguna publicación suya.

Y hay en el istmo un sinnúmero de leyendas, cuentos y tradiciones. Unas tienen relación con mitos conocidos; cuales son de marcado origen europeo; cuales se basan en la mitología peruana y mexicana; cuales se derivan claramente de la mitografía del Popol Vuh.

En Europa mismo, el punto de partida de los cuentos y tradiciones populares no está definitivamente averiguado. Se ha remontado hasta la India. Desde el obispo Huet á Bédier, pasando por las ingeniosas conjeturas de Max Muller y Andrew Lang, no se ha visto claro en el asunto. Se discute aún; se opina. Bédier, que es quien ha dicho la última palabra hasta ahora, no ha hecho sino contradecir con innegable ingenio y hábil doctrina el origen indio oriental. 1

En la América Central no escasean las tradiciones y cuentos originales; algunos que no tienen un principio muy remoto. Las representaciones y bailes populares son otro tema tentador para un folk-lorista.

En ellas habré de ocuparme en estas líneas que no tienen sino el carácter de apuntaciones y recuerdos.

 

Mitote

Mitote

Oviedo habla de un primitivo teatro indígena en Nicaragua; – no había por cierto cultura bastante para un Ollantai; mas se refiere á los llamados “mitotes” ó “areytos”. En esas representaciones, dice, “andaban un contrapás hasta sesenta personas, hombre todos, y entre ellos, ciertos hechos mujeres, pintados todos, e con muchos penachos y calzas, e jubones muy bigarrados, e diversas labores e colores, e iban desnudos, porque las calzas e jubones que digo eran pintados, e tan naturales, que ninguno los juzgara por tan bien vestidos, como quantos gentiles soldados alemanes ó tudescos se pueden ataviar”.

De los personajes de aquellos areytos o mitotes desciende directamente el parlachín Güegüence, que tanto llamó la atención de Brinton. El Güegüence, como ya lo he dicho en otra ocasión (2) es el personaje principal de la farsa ingenua que el indio moderno tejió con palabras españolas y frases del dialecto maternal, farsa en la cual, de cuando en cuando, suele verse como un vago reflejo lírico, así el Güegüence en cierta escena dice, delante del señor Gobernador – “¡Alcen muchachos! Miren cuanta hermosura. En primer lugar, cajonería de oro, cajonería de plata, güipil de pecho, güipil de pluma, medias de seda, zapatos de oro, sombrero de castor, estriberas de lazo de oro y de plata, muchirtes hermosuras, señor Gobernador Tastuanes, asenegamene ese lucero de la mañana que relumbra del otro lado del mar…”.

En el tiempo en que habité en el país de mi nacimiento, Nicaragua, no vi nunca una representación del Güegüence. Parece que se representaba hasta no hace muchos años, en los pueblos indígenas de los departamentos orientales de la república, en ciertas festividades y ocasiones especiales. Es obra de una simplicidad primitiva. No hay casi argumento en ella. Alternan los diálogos en una monotonía no exenta de lo pintoresco. El Güegüence habla por el pueblo. Es la humanidad del indio conquistado delante a la autoridad: es la voz de la raza que se despide.

gueguense

El gueguense

Otras representaciones sí han dejado algunos recuerdos en mi memoria, tales como las llamadas pasos, coloquios, pastorales y moros y cristianos, aprendidas seguramente de los españoles, y las danzas indígenas de la yegua, los mantudos y el toro guaque ó guaco, etc.

Los pasos se verifican en las fiestas de semana santa. Hay que advertir que se trata de un pueblo profundamente religioso como el nicaragüense, en el cual se encuentra todavía bien arraigado el espíritu y las costumbres del tiempo de la colonia.

En los pasos hay una vaga reminiscencia del auto-sacramental y del “misterio”. Varios personajes de la sagrada historia del Cristo, generalmente Nuestro Señor, los apóstoles y la Samaritana, recorren las calles del pueblo por donde ha de pasar la procesión religiosa. En ciertos lugares hay especies de estrados, ó tablados, cuyas decoraciones consisten en cortinajes de colores y arcos floridos y adornados con banderolas. Allí suben los representantes, y, rodeados del pueblo que les escucha, dicen sus relaciones ó parlamentos, con una invariable melopea, ritmada de ademanes invariables. El asunto es muy sencillo y es el que se repite todos los años, alternando en veces con el de la resurrección de Lázaro; se trata del pasaje evangélico en que el Salvador pide de beber junto al pozo á la mujer de Samaria. Demás está decir que para el pueblo tales escenas son como para los sabidos montañeses alemanes, la célebre Pasión. Son miradas y escuchadas con completa religiosidad.

Las pastorales, son diálogos en verso, escritos por sacerdotes coloniales. Se recitan en la noche de navidad, en tablados como los de los pasos, á la luz de farolillos de colores. Es la noche en que las iglesias se llenan de fieles, que van á oír misa del gallo. El pueblo está de fiesta, en un Nöel alegre é infantil. Los campanarios cantan sus gozos, y en las orquestas parroquiales y en el viejo órgano se prodigan los villancicos. Unos cuantos jovencitos y jovencitas, vestidos de pastores, con una indumentaria ingenua, declaman sus versos, en homenaje al recién nacido Jesús. Suele haber también danza y alegorías.

Los coloquios salen del terreno religioso. Es la verdadera comedia popular la que se presenta, la farsa criolla, el sainete del país. Con pocas variantes, los personajes que en los coloquios actúan, son, en su medio especial, el eterno marido burlado, la autoridad apaleada, la mujer casquivana y el tipo del avispado venturoso y bravo matasiete que en los títeres nicaragüenses se llama Peruchito; ¡el cual no es otro que el Mosquito argentino y el narigudo y listo protagonista del Guignol! Agréguese también un culebrón fantástico que persigue á todo el mundo, y que no es sino la Tarasca transplantada. Los coloquios se presentan en la plaza pública, en grandes tablados, sin decoraciones, y delante de la muchedumbre aglomerada, que se divierte al aire libre.

Moros y cristianos es un baile de enmascarados, de procedencia peninsular, á no dudarlo. Fórmanse dos grupos ó bandas, de moros y de cristianos; los moros, feos y extravagantes, los cristianos con jubones y capas vistosas, y toda suerte de adornos; ambos grupos tienen sus reyes respectivos, y van todos armados con cortas espadas de palo. Al són de la música hacen evoluciones, se detienen, y se dirigen sendos discursos. “El rey moro es muy malo”. “El rey cristiano, muy bueno”. Paso tras paso, se acercan, se retiran, vuelven á acercarse, chocan las armas, y en una gritería estruendosa, queda vencido y prisionero el rey moro.

El baile la Yegua, es de creerse que tenga por origen el casi supersticioso asombro de los indios, por las caballerías de los conquistadores. Se verifica en las festividades religiosas de comienzos de diciembre; y á este propósito recordaré la curiosa costumbre de adornar en sus casas, los vecinos pudientes, altares con la imagen de la Virgen, ante los cuales exponen toda suerte de dulces y golosinas, en especial una mezcla de harina de maíz tostado mezclada con miel, que llaman gofio, y vinos y bebidas varias, á todo lo cual tiene derecho cualquier transeúnte que penetre en aquella casa gritando: “¡Viva la Concepción de María!”.

La gritería

La gritería

Mientras esto sucede, numerosos tambores recorren las calles formando un ruido ensordecedor, tocando un paso que acompasa de tanto en tanto un bombo. Esos tambores forman la música que acompaña á la Yegua, precedida á veces por la Giganta. Imaginaos una armazón con cabeza y cola equinas, llevada por un hombre cuyo busto asoma por el centro de dicha armazón, y cuyas piernas no se ven, cubiertas por flotantes faldas. La Yegua y el tamborerío penetran á las casas en que hay altares, y al estruendo de los parches el simulado animal comienza una rara danza.

En cierto momento, la yegua se acurruca y, -no hay otra palabra para decirlo- pare. Se reparten el vino, los gofios, alfajores y prestinos, y siempre en medio de las cajas sonoramente abrumadoras, la compañía se va con la yegua y la cría y su música á otra parte. La Giganta es un demesurado maniquí con ojos encendidos, que recorre así mismo la población, al son de los tambores. Este enorme y grotesco personaje es completamente español; así como también el baile de los mantudos, ó diablos, que son renovados de las mismas comparsas de los autos calderonianos.

Llevan los mantudos vestidos de antiguos caballeros, y el nombre que se les da, debe de ser por la esclavina, muceta, ó manto corto que les cae por la espalda. Van enmascarados, con máscaras de monstruos y de diablos, y espantan á las mujeres y á los chicos, cual el que iba “vestido de diablo”, en el casamiento de Ximena, la del Cid. Muchos de ellos llevan bandurrias y guitarras, y otros zambombas ó jucos, que marcan la danza. Danzan cantando, en tono menor, una frase triste y repetida, á la cual acomodan los versos:

los-mantudos

Los mantudos

Nosotros somos los diablos
Que venimos del infierno… etc.

Entre la tropa infernal son los que llevan la más alta nota cómica, un diablo y una diablesa viejos; y un demonio, el más feo, que reparte vejigazos á la concurrencia, como el tipo análogo en las paganas bacanales.

¿El toro, guaque, ó guaco, es una mojiganga de origen diferente del de la Yegua? Es este, á mi entender, un baile únicamente indio, y, si no me engaña mi memoria, es particular de los indios de Subtiava, tribu semi-civilizada, ya casi desaparecida, y cuyos últimos representantes viven en un pueblo cercano á la ciudad de León, antigua capital de la república. Ya Oviedo señala cómo en ciertos bailes, los primitivos nicaragüenses llevaban caras de fieras, “e máscaras de gestos de aves”. Al Guaque, que es una armazón en forma de toro, bajo la cual va un hombre, acompaña siempre una gran mascarada en que se imitan faces de fieras y de pájaros: el coyote, lobo ó adive mejicano, el puma, el tigre, el buitre, ó el “zopilote”. Este toro es la bestia principal en la zoológica mojiganga, la cual baila en determinadas procesiones, á són de tambores y de pitos.

El toro-huaco

El toro-huaco

Otras representaciones y bailes hay, que serían dignos de estudio. Esta parte del folk-lore centro-americano no es de las menos interesantes, y sería ya tiempo que en aquellos países, como en toda la América, se preocupen más los que pueden, de tan rica como inexplorada materia.


NOTAS

1 Joseph Bédier, Les Fabliaux. Études de Litterature populaire et d’Histoire littéraire du moyen-âge. (Bibliothèque de l’École des Hautes Études, XCVIII fascicule. Émile Bouillon, édit.).

2 Estética de los primitivos nicaragüenses – El Centenario, Revista Ilustrada, n° 25. Madrid, 1892.

 

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Managua, 1965, es doctora en filología hispánica por la Universidad de Barcelona, donde presentó la tesis El proyecto intelectual de la narrativa nicaragüense, de la utopía a la paradoja (1970-2018). Es docente de lengua y literatura de los Departamento de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Centroamericana de Managua. Dirige el grupo de creación literaria de la Universidad Centroamericana. Ha trabajado como editora de revistas literarias y culturales. Es co-autora del libro Franz Galich. El legado artístico y humano de un subalterno letrado (2021), editado por Werner Mackenbach. Ha escrito y publicado diversos artículos sobre cultura nicaragüense en revistas nicaragüenses y centroamericanas. Sus líneas de investigación son: campo cultural nicaragüense, lecto-escritura en el sistema educativo nicaragüense y producción artística y literaria en Nicaragua.