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Vacaciones en el Borda

29 enero, 2017

Franco Félix

– Este texto es un fragmento del libro crónica Kafka en traje de baño, del escritor mexicano Franco Félix, una crónica literaria sobre las indagaciones de los familiares de Frank Kafka asentados en México.


Franco Félix

PARANOIA

Los detectives más paranoicos se toman un momento en la escena del crimen. Frente a la víctima, el cuerpo subrayado en el suelo con gris blanco, buscan, celosa y disimuladamente, al asesino entre los testigos. La posibilidad es inofensiva, nula, pero no pierden la oportunidad de echar un vistazo entre los mirones. El lugar común de la criminología policiaca anota que el homicida regresa al punto de acción porque desea satisfacer su vanidad o, en el mejor de los casos, porque experimenta un deseo inconsciente de culpa y quiere ser atrapado. Estos mismos detectives ignoran algo mucho peor: no sólo se anula su hipótesis frente a las estadísticas reales (casi nunca sucede), sino que su propia paranoia resulta un sospechoso más en otro acontecimiento, porque destapa su propio deseo inconsciente: él mismo, si asesinara a alguien, acudiría al espectáculo.

Estoy en Buenos Aires, en el famoso Hospital Borda, siguiendo la pista de uno de estos detectives paranoicos que caen en su propia trampa, sin saber que buscaba a uno de estos detectives que caen en su propia trampa. Trataba de resolver uno de mis casos preferidos: los que a nadie le interesan, los perdidos.

Por las mañanas, antes de abrir los diarios nacionales como La Jornada, Reforma, Emeequis, Sinembargo, El Universal, Milenio, etcétera, voy a Google y escribo “Noticias extrañas”. Los resultados que arroja esta plataforma son intensos. Descubro casos maravillosos y anoto en mi libreta los que me gustaría resolver. No siento demasiada culpa por escapar de la realidad. La mayoría de la gente lee noticias en Facebook, así que la vergüenza no gana terreno. Todos somos unos cretinos.

Así inicié mi investigación por una noticia extraña que leí en internet: el pasado 7 de octubre de 2013, hace justamente un año, fue hallado en este nosocomio argentino un cadáver momificado. Se encontraba en un sector oculto al que llegaron los obreros por pura casualidad, pues hacían remodelaciones al edificio por esas fechas. El cuerpo —recostado sobre una tina— presentaba piernas y brazos amputados; se había embalsamado de forma natural por las condiciones secas del ambiente. Los miembros fueron hallados mucho más adelante por la policía que se hizo cargo de los restos y de la investigación. El sujeto tendría entre 40 y 60 años. La nota se repite en varios medios argentinos. Tiene la misma redacción: Copy + Paste. Y, a 365 días, nadie más se pregunta por este raro evento en el Borda. Excepto yo, un detective paranoico. Aquí empiezan las tribulaciones:

Llegué hace un mes a la capital porteña para desarrollar un proyecto de novela que tiene como escenario a Buenos Aires. Fui enviado en un programa de residencias que opera el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Ministerio de Cultura Argentina. A varias semanas de haber aterrizado acá no he escrito un carajo sobre el libro que prometí. Porque, nomás dejé mis maletas en mi estudio, puse pies en polvorosa hacia el Hospital Borda.

ESQUIZOFRENIA

El primer movimiento del manual: fotografiar el edificio. Estudio los accesos. La misma remodelación que echó muros abajo y reveló al momificado incluyó una protección más severa y un enrejado medieval. El sanatorio se antoja mucho más como una prisión modernizada. Pero, sentado sobre una parada de camiones, a unos metros de ahí, observo que la gente entra y sale sin mucho problema. Tres guardias, armados con toletes juguetean todo el rato. Se empujan, se carcajean y sólo se enderezan cuando atraviesa por ahí algún doctor o un administrativo. No puedo meter las manos al fuego, pero esos custodios parecen más o menos cuerdos. Hablemos un poco del Borda.
No hay que esforzarse mucho para descubrir que este hospital es atípico. Pero vayamos a su tarjeta de presentación electrónica. En su página web se puede advertir esta redacción singular en la pestaña de Historia:

Esta centenaria institución, de la cual brindamos su esqueleto histórico —cifras, fechas y breves referencias— ha dado al país, más allá de su objetivo básico, la asistencia del enfermo mental, el brillo de su espíritu, constituido por el esfuerzo de todos los individuos que han contribuido a darle la personalidad de la que hoy goza. La amalgama del investigador, del docente, el profesional, el personal auxiliar y los pacientes da la resultante de ese espíritu que impregna los pasos del que recorre este legendario hospital. Su personalidad trasciende su perímetro y es nombrado con temor, con respeto, sorna, admiración y esperanza, es decir sufre los avatares de la patología que trata: el hasta ahora insondable misterio de la enfermedad mental”.
(El subrayado es mío).

Según puedo entender en la extraña redacción de esta página virtual, se inauguró en 1863 este asilo para orates (así reza también el sitio) bajo el nombre de San Buenaventura, en honor al doctor Ventura Bosch, genio detrás de la construcción. Con el tiempo se fueron desarrollando cursos y clínicas de psiquiatría y se anexó el Hospital de las Mercedes (patrona de los presos y asilados). Más adelante se crearon laboratorios de anatomía patológica, escuelas de enfermería psiquiátrica, consultorios de odontología. Entrado el siglo XX, se declara Hospicio Nacional y aparece la famosa Liga Argentina de Higiene Mental que logra, en 1949, que el nombre de Hospicio de las Mercedes se modifique por el de Hospital Nacional Neuropsiquiátrico de Hombres. Entre 1967 y 1996, hubo una serie de precisiones terminológicas y el lugar se rebautizó como Hospital Psicoasistencial Interdisciplinario José Tiburcio Borda. Este lugar destaca por sus investigaciones en neurobiología y psicopatología. En la actualidad tiene 1,500 pacientes pero en lo sucesivo a la Primera Guerra Mundial llegó a recibir a más de 6,000 enfermos.

La democracia argentina es muy joven pero no por ello ingenua. A 30 años de eliminar la dictadura, su gente se mantiene activa. En los centros culturales de barrio hay asambleas y se organizan para ejercer sus derechos como en ningún otro lugar en Latinoamérica frente a los administradores del poder. No hay rincón que claudique, que no se identifique con este comportamiento social, ni siquiera en un hospital psiquiátrico. Dentro del Borda hay organizaciones que no pertenecen a ningún partido, asociación o institución y que se dedican a difundir las irregularidades que sufren los pacientes. Se trata de una red de voluntarios que echan la mano para evitar el abandono de los enfermos. Y es que ya desde hace unos años, el infame gobierno macrista busca desaparecer el espacio, justificándose con la famosa Ley Nacional de Salud Mental.

Pero ni los internos, ni los voluntarios han cesado. No pasa un solo día en que no le recuerden al gobierno argentino que no son desechables, sino personas con facultad de derechos y sobre todo personas activas. Esto lo descubrí al entrar en el hospital. Ahí, en esa pequeña villa de la locura, hallé grupos impresionantes. Había encontrado la casa de Radio La Colifata.

PSICOSIS

El segundo paso fue más complicado. Entrar. Tenía dos caminos: 1) Hacerme el loco, parar allá dentro como un paciente, aunque eso significaría perder el control de la investigación y no tener cómo registrar nada y, al mismo tiempo, correr el riesgo de no salir nunca. 2) Hallar un contacto interno. Ingresar por las vías de la normalidad. Pero vamos, es un hospital psiquiátrico, ¿no? Elegí la primera. Acceder al Borda por propia voluntad. Al fin y al cabo, la famosa ley me daba autonomía sobre mis derechos psíquicos.

Los guardias de la entrada me hacen preguntas. ¿De dónde soy? ¿Qué hago acá? ¿Colombia? No, México. Me arrinconan. Demasiadas preguntas con este acento porteño que no alcanzo a entender completamente. Ché, ché, ché. La mierda. Me parece que me volverán loco, un síntoma de que hacen mal su trabajo desde el inicio. Me estoy arrepintiendo. Sobre la explanada un sujeto con traje negro fuma y me mira. Sabe, estoy seguro, que no estoy loco. ¿México?, pregunta el más joven. Tiene la ceja delineada. Me libera de los otros dos mastodontes. Me toma por el cuello y lo sacude.

—¿México?
—Sí —apunto, sin pensar, hacia lo que creo es el norte.
—¿Hay raperos en México?

Rap, mi peor enemigo. Nos volvemos a encontrar. Le digo que sí, que hay bandas, muchas, que son grandes proyectos musicales, que debe escucharlos. Pero me mete en problemas.

—Decime el nombre de algunos.
—Scrub Pan Clika, Shak Shak Sonora, Fuck Mr. Sky, El Amo del Hop, entre muchos otros.

Después sigo mintiendo: le digo que son bandas subterráneas y que difícilmente podrá encontrar algo en internet. Entiende. Le gustaría poder escuchar algo. Le prometo que volveré pronto y le traeré un disco con una colección de los mejores raperos mexicanos. Conquisto la entrada. Me dejan pasar, sin importar lo que vengo a hacer acá. Gracias, Scrub Pan Clika, te debo una.

Estoy dentro del Borda.

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