Contra el tiempo: la aceleración de escribir en una época donde apenas se lee
27 marzo, 2017
William Grigsby Vergara
– Tal parece que la ¿atracción? ¿seducción? por el riesgo reflexivo escritural que William Grigsby -joven y talentoso escritor nicaragüense- acusa sobre la lectura realizada al ensayo Contra el tiempo: Filosofía práctica del instante, del también muy joven escritor mexicano Luciano Concheiro, va más allá de la simple loa coyuntural, y más bien antepone su filtro rigurosamente crítico, para decantar la sustancia del pensamiento de Concheiro, quien a su vez se ocupa de explicarse y atreverse a proponer formas “filosófica – prácticas de cómo enfrentar el ritmo vertiginoso de la información y las maneras de estar en el mundo que nos circunda, y así mostrar la importancia que adquiere “la pausa ante la
celeridad, la reflexión ante la frivolidad”, en esta época actual en la que “diariamente se
edita y publica a una velocidad absurda pero se lee y se piensa críticamente con una lentitud
preocupante”, originando con ello ese fenómeno de la polución editorial vacua.
Si me viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo dudaría un segundo: elegiría la falta de pensamiento crítico. No sin cierta aceleración, Luciano Concheiro ha elegido «la aceleración misma» para describir la época actual, y ha acertado en su tesis, de la cual hablaré brevemente en las siguientes líneas.
Lo que existe en la época actual es una polución editorial escandalosa que pone a un novelista de veinte años a la par de Balzac en cualquier librería del mundo, lo cual es insólito. Esta competencia entre los Clásicos y los noveles autores de la hipermodernidad es un fenómeno relacionado con la facilidad de publicación que le debemos a los avances tecnológicos y los nuevos formatos de lectura digital que inundan el mundo del hiperconsumo capitalista.
Subsistimos en una especie de surrealismo-turbocapitalista, si se me permite la adjetivación en una época ya de por sí, sobreadjetivada, sobreproductiva y sobreabundante, incluso en términos demográficos. En medio de ese tumulto de autores y propuestas literarias he logrado ver una chispa de fuego que podría incendiar toda esa ola de páginas inútiles para darle paso a un instante de creación poética, si tomamos en cuenta que el fuego es eso: creación divina, poesía natural, instante de luz. Esa chispa de luz instantánea que he logrado ver (y leer) se llama Luciano Concheiro.
Concheiro tampoco escapa a las contradicciones de la época sobre la cual piensa de forma crítica: es un joven mexicano de veinte y pico de años cuya ópera prima se encuentra hoy en las librerías a la par de Lolita, de Nabokov, Factótum, de Bukowski o En el camino, de Kerouac. ¿Qué significa esto? Que compite en desventaja, pero también se impone. Su libro se vende con cierta aceleración a través de la editorial Anagrama, la cual lo ha escogido como finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2016. No resulta, por lo tanto, muy difícil sentirse atraído por la propuesta filosófica de un precoz escritor que propone, ante la acelerada época del turbocapitalismo, una celebración del “instante” en su ensayo “Contra el tiempo: Filosofía práctica del instante”.
Pese al idealismo de Concheiro, que se va agudizando hacia el final del ensayo que tiene una fuerte carga marxista en sus primeras páginas, por fin asistimos a una propuesta filosófico-práctica de cómo enfrentar el ritmo vertiginoso en el cual giramos como una espiral de hipertextos entrecruzados de forma infinita mediante el binomio informático 01. Como bien señala el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, quien nos informa que la era de lo «pos» fue superada rápidamente para darle lugar a la era de lo «hiper», estamos envueltos en una nube de signos que parecen garabatear expresiones abstractas como si estuviéramos asistiendo a una pintura ilegible de Pollock. Sólo en un mundo tan hiperconectado como el nuestro, es posible tener acceso a tanta información de manera tan fácil y rápida, sin pasar por un filtro. Concheiro lo expone así:
La cantidad de información almacenada en internet es tal que resulta difícil cuantificarla: algunos hablan de que ocupa unos quinientos mil millones de gigabytes (si esta cantidad de información se imprimiera y encuadernara, formaría una hilera de libros que cubriría diez veces la distancia entre la Tierra y Plutón). Estas exorbitantes cifras convierten a internet, sin lugar a dudas, en el repositorio más vasto jamás creado por la humanidad (los varios millones de libros que resguarda la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, una de las mayores del mundo, ocuparían apenas diez mil gigabytes). (Concheiro, 2016, 56).
Es por todo lo anterior que la propuesta de este joven mexicano resulta innovadora; frente a la celeridad, propone la pausa, frente a lo frívolo, la reflexión, frente a la industria del arte, el arte fuera de la industria, todo matizado por un individualismo necesariamente egoísta que nos convertiría en los hacedores de nuestros propios “instantes”, de nuestros propios “parpadeos”, de nuestras propias “epifanías”. Estas nociones idealistas responderían a un impulso interiorista que no buscaría enfrentar la aceleración por medio de la lentitud, ni boicotear el sistema capitalista desde el corazón del mismo sistema, puesto que la idea fundamental de Concheiro es “huir” del tiempo, es decir, volverse atemporal. Convertirse en un sujeto ahistórico en cuanto se sustrae de un presente en perpetua decadencia:
Si se quiere escapar de la aceleración hay que desatender a los que defienden y promulgan la lentitud. Sin darse cuenta, son esclavos de la velocidad. Juegan bajo sus reglas y las reproducen. Para resistir hace falta una acción más radical, que sea verdaderamente antisistémica. No se resiste a la velocidad queriendo detenerla, sino saliendo de su dinámica. ¿Cómo lograr esto? Deteniendo el transcurrir del tiempo. Luchando contra él. (Concheiro, 2016, 113).
Concheiro propone retirarse a sí mismo para generar “instantes de eternidad” donde se detendría la sucesión del tiempo para crear una nueva situación del individuo. Como puede verse, la propuesta de nuestro autor, pese a ser radical, no deja de ser un poco ingenua. ¿No serán estos “instantes” fronteras temporales que superamos inconscientemente, en el día a día, sin necesidad de una filosofía práctica? ¿Por qué huir y no encarar? Para Concheiro encarar es inútil. Las tentativas del bloque socialista del pasado siglo desembocaron en frustraciones, lentitudes burocráticas, holocaustos y dictaduras que terminaron por colapsar frente al frenesí del capitalismo salvaje. Es por eso que Concheiro va de lo particular a lo general, y aduce:
Nadie puede indicarnos cuál es el camino exacto para experimentar el instante. Cada quien debe encontrar sus propios mecanismos, sus propias prácticas. Desde la intimidad, desde la especificidad. Con creatividad e imaginación. (…) Si hago memoria, descubro varias prácticas que han sido eficaces en distintos momentos de mi vida. De ninguna manera son generalizables. Mucho menos ejemplares. A lo sumo, funcionan como prueba de la terrenalidad del instante, de su simplicidad y de su practicabilidad. (Concheiro, 2016, 131).
Aunque el escenario, tal como lo pinta nuestro joven autor, es más oscuro que esperanzador, al final Concheiro no está haciendo simple historia de la filosofía, como suelen hacer la mayoría de los filósofos de las academias del siglo XXI, por el contrario, Concheiro piensa el presente desde autores del presente como el mismo Lipovetsky, Jean Budrillard, Giorgio Agamben, Alain Badiou, Slavoj Žižek o Gabriel Orozco, de quien se sirve para ilustrar su estupendo ensayo. La aceleración de la época actual, como bien señala Concheiro, es tan vertiginosa que diariamente se imprime y se edita a una velocidad absurda pero se lee y se piensa críticamente con una lentitud preocupante. Sobre esto, el joven amplía:
Con lo digital apareció una nueva faceta de la obsolescencia programada: la perpetua actualización. Para que cualquier aparato electrónico se vuelva obsoleto basta inventar una nueva actualización. De esta manera, aunque los aparatos sigan funcionando en términos materiales, pueden dejar de ser operativos. Cada actualización implica una renovación y, a su vez, el descarte de lo existente: un golpe de energía y velocidad al ciclo de rotación de las mercancías. (Concheiro, 2016, 37).
No estamos pues, frente a un romántico enajenado, estamos frente a un joven inquieto, propositivo y hasta cierto punto, revolucionario en cuanto a su visión del tiempo. A pesar de todas esas virtudes, Concheiro se abstrae profundamente de su planteamiento crítico cuando dice: “El instante es como parpadear, un acto impulsivo y evanescente que nos aparta por un momento de la realidad circundante” (Concheiro, 2016, 121). Si el instante es un acto impulsivo y evanescente, ¿entonces cómo puede uno mismo provocarlo? Se supone que, a la inversa, y bajo esta lógica, el instante nos provocaría a nosotros, es decir, el instante nos asaltaría como un rayo inesperado, y no al revés.
Finalmente la propuesta de Concheiro se suscribe a una teorización que él hace acerca de una hipotética Resistencia tangencial, que el mexicano describe de la siguiente manera:
Desposeída de una fe en el Progreso, la Resistencia tangencial no asumiría que la historia está encaminada hacia un fin superior o que se dará una mejoría gradual de la situación presente. Tampoco aspiraría a mejorar el mundo. Aceptaría con tranquilidad que es probable que las cosas empeoren. Sería una resistencia pesimista y desencantada, desprovista de un futuro esperanzador. (Concheiro, 2016, 97).
Aparece aquí la distopía en la propuesta de Concheiro, muy propia del nihilismo juvenil del siglo XXI. Si la Resistencia tangencial no nos promete un mundo mejor, una vida mejor, un futuro más esperanzador, ¿en qué sentido es una alternativa de cambio o de lucha contra la aceleración? Nos queda claro que la idea no es ir más lento, sino salir de la dinámica de la aceleración, transitoriamente; pero si la búsqueda por encontrar “el instante ideal” resulta un pasatiempo individual, entonces parece que nos encontramos frente a un juego hedonista o una especie de onanismo existencial. Sería como proponerle al sacerdote enclaustrado en su parroquia distraer su celibato con unos pocos minutos de pornografía.
En fin, pese a la valiente innovación imbricada en la propuesta de Concheiro, hace falta releer, ampliar y corregir esta propuesta que no deja de ser interesante. En el siglo de la polución editorial, donde se publica más de lo que se lee, y se critica menos de lo que se escribe, propongo la lectura de la ópera prima de este joven brillante que, desde la periferia que representa hoy la metrópolis mexicana reducida al narco, la corrupción y la miseria, se ha sacado de la manga un ensayo sorprendentemente lúcido y maduro para un muchacho que no se conforma con lo que pasa, y se detiene a pensar “un instante” en lo que podría pasar en caso de que lograse huir de la aceleración brutal que caracteriza la época en la cual vivimos.
William Grigsby Vergara. 1985. Managua, Nicaragua. Maestro en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad del Valle de Managua. Colaborador de la Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) y catedrático de la misma en la Facultad de Humanidades. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. Ha publicado cuatro libros hasta la fecha: Versos al óleo (Poesía, INC, 2008), Canciones para Stephanie (Poesía, CNE, 2010), Notas de un sobreviviente (Narrativa, CNE, 2012) y La mecánica del espíritu (Novela, Anamá, 2015).