“La última Revolución”. O, cuando la literatura es ficción, pero también Memoria
27 marzo, 2017
Elvira Cuadra
– Nunca sobra la discusión sobre la guerra, cualesquiera que sea el motivo que la origina. En Nicaragua, durante el desarrollo de la Revolución Sandinista –prácticamente una guerra de tinte civil, cuyos orígenes se sustentan en el derrocamiento de la dinastía somociana-, pese a haberse ventilado en distintos foros ya orales o escritos, a modo de sonsacar elementos para su comprensión, no se llega –ni creo se llegará- a explicar en su totalidad. Elvira Cuadra Lira explora la novela La última Revolución, de Ángel Saldomando y a partir de ello apunta provocaciones que nos conducen nuevamente a los cuestionamientos torales de la épica revolucionaria nicaragüense, dueña, según Elvira, del “sinsabor de la utopía perdida”, pero que -la novela de Saldomando-, con base a su “literatura trata de mostrar aquello que la Historia oculta”, merced al vehículo de los relatos personales de muchos protagonistas que: “creyeron en la posibilidad de transformar al mundo, pero que terminaron aplastados por el pragmatismo de los nuevos tiempos”.
La literatura casi siempre ha caminado junto a la memoria en América Latina. Numerosas novelas, cuentos y poemas cuentan lo que la Historia no dice. Así, es común que una, – la literatura -, termine confundiéndose, – fundiéndose -, con la otra, – la memoria -, hasta llegar a convertirse en relato colectivo donde nada es cierto y a la vez, todo es verdad.
Pero muchas veces, la realidad supera a la ficción literaria sobre todo cuando se trata de la recién pasada época de las dictaduras en Latinoamérica y las transiciones a las imperfectas democracias; de manera que al leer una novela o un cuento, el relato evoca al pasado y lo contrasta con nuestros propios recuerdos, matizándolo, fundiéndolo nuevamente con la propia vivencia y reconstruyéndolo, hasta convertirlo en un nuevo relato. Nuestro propio relato.
Un ir y venir que se asemeja a una figura de origami, doblada y plegada tantas veces hasta cambiar de forma sin dejar de ser el mismo y único pliego de papel. Eso es lo que sucede cuando se leen novelas como “La última Revolución”, de Ángel Saldomando.
Para quienes vivimos la experiencia de la Revolución Sandinista en Nicaragua, la guerra y el cambio a una democracia liberal, esta novela evoca tiempos, lugares, personajes y anécdotas tan reales que es difícil imaginar que se refiere a otro lugar, o es una mera ficción tal como podría pensarlo un lector de otras latitudes o tiempos. ¿Quién, si no alguien que vivió en medio de esta Historia puede contar tantos detalles y retratar tan vivos personajes?, ¿es cierto lo que se narra en la novela o es pura imaginación del autor? Nunca lo sabremos a ciencia cierta.
La obra está escrita con tinta de novela negra; de esa donde el protagonista es un anti-héroe; un personaje tan humano, que está lleno de defectos. Los demás no son buenos ni malos. Todos son culpables de algo.
Tampoco hay finales felices. El sinsabor de la utopía perdida, imposible de recuperar porque no hay segundas oportunidades, atraviesa todo: al pueblo, a los personajes y la trama de la historia. El pasado de los protagonistas tiene un agridulce sabor donde se juntan, la añoranza de lo que fue, y pudo ser, con la cruda realidad del presente y la pesada incertidumbre del futuro.
La trama del relato es uno de esos cambios de época que ocurren cada tanto en nuestros países latinoamericanos. No sé para otros, pero para mí se asemeja mucho al momento posterior del cambio entre la Revolución y la democracia liberal. Un cambio que en Nicaragua transcurrió en medio de extensos y violentos conflictos donde la disputa más importante era el poder, y su objeto más representativo era, y todavía es, la propiedad de la tierra. Cuántos de esos relatos como el que nos cuenta Saldomando en su novela se esconden en la Gran Historia de Nicaragua; cuántos se han convertido en pequeños dramas personales donde unos, los poderosos, ganan y otros, los que no tienen poder, pierden siempre. La tierra fue la materialización de esa gran utopía política y personal para miles en Nicaragua, peo también fue la causa de la guerra y, tiempo después, la causa de nuevos despojos. Tan profunda es la relación entre la tierra y el poder que ha traspasado a varias generaciones al menos durante las últimas décadas, por no hablar de siglos. Quien posee la tierra, posee el poder, y viceversa. El poder se construye sobre la propiedad y la propiedad de la tierra solamente es posible despojando a otros.
Los personajes se parecen mucho a algunos conocidos. El antiguo revolucionario que deviene en señor feudal y vuelve a adoptar las prácticas que quiso desterrar en otro tiempo. La revolución es un recuerdo, la investidura de su autoridad frente al pueblo y sus antiguos compañeros, pero también es un discurso esgrimido para apelar a la sumisión y resignación de los nuevos despojados. Casi siempre gana, pero no como quería. Los nuevos despojados son más pero están solos, sin protección, sin gobierno, sin autoridad. Se defienden a cómo pueden, les toca ser víctimas, pero no ovejas que esperan resignadas y con temor a ser trasquiladas. Si algo aprendieron de la revolución es que los poderosos no las tenían todas consigo y por supuesto, no se la ponen fácil al señor feudal. Pero la resistencia tiene costos y muchas veces se paga con la vida.
Entre unos y otros, hay más personajes. Esos que se quedan en el margen, que son testigos de lo que ocurre y eventualmente se ven involucrados. Sin posibilidades de eludir la disputa, no les queda más remedio que tomar partido, por unos, por otros y a veces, por ellos mismos. En otras, es mejor hacer como la señora que desde su silla, en el corredor de la casa, se limita a observar silenciosamente y con preocupación todo lo que sucede. Estos personajes que antes creían en la posibilidad de transformar al mundo, terminan aplastados por el pragmatismo de los nuevos tiempos.
Pero allí, precisamente en los intersticios del relato y los dilemas de los protagonistas es donde la literatura muestra lo que la Historia oculta y nos acerca de nuevo a la memoria. La ficción está en los detalles, pero la trama, los personajes y la narración parecen retratar los miles de relatos personales que en realidad existen, que vuelven a ser públicos y adquieren vigencia a través de la novela. La memoria personal y colectiva reaparece cuando la ficción literaria lleva nuevamente a los lectores hasta sus recuerdos y relatos personales. El gran relato del poder que es la Historia es interpelado por los relatos personales que le dan forma a la Memoria. El origami está terminado.
Pero algo falta. El relato no tiene sentido sin posibilidades de continuidad y allí adquieren relevancia los personajes jóvenes, las generaciones que no vivieron la revolución pero han crecido creyendo en la posibilidad de transformar el mundo, de cambiar la realidad fatal que pesa sobre el pueblo. Esas son las voces que interpelan a los protagonistas en relación a sus propósitos, sus formas de hacer y su visión del futuro. ¿Cuál es la posibilidad de cambio?, ¿una nueva revolución?, ¿dejar que las cosas sigan a cómo están?, ¿construir una nueva utopía? ¿Hay respuestas para todas estas preguntas?
El autor es un narrador que hilvana el relato con ojos de distancia, pero también es un protagonista que no puede sustraerse al relato. ¿Cómo guardar distancia de esa ficción tan real?, O al revés, ¿cómo guardar distancia de una realidad tan surrealista? Sencillamente, ¡imposible!