Puertoplateña, 27 años
29 enero, 2017
Marcelino Ozuna
– Marcelino Ozuna es el primer escritor dominicano en ser publicado por la editorial colombiana Oveja Negra, que en su momento publico a Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Juan Rulfo, entre otros grandes nombres de las letras universales. Es autor de crónicas, ensayos y biografías sobre Morgan Freeman, Leonel Fernández, Diego El Cigala, Frida Kahlo, Joaquin Balaguer, Michel Camilo, Sammy Sosa, Pedro Martínez, entre otros.
Le habría pagado toda una vida los favores de cama que recibía de ella. Con gusto. Sin decir esta boca es mía, o aquí me duele. Sin ripostar la cuantía, unos tres mil pesos promedio, entre las cinco Presidente duras, el motel de San Isidro y los mil quinientos pesos que le daba en cada jornada. Andrés Gustavo Fernández es el tipo de abogado con que se topa uno en las tertulias del país. Amigo de bailar bachatas los fines de semana, lavando en «Moreno car wash» la BMW del 14 para que lo vean todos, y, de vez en cuando, un viajecito a Nueva York, para joder a los demás con las fotos en Instagram. Llevaba cerca de ocho años con esta relación subterránea. Y al menos por lo que se veía, no daba viso de que quisiera respetar las luces en rojo. Parecería como si hubiese decidido apostarlo todo a Ángela Nicole. Le jura a Dios que no saldría por su voluntad de esas piernas de trigo; suaves y sedosas. Es que era mucho: para ser cristianos, la sonrisa de esta tipa tenia efectos medicinales. Una boca húmeda, como arándano maduro, y unos dientes sin peros, ordenaditos y uniformes, blanco hueso, limpios hasta la desmesura. Solía vestirse de azules fríos de Prusia, de jeans anárquicos, medio descoloridos, y zapatos altos, de los que suenan al caminar, como si trabajase en un banco. La miss, de 27 años, llevaba lentes Cartier ( de versión china, pero que importa, si son idénticos a los originales) y se puede jurar que olía a cedro azul todo el santo día. No dice uno a Andrés Gustavo Fernández… esta puertoplateña de 132 libras podría someter a devotos de aquí y de allá. Era temprano en su vida para ir al quirófano, porque mantenía enarboladas unas tetas indómitas y un vientre tallado a mano, pese a que le había parido un ángel de 9 años al primer marido. Nuestro abogado le había buscado un apartamento en Franconia, este de la capital, cuando le quedaban aun los estertores del primer matrimonio. Entre llamadas cruzadas, fueron cediendo a los primeros fulgurazos del amor, y hoy por hoy, todos sabemos, o deberíamos saber, que las cosas van para largo. Na que na. Ángela Nicole es la luz de la mirada del abogado, sin que nos de miedo decirlo en modo de cliché. Cada cierto tiempo tiene que oír a la esposa quejarse de olores ajenos en las camisas, o de enrostrarle gastos desconocidos en los bouchers del Scotia Bank. Hace poco lo emboscó pidiéndole contenerse, o abrir el camino de la separación, después de tres hijos, de entre 16 y 23 años. -No seguirás burlándote de mí, coñazo!. O te quedas con el cuero ese, o mira a ver lo que haces! Después de todo, no son tan malas noticias. Fijémonos que la esposa en despecho deja abierto el camino de la negociación. Una ruptura inapelable y definitiva supondría un enunciado de este tipo: «Quédate con el maldito cuero ese, coñazo! Yo me voy!» De cualquier modo, a nadie le queda claro, al menos en el corto plazo, que sean levantadas banderas blancas por parte del letrado. No hay un viernes de Dios que no se le ocurra una reunión con los clientes de Punta Cana, o con los abogados contrarios. La vaina es que las juntas culminan a altas horas de la noche, y en general dejan olores a Presidente. Y con argumentos muy pobres. Sabiendo todos que el togado no es hombre de entenderse con policías o con Amet, (mas envalentonados e insolentes que nunca) narra historias de acuerdos porque le falta el marbete, o porque hablaba por celular, o porque no llevaba cinturón de seguridad. Es tal el emperramiento que ni el mismísimo Andrés Gustavo Fernández está en condiciones de adivinar hacia donde maneja. Y esos tres mil pesos por jornada, los pagaría, dichoso, hasta el final de sus horas. El abogado se cree dichoso de poseer a la puertoplateña de 27 años. Incluso si debe seguir pagándole favores de cama.