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De ‘poetillos’ y literatura menor: Un sol sobre Managua

24 mayo, 2017

Ileana Rodríguez

– «La tarde transcurrió lenta, abundante y fresca. Bajo el árbol de mango, entre tragos, trozos de ‘bistec’, plátanos y quesos, irónicamente nos trenzamos en aquel diálogo con el cual tratábamos de alejar de nosotros la idea, un tanto desarmante y descorazonadora, de que en el fondo talvez no nos interesaba para nada el destino del pueblo» (69) (fragmento/epígrafe de Un sol sobre Managua» de Erick Aguirre)


Tarde fresca, lenta, abundante: a la sombra de un árbol de mango se sientan poetas y periodistas a platicar en el patio.  Sobre la mesa, boquitas para hacer durar el trago, delicia de pobres y de ricos, idea de la bohemia que viene con guaro y goce, risas y cometarios sobre las noticias más recientes; sobre las mejores y peores poesías de la literatura recién publicada; sobre los más y menos famosos; sobre mejores y peores, pasando el rato largo, tan largo como todo un día, como toda una tarde que se estira y de la que no sabemos con la vista ya turbia si “anochecía o quizás amanecía en aquel punto ciego intransitado de Managua” (5).   Mundo de hombres, los intelectuales del lugar, informados y bien pensantes.

Este es el libro de Erik Aguirre Un sol sobre Managua. Llegué a él impulsada por un comentario de Margarita Vannini quien un día me dijo, ‘me leí de un tirón Un sol sobre Managua’. ¿De qué trata? pregunté por cortesía y creo me respondió, ‘sobre Managua y el terremoto.’  Ah!  Prestámelo, le dije, para ojearlo. Ya en mis manos, pensé que de haberlo encontrado en la librería, jamás lo hubiese comprado.  Ni el título, ni la portada me fueron agradables.  En Managua, un sol sobre Managua suena redundante, algo que jamás debemos mencionar por las mismas razones que Borges advierte que no hay camellos en el Corán.  El sol que cae sobre Managua es vertical, aplomado lo escriben los poetas, sol que recuece la ciudad con temperaturas horno de unos 450 grados al hálito; 40 centígrados a la sombra—o casi.

Abro el libro con escepticismo, como uno más de los tantos y tantos que se encuentran hoy en el mercado, libros para todos los públicos, muchos que solo sirven para promover lo insulso, escritura comercial, recetarios para aprender a vivir a la ligera, romance como introito al sexo comercializable, o técnicas prácticas para cualquiera que sea la ocasión, desde el feminismo hasta el ácido reflujo.  Si, estamos en la era de la mercadotecnia escritural, moldes que se rellenan a base de porcentajes ‘sugeridos’ por las grandes editoriales.  Esa es la función poética que desea el mercado editorial con portadas sugerentes y títulos atractivos.  Yo prefiero la literatura ‘menor’, la que leen pocos y por eso me sorprende encontrarme con un libro que además de tener algo que contar, lo haga reflexivamente; un libro de pensamiento, y hasta con algo de lirismo—que ya es mucho pedir.

La primera frase, el primer párrafo de un libro cualquiera es para mí fundamental.  Las primeras líneas de Un sol sobre Managua me llamaron la atención por su deseo de reflexión—deseo sostenido hasta el final.  De estilo conversacional—polifónico, dialógico y carnavalesco, como lo pensó Mijaíl Bajtín—muchas de las reflexiones ocurren en diálogo con amigos, o en remembranzas de diálogos con amigos, o en comentarios sobre textos escritos por amigos, o en recuerdos de amigos y vecinos sobre la ciudad, el terremoto, la historia de Nicaragua, sucesos conversados en grupos de periodistas y poetas—todos amigos.  Así, entre amigos—todos hombres sí—pespunte a pespunte, se va hilvanando la atmósfera de comunidad, traída a rastras desde los barrios de la otrora Managua, sobre todo el de San Sebastián, que es mi relato favorito, hasta el pos- todo del hoy, con una información que hace renacer una ciudad inexistente, hoy que fue ayer, dos veces ayer, hasta una discusión sobre el colapso de aquella comunidad desintegrada por adversidades naturales y sociales—dos veces y hasta más.

Un sol sobre Managua!  Me pregunto el porqué del título pues no veo que sea la metáfora de un texto que trenza lo local, provinciano, circunscrito a una pequeña comunidad donde se dice que ‘todos’ se conocen, al mundo de la cibernética, del trabajo y producción inmaterial, a eso que se llama aldea global que en Un sol… se amarra a partir de un análisis preciosista muy disfrutable sobre cómo Jorge Luis Borges leería el mundo de los ordenadores y las redes.  Para quienes solo hayamos vivido parcialmente fragmentos de esta historia narrada, los nombres de poetas, periodistas y políticos constituyen un fondo de conocimiento atractivo para la reconstrucción de un pasado, guardado en el almacén de los recuerdos de Joaquín y Carlos, dos amigos entrañables que reconstruyen en el relato de amistad los hitos de su ciudad, dos veces en un mismo siglo ida.  Creo que el lector que conoció Managua, la idea del sol sobre ella será el de echar luz sobre lugares y acontecimientos de una topografía ausente. Ahí caminamos de nuevo las calles de esa ciudad desaparecida, presente solo en el recuerdo de los padres y abuelos de los protagonistas,  gente vieja.

San Sebastián fue uno de los barrios más antiguos de la Managua en que su padre creció.  En él estaban ancladas las dos ‘catedrales’ de la comunicación social de aquella época: Radio Mundial y La Prensa.  Y aun antes, en esa misma zona estuvieron diarios importantes como Flecha y La Estrella de Nicaragua…. San Sebastián tenía…otra particularidad…. Había quedado atrapado, junto a otros barrios antiguos como Santo Domingo y San Antonio por la modernidad de aquella época: oficinas, establecimientos, comercios cada vez más boyantes que hacían que las familias de arraigo en aquellos vecindarios, poco a poco fueran cediendo y buscando la periferia (124-125).

Ciudad caminada en la memoria que trae de nuevo el flujo de la vida, como recomienda Michel de Certeau en su “Caminar la ciudad,” donde las oficinas de los periódicos organizan el punto estratégico de mira hacia Managua.  Ahí sus caminantes se mueven a placer e intercambian miradas y sueños en una rutina que establece los ritmos de las prácticas de la diariedad hasta que esta queda cercenada por la muerte, primero, de Pedro Joaquín Chamorro, que es narrada con la sobriedad que requiere todo buen rendimiento de un drama y, luego, la de la entera ciudad; ciudad reconstruida metafórica y poéticamente en los cuentos de Juan Aburto y la poesía de Ernesto Cardenal.

Ahí, en esa ya simple idea de la ciudad, en esa relación “entre la singularidad de un procedimiento de verdad y una representación de la historia” (3), como diría Alain Badiou, volvemos al terremoto, mismo que, para quienes solo lo vivimos de fuera, resulta conmovedor y contundente en la historia de esa comunidad de afectos narrada entrañablemente por un personaje que cuenta la historia de vecinos y conocidos, un mundo absolutamente familiar; un mundo donde el lazo social permanecía intacto.[1]  Fue este lazo social y este sentido de comunidad, o del común, intuimos, lo que hizo posible la solidaridad y la insurgencia, mundo relatado por poetas que son, en este texto, los historiadores de la  ciudad perdida, entre ellos, naturalmente, el más solar, el del ‘Oráculo sobre Managua,’ cuyo nombre, como aconseja Borges no habría necesidad de escribir.  Solo él y Jorge Luis Borges se elevan por sobre el común del cuerpo lírico que arropa ese sol sobre Managua, sol que cae casi como maldición, o premonición, oráculo, señalamiento de límites en los que esta comunidad va sorteando, vadeando hasta sucumbir al peso de los tiempos pos- y neo-.

Un sol sobre Managua guarda esa memoria y esa trayectoria.  Es, si, tengo que repetirlo, un mundo de hombres.  Las únicas mujeres mencionadas de pasada son Gioconda Belli, Rosario Murillo, y Ángela Saballos.  La primera en una discusión sobre literatura, la segunda por su arduo empeño en el trabajo, y la tercera porque ‘era cosa aparte’ (129)—¿quizás porque también era periodista, o porqué si no? Los nombres más frecuentes citados son grupales, los de los poetas de la Generación Traicionada. ¿Porqué o por quién fue traicionada esa generación?  El nombre más sobresaliente ahí es Edwin Yllescas.  Hay un promocionamiento de él y de Juan Aburto, como si se dijera que han sido relegados por la ignorancia y hasta parece que aconseja volver a ellos para conocer la historia de lo que fue la modernidad en Managua—la modernidad y el momento de la esperanza y luego el de la desesperanza o desencanto, de nuevo, una desesperanza que primero fue política, luego, natural-geológica, luego política de nuevo y así oscilando entre una catástrofe y otra, la idea de que aquí no se puede levantar cabeza porque aquí se vive de sismo en cismas a perpetuidad—idea como subjetivación de una relación entre la singularidad de un procedimiento de verdad y una representación de la Historia.

A medida que uno va leyendo, uno se va preguntando qué tipo de texto es este: ¿es una novela, una crónica, un testimonio, conato de autobiografía? El texto parece ser todo ello pues pide prestado a todos esos géneros que arropan en sus pliegues el relato de memoria, de una memoria histórica ficcionalizada, si podemos instalarnos cómodamente en esa aporía.  El híbrido resulta bien; quizás el híbrido es, como decía Canclini, la esencia inventiva del continente nuestro.  A mí lo que me interesa es el encabalgamiento de tiempos, ahora estamos en el relato del terremoto, ahora, en el del mundo de los periódicos, periodistas e información; ahora en el de la reflexión literaria, filosófica o política; ahora en Managua, la aldea local, con sus nombres propios, ‘todos’ conocidos de ‘todos’.

Doña Gladys Castillo, presidenta de las Damas Grises de la Cruz Roja Nicaragüense a quien ningún socorrista iba a rescatar…; doña Mercedes viuda de Baltodano y su hija Mercedes; Fanor Otero, Doña Carme viuda de Balladares, Flor de María Vega Meléndez, hija del periodista Manolo Vela; los hermanos Freddy, Odilí y María Antonieta Días; las jovencitas María Dolores Manzano María José Torres, Lorena Sánchez… (54).

Y así, dos párrafos enteros, o

En la esquina de nuestra cuadra, el pobre Raúl Téllez, demasiado anonadado para llorar, sacaba los cadáveres de su esposa y sus nueve hijos…. Doña Soledad Largaespada, viuda del periodista David García.  En la acera del frente…doña Etelvina Narváez y su nieta; más adelante…don Apolinar Mendieta y su nieta, y la pobre Nancy Olivares, con los ojos elevados al cielo, abrazaba a su hija muerta… (131).

Ese mundo comunal es en el momento del relato suspiros en el aire, “cascarones de casas como huevos podridos y quemados/paredes ahumadas/ventanas como cuencas sin ojos….pisos pegados unos con otros como naipes/….los cines con la barriga reventada (Cardenal, 336)—Hiroshima mon amour, Nagasaki.  Un terremoto en el 31; otro en el 72; y luego la guerra en los 80.  Por eso la psicóloga Marta Cabrera sostiene que hemos acumulado duelo sobre duelo.

Toda esta pesadumbre es objeto de reflexión identitaria: qué es el managua en una ciudad en la que en segundos todo se hizo nada, donde “al miedo del momento se sumaba el miedo del futuro” (47).  ¡Pachacuti! ¿Qué identidad es posible en tales circunstancias?  ¿La identidad que se mancuerna a una poética nacional, a un modo conceptual de pensar lo político?  La generación pos-terremoto piensa la posibilidad de una identidad política y reflexiona sobre la democracia.  En boca de Carlos, uno de los personajes principales, “Las reformas democráticas que tienen verdadero éxito son aquellas que poseen raíces en una conducta generalmente favorable a ellas” (18).  Atribuido a Isaiah Berlín, gran pensador liberal, la idea sirve para reflexionar sobre la identidad cultural de Nicaragua,  país donde tal pensamiento o hábito parece mermar debido a sus carentes raíces liberales.  Pero también, la reflexión sobre la democracia es una plataforma para saltar a la idea del pluralismo, propia del período revolucionario, que tampoco nadie parece entender pero que  Carlos, gran desasosegado como el de Fernando Pessoa, define como “la posibilidad de construirse cada quien sus propios valores, no que todos ellos tengan igual dosis de verdad, mucho menos que solo uno de ellos la tenga por sobre la supuesta nulidad de los demás” (19).  Y al mismo tiempo afirmar que siempre debe existir la posibilidad de contradecir, refutar, criticar.

La poética también es fuente de identidad.  Para Aguirre la creación poética  es “un duro oficio al que hay que entregarse por entero” (27).  La poesía y la figura del poeta son centrales al texto.  Quién es quién y quién es cómo es el objeto de varios capítulos para averiguar de qué vive “‘Ese medio poeta’…es decir, medio payaso, medio anormal” (27) como lo piensa y habla la gente.  Entre los mencionados, solo Alejandro Valle,  “propenso a extraños arrebatos histéricos,”  se daba el lujo “de vivir la verdadera vida de un poeta sostenido económicamente por su familia…dedicado cien por ciento a absorber las vivencias de su vagancia cotidiana y a escribir solamente poesía” (72) A diferencia de los poetillas desdoblados, mitad poetas mitad periodistas.

Ser poeta es esencial para escribir la identidad nacional, como lo es ser periodista, aunque “la adquisición de una identidad cultural básica es un proceso complejo y paulatino” (30), como dicen los sociólogos y una en la que el “managua legítimo…se enfrenta a un enorme problema sociocultural que le dificulta la adquisición de una identidad completamente definida, por lo menos en relación al resto de los nicaragüenses” (30).  Porque “al menos los paisanos de otras ciudades tienen barrios, calles, construcciones antiguas, referencias geográficas, urbanas, arquitectónicas, históricas y hasta morales” (30-31)—mientras los managuas son ‘descoyuntados,’ ‘inhóspitos,’ ‘hoscos,’ ‘autocompadecidos,’ ‘sadomasoquistas,’ ‘marrulleros,’ llenos de un humor inagotable—en las clases medias me corregía un doctor y aunque bien oí lo dicho, quise descreerlo.  Recuerdo a la psicóloga Sonia Duque Estrada, que siempre quiso escribir sobre la identidad del nicaragüense, de otra manera que lo hiciera Pablo Antonio Cuadra, y ese deseo de escribir, codificar, dejar archivado un pensamiento sobre la identidad persigue a los que piensan y escriben porque sienten que no la hay o que es huidiza, algo que apenas si se atisba: “el managua de hoy es un ser sin identidad que anda en busca de algo que le dé su hábitat, una estructura corporal de verdadera ciudad, una estructura sentimental, histórica” (32).  Debido a la fragmentación, a una geografía dividida, esa no-ciudad-ciudad es un baldío, “surcada de potreros y ‘baipases’ que nos separan y nos dividen” (31)

En poesía los Vanguardistas gobiernan: en los 60s, la Generación Traicionada contó con su tutela.  Ellos

Apoyaron sus tendencias burguesas y extranjerizantes…su desarraigo de la realidad, su irresponsabilidad social, su nihilismo, ecos superficiales de la generación Beatnik norteamericana de aquellos años…. Igual apoyaron en su momento a Martínez Rivas, Mejía Sánchez y Cardenal…. El mismo grupo Ventana…contó también con la tutela de los entonces ya bastante veteranos vanguardistas sobrevivientes (62).

Este es un mundo donde los poetas se conocen y mutuamente se leen y se comentan, “Por eso la escena de Yllescas y Roberto Cuadra escuchando en silencio la lectura de Cardenal en mayo del 73, a la larga resultaba lógica” (64).  El Oráculo, “Ahí empieza Acahualinca, las casas de cartón y lata/donde desembocan las cloacas” (323) es un poema largo y lo escuchaban esos que se alejaron  del compromiso político y se empeñaron por no ideologizar sus textos.[2]  “Managua que en los años sesenta hervía de intelectuales entregados a la moda de la ideologización del texto, lo cual fue llevado a niveles de exageración con la llegada al poder del Frente Sandinista” (64).  Ahí grandes y menos grandes, los que el narrador llama ‘poetillas’, una vasta literatura minoritaria, en el sentido de no tan famosa, o no tan de mercado, ¿quizás por el desgajamiento de lo político?  Ahí están Francisco Urtecho, Alejandro Valle, Erick Blandón, Mario Cajina Vega, Beltrán Morales, Raúl Calero, todos revueltos como si la Generación de la Revolución tuviese espíritu democrático en el sentido arriba mencionado.  Y de la historia literaria se ocupa Joaquín Medina, el personaje narrador, dedicado a “valorar a los escritores, a escribir sobre ellos, sobre los libros de poesía que publican… [dice] Me he tomado en serio la tarea de catalogar a los escritores de este país, a periodizarlo, a escribir sobe ellos.  Sin embargo…nadie hace lo mismo conmigo” (67).  O sea hay un intento de sistematización y una dedicación a la historiografía literaria a más de una profesionalización sobre el juicio estético.

Pero se mantienen fijos los límites entre la crítica política y la literaria, y dice Carlos hablando a Francisco Urtecho:

Por ejemplo, a pesar  de mi disgusto porque tu poesía, siendo tan  buena, sea mucho menos popular que la de Gioconda Belli…. Es cierto, la gente menciona más a Gioconda Belli, a Leonel Rugama, a Ernesto Cardenal, no solo porque abordan directamente asuntos políticos, sino porque ellos mismos constituyen una realidad política.  Yo he trabajado con calidad mi obra, pero no tengo esa popularidad simplemente porque es poesía de reflexión metafísica, basada en referentes ontológicos, aunque también está llena de elementos concretos de mi vida personal, de mis lecturas, mis amores, mis experiencias eróticas, mi relación con la música, los viajes, en fin (68).

Está pasando un juicio estético a lo político que remata con la siguiente observación: “Probablemente el contexto, la cotidianidad cultural que, voluntariamente o no, impuso la época revolucionaria haya condicionado el gusto literario nacional de manera que ahora sólo tenga aceptación la frivolidad y el martirologio” (68).  Nada garantizaba la excelencia literaria, ni la palabra severa, ni la abierta simpatía política—entonces qué la garantizaba?  ¿La poesía pura, la suficiencia intelectual?

Por último, las mujeres mencionadas son genéricas: las madres y las muchachas. Solo Belli, Murillo, Saballos son singularizadas, pero estas tres son pre-textos para otras discusiones: Belli para la de la literatura, como vimos arriba; Murillo por estar primero ligada al periodismo y luego a lo político y Saballos ‘por otras razones,’ por ser periodista, propuse arriba.  Tres son singularizadas en su carnalidad, una es la Chalía y la Marlene, nuevo punto en la nueva y caótica urbanidad de Managua pos-terremoto del 1972; la otra es la dueña de una galería de pintura.  De ellas, me encanta la Chalía por fea.  La Chalía,

En realidad se llamaba Rosalía Martínez, y había heredado tanto el nombre como la cantina de su difunta madre.  Tenía setenta y ocho años y era jorobada, estrábica, aguileña. Solía sentarse junto a la cortina, cubierta por una fina capa de polvo, que servía  de puerta a su dormitorio.  Allí permanecía contemplando al mar de bolos que se congregaba casi a diario en su cantina, lista a servir las mesas o a dar cambio para la roconola (219).

Fea, vieja y pobre era la oportunidad de construir con ella un gran relato.  La dueña de la galería es un simple pre-texto para el despliegue de la osadía masculina que publicita una conquista sexual bastante ordinaria:

Nos acompañaba la dueña de una galería…. Una mujer de tez muy blanca, ojos lujuriosos y anchas caderas ondulantes a quien Valle empezó a enamorar desde que llegamos al bar….  Durante todo ese tiempo y aprovechando la confusión, bajo el mantel rosado el poeta empezó a acariciar furtivamente las piernas de la señora de ojos lascivos.  Empezó con  las pantorrillas y siguió con los muslos hasta llegar al mancuerno (72).

El mancuerno?  Hay que ser un poquito más imaginativo para que a uno las mujeres lo respeten sexualmente, poeta! Pues eso de que

llegó el momento”, y se fue tras las ancas de la mujer a restregarle repentinamente la verga tiesa, visiblemente pronunciada bajo el pantalón.  Ella dio un gritito haciéndose la sorprendida y se volteó.  Valle se le prendía de las tetas y empezó a besarla, a restregarle de nuevo la verga pero esta vez adelante, en el mancuerno…. Hasta que a ella por fin no pareció importarle nada, porque ya le habían levantado las piernas y le besaban con fruición el mancuerno, lo que la hacía gemir y revolverse como un prisionero en el cuarto de suplicios (74).

Es un poco aburrido.  ¡Bueno!  ¡Qué remedio!  Pero además, el lenguaje y la circunstancia están fuera de juego, ‘out of character’, en otro estilo, otra coreografía, más prosa Franz Galich o Castellanos Moya que el sostenido reflexivo a que nos acostumbra Aguirre.

Aclaro para terminar el título de este breve ensayo. La palabra ‘poetillo’ la pido prestada del autor.  En contexto, ese término para mi significa principiante, aquél que todavía no ha alcanzado el rigor del oficio, por eso el diminutivo ‘illo’ un tanto despectivo pero no tanto como ‘poetastro.’  El término literatura menor ya lo expliqué anteriormente.  Literatura menor es la que se lee menos, por cualquiera razón que esto sea, porque es producida por minorías o para minorías.  Para mí es un término laudatorio.  Así uno estos dos términos para significar una tensión que se refuerza.

Finalmente he de decir que Un sol sobre Managua es un libro que me encantó.  Lo leí línea a línea disfrutando el ritmo de la prosa, la limpieza sintáctica de la frase larga, adjetivos, adverbios, frases adjetivales y adverbiales en su lugar, y asombrándome de una ciudad que existe a pesar de haber sido destruida.  Esta es una ciudad que solo visité de pasada unas tres veces pero de la cual conocí en carne propia sus dramas.  Por eso la siento como mía in absentia.  Me agrada entrar a un mundo hablado ampliamente por la cultura oral tan dada a documentar lo que no se ha escrito.   Guardo una frase sencilla que lo dice todo: “Habían muerto casi todos los lustradores que se situaban cerca de los mercados” (38) y me pregunto con el narrador, “en qué resquicio de aquellos cuerpo destrozados había quedado ese hálito de vida en lucha con la muerte” (38).  Amén.


 

NOTAS

[1] Alain Badiou.  LA IDEA DEL COMUNISMO (Traducción y establecimiento al español: A. Arozamena).  Capítulo IV de L’Hypothese Communiste, Circunstances 5. Nouvelles Éditions Lignes, 2009.

 [2] Ernesto Cardenal.  A Nicaragua.  Poesía de Uso.  Buenos Aires: El Cid Editor, 1979, 323-362.

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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.