corea torres

Memorial de la lejanía, prólogo de la novela «Un héroe extraviado»

23 mayo, 2017

Corea Torres

– Ojo de agua de muchos relatos, la novela denominada histórica, aporta, dentro de los cuadros de ficción y realidad, un registro de suyo nutricio para los anaqueles de la memoria. En esta aciaga, como entrañable historia de vida contada en Un héroe extraviado, opera prima de la narradora Sarahí Jarquín Ortega, nos entrega, según el comentario crítico de Corea Torres en el prólogo: “La locura violenta generada y que presidió los sangrientos hechos en la península ibérica, durante ese triste episodio conocido como Guerra Civil Española, que marcó con doloroso herraje el caminar de los partícipes del episodio, trasvasando las obvias consecuencias en sus descendientes”. Uno de ellos, Lázaro Mena Fructuoso, el protagonista, residente de Puebla, México, y recientemente fallecido en el pasado mes de abril.


Sarahí Jarquín Ortega*

Hilary Mantel, esa extraordinaria narradora inglesa (Dos veces ganadora del Premio Booker (2009 y 2012), desde su rigor autocrítico se pregunta de modo reflexivo en algún momento de su vida creativa que si: “¿Escribir una novela histórica es otra forma de hablar con los muertos?” Y se contesta lúcida e inteligentemente:

“Cierto. Los videntes y los escritores pasamos el día con personas ficticias o con muertos. Los dos oficios consisten en abrirte y decir: ““Voy a ser el vehículo de tu historia, habla a través de mí…”” …Un proyecto de esa naturaleza te convierte”, asevera Hilary, “en sirviente de los muertos. No puedes apartarte totalmente del cuadro, pero puedes encogerte en una esquina del marco para darles a ellos el mayor espacio posible”, y es lo que yo creo que Sarahí Jarquín Ortega ha hecho en esta historia, pero referida desde la voz de un, sobreviviente, de un testigo de los hechos narrados.

Venero de trágicas historias, la Guerra Civil Española ha procurado a la memoria colectiva, un registro exhaustivo cuya sustancia nutre los anaqueles del recuerdo.

La locura violenta generada y que presidió los sangrientos hechos en la península, marcó con doloroso herraje el caminar de los partícipes del episodio, trasvasando las obvias consecuencias en sus descendientes.

Mucha tinta ha corrido refiriendo los sucesos. Análisis históricos, sociológicos, amén de las ficciones, han dado cuenta de posturas políticas, conductas y padecimientos de sus protagonistas, aunque vale decirlo: nunca es suficiente lo dicho, porque siempre sale a la luz algún detalle, matiz, o historias ocultas por razones a veces inexplicables; sin embargo no escasean interesados en revivir los tiempos para mostrar esos acontecimientos vueltos importantes desde su perspectiva, y proceden a entrarle al toro escritural, pensando en que su aportación creativa, relance, motive la lectura, re-sitúe aspectos torales de la conducta humana ante hechos tan dolorosos y así, con los nuevos ojos puestos en función del relato, intentar conmover al espíritu lector.

Literariamente hablar de algo tan hablado, conlleva el riesgo de desplomarse en el lugar común, es decir, aparecer como una crónica más de las tantas que pululan en el vasto territorio de las publicaciones, eso representa una desventaja y Sarahí Jarquín, autora de este libro: Un héroe extraviado, lo supo siempre: asumió el reto por cuanto la temática de la ya mítica Guerra Civil en España, ha sido abordada profusamente, sobre todo en la vertiente orientada a contar los padecimientos de los infantes, hijos de los derrotados republicanos expuestos al exilio. Niños sujetos al brutal desmembramiento familiar por ser descendientes de quienes habían perdido la batalla.

Sarahí Jarquín tuvo claro, así lo pienso, en la concepción de Un héroe extraviado, que poseía entre sus tesoros más preciados la amistad de un testigo directo de la Guerra, un niño de los que viajó desde España a Morelia, México, de nombre Lázaro: personaje cuya actitud y manera de asumir su circunstancia, lo dotó de una dignidad fuera de rango para no permitirse transmitir, de ningún modo, una imagen negativa del ser humano, y vaya que tenía suficientes razones para hacerlo. Sarahí supo tratar el testimonio directo de Lázaro, vitalizando la ficción, confiriéndole un estatus valorativo de verosimilitud para que lo dicho por Lázaro fuese lo más cercano a su sentir, sin dejar de lado el desgaste lógico del recuerdo, producido por el inclemente tiempo de un poco más de ocho décadas, anteponiendo, así se advierte, el ferviente deseo de este héroe de carne y hueso, no acartonado, mucho menos vuelto mármol por la leyenda y el mito concurrentes en la Guerra, para dejar constancia de su experiencia.

Portada-Un-heroe-extraviadoUn héroe extraviado posee virtudes literarias reconocibles, creo justo señalar la morfología para construir un entramado en donde se dieran cita, además de Lázaro, otros personajes no menos protagonistas de los acontecimientos. A la autora le pareció adecuado el ejercicio mayéutico para sonsacar la historia de vida de Lázaro Mena Fructuoso, provista, claro está, de las dosis de intencionalidad, a propósito de mantener intriga y suspenso como sustancia. Sarahí no perdió de vista que el protagonismo acusado de Lázaro debía ser observado como figura preponderante y decidió dejar puerta libre para escuchar la voz de su entrevistado, con toda la cálida nitidez y desparpajo del “flujo de conciencia”, así como lo concebía Virginia Woolf, para efectos de conseguir eficacia narrativa.

La relatoría de Lázaro está siempre a todo lo largo y ancho de la novela, pero existen otras voces acompañantes cuya notoriedad no atenta el curso narrativo, más bien enriquecen, diría yo, los alcances del fresco en que llega a transformarse lo contado, porque Gregorio y Salvadora, padres de Lázaro, mantienen importancia presencial, asimismo la gracia e ironía de la abuela Catalina, las aportaciones de amigos y vecinos de la familia Mena Fructuoso, perfilando, de ese modo, postales de las cotidianidades catalanas, en el espacio conocido como L´Hospitalet de Llobregat. Mientras tanto José y María Teresa Mariné, suegro y esposa de Lázaro, ya en México, adquieren también jerarquía protagónica en los momentos en que el Presidente Cárdenas decide apoyar la migración de los ahora conocidos Niños de Morelia. En esta etapa el libro ofrece una radiografía de puntos de vista y sentires de los exiliados españoles llegados con anterioridad, aunque también de la población mexicana ante los asuntos que se desarrollan alrededor de la diáspora ibérica.

La contextualización de los hechos, tanto en los inicios como en el desenlace, presenta, la obligada referencia a la Historia, con datos geográficos y noticias de los diarios debidamente constatados.

Figuras emblemáticas del episodio no podían, ni debían ser soslayadas por la autora, habida cuenta que el tristemente célebre Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, con sus respectivos adláteres, por el lado español, y el Presidente Lázaro Cárdenas, en territorio mexicano, se construyeron por sí solos una omnipresencia inevitable, dadas las acciones en las cuales estuvieron involucrados; incidentes, como quiera que sea, en la vida de Lázaro Mena. Todo lo anterior reconoce la información fidedigna obtenida por la autora, que desde los inicios del proyecto tuvo que procurarse una vasta como metodológica investigación que devino, mientras se desarrolla la historia, en un eficaz acuerpamiento del testimonio oral de Lázaro.

Me resulta difícil, por otro lado, apartarme de la percepción que Un héroe extraviado, se circunscribe a esa clasificación conocida como: novela de formación, en donde se expresa el desarrollo tanto psicológico y físico, como el ético y el social de una persona, comprendido desde su infancia hasta la vejez, aunque no necesariamente siempre en felices términos. Ejemplos paradigmáticos de esta corriente novelística, válganme la digresión, se muestran en Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil, al igual que con Joyce en Retrato del artista adolescente; mucho más temprano Goethe con Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister –a quien se le atribuye haber marcado las normas o tendencias en este tipo de narrativa-.

Sarahí Jarquín, al igual que los autores mencionados “incursionan ávidos de asombro en el pensamiento del, o de los protagonistas”, por intermedio de la entrevista, en el caso de Un héroe extraviado, pero también al “monólogo interior –flujo de conciencia, nuevamente-, para reproducir lo que sucedía en sus mentes justo en el momento en que  captaban el suceso, pero además situando la imagen de dicho protagonista en un espacio y tiempo, vinculados de algún modo a los autobiográficos del autor, y en los que, aspectos tanto socio-culturales, como históricos, retratan el accionar e identifican a la sociedad de la época” –cita Batjín-, y claro, el contexto que habita, y la circunstancia existencial del personaje en cuestión.

Concordarán conmigo en la idea que la hipérbole se inmiscuye de forma inevitable cuando se refieren cosas que nos atañen, es decir, las experiencias propias al ser compartidas, se magnifican, sobre todo si ya se ha traspasado el tamiz del tiempo y la nostalgia invade el espíritu. En este punto neurálgico de la historia, quien emprenda la tarea de relatarla estará consciente de mantener el equilibrio narrativo para evitar la vanagloria vacua, la lágrima fácil del melodrama mercachifle, la cursilería; en este sentido Sarahí ha hecho una encomiable labor para desprenderse de ese lastre. No olvidar: estamos ante un ser humano púber, en el arranque de su desarrollo existencial, al que le fue corroída la ingenuidad desde sus raíces por el punzante accionar del mundo real, representado en una Guerra Civil de la cual no tenía antecedente alguno, y mucho menos entendía. Inerme ante los hechos tuvo que buscar asideros sentimentales, emotivos, y de formación afectiva en otros lares por completo disímiles del propio. Familia y amigos extraviados, perdidos en una distancia prácticamente insalvable. Un niño: Lázaro, transmutado en hombre en un territorio extraño que, sin embargo, pese a tribulaciones y peligros experimentados ha tenido arrestos y valentía para proclamar con genuino orgullo: “Si volviera a nacer le pediría a Dios, que me permitiera, además de hacer lo mismo, dedicarme a servir a México”.

Lección de sensatez, de dignidad, quizá, acaso una toma de conciencia en la aceptación de humanidad para lograr acoplarse espiritual, moral y socialmente con los habitantes de la tierra en la que nos toca vivir, tal vez.

Queda claro, la novela Un héroe extraviado, lograda por Sarahí Jarquín se asocia entrañablemente con aquella idea expresada por Maurice Maeterlinck: “…Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosos tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro.


* De origen oaxaqueño, Sarahí Jarquín Ortega, narradora y novelista, nació en 1951, en el Rancho de Mengolí, Oaxaca, pero reside en Puebla desde la edad de once años. Maestra de profesión, ahora jubilada, ejerció el magisterio durante gran parte de su vida. Ha publicado Un héroe extraviado, Ed. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2017 Colección Asteriscos. Un rayo de luna, Ed. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2017.

Comparte en:

Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).