corea torres

Con la cálida luz de su mirada: Prólogo para «Coronación de la materia»

25 julio, 2017

Corea Torres

– El vasto repertorio de la expresión poética que en la actualidad se despliega, no hace más que refrendar la dinámica y vigencia de la Poesía en cualquiera de sus formas. En el territorio de la literatura el poema busca acomodarse ante los lectores, y quienes la crean convencidos de su vocación escritural asumen los riesgos implícitos de su elaboración. Precisamente en ese afán de mostrarla, hacerla más leída y establecer los nexos que se generan con la palabra mayor, Corea Torres ofrece, en el prólogo del libro Coronación de la materia –aquí presentado-, del poeta veracruzano residente en Puebla, Mario Viveros, las vetas de una escritura que insiste en el compromiso vocativo de honrar cosas, paisajes y sentimientos, asumiendo con ello el privilegio de nombrarlos con sus palabras, con su poesía.


En su admirable y perseverante condición de poeta Mario Viveros confronta, transige con las palabras hasta conseguir el acuerdo que su sensibilidad desea expresar.

La escritura en Mario es una pulsión incesante, convertida desde siempre en práctica de vida, en forma de ser, estar y comunicarse con sus semejantes. Hasta este nuestro tiempo actual no le ha permitido dormir a su pluma, conserva vital la constancia para no suspender la exploración estética en la cual está embarcado desde cuando se percató de su vocación escritural. La innata capacidad para congelar imágenes y plasmarlas en textos no hace más que refrendar su posición ante la creación literaria. De qué manera entonces conjurar el hechizo de la Poesía que lo tiene poseído, no se me ocurre otra más: tiene que seguir escribiéndola, diciéndola.

Entre el autor Mario Viveros y la Poesía se desarrolla un acto de amor, cuya comunión genera un ambiente de soledad creativa, un espacio íntimo y tan suyo donde después de lidiarlo, acepta gustosamente el compromiso vocativo de honrar cosas, paisajes y sentimientos, asumiendo el privilegio de nombrarlos con las palabras.

Tengo muy presente la aparición de este versificador veracruzano porque me ejemplifica una labor tesonera en el ámbito de las letras poblanas, por cuanto permanece en la brega artística depurando sus concepciones. Desde sus iniciales pasos en Dainzú, desde aquellos versos encendidos que, a lo largo de su tarea diaria con los libros le aparecían en su imaginación, para después trasladarlos a poemas, pieza a pieza, como un amoroso alfarero que posterior a la ardua labor con el barro, decanta excesos, purifica imperfecciones, contrae con su misma obra, un ejercicio vigoroso de rigor hasta conseguir el lienzo que persigue; desde esos instantes lo he leído.

Y veo que no ha extraviado su mirada en otros asuntos que no sean los de la observancia detallada del paisaje ante sus inquisitivos ojos. Le es prácticamente imposible desprenderse de la obsesiva ejercitación creativa; sin concesiones escarba en el lenguaje para hallar los versos que manifiesten lo aprehendido por su retina. Mario ha tenido la magia de generar una serie de recursos semánticos para sonsacarles connotaciones más allá de las naturales, entremezclándolas en un depurado cultivo de la imagen. Encuentro ya en su creación la voz genuina del autor comprometido con el decir distinto, porque si nos atenemos a la conceptualización de Hugo Gutiérrez Vega, ese gran poeta jaliciense, cuando declara que: “La primera tarea de un  poeta es descubrir su propia voz. Todos tenemos una voz al escribir, sólo algunos son conscientes de ella desde sus inicios. Ésos son afortunados, porque otros tienen que lidiar mucho para descubrirla. Y luego resulta que nos percatamos de que no es un timbre distinguible, sino uno más del montón, muy parecida a las de otros. Entonces llega la segunda tarea obligatoria del poeta: desarrollar la propia voz. No importa si es pequeña o enorme; lo esencial será desarrollarla hasta tornarla única, particular”, y eso, creo, Mario lo ha ido labrando verso tras verso a través de sus obras anteriores, cito Decir que temblamos en este fuego de la memoria y En la piel del relámpago, por ejemplo; en ellas se asoma con pertinaz recurrencia ese deseo de aglutinar la experiencia sinestésica de la visión en poemas comprimidos, propuesta que lo compromete con la densidad y prácticamente lo obliga a cantar con voz precisa y de ese modo acaparar la brevedad milimétrica de los signos e imágenes en el afán de capturar la aventura humana.

La perseverancia de Mario por su exploración estética es producto de una pasión, que según palabras de su amigo, el poeta chihuahuense Gaspar Aguilera, lo atosiga desde siempre, al igual que la vocación por el lenguaje, de ahí su atrincheramiento en el laboratorio personal donde depura la expresión del paisaje cotidiano hasta tornarlo en misterio, en sensuales sugerencias.

“Reconocí sus pies, su estatura,
 reconocí el manto de su cuerpo.
 Reconocí el andar de sus pasos,
 Sus ojos finitos de trigo,…”

Tal parece que para él, ser poeta es convertirse en un inverosímil animal cuyo destino no es un yo íntimo enmascarado, sino un yo orgulloso de su profunda verdad, enlarvada en las vísceras y la razón dando paso a la inquietud lacerante que le mueve el espíritu: la Poesía, que ahora expone en este libro Coronación de la materia, de recién manufactura –me parece el quinto poemario publicado-. Me doy cuenta que allí Viveros se inspira y transpira la luz necesaria para alumbrar con sus versos, y que además continúa incansable a la caza de contenidos y expectativas, denotando mayor concisión y riesgo en la expresión. Sus señales, emblemas y símbolos continúan vinculados con lo observable por la mirada sensible de un voyeur natural de las cosas. Desde el título, Coronación de la materia, de suyo un tanto inabarcable, logra conjuntar un corpus poético con un acervo de palabras que le suenan y son, a mi parecer, las gemas imaginativas de un acechador permanente del fenómeno poético y sus manifestaciones.

“Sigue siendo octubre
los ojos de la lluvia
se han dispersado…”

Coronación de la materia más allá del libro de poesía es atmósfera iluminada, auténtica celebración del lenguaje. Las palabras, siervas de su corte real están a su disposición como veneros de la efusión visual. Mario se rodea y regodea con ellas y sin más, urde, argumenta, precisa su poesía, acotándola en versos lacónicos cuyos destellos hacen distinguible, un poco más, el hallazgo en estos yacimientos de revelaciones.

“Fuego de aire que crece y palpita
en la luz violeta de los ojos…”

Es la poesía de Mario, en Coronación de la materia un universo regido por el sentido de la vista, la mirada profunda que barre los senderos de la luz, de la noche, humedecidos por la cálida humedad de una lluvia bienhechora. Es evidente que la carga delicada, sutil de sus imágenes, poco tienen que ver con temáticas relacionadas al deterioro físico de las personas o de la naturaleza, ni con la desesperanza, como tampoco con la tristeza por las circunstancias tan dramáticas de la actualidad, más bien asocia su decir a la consecución de los poemas, a la agonía por descifrar lo expuesto ante su vista y convertirlo en escritura y claro a los alcances de la propia Poesía mediante estampas, visiones del mundo y de su alrededor en continuado alumbramiento, erigiendo el personal y sentido homenaje al quehacer de su oficio posterior a la anábasis, ese viaje interior al que alude en uno de sus poemas.

Circula a través de las arterias de Coronación de la materia una sangre pulsante, plena de “claridades súbitas”, de “vibraciones secretas”, a decir de Octavio Paz, como sensaciones originadas por la contemplación de los retazos de realidades experimentadas, y cuyo eco resuena de poema en poema. De pronto se me viene la figura de un fotógrafo armado con su cámara, que se instala en lugares insólitos que a él le parecen importantes, para desde esa atalaya hacer click y apresar lo afocado: “azules mariposas”; “un hombre con Biblia en mano”; “el rostro de la luna”; “una parvada de tonos grises”; “el espejo donde la muerte irrumpe”, “la risa de los ángeles”; “las muchachas bailan un danzón colorado de naranjas”, “como la luz duerme en la plaza”, “el vertiginoso mármol del día”, “el vuelo ligero de la infancia del niño Icaro”, y después, en soledad, desarrollar el proceso creativo, es decir: capturado el instante conferirle majestuosidad.

Sueño, noche, lluvia, luz, tiempo, son los sustantivos ejes que rigen este poemario como reino absoluto de lo cual se nutre, son asimismo, también preferidos por el poeta en los ya citados libros Decir que temblamos en este fuego de la memoria y En la piel del relámpago, sobre todo la  luz, significativo referente del poeta, quien no deja escapar la oportunidad para invocarla de nuevo.

Coronar la materia se significa para Mario Viveros, así lo entiendo, como la culminación de uno de sus actos trascendentales: el asombro, tal como lo manifiesta con sus propias palabras:

“En tu rostro,
 las golondrinas
 se aposentan
 bajo el signo
 de la inocencia.”

Pero qué hay detrás de esa mirada tan ocupada en los detalles ¿Cuál es entonces la premisa que recorre el libro? ¿Cuál la preocupación estética y de fondo que prevalece en Coronación de la materia? ¿Los objetos, las inanimaciones, el paisaje, las sensaciones, el espectáculo visual, la edificación del texto poético? Parece ser que sí, así se siente, porque  cobran vida ante la invectiva del autor al sentirse tocadas por su creatividad.

“Escribir un poema es presenciar lo testimonial,
 concretar con palabras la respiración de la música.”

Evodio Escalante, magnífico crítico literario, escritor mexicano, nos recuerda y ayuda con su proposición: “El poeta no es nadie si no está al servicio de la poesía, si no se vuelve un obediente fiel de lo que dictan las palabras. Se equivocaba Vicente Huidobro: el poeta no es un pequeño Dios que decide crear imágenes y metáforas insólitas con el fin de sorprender al atento auditorio. El poeta no es sino el sirviente fiel de las palabras”. Entonces la servidumbre de Mario ante la Poesía es innegable. La única y final soberanía, podría decirse, es la del compromiso con el lenguaje, con la escritura, y aquí en Coronación de la materia responde, según mi lectura, a su preocupación toral: la misma poesía, esa que “atiza la lumbre/ para que arda mi corazón”.

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).