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Renato Cisneros: En busca del padre detrás del militar

30 julio, 2017

Fernando Chaves Espinach

– René Cisneros, Perú, 1976. Periodista y escritor. Son suyos los poemarios: Ritual de los prójimos (1998), Máquina fantasma (2001) y Nuevos poemas italianos (2007). Y de las novelas Nunca confíes en mí (Alfaguara, 2011) y Raro (Alfaguara, 2012). Esta última con la colaboración del ilustrador peruano Alfonso Vargas Saitua. Por once años escribió para el diario El Comercio. Ha conducido programas de radio y televisión en su país. Actualmente firma una columna semanal en la revista «Somos» y es corresponsal del Grupo RPP en Madrid, donde reside desde el 2015. Su tercera novela, La distancia que nos separa (Planeta, 2015) fue finalista de la II Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y lleva agotadas cinco ediciones en Perú en menos de un año. Ha sido publicada, además, en México, Argentina, Colombia y Chile por Seix Barral. Este año ha aparecido en España con el sello de Planeta, y en Francia gracias a la prestigiosa editorial Bourgois.


Luis Federico Cisneros participó en los regímenes militares peruanos y fue ministro de Interior y de Guerra. Contribuyó con la represión de exiliados argentinos en Perú, de disidentes peruanos y cooperó con las dictaduras en Chile y Argentina. Fue una voz dura que justificaba públicamente la dura represión de los años de Sendero Luminoso. (CARLOS BENDEZÚ/ REVISTA CARETAS). Tomado de la Nación

El Gaucho Cisneros fue un hombre terrible y un hombre como cualquier otro. Fue herramienta de la opresión y alguien que creyó en el honor y el deber. Fue padre y fue hijo: su herencia incluía familias rotas y dudas, amores y desengaños. Implantó toques de queda, encarceló a manifestantes, reprimió a medios y a disidentes. Lideró las ofensivas del Ejército contra Sendero Luminoso y enfrentó a Fujimori: para la derecha era un héroe, para la izquierda, un monstruo.

En 1976, año agitado para el Perú, donde Cisneros formaba parte clave del gobierno militar, tuvo un hijo con su segunda esposa. El hijo se hizo periodista y escritor. Es Renato Cisneros, cuya novela La distancia que nos separa es su búsqueda del Gaucho hombre tras el Gaucho personaje, el Luis Federico Cisneros Vizquerra que fue mucho más que un líder militar y un represor temido. Fue su papá.

Cisneros conversó con Áncora durante el encuentro Centroamérica Cuenta, celebrado en Managua (Nicaragua) en mayo, donde compartió lo que hay detrás de uno de los libros peruanos más discutidos en años recientes.

“Tuvo esa formación y cuando le tocó, muchos años después, ser ministro del Interior y de Guerra, no dudó en componer un personaje rudo, director, convencido de que al enemigo había que ganarle también la batalla psicológica, proponer la pena de muerte para los dirigentes terroristas, y hacer una serie de declaraciones muy altisonantes, muy duras.

”Es la historia de ese hombre, pero también es la historia del hijo que trata de encontrar su lugar en el mundo a partir de una investigación familiar, convencido de que todo lo que sabía sobre su padre era en realidad una minucia con respecto a lo que no sabía”, dice el escritor.

–¿Por qué decidió que este era el momento para confrontar ese tipo de dudas?

–Son cosas que uno no las decide. Hay cosas que surgen en tu interior, como una necesidad, una imposición, antes que como una elección. Habían pasado diez años de su muerte (1995), un evento que había afectado mi vida, la vida de mi familia, pero era un asunto que creía que tenía muy digerido. Cuando a raíz de una serie de eventos que narro al inicio de la novela me doy cuenta de que no, de que mi padre continúa siendo un gran enigma en mi vida, decido iniciar una investigación que al principio no fue tan obsesiva como llegaría a ser luego.

”Durante ocho años fui tomando notas, haciendo apuntes. No hubo un momento en el que dijera: voy a escribir ahora, después de todo lo que he reporteado, averiguado y especulado. Lo que hubo fue la decisión de darles a todas las notas una unidad con carácter narrativo”.

–Antes de tal investigación, ¿cuál era su relación con esa figura del Gaucho?

–Bueno, una relación admirativa. Tenía 18 años cuando él murió, y tenía 13 o 14 cuando estaba en el pico de su popularidad. A pesar de estar ya en el retiro militar, continuaba siendo un opinador muy influyente en el acontecer político de Perú. Me dejaba llevar por las muestras exterior de lo que veía: me encantaba que mi padre fuera famoso, lo escuchaba en la televisión sin terminar de comprender el discurso político que él propagaba, estaba muy chico quizá para ejercer una distancia crítica entre lo que yo sentía por él y el contenido de sus intervenciones. Era un hijo que admiraba a su padre. De hecho, hasta hoy: admiro muchas cosas del Gaucho, pero hay otras de las que disiento totalmente.

–Es un proceso muy largo, ocho años de trabajo. Es un proceso de altibajos…

–Sí. De hecho, durante esos ocho años, publiqué dos novelas juveniles en el Perú. Siempre digo que esas son novelas que quise escribir, no que tuve que escribir; este es un libro que sí tuve que escribir, porque ya empezaba a ser una carga que afectaba mi salud, mi estado mental. Tenía que sacarme ese tema de encima…

El autor de 'La distancia que nos separa', Renato Cisneros, de niño, en brazos de su padre, Luis Federico Cisneros. (CORTESÍA DE RENATO CISNEROS)

El autor de ‘La distancia que nos separa’, Renato Cisneros, de niño, en brazos de su padre, Luis Federico Cisneros. (CORTESÍA DE RENATO CISNEROS)

–¿Por qué? ¿Qué era lo que lo presionaba de una manera tan aguda?

–Más que una presión, era la sensación de que si no escribía ese libro, iba a seguir hostigándome con preguntas. Quería escribir para entender muchas cosas. Marguerite Duras tiene una frase muy bonita que dice: ‘Escribir es intentar saber lo que uno escribiría si escribiese’. Es una forma de decir que solo escribiendo aparecen verdades luminosas que no aparecerían de otra manera.

–Relaciones, formas de entender…

–Sí, cosas que uno no sabe que sabe, que están dentro y que solo en el proceso escritural aparecen, se manifiestan como chispazos. Quería que todo eso corriese para hacer algo con la investigación que estaba acometiendo, y darle una forma narrativa, que se convirtiera en un libro y tuviera vida en las manos de los lectores.

”Además, el proceso fue largo porque en un momento me obsesioné tanto con mi padre que me dije que para entender la relojería de este mecanismo de la relación padre-hijo, tenía que tratar de entender cómo era la relación de mi padre con el suyo.

”Era mi abuelo, un hombre al que solo conocía por fotos, colgadas en la pared. Luego me obsesioné con la relación de mi abuelo con sus padres, luego la de mi bisabuelo con sus padres, en un ejercicio demente por tratar por descubrir no sé qué cosa. Cuando llegué a la historia de ese fundador por mi lado paterno, di con la sorpresa de que era un hombre que se apellidaba distinto, Gregorio Cartagena –que ya desde el nombre reclama un libro, parece un personaje sacado de Macondo–.

”Yo decía, ¿por qué si mi tatarabuelo era Cartagena todos los hombres que han venido después nos apellidamos Cisneros? Lo que encontré fue la piedra angular de una historia que he convertido en otra novela, porque este hombre era un sacerdote que tuvo siete hijos con mi tatarabuela, que se apellidaba Cisneros. Cuando descubrí que tenía un apellido forzado, que no me correspondía, colapsé, dije, tengo que escribir una saga familiar. Fue el editor quien me dijo: ‘Aquí hay dos libros claramente distintos. Vamos a publicar el de tu padre primero. Lo otro es una novela macondiana, es otra cosa’. Me costó entender esa decisión: estaba convencido de que era una saga familiar al mejor de los Buddenbrook de Thomas Mann, de El Gatopardo de Lampedusa, o Léxico familiar de Natalia Ginzburg…

”La rabieta me duró dos semanas hasta que entendí que la anécdota central de una historia es la que determina el tono de los libros. La historia de mi padre tiene como anécdota central su desaparición, que es la que gatilla su historia. El tono de la novela, por más que por muchas páginas intenta ser neutral, es dramático, conmovedor, torrencial.

”La otra historia, cuando cuento lo de mi tatarabuelo sacerdote, usted se ríe; la anécdota no es dramática, es melodramática, casi paródica, es la historia de una generación de hombres llenos de amores subterráneos, de triángulos amorosos, bastardía, suicidio, alcoholismo… Es otra cosa. Por eso me duró ocho años todo el esfuerzo de aglutinar la historia familiar en dos compendios diferenciados.

-Volviendo a esos ocho años de investigación, en un sentido metodológico, ¿cómo abordó esa indagación?

–Yo estudié periodismo porque era lo único utilitario que creía que podía hacer. Había una tradición periodística en mi familia, así que supuse que por algún tipo de contaminación genética, por inquietudes de observar, mirar, mi vocación era esa. Con los años he descubierto que, aunque no reniego del periodismo, siempre será una vocación subalterna.

”Mientras empezaba la investigación, me di cuenta de que todo lo que yo había estudiado y leído sobre periodismo me estaba sirviendo para escribir esta novela. Tenía que relacionarlo con el archivo, tenía que entrevistar a mis parientes, tenía que entrevistar, en fin… Encaré un proyecto con herramientas que por un lado eran periodísticas y por otro, literarias: leí muchos libros sobre el padre, algunas películas. También había materiales literarios, fuera de los narrativos, que tenían que ver con lo que yo quería hacer. No quería que este fuese un trabajo periodístico ni una investigación cerrada, sino un libro lleno de preguntas.

”Además, al ser un tema tan universal, quería dejar en el lector clavada una gran pregunta: ¿quién era tu padre antes de que vinieras al mundo? ¿Cuánto crees conocer de él, cuánto crees que sabes de él? Así fue como encaré la investigación, fueron distintos periodos de escribir, de leer, renunciar a un trabajo para dedicarme exclusivamente a eso, y bueno, salió el libro ”.

–Es un libro de una sociedad que se recupera de un proceso que no necesariamente ha terminado de entender, no está precisamente cerrado.

–En el fondo, todas las novelas que examinan la figura del padre son libros que tratan sobre el poder. El padre es la primera encarnación del poder con la que uno tiene contacto. Es el poder legislativo, el poder judicial y el poder ejecutivo. Por lo menos en la tradición hispanoamericana, donde los roles familiares han estado muy determinados, el padre es eso, la encarnación del poder.

”Cuando uno, años más tarde, termina investigando sobre su padre, esta figura patriarcal, hay una pregunta inconsciente que está rondando: ¿cómo se ha venido administrando el poder en nuestros países? En el Perú lo que subsiste es no un malentendido, pero sí gran debate y discordia sobre qué fue lo que le ocurrió al país en los años 80 y los 90. Hay gente que habla de ‘guerra interna’, o de ‘terrorismo’, de ‘terrorismo de Estado’ y en la medida en que cada uno tiene una etiqueta para contarse la historia que prefiere, somos una sociedad que está condenada a discutirse a sí misma.

”Es un conflicto que ha tenido un aparente cierre político-armado, digamos: Sendero Luminoso se desintegró, los cabecillas fueron apresados, pero aún continúa una cierta violencia, que se repite en coyunturas muy agitadas, como las justas electorales. Uno siente que la violencia permanece, ya felizmente no armada, es sobre todo retórica. Las redes sociales sacan lo peor de nosotros. Nos reconocemos como sujetos hepáticos que aún siguen discutiendo sobre lo que pasó hace 30 años. No es un reproche, me parece que es muy saludable que una sociedad esté cuestionándose a sí misma todo el tiempo, hasta que sea necesario”.

– Me pregunto si abordar la investigación significó para usted también un replanteamiento de lo que me está diciendo. Acometer este libro, ¿supuso para usted matizar o definir mejor lo que ocurrió en Perú hace 30 años?

–Es interesante porque claro, por mi formación, por mis lecturas y opiniones políticas, tiendo a rechazar cualquier tipo de lesión a los derechos humanos. Mi padre no. Mi padre era un hombre que, por el momento en el que le tocó ser ministro, y por su forma de pensar, no creía mucho en los derechos humanos, como los militares en general, que tienen una mirada muy singular de ellos. Pero sí me sirvió, mientras escribía la novela, la información que fui recabando y la interpretación que le fui dando, para entender que es muy difícil juzgar las cosas que ocurrieron hace 30 o 40 años con los ojos de hoy. En ese momento no había mucho espacio para discutir temas como ese.

–Ni para disentir.

–Ni para disentir. Casi todos los días había un atentado o había cambios en el gobierno porque la estrategia antisubversiva no estaba funcionando; había miedo, había incertidumbre, no era una sociedad dialógica, sino cerrada y hermética, que no conversaba.

”Por un lado, sí que me sirvió para entender que uno no puede juzgar la historia todo el tiempo desde el lugar que le toca. Por otro lado, es necesario juzgar la historia, es necesario leerla, interpretarla hoy aun cuando hayan pasado 40 años. También me sirvió para ponerme en el lugar de los militares de ese momento, que luchaban contra un enemigo muy mimetizado con el campesino peruano y que no tenían cómo identificarlos.

”No lo justifico ni jamás justificaré ninguna de las matanzas perpetradas por el Ejército, como tampoco puedo justificar disposiciones que tomó mi padre para movilizar las Fuerzas Armadas en Ayacucho, que fue la provincia donde ocurrió 80% de actividad terrorista. Yo no quería que el libro fuese un territorio en el que mis opiniones o mi ideología estuviesen confrontándose con las de mi padre. Me parecía que no era un lugar donde la propaganda ni el debate de ideas tenían que darse, ni juzgarlo a él, sino simplemente describirlas, contarlas y sí, narrar cómo eso iba afectando mi vida familiar o iba cambiando mi mirada del mundo”.

Renato_Cisneros-La_distancia_que_nos_separa

–Una pregunta que surgió en una mesa de Centroamérica Cuenta era si esto podía fungir como un proceso de curación…

–Creo que había una opinión general en la mesa de que es muy difícil que las curaciones colectivas se produzcan. Son más fáciles los procesos individuales, a veces aislados, a veces más o menos concatenados, los que pueden ir, poco a poco, con el tiempo, restañando heridas. No sé si en nuestros países, que han sido tan fuertemente golpeados por crisis políticas, y que son sociedades en general escindidas, la palabra ‘reconciliación’ sea la mejor o la más adecuada.

”A la generación de nuestros padres le tocó protagonizar unas luchas, cada uno con ideales muy concretos, y quizá a nuestra generación le está tocando narrar esas luchas y tratar de comprenderlas. Ojalá que sean nuestros hijos y nietos los que puedan vivir los frutos de lo que pueda ser un gran diálogo en estos años, con el riesgo que siempre queda de que les llegue la historia demasiado distorsionada como para que no les interese un comino ya si la sociedad se reconcilió o no. Pero es el drama de la historia, uno tiene que aceptar el lugar que le toca y tomar las acciones que deba”.

–¿Cómo ha sido la recepción en Perú?

–Interesante porque la ha leído gente de derecha, ligada a mi padre, que tenía una imagen absolutamente épica de este personaje militar. No ha dejado tenerla por el libro, pero también ha sido leída mucho por gente de izquierda, interesada en una mirada no condescendiente del hijo. Así como yo no quería juzgar la ideología de mi padre, tampoco quería hacer publicidad de sus ideas. Me costó mucho encontrar novelas análogas sobre hijos de militares.

”Por lo general, los hijos de militares tienden a no discutir al padre; tienden a mantener el legado y consideran una traición obscena cualquier disenso que uno pueda tener con el padre. De hecho, a mí, hijos de militares me reprochan eso. ‘¿Cómo es posible que el Gaucho, siendo tan claro en sus ideas, haya tenido un hijo caviar (es una expresión que sea usa en Perú para denominar a gente que tiene cierto pensamiento de izquierda pero no del todo izquierdista)?’. Por otro lado, hay gente que me dice, ¿así que tú eras hijo del ‘carnicero Cisneros’?

”Se han dado lecturas desde todos los ángulos. Lo mejor que pueda pasar con un libro es que se discuta. Me quedo satisfecho cuando siento que el libro se discute en lo social y en lo privado. Recibo muchísimos mensajes de gente que me dice que gracias al libro está pensando más la relación con su padre o su hijo”.

–Probablemente haya suscitado dudas similares.

–Sí. La operación que más me interesa es la que hace el lector. Si para poder dialogar con ese lector he tenido que pasar por la barricada de la discusión familiar, lo volvería a hacer. No invertí ocho años de mi vida para escribir un libro morboso, que dañe a siete u ocho parientes. Escribí un libro para dialogar conmigo mismo y también para que algún lector en Perú, España, Costa Rica o Nicaragua, pueda sentir lo que a mí me gusta sentir con las novelas: incomodidad, la sensación de que no sabes muy bien que mientras tú lees está yendo de la sala a la cocina y de quien de pronto se desprende una sombra de enigma que quizá haga que un lector inicie sus propias pesquisas.

”Aunque yo siempre digo: No hagan esto. Quédense tranquilos con los relatos familiares, tengan una salud mental equilibrada, no se metan en problemas, no abran cajones que no tengan que abrir, a menos que detrás de eso haya un proyecto tan neurótico como escribir una novela. Por lo general, mejor no lo hagan, pueden encontrarse con cosas muy feas”.

–¿Se entiende a usted mismo de una manera distinta después de haber publicado el libro?

–Bueno, siento que pasaron cosas. A nivel literario, encontré una manera de narrar de la que siempre tengo que sospechar, porque no puedo encarar ningún otro proyecto literario con esa misma mirada. Pero sí encontré un tono que me hizo sentir cómodo con cómo sonaban las cosas que iba contando. Sentí que mi vocación se solidificaba mucho más. He hecho mucho periodismo en Perú, pero había estado caballo entre periodismo y literatura.

”Las dos anteriores novelas, quizá porque las escribí en fines de semana y robándole horas al trabajo, pasaron inadvertidas, y aún cuando tuvieron lectores, la crítica no fue especialmente amable con ellas. Sin embargo, esta novela me ha demostrado que algo de esa vocación es cierta. Por eso me fui a España, también, renuncié a todo y ahora estoy viviendo de freelance y escribiendo otra novela. Fue un hito muy marcado para repensarme, confirmar cosas, y de persistir, y de descubrir que en mi familia había muchas historias que contar”.

–¿Qué sigue?

–Por ahora, esta novela que sale en julio en Perú y en Latinoamérica en el segundo semestre (y en España el próximo año). Se llamará Dejarás la tierra y después me gustaría cerrar la saga familiar porque además no me van a quedar parientes con los cuales pelearme.

”Luego quiero escribir una novela sobre el año 2000 en Perú, el año de la degradación, cuando salieron los videos de Montesinos, en que todos los días pasaban cosas muy raras y toda la corrupción se devela. Me gustaría contar esa historia. En esa época me tocó trabajar en el Congreso como corrector de estilo y fui un testigo presencial de las correrías que había allí una vez que se desató la podrida corrupción en la que estábamos todos”.

* Entrevista

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