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“Frente al volcán”, relatos humanos de la Nicaragua de posguerra*

22 septiembre, 2017

Gabriela Selser

Texto leído por Gabriela Selser durante la presentación del libro “Frente al volcán”, del periodista holandés Maarten Roest, en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, el 31 de mayo pasado.


Leer “Frente al volcán”, de Maarten Roest, significó para mí una gran sorpresa. Confieso que al enterarme de que se trataba de un “diario de viaje” de un periodista holandés que sólo había vivido dos años en Nicaragua, equivocadamente pensé que encontraría aquí un recuento superficial de experiencias de alguien que no conocía lo suficiente este país.

Pero a medida que avanzaba en la lectura me fueron atrapando unos relatos intensos, divertidos, tan reales y sobre todo tan profundamente humanos y conmovedores, que no pude soltar este libro hasta devorarlo completamente.

La obra de Roest es, efectivamente, un “diario de viaje”, donde el autor conversa con personajes del pueblo, gente de a pie que va encontrando en cada ciudad que visita. Como testigo y protagonista de pequeñas y coloridas postales, lo vemos pasar por León, por Bluefields, por Granada, y llegar hasta Ometepe, la isla de los volcanes que lo cautiva de tal forma que decide mudarse a una cooperativa agrícola del lugar, para compartir su vida con los campesinos y escribir allí este libro.

En “Frente al volcán” encontramos a un periodista europeo que llega para buscar noticias en un país de posguerra al que sólo conocía por reportes de prensa. Sin embargo, ya instalado en Nicaragua, Roest se deja sorprender por las historias que escucha, y también se conmueve, se aflige, se cuestiona a sí mismo, todo lo cual convierte después en relatos de gran crudeza, pero también de muchísima ternura y sensibilidad: el pueblo había recuperado la paz pero se enfrentaba, como un niño huérfano, a la incertidumbre cotidiana…

Aquí el autor nos confronta con ex soldados sandinistas, con ex “contras”, con mujeres campesinas y con los sobrevivientes del huracán “Mitch”, que azotó a Nicaragua en 1998, en una de las peores catástrofes de su historia. Y con el atribulado borracho de Diriamba, al que ya no lo quiere ni su mujer, cuyo hijo acaba de suicidarse y que cuando encuentra a Maarten lo invita a una cerveza y le pregunta: “¿Dígame, qué es la fe? ¿Dónde encuentro la fe…?”

Personalmente, descubrí con alegría una conexión casi mágica entre “Frente al volcán” y mi libro “Banderas y harapos”. Siento que nuestros relatos se parecen porque plasman con sinceridad, y muchas veces con lirismo, imágenes características de Nicaragua: los chanchitos que duermen junto a los perros, las vacas cruzando una calle de la ciudad, el impacto visual del mar Caribe o de las inmensas montañas del norte, paisajes que dejan al visitante sin respiración.

Pero también hay una conexión histórica, porque un libro sucede al otro, como la posguerra sucedió a la revolución y a sus sobrevivientes, que no tuvimos tiempo siquiera de darnos cuenta, mucho menos de reflexionar, sobre lo que habíamos vivido con tanta intensidad.

Maarten Roust

Maarten Roest

Quiero agradecerle a Ulises Juárez Polanco por haberme reunido con Maarten Roest y con esta obra. Porque aquí pude encontrarme nuevamente con las palabras de Julio Cortázar, el escritor argentino que tanto amó Nicaragua y a quien tuve el privilegio de conocer en 1983 en Bismuna (Caribe Norte). También gracias a este libro, volví a cruzar la puerta de Altamira número 8, y entré en la casa de Carlos Martínez Rivas, el mejor poeta de Nicaragua después de Darío, a quien intenté sin éxito –como tantos otros– rescatar del alcohol y salvarlo para el mundo y para la poesía.

Finalmente, quiero citar las palabras de Sergio Ramírez en el prólogo de “Banderas y harapos”: “No hay otra manera de contar la Historia con mayúsculas que a través de las historias con minúsculas”. Y pienso que “Frente al volcán” es otro conjunto de piezas del rompecabezas que hay que seguir armando para completar la historia viva de Nicaragua. Una historia donde se comprueba la increíble capacidad de este país de salir a flote cada día, de cada crisis y cada catástrofe, y seguir erguido “de pie entre ruinas”, como decía Julio Cortázar.

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