corea torres

La conversación con Ulises dejó cicatrices

28 septiembre, 2017

Corea Torres

Una virtualidad distinta nos enlaza en nuestra conversación hoy que Ulises se ha ido al otro lado del río en este atribulado 2017. Son sus libros –Siempre llueve a mitad de la película (Nicaragua, 2008); Las flores olvidadas (México, 2009); Los días felices (Costa Rica, 2011); La felicidad nos dejó cicatrices (España, 2014); sus textos y el recuerdo imborrable de este infatigable viajante, camisa de fuera y mirada sardónica, los bártulos que, de ahora en adelante, ocuparemos para nuestra gozosa e indefinida plática.


“¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia, ni ase
corva guadaña, ni tiene faz de angustia. Es semejante a Diana,
casta y virgen como ella; en su rostro hay la gracia de la núbil
doncella, y lleva una guirnalda de rosas siderales. En su siniestra
tiene verdes palmas triunfales, y en su diestra
una copa con agua del olvido”. R.D.

Tomado de La felicidad nos dejó cicatrices, de Ulises Juárez Polanco

La apabullante presencia de Ulises Juárez Polanco se materializó en el espacioso hall de la terminal de autobuses de Puebla: un hombre grande, de tez morena, una sonrisa abierta a la amistad dibujada en su rostro como la representación a plenitud del entusiasmo, el par de ojos pequeños semejaban traviesas piedras de río prestas a rodar en la conversación. La figura del novel como talentoso escritor se me imaginó en ese instante a la de un frondoso árbol enramado a más no poder, capaz de ofrecer generosa sombra y alivio a los caminantes, un árbol denso de energía positiva a punto de rebasar sus hojas, y nos saludamos. Mi mujer, Argelia le preguntó del viaje de Ciudad de México a la capital poblana y su respuesta escueta fue: estupendo, esbozando una agradable como juguetona sonrisa.

Nos habíamos conocido en una visita anterior que Ulises hizo a la UNAM aquí en México, ¿2010? ¿2011?, no lo recuerdo con certeza, pero llegó con el compromiso de charlar sobre las nuevas tendencias tecnológicas de la comunicación, relacionadas a la literatura, al arte en general, más específicamente a las revistas literarias, en una mesa redonda coordinada por el entonces rector de la UNAM José Narro Robles, frente a un auditorio poblado de especialistas en ese rubro, provenientes de Latinoamérica y convocada por la Universidad líder de México. Yo tuve que viajar desde Puebla al campus de la UNAM, en ese tiempo al todavía Distrito Federal mexicano, tal como lo habíamos acordado a través de constantes correos electrónicos. Allí en un apartado me espetó un “¿Cómo estás Lula?” Según él por mi parecido con el presidente brasileño, no tuve más remedio que soltar una sonora carcajada y desde ahí nació la amistad.

Nuestra relación hasta ese momento era por entero en términos virtuales vinculada con la publicación de las revistas carátula y El Hilo Azul, él en Managua y yo en Puebla, sin embargo congeniamos desde el principio por filias y fobias literarias y mantuvimos una conversación enriquecedora, lúdica, más allá del aspecto profesional.

La invitación para que visitara mi casa poblana estaba abierta, aprovechando tal vez algún viaje que hiciera por estos lares, y esa oportunidad se dio en noviembre de 2014 para ser más exacto.

Disfrutamos Puebla y sus lugares históricos; Argelia, mi esposa, nos preparó estofado de pollo con verduras y agua de Jamaica, entre otras delicias de la gastronomía angelopolitana –que así se le conoce: Angelópolis, por aquello de su leyenda particular: ser una ciudad trazada y construida por ángeles, además de que estos alados personajes, fueron quienes subieron las pesadísimas campanas de la catedral hasta sus más altas torres-. Pero lo extraño de Ulises, o quizá deba decir lo distinto en él, procedía de las mínimas cantidades de comida que ingería, pese a ser dueño de una carrocería de grandes proporciones, por otro lado nunca me aceptó ni los tequilas ni el vino tinto con los cuales soltar la lengua, apenas si se dejó seducir por una taza de café con pastelillos, me confesó algo sobre su salud que lo obligaba a guardar distancia con la gula, empero yo no le puse tanta atención viniendo de un hombre con tanta juventud a cuestas. Y entonces la confidencia prosiguió, hizo un recuento de los acontecimientos previos a la muerte suicida de Francisco Ruiz Udiel, nuestro malogrado joven poeta nicaragüense, amigo mutuo, y para él íntimo y entrañable. Dolorosa conversación que ni siquiera me imaginaba sería prolegómeno a la triste suerte de Ulises ahora que se ha ido para siempre. Por supuesto estos pocos días de Ulises en Puebla antes de viajar a la Feria del Libro de Guadalajara estrechó nuestra amistad, platicamos de sus proyectos, de los míos, de la novela que estaba fraguando, de lo que sentía y pensaba de su propia escritura, pero también del ambiente y el desarrollo del arte y la cultura en la Nicaragua actual, es decir un tipo conocedor, obsesivamente apasionado de su entorno cultural, seriamente comprometido con su quehacer y un aspecto sobresaliente que no debe olvidarse en el reconocimiento: la más de las veces ejecutaba lo que había pensado y planeado.

Personalmente me pareció un personaje lleno de energía para acometer los retos proyectados, generoso con los escritores noveles, a quienes daba cabida en sus propios espacios de difusión, pero sobre todo poseedor de una capacidad crítica fuera de lo común, provisto de ojo de águila para intuir los valores literarios en escritores en ciernes, algo que lo llevaba a establecer empatías de sino entrañable con ellos.

Nos despedimos en Puebla y me dejó su La felicidad nos dejó cicatrices (Valparaíso ediciones 2014). Quedamos de vernos en Managua en una visita que yo tenía programada para presentar el Goyenario Azul, libro que compilé, corregí y prologué; dicha presentación se realizó en Hispamer un miércoles 5 de agosto del 2015, de nuevo allí continuamos nuestra conversación que reanudamos días después en un restaurante a la orilla de la carretera a Masaya, cercano a Ticuantepe, alrededor de unos tostones y demás viandas pinoleras, él iba acompañado de su novia-prometida Marjorie y yo con mi inseparable Argelia. Platicó de su siguiente viaje a Italia para una estancia relacionada con el desarrollo de un proyecto escritural, pero ahora sí acompañado de Marjorie.

Dos días después, me visitó en el reparto Palmeto, en casa de mi hermana donde yo me hospedaba, sólo para regalarme Sara, de Sergio Ramírez, novela que me había prometido con la firma de Sergio, además los números de la revista El Hilo Azul que me hacían falta para completar mi colección y la plática sobre libros, autores, literatura en general, corría. Nos despedimos, él se quedó en Managua y yo regresaba a Puebla.

La virtualidad se materializó como puente en nuestro ya sostenido diálogo, él partió a Italia, donde estuvo durante el 2016 y donde, de seguro, afinó la escritura y buscó conformar el proyecto escritural que ya traía entre manos. De regreso a Nicaragua encontró derroteros distintos aunque siempre amalgamados a su oficio de escritor y gestor cultural y se integró al equipo de Hispamer, sin evadir las responsabilidades de los proyectos anteriores. Nunca imaginé la noticia de su muerte a tan temprana edad -32 años, la edad de mi hijo Rodrigo, la edad aproximada en la que se fueron Rimbaud y Francisco Ruiz Udiel-, y traje a cuentas lo dicho sobre su salud en aquella visita a Puebla, rememorando además al poeta Udiel; confieso que su sorpresiva desaparición me ha hecho difícil asimilar la pérdida.

Cuando alguien llega a preguntarse el por qué de la injusticia ¿justicia? de la guadaña al hacer sus elecciones, simple y llanamente no se encuentran explicaciones. De pronto nos quita a seres colmados de la gracia: individuos provistos de virtudes y defectos que lo hacen distinto, seres provechosos, cuyo andar, por regla general, plasma una impronta positiva a su alrededor y en los demás, sin embargo, por otro lado nos deja personajes de no tan recomendable caminar y dedicados a sembrar la desgracia. La guadaña en este tenor no ofrece respuestas, así es, sólo la nada, el a veces significativo silencio, ese que te rememora los momentos imprescindibles de tu vida: el abrazo de la familia, la sonrisa plena de los niños, las caricias de los amantes, el espectáculo plateado de la luna llena, una bella canción, una agradecida lectura, y claro la taza de café con el sincero amigo.

Una virtualidad distinta nos enlaza en nuestra conversación hoy que Ulises se ha ido al otro lado del río en este atribulado 2017. Son sus libros –Siempre llueve a mitad de la película (Nicaragua, 2008); Las flores olvidadas (México, 2009); Los días felices (Costa Rica, 2011); La felicidad nos dejó cicatrices (España, 2014); sus textos y el recuerdo imborrable de este infatigable viajante, camisa de fuera y mirada sardónica, los bártulos que, de ahora en adelante, ocuparemos para nuestra gozosa e indefinida plática.

Hasta pronto Ulises, buen viaje.

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).