William-Grigsby-200pxs

Los fascinantes veleros de Raúl Marín: el pintor de la tempestad

30 septiembre, 2017

William Grigsby

Decía Dalí que William Turner era un pintor mediocre, tal vez porque el genio catalán nunca fue capaz de imprimir tanta expresividad en un lienzo como lo hizo magistralmente el artista inglés. Raúl Marín, con justicia, sería nuestro Turner.


HOY/ Foto: Carlos Valle

Decía Dalí que William Turner era un pintor mediocre, tal vez porque el genio catalán nunca fue capaz de imprimir tanta expresividad en un lienzo como lo hizo magistralmente el artista inglés. Raúl Marín, con justicia, sería nuestro Turner. Nicaragua le debe a su pincel una capacidad inusitada de plasmar borrascas, vendavales inclementes y noches tormentosas que transmiten una afligida belleza inédita. Los veleros de Marín semejan medialunas atrapadas en el océano que se agitan tras violentas pinceladas, efusivos chubascos y preciosos alabeos.

Nacido el 25 de noviembre de 1950, Raúl Marín es un pintor de culto en Nicaragua, con una proyección internacional nada despreciable. La humildad, sin embargo, es uno de sus sellos. Sumido en el taller de su modesta casa, enjuto, barbado y sin camisa, se sienta en el suelo a pintar como un niño que experimenta con grandes formatos en su búsqueda por “el color ideal”. Sus óleos se revuelven en la tela de tal manera que nadie es el mismo luego de apreciar uno de sus despiadados paisajes. Despiadados, sí, porque imprime furia en sus lienzos.

raulmarin-eneltallerdesucasa

Su obra no se reduce a lo náutico. Marín pinta con maestría un velero al borde del naufragio lo mismo que un caballo trotando en el bosque. Un zacatal lo mismo que un florero. Un río retorcido, atravesando el paisaje lleno de piedras preciosas, lo mismo que un duelo de boxeo. Su trazo es veloz como un reptil. Su espátula es dinámica como las estaciones. Marín es capaz de mimetizar un pájaro cruzando la tarde de lado a lado, lo mismo que recrear un jardín donde las flores estallan en una orgía cromática.

Imaginemos ahora un malinche bermellón saliendo de la tela, superándola, intentando tocar el ojo mismo del espectador. Esto es Marín: un pintor que sabe retratar el trastorno. ¿Y de qué trastorno hablamos? Poco sabemos de su vida, pero grande es el placer que puede provocarnos una pintura suya, lo mejor que le pudo pasar a Nicaragua luego de Armando Morales. Tampoco sería desafortunado afirmar que, junto al maestro Róger Pérez de la Rocha, Marín es el más grande pincel vivo de nuestra Nicaragua excesivamente costumbrista.

raulmarin-caballo

Hay en nuestro autor, sin embargo, algo que no ha tenido ningún pintor nicaragüense de la historia, ni siquiera Peñalba, el padre de la modernidad: Marín recrea con virtuosismo el movimiento de los veleros. Deja un suspiro iracundo en cada tela. Sus obras transpiran e inspiran, se desplazan, revuelan, son seres vivos lanzados contra el bastidor. ¿Qué podemos recriminarle a un hombre que pinta en estado de éxtasis? Su trazo es honesto. Lejos de cualquier pretensión, Raúl Marín es un hombre del Renacimiento en las tierras tropicales del siglo XXI. No en vano se formó en Italia, que lo reconoció mucho antes que nosotros. La Academia de Bellas Artes de Florencia le entregó su certificado de Maestro hacia 1978.

raulmarin-veleros

Ya sea bajo las temidas tinieblas que oscurecen una marea tempestuosa, frente al crepúsculo diáfano de un mediodía iridiscente, o bajo un atardecer desmayado, sus veleros navegan sobre una angustia profunda, tocada por la gracia. Como quien desgarradoramente canta, Marín pinta. Azul es el color principal de su obra. Azul como el libro de Rubén. Azul como el color de la negritud: el blues. Los negros, que inventaron la música de sus colonos, también supieron eternizar la nostalgia creadora dentro de la música popular. Y esto es Raúl Marín: un pintor de la otredad. Hay una enorme gama de azules dentro de la paleta afectiva de nuestro autor: el azul-cobalto, el azul-siniestro, el azul-silencio; incluso el azul-Marín.

Sus motivos también abarcan una fascinación por lo circense; ferias, payasos, bailarines, saltimbanquis, carpas, malabaristas, acróbatas y ciclistas, dialogan con sus embarcaciones estrepitosas; llenas de frescura, pasión y pirotecnia. Estamos frente a un bohemio enajenado. Marín es un músico que pinta. Su trazo es cacofónico sin perder la melodía de su paleta rítmica. Tiene un estilo vertiginoso, obsesivo. Hay una extraña armonía en todo este caos: si fuera un clásico del pentagrama, podríamos compararlo con Schönberg, por la zozobra que transmite.

raulmarin-peleadegallos

Pintor claro y tribulado, incluso vigoroso, Marín representa con magia una simple pelea de gallos o un jinete cabalgando en la montaña. Sus temas, aunque son aparentemente triviales, recuerdan el estilo del chileno Roberto Matta (1911-2002), el más grande representante del surrealismo en América Latina. Sin embargo, no debemos confundirnos: por la calidad sonora de sus detalles, Marín también dialoga con el expresionismo.

Como buen discípulo de la escuela clásica italiana, los motivos religiosos no le son ajenos. Su versión de “La ultima cena”, por ejemplo, es inquietante: en el centro del simposio aparece un Jesús moreno, distante de la trillada representación occidental. Su versión de “La piedad”, por otro lado, es única. No vamos a decir “original”, por la controversial historicidad que dicho término implica a lo largo y ancho de la Historia del Arte, pero sí única. Única porque, si pensamos que todavía la pintura puede ser sublime, no sería exagerado afirmar que Raúl Marín es excelente.

raulmarin-laultimacena

Ojalá supiéramos, con la sensibilidad necesaria, reconocer merecidamente su singular aporte a las artes plásticas. Y aunque hoy en día, las Academias discuten si el genio es un lugar común o un sitio inalcanzable, yo me atrevería a afirmar, sin desconfianza, que Raúl Marín es un exultante hombre de genio.

Su legado, todavía incuantificable, nos hará mejores nicaragüenses.

raulmarin-Lapiedad

Comparte en:

William Grigsby Vergara. 1985. Managua, Nicaragua. Maestro en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad del Valle de Managua. Colaborador de la Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) y catedrático de la misma en la Facultad de Humanidades. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. Ha publicado cuatro libros hasta la fecha: Versos al óleo (Poesía, INC, 2008), Canciones para Stephanie (Poesía, CNE, 2010), Notas de un sobreviviente (Narrativa, CNE, 2012) y La mecánica del espíritu (Novela, Anamá, 2015).