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Ulises. De saco, salmón y chocolates.

19 septiembre, 2017

Javier Sancho Más

Esto nunca ha sido fácil. Creo que sólo algunos poetas saben hacerlo con sus amigos muertos. Encontrar palabras certeras, que luego nos prestan para que podamos también despedir a los nuestros.


Residencia para escritores y artistas de la Real Academia Española en Roma – Fotografía: Miguel Lizana

Esto nunca ha sido fácil. Creo que sólo algunos poetas saben hacerlo con sus amigos muertos. Encontrar palabras certeras, que luego nos prestan para que podamos también despedir a los nuestros.

Hoy, aquí, no prestaré palabras ajenas ni tampoco forzaré las mías, a las que tanto les cuesta salir cuando es preciso. Este texto nace de una cierta incomodidad. La que sentí al leer en varios medios la muerte de Ulises Juárez como la de “una promesa literaria”, o el recuerdo de que fue seleccionado en una Feria del libro de Guadalajara (FIL) como uno de los jóvenes “secretos de la literatura latinoamericana”, que no tardaría en despuntar.

Estoy seguro que personas más cercanas a él y mejor conocedoras de su obra que yo glosarán la aportación de sus cuatro libros de cuentos para contrarrestar esa sensación de fuerza inconclusa que dejan las palabras “promesa” o “secreto” ante la partida de alguien, al principio de su obra literaria y vital.

Me motivó a escribir sobre él un fotógrafo español, Miguel Lizana, que estuvo con Ulises en Roma, mientras él gozaba de la beca Valle-Inclán en la residencia para escritores y artistas de la Real Academia Española en la capital italiana (el primer centroamericano en conseguirlo). Creo que fue un tiempo luminoso y feliz para él. El fotógrafo, con quien he coincidido en viajes de trabajo, me contó después que el mismo Ulises le había pedido que le hiciese una foto “diferente”. Es una de las que aquí aparecen, y que tiene una curiosa y no menos cómica explicación, tan propia del retratado.

Quiero destacar además una apreciación que hizo una compañera de residencia de Ulises, la historiadora del arte Julia Ramírez, acerca de su partida. En lugar de expresar el lamento por una pérdida tan temprana, lo cual hicimos todos los que lo conocimos al conocer la noticia, dijo que “Ulises vivió una vida que supo disfrutar casi plenamente”. Julia me habló de él como de un experto en sacar el jugo a todo, y de la felicidad que su sonrisa expresaba en cada situación. Me habló de cómo preparaba minuciosamente sus viajes por pueblos y ciudades de Italia, cómo cocinaba el salmón, que le volvía loco, igual que los chocolates, y cómo solía pasear solo y de noche por Roma, buscando pistas para su novela. A veces, según me contó, se quedaban contemplando a esos pájaros pequeños que abundan en Roma, los estorninos, cuando hacían formas como nubes repentinas, y jugaban a adivinar a qué se parecían.

A ese modo de disfrutar la vida se refería Julia, y lo comparaba con otras personas que se van más viejas o más jóvenes sin haberse percatado, sin haber gozado, ni una mínima parte de esos pequeños grandes detalles.

Su proyecto de novela era una relectura moderna del mito de su homónimo héroe Ulises y la Odisea. Hablamos antes y después de Roma sobre ese proyecto y, aunque sufrió muchos cambios a medida que avanzaba, no se desvió de su versión sobre el mito griego. A su llegada a Roma, a Ulises le impresionó mucho la crisis de refugiados que estaba desbordando las fronteras del sur de Europa. Toda esa realidad, el dolor y también la violencia de las amenazas terroristas en ciertas capitales lo iba asimilando a su proyecto de novela, como si esta lo engullera todo.

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Fotografía: Miguel Lizana

La directora de la Academia de Roma, Ángeles Albert, me contó que Ulises bromeaba amenazándoles con incluirles entre los personajes de su novela. Se relamía con su “humor ácido”, en el destino, no siempre afortunado, de esos personajes.

Y la sonrisa, todas las sonrisas de Ulises, también las recuerda la directora de la Academia, así como lo del salmón y los chocolates. “Era extraordinariamente divertido”, dice. “Una vez ayudó a presentar el proyecto artístico de una compañera de residencia; él hacía de mimo, y acabó por robarse el show porque todo el mundo estuvo más pendiente de lo que él hacía que del proyecto en sí”.

Ángeles también recuerda la perseverancia y “testarudez” de Ulises. Una vez que fue seleccionado, envió varios correos reiterando una sola petición. Había oído mencionar que había algunas habitaciones con baño compartido, pero él necesitaba una con baño propio, no por motivos higiénicos, sino porque, según explicaba, el inodoro era el lugar donde más se concentraba en la lectura y no quería incomodar a nadie. Por eso fue allí donde le pidió a Miguel Lizana que le tomara la foto, en el lugar de sus muchas lecturas. Eso sí, podrán observar que no permitió que se la tomasen sin su saco negro, un atuendo con el que podía vérsele hasta en esos días de Managua que el diablo anda suelto del calor que hace.

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Fotografia: Miguel Lizana

En sus días de Roma, una de las personas más cercanas a él fue Fátima Bethencourt, historiadora del arte y musicóloga. Ella es canaria y compartía con Ulises algunos matices del acento y de los giros del lenguaje. Residían en cuartos contiguos y compartían gustos musicales: Pedro Guerra o Silvio Rodríguez entre otros. Ulises escribía de madrugada, y además se conectaba por skype con su familia y su pareja en Managua. Había una canción que a Fátima le encantaba y que solía ponerle Ulises desde su habitación como una señal de humo cuando quería conversar. Era “Hero”, de Regina Spektor. Entonces, se reunían en la cocina. Allí también donde el salmón y los chocolates. Una de esas noches, recuerda Fátima, le contó entusiasmado la historia y actualidad de Nicaragua, el país que le dejó en el “cariñito” de un llavero por haberle prestado unos días su computadora.

El humor ácido, la agilidad y los giros en las conversaciones, la sonrisa y la sensibilidad enorme de Ulises habita en los recuerdos comunes de sus compañeros de residencia. Y también que solía mediar en discusiones y exponer puntos de vistas con mucha moderación. Eso mismo recuerdo de él.

Él fue quien, hace años, me llamó un primero de enero, muy temprano, para avisarme de la muerte de su hermano del alma, y tan querido mío, Francisco Ruiz Udiel. Aún guardo su voz, la de Ulises, con ese tono de pan reposado con el que se enfrentaba a cualquier adversidad. “Sancho ¿estás sentado?, me preguntó”, a sabiendas de hay noticias que te doblan la rodilla.

Con Fran y, de inmediato, con Ulises continuamos y se fortaleció la revista Carátula. Al principio nos había reunido Luis Rocha en el Nuevo Amanecer Cultural y después, nos cobijamos en la hospitalidad del estudio de Sergio Ramírez, a cuya sombra nacieron también otros proyectos como el Hilo Azul o Centroamérica Cuenta. Tanto Ulises como Fran, con obras narrativas y poéticas luminosas dejaron una herencia de alegría. Y los matices de las sonrisas de ambos, de todas sus sonrisas, ácidas, sinceras, felices, planean junto a sus palabras escritas.

Elegí estos testimonios e imágenes de quienes compartieron con él días felices, sus días de Roma. Sé que sólo es una parte de su vida, y sólo una parte de mis recuerdos. Pero también siento que las palabras “promesa” y “secreto” dicen muy poco, o casi nada de su vida y de su obra literaria.

No es fácil, decía, despedirse de quiénes nos sonríen y nos hablan desde tiempos y lugares que sólo quienes saben de milagros conocen. No se puede decir adiós a quien no se ha ido.

No sé si la novela de Ulises, como la obra poética de Fran tendrán continuidad. De ambos recuerdo el mismo afán que tenemos todos a los que nos hiere la palabra: la necesidad de tiempo, de más tiempo para escribir. Pero en días así, helados y vacíos, a mí me gusta pensar en ese escritor judío que vislumbró Borges, en la celda de una prisión nazi, a la espera de su ejecución. Es el relato de El milagro secreto. Quienes lo hayan leído recordarán que el autor no pedía a Dios el milagro de salvarse sino el del tiempo necesario para terminar su obra. Todo estaba en su contra, porque la ejecución estaba dictada para ejecutarse a la mañana siguiente.

A quienes no lo han leído, les pido que lleguen hasta el final. Solo entonces podrán compartir la secreta sabiduría de la literatura, que consiste no en las autorías individuales de una obra, sino en ese concepto tan borgiano de una evolución comunitaria, de obras que se escriben entre todos, con las palabras apenas pronunciadas, incluso primerizas, y con los silencios tan elocuentes de quienes nos dejaron la tristeza de su pérdida y la alegría de sus palabras.

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.