Un estudio sobre la narrativa centroamericana de Vanguardia (1926-1936), por Adrian Taylor Kane
23 septiembre, 2017
Erick Blandón
El libro estudia los aportes cruciales que un grupo de autores centroamericanos hicieron a la ficción narrativa de América Latina entre la década de los años veinte y treinta (1926-1936).
El libro estudia los aportes cruciales que un grupo de autores centroamericanos hicieron a la ficción narrativa de América Latina entre la década de los años veinte y treinta. En el capítulo 1, que funciona como introducción, el autor explica que su análisis se limita a tres autores guatemaltecos, dos panameños y un costarricense, ceñido por unos límites temporales muy estrechos que fija entre 1926 y 1936. Kane hace el análisis de varias novelas, dos cuentos y un relato, producidos en Centro América durante esa década de auge vanguardista, explicando que su selección se basa en las innovaciones artísticas y culturales de sus autores, las cuales constituyen valiosos aportes a la narrativa del vanguardismo latinoamericano ignorados por la crítica.
En el Capítulo 2 “Elements of Play in Luis Cardoza y Aragón’s Maelstrom: Films telescopiados (1926), el autor analiza, desde la perspectiva teórica de Warren Motte, Jean Piaget y Phillip Lewis, el uso de los elementos propios del drama en la obra narrativa, sobre todo para socavar los discursos oficiales. Aquí son constantes las referencias a la obra crítica de Gustavo Pérez Firmat, Vicky Unruh y Hugo Achugar, quienes han estudiado la importancia del teatro en la ficción vanguardista hispanoamericana. De acuerdo con Kane, Cardoza y Aragón logra en su novela interpelar los mitos del progreso y el positivismo mediante los recursos del surrealismo, rechazando la mímesis de la naturaleza. No obstante, de su análisis, que se sustenta en lo que ya había sido establecido por Jorge Boccanera, se infiere que Cardoza y Aragón mimetiza a la vanguardia europea y particularmente a Ramón Gómez de la Serna.
El capítulo 3, “The Subversive Fictions of Max Jiménez”, se centra en el análisis de las novelas del autor costarricense Unos fantoches (1928) y El domador de Pulgas (1936) con las cuales subvierte el discurso de la novela costumbrista y el realismo impuesto por la oligarquía liberal. En el estudio de Unos fantoches destaca la presencia de personajes sin profundidad y apenas esbozados que caracteriza a una buena porción de la ficción vanguardista, lo cual no siempre contó con la comprensión del público lector; pero que Jiménez pudo entender como miedo a la innovación, aunque tuviera que verse forzado a retirar la novela de las librerías. Kane demuestra con creces que Unos fantoches es una metaficción acerca de las nuevas formas de narrar. Por su parte El domador de Pulgas que no es un experimento tan radical como la novela anterior, yuxtapuesta con Unos fantoches puede ser entendida, por su voluntad subversiva contra el dogmatismo, como un satisfactorio cumplimiento de los objetivos de la vanguardia centroamericana. El estudio de ambas novelas concluye con la tesis de que tales textos son notables por su radical ruptura con el estatus quo literario y cultural de Costa Rica; pero sobre todo por su esfuerzo de modernizar la narrativa costarricense en un momento en que se alzaban las voces en contra del régimen liberal impuesto por más de medio siglo.
El capítulo 4, “The Interartistic Aesthetics of Flavio Herrera and Rogelio Sinán”, se apoya en las observaciones de Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre, and Catherine E. Wall sobre la experimentación interartística propia del vanguardismo hispánico. De nuevo, aquí el autor mira hacia Europa para examinar la “influencia” de las vanguardias de allí, en lo que respecta a las artes visuales y performativas en tres textos centroamericanos, la novela El tigre (1932) del guatemalteco Flavio Herrera y los cuentos de Rogelio Sinán “El sueño de Serafín del Carmen” y “A la orilla de las estatuas maduras”. En El tigre, más que el latente surrealismo, jugaría un papel determinante el cubismo, junto a otras estrategias narrativas experimentales, que han impactado la trayectoria de la ficción centroamericana. Para Kane la combinación de regionalismo y vanguardismo es lograda con éxito por Flavio Herrera, debido a que busca una forma de modernidad que no destruya la identidad cultural de Guatemala; pero gracias a que las técnicas europeas son adaptadas in extremis al tema latinoamericano de la civilización versus vanguardia.
Al analizar “A la orilla de las estatuas maduras” (1932), de Rogelio Sinán, introductor del vanguardismo en la literatura panameña, Kane hace énfasis en la importancia de los sueños y la libido, lo cual José Ángel Garrido Pérez había observado como claves para la comprensión cabal de la obra de Sinán. Pero Kane destaca, sobre todo, la utilización de la estética cubista en la representación fragmentada y geométrica del cuerpo femenino, a partir de la observación sensual de un cura voyerista. Del otro cuento estudiado, “El sueño de Serafín del Carmen” (1931), resalta la estética visual de la danza moderna impulsada por Isadora Duncan, que se refleja en la estructura fluida del sueño. De esa manera Kane entiende que la ficción vanguardista de Centro América, por medio de Rogelio Sinán, establece un dialogo interartístico con la danza de la Duncan; tanto como lo hicieran con el cubismo y el surrealismo europeo el guatemalteco Flavio Herrera, con su novela El tigre y el propio Sinán con su cuento “A la orilla de las estatuas maduras”. Éste y el capítulo 3 son quizá los más sólidos y los que más novedades aportan al tema.
En el capítulo 5, “Miguel Ángel Asturias ’s Uses of Surrealism (1929-1933)” Dedica especial cuidado a la contribución del guatemalteco a la vanguardia latinoamericana, con sus Leyendas de Guatemala (1930), que representan un desafío único por el equilibrio entre la oralidad de la tradición maya y el empleo de técnicas narrativas de vanguardia; y establece las muy conocidas vinculaciones de Asturias con el surrealismo europeo y los cambios que el contacto con Europa supuso para la escritura del guatemalteco. El capítulo incluye también un acercamiento a la novela El Señor Presidente (completada hacia 1933, pero publicada en 1946) de la que dice que ha sido más asociada a la novela moderna hispanoamericana que al periodo de vanguardia en que fue escrita; aunque uno tiene que recordar que Sergio Ramírez en su estudio seminal de la narrativa centroamericana, en 1973, decía que esta novela había envejecido y que la armazón de su lenguaje, innovador en su época, era insostenible en los tiempos del boom. Kane, al contrario, revalora El señor presidente, como uno de los principales aportes de Centro América a la Vanguardia Literaria de América Latina; y pone de ejemplo los textos de Asturias como muestras del deseo de los autores vanguardistas de Centro América por modernizar artística, social y políticamente sus culturas nacionales, a través del surrealismo. En este capítulo se recurre con frecuencia a lo dicho por un gran número de críticos entre los que se incluye a Gerald Martin, Mario Roberto Morales, René Prieto, Stephen Henighan, Frances Jaeger, Ivan Jaksic, y una serie de estudiosos del único centroamericano ganador del Premio Nobel de Literatura, en el que se destaca la actualización de la obra de Asturias a partir de los estudios postcoloniales.
En el breve capítulo 6 “Central American Avant-Garde Fiction in Literary History”, que sirve de conclusión general, reafirma que el impulso iconoclasta que mueve a las obras estudiadas va dirigido a la ruptura con la tradición de la narrativa del realismo naturalista del Siglo XIX y la filosofía positivista que lo apuntala; así que mediante el empleo de estrategias experimentales ampliamente definidas como metaficción, surrealismo, experimentación interartística y más, Asturias, Cardoza y Aragón, Herrera, Jiménez, y Sinán exitosamente enlazan y posicionan a Centro América en el debate de la modernidad literaria latinoamericana.
Los aciertos de Kane son múltiples, aun cuando se eche en falta un punto de vista más actualizado con respecto a la relación de las vanguardias latinoamericanas y las europeas, que supere el esquema del simple reflejo especular; o la ampliación de los límites temporales, adecuándolos más a la modernidad particular de las sociedades latinoamericanas, sobre todo después de que Marco Thomas Bosshard (2008), extendiera audaz y acertadamente el periodo de acción de la Vanguardia en las Américas de la década de los veinte hasta finales de la de los cincuenta, apartándose por completo de la visión eurocéntrica para incluir en ella las relaciones con las culturas de los pueblos originarios y otros proyectos modernizantes como The New Poetry. Bosshard observa en esa relación con Europa más que ejercicios de espejeo o mímesis desde la periferia, auténticos procesos de reterritorialización, que él infiere a partir de los teoremas de Deleuze y Guattari.
Kane lleva razón cuando explica, al principio, que pese a que el Movimiento de Vanguardia nicaragüense fue el único que se consolidó en Centro América, no logró desarrollar una narrativa tan prolífica como sí lo hizo en poesía. En su opinión, la escasa ficción de los vanguardistas nicaragüenses no alcanza el nivel de experimentación estética característica de la vanguardia latinoamericana. Hubiera sido preferible dejar que el lector infiriera ese juicio después de la lectura de un análisis que incluyera las “noveletas” de José Coronel Urtecho, especialmente Narciso y La muerte del hombre símbolo, ambas de 1938; o de una aproximación a la obra de Manolo Cuadra, autor de Itinerario de Little Corn Island (1937), del libro de cuentos Contra Sandino en la montaña (1942), y la novela Almidón (1945). En esos textos, ambos autores no sólo se apartan de la narrativa impulsada por el positivismo decimonónico mediante las experimentaciones propias de la vanguardia sino que inauguran la producción de nuevos géneros narrativos, como la novela corta y el testimonio, respectivamente.
Quiero hacer especial énfasis en el uso que Manolo Cuadra hace de recursos cinematográficos en Contra Sandino en la montaña desconocidos en la época en que los relatos fueron escritos, por ejemplo los flash backs, la emoción congelada o ralentizada por una cinta corriendo a otra velocidad; que en definitiva denotan a un autor en busca de una forma expresiva que aluda más a lo visual que a lo conceptual para representar desde una perspectiva racial la confrontación de los Estados Unidos en contra del puñado de aborígenes que se alzaron con Sandino a la cabeza frente a la agresión imperial. En su novela Almidón Cuadra dirime la heterogeneidad cultural y racial, además de denunciar al patriarcado por el machismo y la violencia contra la mujer y en consecuencia remarca la inviabilidad de una comunidad imaginaria al tiempo que carnavaliza desde el absurdo el proyecto del Estado Nacional corporativo que animaron los más conspicuos miembros del Movimiento de Vanguardia en Nicaragua, de los cuales se apartó cuando devinieron ideólogos y militantes del Movimiento Reaccionario que dio impulso al nacimiento de la dictadura militar y dinástica de Anastasio Somoza García.
Claro, la inclusión de Coronel Urtecho y Manolo Cuadra hubiera exigido a Kane ampliar el periodo de la Vanguardia, no tan audazmente como lo hace Bosshard, sino corriéndolo hacia la mitad de los años cuarenta; aunque ello habría demandado un mayor esfuerzo arqueológico si tomamos en cuenta que la obra narrativa de Cuadra circuló escasamente y no se ha vuelto a publicar completa, a pesar de que con frecuencia se alude a él como el modernizador de la narrativa en Nicaragua. Eso hubiera justificado la intención abarcadora de Kane expresada en el título del libro, cuyo principal mérito es que rompe con el desdén y la ignorancia sobre el aporte de los autores de Centro América a la narrativa de la Vanguardia Latinoamericana.