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Conversaciones sobre Pedro Páramo

25 noviembre, 2017

Juan Galván Paulin

La importancia y trascendencia de la obra de Juan Rulfo en el contexto, al menos latinoamericano, resulta innegable. Vertientes interpretativas continúan sin agotarse. Juan Galván Paulin inquieto escritor, poeta y ensayista, colaborador asiduo de esta Carátula, reabre las ventanas del Juan Rulfo, narrador en su paradigmático Pedro Páramo para dejar salir un poco de “la tierra baldía y polvorienta de Comala en forma de la locura de Susana Sanjuan al mismo tiempo del desahucio de Pedro Páramo” y para afirmarnos además, que el eje de dicha novela es “la ausencia y lo ausente… la impotencia del silencio y no el desamor” como podría colegirse después de leerla. Paulin muestra, por otra parte, otros ejes temáticos insertos en la historia ahí contada, en donde Páramo y la Sanjuan, protagonistas, se confabulan de tal manera en un intento por darnos a entender la “destilación de los recuerdos como verdad de la existencia”.


Juan Rulfo


Para Aída, siempre.

… el eje de la novela es Susana Sanjuan, no el cacique encerrado en habitaciones polvorientas que rumia, igual que la mujer inalcanzable a la que desea, el dolor en un lecho vacío, que para él se despliega terrenos yermos cuya sequedad y canícula, cuyos lamentos no son obra de su odio sino del paisaje que lo ha condenado a habitar el desamparo dictado por el poder de una venganza irrevocable: la de Susana que ha tapiado el acceso a su hipogeo, al laberinto de su cuerpo, al enigma de sus propios sentimientos…por sobre las convenciones académicas, de las urdimbres teóricas agotadoras y quizá agotadas que han privilegiado la figura de Pedro Páramo un pantocrátor, personaje que se quiere a medio camino del esperpéntico fantoche del hacendado de nuestro muralismo, tan caro a la sociología, o del tiránico padre kafkiano, alimentadas estas alegorías del usufructo intelectual y de la crítica literaria para aliviar miedos colectivos y hasta para anunciar soteriologías sociales y políticas -qué puede decirse de la necesidad de emparentar a Páramo con El otoño del patriarca de García Márquez y los dictadores de todas las Américas; esas arbitrariedades de la academia, de su falta de imaginación-, el eje de la novela es Susana Sanjuan, porque es ahí/ella como ámbito estrictamente simbólico/ donde se resuelve el sentido de la terrible historia de un desarraigo, el de Pedro Páramo -desarraigo en tanto que ha abjurado de la raíz, del epicentro mismo de Susana Sanjuan en el que pudo haber visto la luz-; historia de un derrumbamiento, el de una masculinidad, no en su ejercicio del poder -simulacro de lo viril- sino como efecto de una lucha cosmológica en la que los símbolos de lo fértil y de lo fecundo quedan en una suerte de pasmo, en expresión de lo yermo propiciada por el odio… si nos atrevemos a pensarlo así, el discurrir de la historia de la humanidad, el desarrollo mismo de las culturas en el interior del tiempo, parece esos hechos en los que la actualización de los símbolos de la Diosa y del héroe se van sobreponiendo periódicamente uno al otro, construyendo así los sistemas de creencias, los imaginarios con los que concebimos y actuamos los contenidos de nuestras mentalidades, nuestras acciones y comportamientos…

la tierra baldía y polvorienta de Comala es la locura de Susana Sanjuan, y al mismo tiempo el desahucio de Páramo: desolación -sí, de manera fulgurante aparecen imágenes del Rey Pescador, del Anfortas artúricos, pero sólo como meros referentes en su literalidad narrativa y no fundamentos simbólicos de una redención…-; resabio por quedar expulsado del misterio de la mujer que clausura el umbral al fundamento de sí misma y del ser; qué mejor que la locura, permanencia en otro espacio significado por el tiempo otro de una realidad inapresable, la más alta “imposibilidad lógica” de los sentidos, de la mirada, del tacto cuando esa mujer, ahí, incluso abrazada, no está en el aquí de Páramo, sino en el paisaje ominoso de su derilección: la rabia de Pedro Páramo encuentra comunión con lo estéril, y da fruto, a pesar: es tiempo envenenado, existencia deletérea que alimenta la realidad -¿mortuoria, funeraria?, nunca fúnebre- de Comala: muerte suspendida, petrificada posibilidad de lo vital porque el amor, el Eros, ha sido traicionado, pervertido por el deseo egocéntrico del cacique, aquí sí metáfora del mal, de una nada infecunda, de una larva que incorpora su carcoma hasta tornarse polvo… ese paisaje otro -Páramo es siempre victimario- es Comala, y no sencillamente provincia literaria; ni Hades ni Mictlán; siempre el cuerpo mismo de Susana en silencio resabiado, lamento desquiciante, rencor vindicativo cebado en el afán de Páramo por poseerla; la condición de Pedro Páramo es la de la concupiscencia en su atributo de convertir al otro en simple objeto del deseo, en despojarlo de su identidad -y aquí Susana sobrevive pues, más allá de suponerla víctima de Páramo, en su locura ejerce su libertad absoluta, inalienable; queda a salvo, lo que le es más valioso, su ontología-; ese paisaje otro que es Comala es también su cementerio, Susana en su alcoba, pero no como reducto escatológico sino como el axis mismo de la Muerte en tanto espejo cóncavo de lo germinativo, de lo que aguarda para florecer, una parusía, pero a quien ese dios menor que es Páramo -icono exacto de la androcracia- le ha secuestrado -para ilustrar su íntima tragedia- el amanecer, la levadura del rocío para la germinación, la lúbrica noche con el hombre elegido, amado… acaso Susana no está demente, no porque lo finja, no porque sea artificio dramático, sino porque esa locura no sea otra cosa que la manera de condenar a Páramo -este es el drama de toda ausencia amorosa- a algo más terrible, a la eternidad del rencor, a los cuervos de la soledad, el remordimiento disfrazado, la impotencia, devorando en su cuerpo encadenado a un amor tantálico, a ser la inclemente carroña de la postergación de la dicha… como ya lo he anotado, antes que afirmarla alegoría política, “literatura de la revolución”, “metáfora de la guerra cristera”, “realismo fantástico”, para obtener con el “análisis crítico” una soteriología para el imaginario colectivo, inquisición a la prepotencia institucional y presidencialista -cuánto le deben nuestras equivocaciones de juicio al imaginario de Diego Rivera y epígonos-, Pedro Páramo, el personaje, la novela, es imagen de lo humano, de una irrevocable condición de la existencia, esa de cuando olvidamos que el sentido de nuestro doble no se sostiene únicamente sobre las cualidades de lo sombrío, sino en la luminosa profundidad oscura de la ontología de lo que significa la Diosa y el lenguaje que la denota -el caballero artúrico diría, de la Dama; el poeta de Medio Oriente, de la Amada-…

por ello el “señor de las vidas y de las muertes de Comala”  no es el protagonista de la novela de Rulfo; es la imagen de Susana Sanjuan en su locura -Caos-, en el abismo inexpugnable de esa lejanía del ámbito otro de la realidad ensoñada en la desolación misma de esta mujer: qué más infierno que la distancia que impone el límite de un cuerpo a otro, de una piel a otra en un tacto que es un vacío, oquedad de su silencio y la mirada que no refleja a quien abraza: evidencia de lo siempre inconquistable, conciencia de un abrasamiento en quien no abrasa; si a esto le sumamos los actos de Páramo, su vindicación atrabiliaria, la estéril condena de fecundar lo que va a abandonarse -Juan Preciado, su hijo, es la interrogante que se pronuncia en el desierto; es respuesta desolada de lo desamparado- ¿cómo puede entonces aliviar con el odio y con el asesinato esa alteridad que es Susana, doblemente ajena…?… el eje de la novela es la ausencia y lo ausente, no el desamor; la impotencia de un silencio, su infertilidad, larvado por todas las palabras y todos los actos sin respuestas: el caliche que respiran y tragan y habitan los muertos, que son polvo, la memoria de Comala… Comala no es estéril, a pesar de sus secarrales -lo es el Páramo-, de sus huizachales, de la tenebra perenne de sus casas, sus adobes y sus tumbas; la esterilidad adviene del fallido acto humano en la codicia arrogante que supone toda soberbia del desencanto ante la miseria de eso que se celebra como poder, ese de disminuir la dimensión del otro -la amada, el amado- al tamaño de nuestro deseo egoísta… Pedro Páramo no es “una terrible fuerza de la naturaleza”, como quieren algunos impresionados por los atributos de lo que creen “su autoridad”, sino una espantosa violencia de lo humano en una mímica grandilocuente; la fuerza es Susana Sanjuan, cósmica posibilidad germinativa expresada caos de su locura, que es también la vida en las conversaciones de los muertos de Comala, aparente ontología negativa en la que se va desplegando la cualidad del destino como el lugar donde la existencia humana ejerce su azar en el interior de lo inmutable: Comala es una milagrosa matriz al convertir el eterno tiempo cósmico en un desdoblamiento infinito de posibilidades de las historias de los personajes, no truncadas, proyectadas huella metafísica, corolario verdadero de lo vivido; instauración, por el relato, de la imposible posibilidad de la eternidad del presente… en su mitología, el principal atributo de la Diosa es el de autofecundarse que, al proyectarse  en sus funciones socio y psicológicas, deviene elección del consorte, de quien será aceptada por la mujer como amado, como amante; este hecho, en su connotación simbólica es lo que se interpreta como la forma en que la Nada en el útero de la Diosa, al ser fecundada, da paso y a lo creado; es el advenimiento de la Vida desde esa potencia que es la Muerte; así, toda violencia ejercida para alterar este orden invierte el sentido con el que se comprende la eterna dinámica de la periódica sobreposición de lo matriarcal y lo patriarcal al sustituirse a lo largo de la historia de la humanidad; sin que esto parezca un silogismo elemental, cuando Páramo violenta con su voluntad amorosa a Susana Sanjuan queda poseído, inoculado de lo yerto en el ámbito del no tiempo del diálogo que son las voces, los actos, de los muertos de Comala; una Comala que él ha querido convertir a su imagen y semejanza… la locura de Susana Sanjuan es el crepitar de lo calcinado en los huizachales, la muerte misma de los muertos del pueblo que se extiende como el beso de la ola a la playa, esa suerte de ternura, de cobijo que no podemos asir; este vaivén que en realidad es un viento candente sobre muros y callejones y tumbas, en un camino bajo canícula eterna, marca el ritmo, la temporalidad de la fijeza de las imágenes de la novela de Rulfo, esa condena a lo inmóvil que es el dolor de Páramo y de Comala; en el primero, la densidad de la desolación convertida resentimiento, odio estéril; para el pueblo, la eternidad inmutable de la muerte, la permanencia en la oquedad de un silencio en su paradoja de murmullos, que son las huellas de las vidas atravesadas por un destino funesto: el de la imposible comunión de Susana y Pedro que da como fruto una tierra baldía, un hijo por interpósita amante, que en su desamparo interroga si acaso ha nacido, porque está muerto pero ignora la historia de su vida hasta que se llena de recuerdos, esos que narran de él los muertos del cementerio… los muertos de Comala, en sus actos que son sus palabras, la novela de Rulfo, nos hacen pensar en la vida como una duda que se actualiza en el tiempo, no como incógnita sino como inaprehensibilidad; entonces los entendemos, entendemos Pedro Páramo destilación de los recuerdos como verdad que representa a la existencia; memoria inamovible con la densidad de lo que ya no puede devenir azar pues como vida ha sido cumplida y solo queda para ésta ser narrada, ser virtualmente eterna… en el cumplimiento de ese destino aciago: la eternidad del tiempo en la locura de Susana Sanjuan, la infinita repetición de la vida como narración de los muertos de Comala, ese polvo en que se convierte Páramo -un desmoronamiento cósmico-, la novela de Rulfo es una tragedia de destrucción, sí, el murmullo de la vida en el absoluto germinativo de la locura de Sanjuan, que es la Muerte… la realidad de Comala, esa que parece ser obra de Pedro Páramo, es el ámbito que late y respira en el interior de ese cosmos que es el delirio en desolación de Susana Sanjuan… Pedro Páramo es una poética y, como tal, instaura en nuestro imaginario una estética, una que se asoma más allá del hombre caído para hacernos mirar de frente, más que la falta, el desamparo; la simbiosis de ambos encarnada blasfemia, la de Páramo en contra del paraíso que es Susana; la reverberación de este eco trágico (decía yo que instaura una estética) lo podemos encontrar en la plástica anterior a la publicación de la obra de Rulfo… hay siempre  un gesto, una suerte de huella de lo estético que puede definir el espíritu de una época o de una cultura; Tamara de Lempicka en el Art decó y los surrealistas en el periodo de entreguerras; Edward Hopper y la soledad del hombre moderno intramuros en sus departamentos en las ciudades de los años treinta aun con la resaca de la depresión (una mirada que sigue ambientando las composiciones y el uso de la luz y el color en la cinematografía contemporánea); la poética de la desolación y la estética del desamparo de Rulfo está ya manifiesta en la pinturas de ese “periodo blanco” de Rodríguez Lozano, con sus mujeres enrebozadas en un luto que parece aullar su dolor frente a los jacales como sepulcros en el paisaje; ese blanco obsesivo es la ausencia como verbo; también está en esos rostros contraídos y grotescos en su horrorosa belleza de Tata Jesucristo de Goitia; y todavía más, hay una resonancia paisajística de cielos litúrgicos con nubes como catedrales para el éxtasis contemplativo, para una contrición que parece transportar del sufrimiento a la ensoñación en la fotografía de Gabriel Figueroa en las películas de aquellos años… el eje de la novela no es el cacique de Comala, es Susana Sanjuan: la ausencia de la mujer amada atesorada con la rabia del despecho, la vida que, pervertida por el odio y el resentimiento destila sequedad con la que se infecta de baldío un paisaje de huizaches, un camposanto de murmullos como espectros…

 

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Nació en la ciudad de México, octubre 9 de 1955. Poeta, narrador y ensayista. Cursó estudios en la UNAM: Sociología, Ingeniería Agrícola, Lengua y Literatura Hispánicas.

Obra publicada:
Poesía: Ritual en piedra. Desnudo peregrino de mi boca. La arena de sus huellas. Cuento: De biznagas y otros nombres. Fotografía del cementerio judío de Praga. Novela: Plúmbago Polanco. Ensayo: Me mato por una mujer traidora; La pintura de Abraham Ángel.
Obra inédita:
Poesía: Pavana para dos infantes. Mi cuerpo germina temblor entre tus labios. Novela: Dama León.

Maestro y conferencista especializado en fenomenología y simbólica del pensamiento religioso, en mitología y en las áreas del pensamiento místico judío, cristiano, del islam, así como en el taoísmo, el budismo Zen y el budismo vajrayana o tibetano; en literatura medieval caballeresca del ciclo artúrico; en literatura fantástica; y en literatura latinoamericana, en particular, entre otros, en las obras de José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, José Revueltas, Amparo Dávila, Esther Seligson y Gloria Gervitz; también en la obra de Yasunari Kawabata.
En el Distrito Federal es catedrático de las materias Mitología y Religiones Primitivas, Seminario del sistema poético de José Lezama Lima, Literatura del Ciclo Artúrico, Metodología de la Investigación, Didáctica de la Historia del Arte, Seminario de Literatura Fantástica para el Instituto de Cultura Superior (1989-2014).
Para el Instituto Cultural Helénico A.C. (2000-2014) catedrático en la maestría Humanismo y Cultura, en el Diplomado y Curso Religiones del Mundo, y la Experiencia Mística. Catedrático en la Escuela Mexicana de Escritores en la materia La Construcción del Imaginario y el Sentido de la Ficción (2013-2014).
Conferencista en diversos foros sobre los temas: Mito y Poesía; Literatura Fantástica: de Lovecraft a Bradbury; Los Poetas Malditos; La Figura de la Diosa en la Literatura Caballeresca; La División del Cosmos en Femenino-Masculino; El Mito y Jaime Sabines; El Mito y Juan Rulfo; La Función del Héroe y el Cuento de Hadas; La Diosa, el Héroe y el Villano, del Poema de Gilgamesh al Código da Vinci; Ciclo de Conferencias titulado De la Batalla de los Dioses a la Tragedia de Edipo, entre otros.
Actualmente, junto con la soprano Aída Rivera de la Cabada presenta en diversos foros el espectáculo Poesía y Canto con el ensamble del mismo nombre.