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Receptividad y personalidad oral en lo kafkiano

4 diciembre, 2017

Juan Enrique Montoya

El presente artículo trata la presencia decisiva de los tipos de personalidad oral o receptiva en los personajes de la narrativa de Franz Kafka. Si bien estas aproximaciones fueron realizadas por Sigmund Freud y Erich Fromm desde una perspectiva clínica, aquí sus teorías se aplican al análisis literario. De esta forma, se aprecia cómo Kafka pone de manifiesto una serie de conductas y patrones del mencionado tipo oral receptivo que determinan el desarrollo de las tramas en su obra, así como su posicionamiento estético.


Franz Kafka

En El lenguaje olvidado. Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas, Erich Fromm dedica algunas páginas al estudio de la obra kafkiana El proceso y, más concretamente, su personaje principal, Josef K. La primera indicación que señala el psicoanalista alemán es la de una lectura en clave onírica:

“Como sucede en muchos sueños, los hechos presentados son, cada cual por separado, concretos y reales: no obstante el conjunto es imposible y fantástico. Para entender la novela, esta debe leerse como si se escuchara el relato de un sueño, un sueño largo y complicado en el que los hechos externos que se desarrollan en el tiempo y el espacio, son representaciones de los pensamientos y sentimientos internos del sujeto, en este caso el protagonista de la novela, K.”[1]

Es, de alguna manera, la percepción de K., de acuerdo con Fromm, la que muestra Franz Kafka en su novela. Sin embargo, dicha percepción no consiste específicamente en razonamientos intelectuales o conscientes. De esta forma, la contradicción y la complejidad habidos en el texto traslucen una actividad del inconsciente del personaje que toma forma en la novela. Este dinamismo provoca la configuración onírica de los planteamientos presentados por Kafka.

La línea que sigue Fromm en su análisis se desvela a continuación a través del empleo del lenguaje. Al tratar el asunto de la detención de K., arroja las siguientes palabras:

“¿Qué significa “detenido”? Es una palabra interesante que tiene doble significado. Ser detenido puede significar ser puesto en custodia por agentes de policía, y estar detenido puede significar hallarse paralizado en el crecimiento y el desarrollo. […] El relato manifiesto emplea la palabra “detenido” en el primer sentido. Pero su significado simbólico debe entenderse en el segundo. K. tiene la impresión de que es detenido y bloqueado en su desarrollo”

En este momento, Fromm centra su examen en el alcance trascendental de la situación de K. La interpretación se enfoca, entonces, en un comienzo de la novela en que el personaje se halla en un estado de parálisis antropológica: “Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”3]

. Y este será, en efecto, el sino de K. en el sueño que vive: el de no ser un hombre verdaderamente vivo ni dueño de su destino. Por añadidura, esta es su propia elección. Así lo manifiesta Fromm en las siguientes palabras que, a nuestro parecer, son claves a la hora de valorar no solamente El proceso, sino al propio Kafka como ser humano, así como el conjunto de su obra:

“El protagonista de la novela era un hombre de “orientación receptiva”. Todos sus esfuerzos se orientaban hacia el deseo de recibir, nunca de dar o de producir. Dependía de otros para que lo alimentaran, lo cuidaran y protegieran. Seguía siendo un niño dependiente de su madre, que confiaba obtenerlo todo con su ayuda, que se servía de ella y la manejaba. Su mayor empeño -característica de las personas de esa orientación- era el de ser atento y obsequioso con la gente, sobre todo con las mujeres, para que le suministraran lo que necesitaba; y su mayor temor, el de que la gente se enojara con él y le retirara sus atenciones. Consideraba que la fuente de todos los bienes era exterior a él, y que el problema de vivir consistía en no correr el riesgo de perder su favor. Carecía, en consecuencia, del sentimiento de su propia fuerza, y tenía un intenso temor de verse amenazado con el abandono por la persona o personas de las que dependía” .

Cuando Fromm habla de K. como un personaje de orientación receptiva se está refiriendo a las fases del desarrollo psicosexual enunciadas en su día por Sigmund Freud. Estas etapas se centran en diversos periodos de la infancia y su importancia radica en que influyen en el desarrollo de la personalidad subjetiva. De esta manera, en un principio se atraviesa por una fase oral en que el placer se obtiene fundamentalmente a través de la boca. Después, quizás a partir del año de vida, el foco se desplaza al esfínter y actos como la defecación, por lo que se habla de una etapa anal. Ya entre los tres y seis años se da la etapa fálica, que está determinada por el placer sentido en los genitales. En este periodo estos empiezan a ser percibidos como lugar erógeno y se dan los conocidos “complejo de Edipo” y “complejo de Electra” en niños y niñas respectivamente. Tras la etapa fálica hay un periodo de latencia que abarca desde los seis a los doce años. Este intervalo se caracteriza por la desaparición de los intereses sexuales. Sin embargo, estos retornan con la etapa genital, en que se supone el individuo ha desarrollado la identidad sexual que lo acompañará en su vida adulta.

De acuerdo con Freud, es frecuente que haya fijación por alguna de las fases acabadas de exponer. Así, puede hablarse de personas atribuidas de una orientación oral, anal o fálica. Rasgos típicos de la personalidad anal suelen ser la tenacidad, el ahorro o la mezquindad. Por parte de la tipología fálica pueden darse la inmadurez o el ser interesado. En cuanto al carácter oral, predominan la búsqueda de la seguridad, así como la ingenuidad, la amabilidad o la facilidad para ser manejados. Fromm, en su corpus, trabaja concienzudamente la obra de Freud y, tomándola como base, alcanza sus propias conclusiones. En esencia, sostiene que la obra de Freud no tenía en consideración los factores sociales que en verdad resultan clave a la hora de definir el carácter del hombre. Por ello, se interesó por los escritos de Karl Marx e incorporó varias de sus ideas a su visión del ser humano. En consecuencia, Fromm elaboró sus tipos de carácter entre los que se encuentran el receptivo, acumulativo, explotador, mercantil o productivo. Este último representa el modelo de actitud deseable en la vida, en donde la persona es capaz de amar y desarrollar sus potencialidades humanas. El resto de nombres compone una serie de orientaciones improductivas. La acumulativa, por ejemplo, se fundamenta en poseer, retener, desconfiar y entronca con la personalidad anal ya vista. El carácter mercantil objetualiza a los seres humanos, convirtiéndolos en mercancías con valor de uso y cambio. Por su parte, las tipologías explotadora y receptiva se relacionan con identidades de tipo oral: la primera se manifiesta en un afán por obtener cosas aprovechándose de los demás. Es, por ello, la variante oral agresiva, que muerde. En cambio, la segunda orientación, esto es, la oral receptiva, es más próxima a la actitud de chupar, succionar, ser amamantado.

Este último modelo “receptivo” es el que Fromm señalaba en su cita como referencial a la hora de comprender la esencia de Josef K. Se trata de alguien ajeno al conocimiento de su propia capacidad para decidir sobre su destino. La validez personal es concedida por un agente externo; el criterio predominante también proviene de fuera de uno mismo. La libertad, de acuerdo con Jaspers:

“Es la posibilidad hacia todo. Está dispuesta a tomar lo que viene de fuera no solo como antítesis, sino transformándolo en sí misma. Libertad es la razón de estar ilimitadamente abierto a, de estar en franquía para poder escuchar, y libertad es, en este espacio abierto de la conciencia más amplia, lo que hay de decisivo en las decisiones históricas. De aquí que la libertad busque las fecundas polaridades en las cuales un lado sin el otro se atrofia” .

La postura ante la vida del hombre de orientación receptiva, por contra, es la de que es preciso obtener un grado de seguridad, y este solo proviene del exterior. El individuo corre convencido en pos del favor, consejo o aprobación de los otros, ya sean estos personas, instituciones o creencias asentadas a través de la autoridad. El recurso principal, como apuntaba Fromm, se relaciona con la amabilidad o el mostrarse solícito. Considerando la asunción de que la propia capacidad no existe, este es el único camino que emprende la persona “receptiva”. Por ello, es muy frecuente que esta sea agradable y considerada hasta el extremo. Estos rasgos en ocasiones son interpretados como bondad, lo cual anima al individuo a proseguir con su comportamiento merced al premio obtenido por parte de los otros. En otros casos, cuando se está ante la sospecha de resultar antipático o poder ser rechazado, se opta por incrementar el grado de amabilidad bajo la premisa de que no se han hecho las cosas lo suficientemente bien. En consecuencia, la persona de orientación receptiva entra en una espiral de sufrimiento al no tomar en consideración sus propias necesidades.

Llevadas estas ideas al terreno de la novela, nos encontramos con que la actitud de K. se relaciona con lo expuesto. Dice Fromm: “En lugar de esforzarse por comprender la verdadera razón de su detención, trató de eludirla. En lugar de salvarse de la única manera que podía hacerlo -reconociendo la verdad y tratando de cambiar-, buscaba ayuda donde no podía encontrarla, ayuda ajena” . K., pues, no se conoce a sí mismo y esa es su perdición. En palabras de Blanchot:

“Atrapado por la Ley que está por encima de la lógica y sometida a ella, el hombre, no obstante, sigue acusado en nombre de la lógica, con el deber de atenerse estrictamente a ella y con la dolorosa sorpresa, cada vez que pretende defenderse de las contradicciones por medios contradictorios, de sentirse culpable y cada vez más culpable. Finalmente, es la lógica la que le condena, a él, el hombre cuya única garantía en toda esa historia ha sido su diminuta razón vacilante, que le condena por enemigo de la lógica” .

Su ingenuidad, su razón vacilante, lo llevan a creer que su salvación como hombre se halla fuera y hay que “incorporarla”. Simbólicamente, sigue atrapado en la fase infantil en que se busca chupar y absorber lo externo a través de la boca para así obtener el sustento. Fromm continúa: “K. conocía una sola ley moral: la autoridad rígida, cuyo mandamiento básico era: “Debes obedecer”. Solo conocía la “conciencia autoritaria”, para quien la obediencia es la mayor virtud y la desobediencia el mayor crimen. No sabía que hubiese otra clase de conciencia, la conciencia humanista, que es nuestra propia voz que nos insta a volver a nuestro propio yo” .

La razón por la que un personaje como K. se adecua a un contexto autoritario como el de El proceso tiene que ver de nuevo con su carácter receptivo. Para este tipo de persona es cómodo asociarse en una dialéctica de maestro-esclavo ya que, aunque se experimenten pesar y sufrimiento, suele primar el “beneficio” de alcanzar la aprobación y el beneplácito que otorga la fuente exterior ante la obediencia. El comportamiento de K. implica el reconocimiento de la plena autoridad de la judicatura, a pesar de su arbitrariedad. Así, establecido este marco de actuación desfavorable e injusto, el personaje se dedica a realizar gestiones bajo sus parámetros. Sin embargo, dichos parámetros, desde el inicio, le garantizan la negación de su propio ser y por tanto lo conducen a la muerte. Esta es precisamente el único despertar al sueño que vive K. Zambrano afirma:

“La historia se adensa, se condensa, se endiosa en los gloriosos momentos enmascarada de algo que no es ella. Tiene entonces una figura sacra y hasta divina, intangible, pura, absoluta. Es Roma, un absoluto, un sueño. No corre el tiempo, o corre sólo en torno de ese sueño inmóvil que ocupa memoria y esperanza, el tiempo todo en todas sus dimensiones históricas, sin apenas respiro para las propias del ser del individuo. Y la razón humana tiene que ejercer entonces el doble oficio de sostener ese sueño histórico, tiene que extraer de él un hilo de transcurrir, de tiempo trascendente, transmisible, condición indispensable para que el sueño, al derrumbarse o extinguirse, como hacen los sueños en un instante dejando el vacío inhabitable, para que no quede mortalmente enredado o roto el hilo de la condición humana en su verdadero argumento. Lo que no puede lograr si sólo a la historia mira. Del sueño no se despierta sin que sea mortalmente, sin que haya sido todo un sueño mortal sin el despertar de la trascendencia misma del hombre, depositada como en lugar alguno en su razón poética, en la palabra que es conciencia y vida, conciencia inspirada” .

K., empleando las palabras de Zambrano, queda atrapado en la historia. Reúne todas sus fuerzas y las encomienda en un mismo anhelo, en una satisfacción que lo excluye de su responsabilidad en tanto hombre. De esta manera, el personaje entrega su ser a una idea que le es ajena y que, como tal, no está en sintonía con la vida. Es Kafka quien, como autor, despierta a los personajes de su sueño. Ahora bien, ante la pregunta de si a lo largo de su proceso se le presentan a K. oportunidades de salvarse, la respuesta de Fromm es afirmativa:

“En la novela están representadas simbólicamente ambas clases de conciencia: la humanista representada por el inspector y luego por el cura; la autoritaria representada por el tribunal, los jueces, los auxiliares, los abogados deshonestos y todos los demás que están relacionados con la causa. K. oyó la voz de su conciencia humanista, pero su trágico error fue tomarla por la voz de la conciencia autoritaria […] cuando lo que debió haber hecho es luchar por sí mismo en nombre de su conciencia humanista” .

De acuerdo con esta interpretación, la confusión de K. estriba en no discernir la cualidad de las fuentes. Es tal el grado en que asume la autoridad de los tribunales que no se adentra en el contenido de lo que se le expresa:

“Lo que confunde en la novela es que no dice que la ley moral representada por el cura y la ley representada por el tribunal son diferentes. Por el contrario, en el relato manifiesto el cura, como capellán de la cárcel, forma parte de la organización procesal. Pero esta confusión del relato simboliza la confusión en que se debate el corazón de K. Para él ambas cosas son la misma, y precisamente porque no es capaz de discernirlas sigue trabado en la lucha con conciencia autoritaria y no se entiende a sí mismo” .

K. está ciego en su convicción y esta ceguera lo incapacita en sus juicios críticos: ““No entiendes los hechos”, dijo el sacerdote. “La sentencia no se dicta de repente: el proceso se convierte poco a poco en sentencia”” . El empeño y obstinación con que acomete las diligencias van en contra de que el personaje pueda en realidad reflexionar y llegar conocerse a sí mismo:

“Y precisamente entonces comenzó el sacristán a apagar una tras otra las velas del altar mayor. “¿Estás irritado conmigo?”, preguntó K. al sacerdote. “Quizá no sabes a qué tribunal sirves”. No recibió respuesta. “Son sólo mis experiencias”, dijo K. Arriba seguía reinando el silencio. “No quería ofenderte”, dijo K. Entonces el sacerdote gritó desde arriba a K.: “¿Es que no puedes ver a dos pasos?” .

Para Fromm, hay un hito en la conocida escena que K. vive junto al cura en la catedral:

“El cura sabía cuál era el verdadero cargo del que se acusaba a K., y sabía también que el asunto terminaría mal. En aquel momento, K tuvo la oportunidad de examinarse a sí mismo y de averiguar cuál era el verdadero cargo del que era acusado, pero, consecuente con su anterior orientación, solo le interesaba averiguar dónde podría conseguir más ayuda. Cuando el cura desaprobó su búsqueda de ayuda exterior, K solo tuvo el temor de que el cura estuviese enojado. Fue entonces cuando el cura se enojó realmente, pero fue el enojo del amor experimentado por un hombre que ve caer a otro que puede salvarse, solo, pero que no puede ser salvado por los demás” .

La salvación de K., que es una salvación humana, es intransmisible y no viene del exterior. El cura, en representación de la conciencia humanista, solamente puede plantear cuestiones, estimular, tratar de ayudar, pero en ningún caso señalar qué debe hacerse de manera directa. La toma de conciencia es un acto puramente subjetivo, así como lo es la decisión de vivir desde el yo y el desarrollo de sus capacidades. La deriva en la actitud de K., por tanto, no es irremediable. Al persistir en su afán por construirse nutriéndose de directrices ajenas, se sigue la muerte: “Sin embargo, a K. la buena intención del sacerdote le parecía indudable, no era imposible que, si bajaba, llegase a un acuerdo con él; que recibiera de él algún consejo decisivo y aceptable; que, por ejemplo, enseñara a K. no cómo influir en el proceso, sino cómo salir del proceso, cómo evitarlo, cómo vivir fuera del proceso” . La pesadilla de K. tiene el peor final de los posibles, aunque es congruente con el posicionamiento del personaje. Sin embargo, para Fromm hay un último momento en que K. descubre sus verdaderas necesidades como ser humano. Es en la inminencia de su propia desaparición cuando se ve interesado en su constitución ontológica personal, en sí mismo como persona valiosa y necesaria. Justo antes de ser ejecutado, K. toma conciencia de su identidad:

“Toda su vida, K había estado buscando soluciones, o más bien tratando de que los demás se las dieran, pero en aquel momento planteaba problemas, y los planteaba adecuadamente. Solo el terror a la muerte le otorgó el poder de percibir la posibilidad del amor y la amistad y, paradójicamente, en el momento de morir tuvo, por primera vez, fe en la vida” .

Mientras el alma del personaje está muerta y el cuerpo aún vive, pueden crearse ilusiones y funcionarse en base a pensamientos improductivos. En cambio, la amenaza de la destrucción física no deja margen para engaño alguno. La inminencia del final reviste a la vida propia de un sentido tan inevitable como puro. Es, pues, cuando va a morir que K. despierta, aunque ya es demasiado tarde.

Erick Fromm

La reflexión de Fromm en torno a El proceso puede hacerse extensiva, a nuestro parecer, al grueso de escritos kafkianos. Esto quiere decir que la presencia de un personaje de orientación receptiva no es testimonial, sino que representa un rasgo significativo en las obras de nuestro autor. Así, ante la lectura de El castillo, puede evidenciarse que las ideas propuestas por Fromm son también aplicables a esta novela. La determinación de K. se centra en conseguir entrevistarse con Klamm, un hombre de poder en la comunidad donde se ambienta el texto. Sin embargo, ya que Klamm es ciertamente inaccesible, se tratará de alcanzar el cometido a través de otros personajes que puedan ayudar. En definitiva, el signo es similar al de El proceso: K. acepta el marco de que en el exterior está su bien y se enmaraña en una búsqueda en la que no podrá encontrarse a sí mismo. No en vano, la novela quedó inconclusa y es conocido que, en sus planes para ella, Kafka albergaba la idea de que K. no lograse satisfacer sus anhelos: “Según Max Brod, Kafka pretenda dar a la novela el siguiente final: “Él no ceja en su lucha, pero muere por inanición. En torno a su lecho de muerte se reúne el vecindario y justamente en ese momento llega del castillo la disposición de que en verdad a K. no le asistía ningún derecho a exigir que se le permitiera vivir en el pueblo, pero que, no obstante, y en consideración a ciertas circunstancias particulares, se le permitía vivir y trabajar allí”” .

Yendo a otro título clave como es La metamorfosis, igualmente se tiene la impresión de que se está ante un personaje de carácter oral receptivo. La manera en que discurre, estando ya transformado en insecto, conduce a tal presunción: Samsa teme perder la aprobación de sus jefes y, en general, no cumplir con su deber. Asume la autoridad externa en tal grado que se deja en un segundo plano a sí mismo, incluso tras de un horrible suceso como es la adopción de su forma animal. A pesar de despertar como insecto, no se plantea qué le ocurre. Por contra, sigue encomendando sus esfuerzos a cuestiones ajenas a sus necesidades como ser humano (Samsa aún sigue siéndolo psíquicamente). En otro sentido, puede entenderse la metamorfosis del personaje como una consecuencia necesaria de su actitud ante la vida. Simbólicamente, su cambio inesperado no lo es tanto si se valora en la medida en que se responsabiliza de sí mismo. Es decir, buscando nutrimiento siendo “alguien bueno” de cara a los demás, mas acuciado por la economía, sin considerar su propia capacidad para desarrollarse desde dentro. Desde este punto de vista, sobreviene la parálisis del ser, justamente aquella que suponía la detención de Josef K.

En el caso de El desaparecido, puede sostenerse que Roßmann es igualmente “receptivo”, aunque esta orientación se presenta con menor intensidad que en otras obras. Este personaje, que apenas es un adolescente, mantiene cierta conexión con lo que Fromm llamaría conciencia humanista. Si bien es cierto que consagra sus empeños a la protección exterior como modo de vida, también lo es su postura tanto más crítica con la actuación de otros personajes. En Roßmann puede entreverse alguien más o menos al tanto de su propia capacidad para influir en los acontecimientos. Sin embargo, como decimos, la tendencia es más que presente, y no se manifiesta únicamente en el comportamiento de los personajes. La prosa kafkiana, como tal, está configurada en sí misma bajo el prisma de alguien de orientación oral receptiva. En este sentido, hay elementos en las narraciones que invitan a considerar tal planteamiento. El primero de ellos es la óptica que define las escenas kafkianas. Se trata de la percepción que se tiene de ellas: milimétrica, precisa, cercana hasta invadir el espacio de lo ajeno. El ojo de Kafka está muy despierto, quizá demasiado despierto, hacia lo que ve. Capta cada movimiento, cada detalle de lo que hay, llegando a lo que puede tildarse (presuntuosamente) de innecesario. Y no es sólo que llegue, sino que incide en ello, sin que nada escape de su percepción.

Esta faceta visual de lo kafkiano entronca con una inclinación hacia el estímulo exterior. Quien narra es alguien que pone gran parte de sus fuerzas en volcarse hacia cada elemento percibido. Sin demasiada mesura y equilibrio discriminatorios, Kafka realiza primeros planos allá donde no ocurre nada extraordinario. No se precisa un protagonista, un acontecimiento clave en la historia o un diálogo trascendental: la óptica kafkiana nace de por sí acentuada, incrementada en lo que recoge. Por otra parte, este tipo de perspectiva oral receptiva favorece la consolidación de los personajes o actantes relacionados con el autoritarismo. Gracias a este engrandecimiento de lo externo, se ofrecen imágenes e ideas que contribuyen a reforzar la influencia inusitada de entidades como la judicatura, la comunidad, o personajes específicos como Klamm. En el terreno de las conjeturas, si las narraciones kafkianas acaso presentasen una tendencia más introspectiva y concentrada en el perímetro del yo, posiblemente lo que se identifica como kafkiano hoy sería otra cosa.

Otro aspecto propio de la orientación receptiva manifiesto en Kafka tiene que ver con el rol que desempeñan muchos personajes secundarios. En sus narraciones abunda el tipo “quien cumple un servicio”. Este aspecto abarca, desde los típicos ordenanzas uniformados hasta los botones, funcionarios, empleados, sirvientes, enfermeras o personas que simplemente bañan a otras. Todos ellos tienen en común el hecho de que su labor consiste en atender una serie de necesidades ajenas. La proliferación de este tipo de personaje deviene en rasgo estético literario, pero también dice de la forma de ver el mundo del autor praguense. Su postulada “receptividad” encaja con estos modelos en los que, simbólicamente, alguien está al cargo de satisfacer la necesidad de otro, cuidarlo, brindarle protección. La orientación oral de la personalidad, la busca de un nutrirse merced a los demás, no es, bajo nuestro criterio, algo que Kafka haya colocado en sus narraciones y que no le pertenezca. Esta pulsión que significa los textos del autor se antoja sustancial: tanto como que forma parte de su identidad humana. Reich- Ranicki apunta que:

“Kafka necesitaba mujeres que respondieran a sus sentimientos sin molestarle ni distraerle: debían protegerle pero a la vez dejarle en paz a toda costa. Él las deseaba, pero no podía soportarlas. Quería aferrarse a ellas y se sentía forzado a rehuirlas o despacharlas. Temía a las mujeres, a las que a veces y en secreto despreciaba y odiaba, pues encarnaban, según él, algo que también despreciaba a veces, odiaba en secreto y temía siempre, a saber: la vida” .

O, dicho más brevemente, se postula la existencia de un “deseo de personas sentido por Kafka, en especial su deseo de mujeres, y el miedo a ellas” . De alguna manera, el contenido de esta asunción alberga semejanzas con la actitud de los personajes kafkianos en sus vidas. La combinación entre necesidad de una “nutrición” exterior, unida a su mismo temor y el no reconocimiento de las propias fuerzas es algo típico kafkiano. Sin embargo, a pesar de suponer, como dice Fromm, una forma improductiva de vivir, en lo artístico, y unida al genio personal del escritor, esta orientación ha posibilitado la factura de algo singular y acaso nunca visto antes en el arte literario.


NOTAS

[1] Erich Fromm. El lenguaje olvidado. Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas. Ed. Paidós. Madrid, 2012. Págs. 274-5.

[2] Ibid. Pág. 275.

[3] Franz Kafka. El proceso. Barcelona: Círculo de Lectores, 1999. Pág. 463.

[4] Op. cit. Fromm. Pág. 277.

[5] Karl Jaspers. Origen y meta de la Historia. Madrid: Alianza, 1980. Pág. 203.

[6] Op. cit. Fromm. Págs. 278-9.

[7] Maurice Blanchot. El libro por venir. Madrid: Trotta, 2005, pág. 188.

[8] Op. cit. Fromm. Pag. 279

[9] María Zambrano. Algunos lugares de la poesía. Madrid: Trotta, 2007. Pág. 82.

[10]Op. cit. Fromm. Pág. 279.

[11] Ibid. Pág. 286.

[12] Op. cit. Kafka. Pág. 646.

[13] Ibid. Pág. 647.

[14] Op. cit.  Fromm. Pág. 286

[15] Op. cit. Kafka. Pág. 647.

[16] Op. cit. Fromm. Pág. 289.

[17] Lorenzo Silva. El derecho en la obra de Kafka. Madrid: Rey Lear, 2008, pág. 54.

[18] Marcel Reich-Raniki. Siete precursores. Escritores del s. XX. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003, pág. 209.

[19] Ibid. Pág. 213.


BIBLIOGRAFÍA

BLANCHOT, Maurice. El libro por venir. Traducción: Cristina de Peretti. Madrid: Trotta, 2005.

FROMM, Erich. El lenguaje olvidado. Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas. Trad: Mario Calés. Madrid: Paidós, 2012.

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KAFKA, Franz. El proceso. Trad: Miguel Sáenz. Barcelona: Círculo de lectores, 1999.

REICH-RANIKI, Marcel. Siete precursores. Escritores del s. XX. Trad. José Luis Gil Aristu. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003.

SILVA, Lorenzo. El derecho en la obra de Kafka. Madrid: Rey Lear, 2008.

ZAMBRANO, María. Algunos lugares de la poesía. Madrid: Trotta, 2007.

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Juan E. Montoya Velarde es Licenciado en Filología Inglesa (2010) y Doctor en Estudios Literarios (2017) por la Universidad Complutense de Madrid. Sus líneas de investigación se centran en aspectos tales como la burocratización, la uniformización, la generación de sentido común, el hecho comunicativo o la impersonalidad de la burocracia. Ha trabajado lo kafkiano, la destrucción de los judíos o el Apartheid en su tesis doctoral titulada "Ecos de lo kafkiano en el siglo XXI. Inquietudes, formas y motivos en la literatura comtemporánea". Actualmente imparte clases de lengua inglesa al tiempo que continúa con sus investigaciones. Contacto: [email protected]