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Selección de «Los hijos de Whitman»

25 noviembre, 2017

Francisco Larios

Selección de Los hijos de Whitman (Valparaíso, México, 2017), antología de poesía estadounidense contemporánea (109 autores, 328 páginas), compilada y traducida por Francisco Larios, editada por Ximena Gómez, 


Francisco Larios


Prólogo

“En el país de hierro vive el gran viejo” —escribió Darío— “bello como un patriarca, sereno y santo”. En el país de hierro viven hoy los descendientes del patriarca, hijos más bien de su sueño democrático. Un sueño ingenuo, por supuesto (¿qué mapa, qué fe, puede no serlo?).  Mas en todos los sueños, como en todas las fes, hay algo de real, algún milagro que los hace inseparables de la vida, que los hace destino.

Y así, en este siglo XXI que se despliega amenazante y pesimista, hay un caudal misterioso que recorre el alma colectiva estadounidense, y nos lleva a la paradoja de una nación donde el más desbocado materialismo y la violencia conviven con una riqueza poética que quizás maraville a un historiador del futuro: aquí no hay imperecederas obras arquitectónicas, o las hay contadas; el genio estadounidense es el genio capitalista, que por utilitario deja poco en la memoria; sin embargo, hay poesía a raudales, hay un impulso poético angustioso y audaz, que se expresa en numerosos acentos, por boca de todas las culturas y las etnias, y los géneros, y las religiones que pueblan esta “tierra de llanuras pastoriles”.

La pequeña muestra de esas aguas profundas de la poesía estadounidense que es Los Hijos de Whitman, refleja, sin intención del recopilador, la variada riqueza de orígenes de su “canto único (Único, aunque formado por contradicciones)”. Más de la mitad de los poetas del libro son mujeres; hay poetas de los pueblos originarios, hay mexicanos, rusos, bangladesíes, palestinos, hmong, chinos, vietnamitas, japoneses, alemanes, irlandeses, iraníes, etc.; hay afroamericanos, hispanos, mestizos de todos los mestizajes imaginables, como también los hay de diferentes identidades sexuales, credos religiosos, etc., todos reunidos por la lengua y el espíritu de Whitman, animados por su potente impulso liberador y el de los grandes inconformes que lo han sucedido en la literatura estadounidense —los Pound, los William Carlos Williams, los Ginsberg, por citar unos cuantos.

Ojalá que el lector decida aprovechar esta estrecha ventana y adentrarse en la vastedad y variedad lírica de las “tierras inextricables” que he recorrido yo (en la invaluable compañía de Ximena Gómez, puntillosa editora de mis traducciones) como parte de mi búsqueda estética. Y que sirva este trabajo de más de tres años para saldar, parcialmente, la deuda inagotable que tengo con mis padres: ambos me entregaron el gozo de la literatura; mi padre, en particular, me entregó a Whitman.

Francisco J. Larios
Miami, Junio de 2017 

 

Mary Szybist

Anunciación como mariposa azul de Fender sobre un lupino de Kincaid
“Las mariposas azules de Fender podrían desaparecer
pronto…el lupino de Kincaid, una especie amenazada de
extinción, es la única planta que les sirve de refugio…”
— CNN

Pero si yo fuera esta cosa,
mi mente mil veces más pequeña que mis alas,

si mi aleteo azul fluorescente
al fin cayera

en la suave
garganta aguamarina de las flores,

si perdiera mi apetito
por todo lo demás—

haría lo mismo que ella. Me ligaría
al tacto de la flor.

¿Y qué si los bordes lechosos de mis alas
no aturdieran más

al cielo? Si pudiera
cegarme ante este instante, ante la lenta

trampa de su olor,
¿qué importaría si no fuese más

que aleteo de página
en un texto al que alguien llega

para  escudriñarme
en el color errado?

George Evans

Escena de Noviembre

El atardecer revela la flota cangrejera
a intervalos regulares sobre el horizonte, vuelta hacia
la que antes fuera una aldea de pescadores, refugio de gentes
que trabajaban sin mamparas ni luces
que impidieran ver el azul verdoso del Pacífico y su incesante ondular.
Cuando el cielo oscurece las luces de la flota se difuminan, luego
desaparecen entre el resplandor de las casas de la costa,
meciendo imperceptiblemente el peso de su carga de cangrejos
y de tripulantes tan exhaustos que no saben que lo están,
ni dónde están, y aun así vuelven a esforzarse,
inmersos en su labor, mirando de reojo a una ciudad demasiado cara
hasta para la mejor de sus pescas, suponiendo que quisieran
vivir entre zombis cabizbajos que murmuran a sus smartphones
mientras caminan hacia los mercados de la lonja.

Frank Gaspar

Plegaria de la contemplación serena

Era una de esas noches. A lo mejor yo estaba varado,
o quizás solo esperaba a alguien. La plaza del pueblo
estaba desierta, salvo por unas cuantas parejas tomadas de
la mano, todas ellas en camino a otro lugar. Un
viento cargado de sal dormía en el puerto. Casas viejas,
casas pequeñas, botes anclados, luces en
el agua, la luna. A veces solo hace falta la
soledad —está escrito, seguramente grabado en algún lugar
sobre una piedra blanca. San Gregorio de Palamás dijo que
uno es capaz de ver la luz divina con los ojos del propio cuerpo.
Me cuesta encontrar la forma de probarlo, aunque
no voy a desistir, a pesar de que no sé si lo que observo es
el amor, o los fantasmas del amor que rondan, o apenas sus
estragos. Aquellas parejas en un clima perfecto para la devoción,
muchachos con muchachas, muchachos con muchachos, muchachas con muchachas—
cuán a salvo parecían estar de todos los trabajos y los riesgos
del mundo, y sin embargo se alejaban unos de otros
y de todo lo demás, tal y como hemos leído
sobre la vasta deriva de las galaxias, que parecen
no ansiar otra cosa que no sea la distancia que entre ellas
crece. Tal vez soy yo la estrella fija. Tal vez es posible
sentir demasiado. Al igual que es posible no remontarse
nunca al primer horizonte de nuestra propia ruina. Pero el consejo
de Gregorio es claro. Contempla tu propio corazón, dijo. Observa
tu propio pecho subir y bajar, en silencio. Dime qué ves.

Christian Hawkey

Amarillotrackl

Amarilladas por el incienso, las ligeras extremidades de los amantes desprenden
sombras sobre un tapiz amarillo; en espejos oscuros,

el silencio de nubes grises, de amarillas y escarpadas colinas.
El cielo se endurece hasta volverse gris sobre los campos amarillos.

*

Al cruzar los salones amarillos del verano
las lunas amarillentas ruedan en silencio

Pacas de trigo amarillo reverberan

Aun así, ella dejó caer las cortinas amarillentas
y el maíz amarillo susurró con calma en el campo

Una cabeza amarilla se inclinó, el niño quedó recostado en la quietud

Las moscas zumban en la niebla amarilla
Los juncos tiemblan, amarillos y erectos.

Jericho Brown

Canción 1: Frondosa vida

La mujer al micrófono canta para herirte,
Para verte sacudir la cabeza. Daría lo mismo si el micrófono
Fuese un cinturón de cuero. Manejas hasta el centro de la ciudad
Para que una voz de mujer te azote. No sabes
Distinguir entre un cinturón de cuero y la lengua
De un amante. La lengua de un amante podría llamarte perra,
Una palabra de cariño allá de donde vienes, un amable
Cumplido precedido por la palabra canta
En ciertos bares. Vaya exuberante lengüecita
La tuya: puedes gritar, Canta Perra, y, Te Amo,
Con un trago de Patrón al fin de cada frase
Desde la misma butaca cada noche de sábado, pero no puedes
Recordar el cinturón de cuero de tu padre, sin sacudir
Tu cabeza. Eso es lo que la satisface, a la mujer
Del micrófono. A ella no le interesa divertirte,
Y a mí tampoco. Háblame con la lengua del amante —
Llámame tu perra, y cantaré toda la noche.

Natalie Díaz

Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones
con mi hermano llegan a silencios incómodos

Perdónenme, guerras distantes, por traer
flores a casa.
Wislawa Szymborska

En las montañas de Cachemira,
mi hermano baleó a muchos hombres,
hizo estallar cráneos de pieles morenas,
tiñó de carmesí la arena blanca del desierto.

¿Qué se puede decir a un hombre
que ha recorrido un mundo así,
cuyas manos y ojos
lo han traicionado?

¿Había flores por allá?  Pregunté

Esta fue su respuesta:

En una aldea, una turba de hombres
envolvió a una mujer en sábanas.
La mujer no se resistió.
Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.

La acostaron sobre el camino
y la apedrearon.

El primer hombre era su padre.
Lanzó dos piedras, una tras otra.
En el camino, el hermano de la mujer
le había llenado los bolsillos de piedras.

La multitud era un enjambre
de abejas aturdidas. La andanada
de piedras contra su cuerpo
ahogó sus gemidos.

La sangre estalló en las sábanas
como un racimo de violetas,
como cien rosas en flor.

Mark Doty

En dos segundos
Tamir Rice,  2002 – 2014

la cara del niño
entró de regreso y descendió por el túnel de doce años

de su devenir, un girasol de carbón
que se traga a sí mismo. ¿Quién tiene ojos para ver

u oídos para oír? Si pudieras ver
aquello que ocurre a mayor velocidad, deshaciendo

al humano irremplazable, una estrella
que cae desde todas sus partes en la

absoluta oscuridad gravitatoria, todo esto:

quién lo arrulló cantando, quién le acarició
la pelusa de la mollera, le besó el tierno ombligo

después de que el cordón acabara el trabajo
de alimentarlo con la larga historia

de aquellos cuyo sufrimiento
se hizo un poco más soportable

por la presencia de él, aún desconocida,

jugando solo en alguna impensable
ciudad futura, una Cleveland,

lo que quiera que eso sea.
Dos segundos. Para que ocurra:

el arco del gozo en la cama en que fue concebido,
el parto de las manos repetido hasta

que las manos ya no requieran atención,
para que  mientras la mujer doblaba

sus esperanzas se hundieran en la tela
de las camisas y de los calzoncillos. Caen

girando hacia el fondo de las fauces
de algo más oscuro. Un cofre de tesoro,

libros de cómics, una navaja de bolsillo, el cascabel del gato perdido,
por qué empezar siquiera a enumerarlos

cuando detrás de cada  afluente
que en él desemboca, viene retrocediendo de prisa

todo lo que él no ha sido aún. Todo
lo que ese muchacho pudo haber hecho o pensado,

cantado o teorizado, construido sobre la estructura
trémula pero continua

que lo había precedido, hundida en
una ausencia en la forma de un niño

que en medio de la tarde juega con un arma de plástico
en un parque público de Ohio.

Cuando digo dos segundos, no me refiero al tiempo
que le tomó morir.  Me refiero al lapso entre

el instante en que la patrulla frenó
sobre el pasto, entre ese momento

y aquél en que el guardia disparó su pistola.
Los dos segundos que le tomó evaluar la situación.

Creo que es parte del trabajo
de la poesía por lo menos probarse
la piel y el momento de otro,

pero en este momento yo respetuosamente declino.

Me niego. Que a ese policía
lo aceche, todas las noches de su vida,
una enormidad que se desplome frente a él

en una floración misteriosa,
y un aullido emanando de su entraña.

Si esto no es un poema, entonces…

Pero esa voz —niño borrado,
amado por el tiempo, quien no hizo
nada a nadie y por eso en nada

se tornó— yo sé que esa voz
es una de las cosas que llamamos poesía.
No es a su asesino a quien le habla.

Brenda Iijima

Unas tumbas acunan a otras que despiertan
rojo es la forma en que el cuerpo expande su recuerdo así que arremete
una excavada efigie de mármol como un veterano erguido
haz pasar el cuerpo por un cono —cabeza cónica con movimiento de cintura
cuerpos llevados a caballo y coche hasta sagrada colina
relevante como cualquier signo asociable a duelo
contextos geopolíticos: pelea, cuerpos, muerte (arte público)
oye que el cuerpo es
heterotópico en otras partes huesos ensamblados en estatura
fuera de perímetro son huesos que nadie representa
se extirpan del conocer, dolorosa extirpación (historia)
la simultaneidad la exhibe mejor el cuerpo
lenguaje en callejón sin salida reanimado por fibras musculares
el andar de la muerte en los campos actividad escondida a la vista
deviene en este punto briznas de hierba segunda piel
¿cómo compartimos comportamientos?
conmemoradas muertes representativas
ignoradas hoy en día como rasgo ecológico
a la vez naturaleza hostil (gente no homenajeada)
congelada bajo el sol
cementerio de la ladera, establecido en 1798
sus cuerpos fueron puestos a la fuerza en hoyos
marcados por banderas, habían peleado
daño colateral es este también, estas tumbas de héroes
turbia cadena de sangre, imágenes nacidas de reflejos
por todos lados residuo colateral
en caja torácica, resplandor de mancha mortal
en 1798 las Leyes de Extranjería y Sedición entran en vigor en Estados Unidos,
declaran crimen federal escribir, publicar, o pronunciar declaraciones
falsas o maliciosas sobre el gobierno de los Estados Unidos
rito de iniciación escrito en la incubadora

Jamaal May

Canturreo del rayo

Por supuesto, podría ser seda. Unas cincuenta yardas
de lo más similar al agua para el tacto,
o igual podría ser la punta de lanza

que hiere a un hombre entre yelmo y hombrera.
Pero ahora que la lluvia hace de esta ciudad un ruidoso
borrón, es el relámpago el que llega

y se marcha casi a la vez. Es lo que quiero
ser en este instante, en este umbral,
pues aunque adoraría ser destello de seda

sobre el codo de alguien,
por más brutal y perfecto que pudiera ser volar
desde una ballesta silbante y sofocar a un hombre

a mi llegada, nada es comparable
a aquel momento en que me trago la oscuridad,
trazo sombras a pincelazos cortos en la pared,

y empiezo un conteo regresivo
en dirección del trueno. El conteo que me dice
estoy tan lejos, estoy tan cerca.

Matthew Olzman

Extraña arquitectura

Un hombre cualquiera busca un contratista para construir
una casa nueva. Cuando está lista, corre
a verla. Pero no es lo que él creyó haber adquirido,
tiene que haber un error. La casa tiene la
forma de una cabeza humana. Dos ojos
en lugar de ventanas con balcón. Una boca circular
en lugar de un portal. Hay incluso una lamparita,
como un anillo de nariz, sobre el foso nasal de la derecha.
Furioso, llama al contratista. Desalmado, cerdo de
mierda, le grita, traicionero hijo de puta.
Lo demanda en la corte una y otra vez. Pero el contratista
no tiene nada —su cuenta bancaria está vacía,
como sus lotes baldíos y su negocio,
que antes apenas se tambaleaba, ahora oficialmente
se desploma. Así que el hombre queda sin quererlo atrapado
en la propiedad. Al principio, odia la cabeza, odia
dormir en su lóbulo temporal, odia desayunar
sobre una fila de dientes. Como ya se dijo
este es un hombre cualquiera, de pensamientos comunes
y ambición escasa. De repente,
en medio de este aborrecer su ordinaria vida, ocurre un cambio.
La gente toma fotos cuando él poda la hiedra —
que extrañamente parece  vello facial— en la
fachada norte. Adolescentes drogados atraviesan
el país para pasar un rato en el jardín del frente.
Revistas de difusión nacional preparan reportajes especiales.
Repentinamente, este hombre que era —apenas hace unas semanas—
totalmente irrelevante, se convierte en una modesta celebridad.
Él quiere más. Se imagina un brillante futuro.
Así que llama al contratista para pedir disculpas. Quiere
proponerle que construyan una segunda casa, quizás una
con la forma del presidente o de Elvis. Pero la línea
está desconectada. No hay nadie ahí.
el contratista se ha esfumado —Después de las demandas,
su suerte iba por mal camino, luego otro,
luego— Nada. Desapareció. Por lo tanto, no habrá
otra cosa que una casa en forma de cabeza.
Y luego de un par de meses, la novedad se desvanece.
El hombre en la casa es noticia vieja. Pero noche
tras noche, puede vérselo ahí, sentado
detrás del párpado izquierdo de la casa, ambos, él y
la casa mirando fijamente hacia la calle.
¿Qué imagen verán?
Esta noche, hay tanta neblina que los árboles
y el cielo son invisibles. Pero de vez
en cuando, hay una abertura en la niebla, una  brecha
en el velo, una hendidura por la cual el mundo parece —
por un momento— diferente. Después
regresa la neblina, después no hay nada.

Simón Ortiz

Después del rayo

Hasta donde sabemos, podríamos ser ya
cristales de arena, triturados
en un súbito y raudo estallido de luz.
Nunca estaremos seguros
de haber tenido una oportunidad,
apenas descendimos
un vasto momento después a una tenue sombra,
difuminados lentamente en la pradera;
las colinas bajas, el horizonte, son nuestros ahora.

El momento anterior es siempre demasiado tarde.

Roger Reeves

La yegua de Money

Otra yegua muerta espera
en los bancos de algún
cuerpo de agua su turno de ser carga
que se arrastre hacia el mar espumoso,
donde tal vez se convierta en comida
de ballenas, o simplemente en un vacío
significante —crines atadas a la ondulación del mar
como la belleza de Absalón,
enredadas en las ramas juguetonas
de un árbol que busca la unidad,
amasijo, enorme confusión—
pero esta yegua no,
ella no tiene el privilegio de
una letrilla —una canción que haga dulce nuestra ruina
o nuestra muerte, incluso cuando vamos cayendo
al fuego para alzarnos como humo.
Esta yegua debe yacer, con los ojos abiertos,
entre las piedras y los
cangrejos del río Money, Mississippi,
debe escuchar las botas de los hombres al romper el agua
mientras dejan caer cerca de su cabeza el cuerpo de un muchacho negro,
levantarlo de nuevo, solo para arrojarlo otra vez
en el mismo lugar: retorcido y ojo-a-ojo con la yegua,
como si podrirse fuese algo
que requiriese testigos
—como si la yegua pudiera decir
“el martes cuando terminó de llover
el cuello del muchacho al fin se hundió
bajo el peso de la hélice del desmotador,
nunca más volvió a mirarme.”
O el muchacho pudiera decir
“Ya no más”. A partir de este momento
se separan al cuerpo del muchacho, lo colocan
en brazos de otro hombre, que lo lleva de regreso
al pueblo, mientras la yegua no dice nada
porque los caballos no hablan, y además,
porque esta yegua está muerta.

Matthew Rohrer

El emperador

Ella me envía un mensaje
regresa a casa
el tren emerge
del túnel.

Prendo fuego debajo
del sartén, sirvo para ella
una copa de vino
doblo una servilleta
bajo un pequeño tenedor

el viento arroja la lluvia
contra las ventanas
ni el emperador
es tan feliz

Erika Sánchez

Seis meses después de pensar en suicidarte

Admítelo —
querías el final

con serpentina
codicia. ¿Cómo procurar

esa asfixiante
neblina, el fibroso

susurro?

Dejar de existir
y morir

son dos cosas totalmente diferentes.

Pero esto ya lo sabías,
¿no es cierto?

En ocasiones te arrodillabas sobre monedas
en aquellas horas amarillas.

Encendías una llama

para tu sombra
y comías

alacranes con los dedos.

Tan conmovida por la tristeza del pelo
en un lavamanos sucio.

El malévolo aroma
del jabón.

Cuando en lugar de tragarte un puñado
de píldoras blancas,

decidiste darte una ducha,

las palmeras hicieron un
gesto de asentimiento,

un coro
de grillos cantaba

tras tus ojos hinchados.

El pájaro enmascarado
se volvió para mirarte

con una tira de papel colgándole
del pico.

En el crepúsculo,
cabello mojado y fragante,

sujetaste la cara de una cabra

y besaste
sus temblorosos cuernos.

¿El fantasma?

Cayó postrado,
atravesó tu cuerpo

como una fulminante
y generosa tormenta.

Maggie Smith –Beehler

Buenos huesos

La vida es corta, pero no se lo digo a mis hijos.
La vida es corta y yo he recortado la mía
de mil maneras exquisitas e imprudentes,
mil maneras deliciosas e imprudentes
que no diré a mis hijos. El mundo es por lo menos
cincuenta por ciento terrible, y eso es un cálculo
conservador, aunque esto no se lo digo a mis hijos.
Por cada pájaro hay una piedra que alguien arroja a un pájaro.
Por cada niño amado, un niño destrozado, metido en una bolsa,
tirado en un lago. La vida es corta y el mundo
es a lo menos terrible a medias, y por cada extraño
amable, hay uno que te destrozaría,
pero esto no se lo digo a mis hijos. Trato de
venderles el mundo. Cualquier vendedor de casas decente,
mientras te pasea por una pocilga, se deshace en elogios
sobre los buenos huesos de esta: este lugar podría ser hermoso,
¿cierto? Podrías volverlo hermoso.

Ocean Vuong

Un día amaré a Ocean Vuong

Imitación de Frank O’Hara / Imitación de Roger Reeves

No tengas miedo, Ocean.
El final del camino está tan lejos
que ya lo hemos pasado.
No te preocupes. Tu padre no es más que tu padre
hasta que uno de los dos olvida. Igual que una espalda
no recordará sus alas
sin importar cuántas veces nuestras rodillas
besen el pavimento. Ocean,
¿me escuchas? La parte más hermosa de
tu cuerpo es aquella
donde cae la sombra de tu madre.
Aquí está el hogar, con la niñez
reducida a una cuerda roja de trampa.
No te preocupes. Nada más llámala horizonte
& nunca la alcanzarás.
Aquí está el hoy. Salta. Te prometo que no es
un bote salvavidas. Aquí está el hombre
cuyos brazos son tan amplios que abarcan
tu partida. & aquí está el momento,
justo después de apagarse las luces, cuando aún puedes ver
la antorcha débil entre sus piernas.
Cómo la usas una & otra vez
para encontrar tus propias manos.
Pediste una segunda oportunidad
& te dieron una boca para escanciarla.
No tengas miedo, los disparos
son apenas el sonido de personas
que tratan de vivir más tiempo. Ocean, Ocean,
levántate. La parte más Hermosa de tu cuerpo
es hacia dónde se dirige. & recuerda,
la soledad es tiempo que pasas
la soledad es tiempo que transitas
con el mundo. Aquí está
el cuarto con todos en él.
Tus amigos muertos pasan a través de ti como un viento
a través de campanas chinas. Aquí está una mesa
renca & un ladrillo
para hacerla durar. Sí, aquí hay un cuarto
tan cálido y entrañable,
te lo juro, que vas a despertarte—
& confundir estas paredes
con piel.

Rachel Wetzsteon

Sakura Park

El parque acoge al viento
los pétalos se elevan y se esparcen

como las versiones de mí misma, de la que estuve
a punto de ser; y diez años más tarde

y diez cuadras después, aún no decido
si esta diáspora parece

un puño que se abre o un adiós.
Pero los pétalos se apuran a volar en

busca de la rosa, del vendedor de cigarros,
y al menos yo tengo por corazón

reglas de conducta: niégate a escoger
entre llamar la atención y pasar la página

aunque el terco cene solitario. Supera
“sobreponerte”: las nubes oscuras no se destiñen

más bien se alejan con colores más intensos.
Renuncia a una felicidad con raíces

(¡El árbol impasible se quema!) y una dulce prórroga
(un parque pobre, pero mío) vendrá después.

Todavía es posible que el quiosco vacío
atraiga las multitudes del mundo.

Y mientras tanto, mientrastanto ya es bastante:
El momento que tararea, el susurro de los cerezos.

Caki Wilkinson

Tormenta y tensión

Que una telaraña sostenga una gota de lluvia
es tan relevante
como la persistencia de la lluvia, que cuelga donde una hiladora
tendió de soslayo su urdimbre
porque, trampa o atrapado, aguantan ambos cierta presión—
una empuja, la otra reacciona.
No me pregunten de qué sirve esto. Al margen
de cuáles sean los estados predilectos de la materia,
la cuestión carece de importancia
más allá de esta vida, que es una red diseñada
para romperse, no hay tiempo para recompensas
cuando el peso se hace vapor.

Robert Wrigley

Después de un aguacero

Como he llegado hasta el corral y es de noche,
los caballos se acercan desde el antiguo establo.
Dejan que acaricie sus caras largas, y noto,
a la luz de la luna que ahora emerge,

cómo ellos, un Morgan y un Cuarto de Milla,  traen
sus grupas moteadas por la lluvia
convulsa, transformados de esta manera en
Apalusas, los caballos ancestrales de este lugar.

Quizás porque es de noche están nerviosos,
o quizás porque ellos también saben
en lo que se han convertido, parecen
aguardar a que diga algo,
a los viejos fantasmas que quizás anden por aquí todavía ,
y quizás despierten de este sueño confuso,
en el que hay establos y corrales y un hombre
que no sabe una sola palabra que ellos comprendan.

Lynn Xu

Canciones de Cuna

A Paul Celan

Manicomio es palabra de hombre muerto, hermano
es vergonzoso morir, ver
el cielo abajo como un abismo y escuchar
su astado zorzal de escarcha que hila sombras sobre el mar―
Azulísimo el cielo sobre el agua, canta
su tumba es verde, la hierba me atraviesa
pero la ceguera no trae ceguera
trae noche a la algazara que los niños cantan en sus aulas de clase
hermano, atardecer tras atardecer
¿Acaso no pisamos azafranes en flor?
Los muertos les pisan las cabezas, y a pesar de ello
el azafrán decapitado emite un perfume claro
al  arcoíris de Dios cantamos y el canto desnuda
a las serpientes que llamamos hermanas, benditos somos.

C. Dale Young

Víspera

Por tratarse de una romería
salimos al camino en la quinta hora de la luz,
como marchan los niños de los cuentos

al combate con demonios.
Ya no éramos niñas, tampoco aún mujeres, mis hermanas y yo
detrás de nuestra madre rumbo al río,

donde la logia de damas que cargaban lienzos blancos
se hundía en el reflejo que las flores del caqui dejaban
sobre el agua gélida y negra de la mañana.

Vimos a nuestra madre sumergir las sábanas,
luego las camisas, y vimos su espalda doblarse, erguirse,
sus brazos alzar las telas blancas en el aire,

una bendición, sus brazos tan fluidos como el agua,
tan fluidos como un decreto en tinta fresca.
Yo sacaba las camisas del remojo

—avergonzada de tocar a mi padre, a mis tíos—
y las tendía sobre las piedras a blanquearse bajo el sol.
Caminando a casa, cargando en mis brazos la ropa limpia

rociada por el dulce olor de la luz que disolvía las colinas,
recordaba a mi madre en el agua oscura.
Rezaba porque la maternidad nunca me encontrara en su lugar.

Traci Brimhall

Evangelio de las profundidades

El mar está sediento y la sombra de una ballena
se mueve bajo el barco, furiosa contra las anclas, los arpones,
los curtidos pechos de la sirena de proa.

Y en la cubierta los marineros arrancan la carne
para llegar a la grasa, cortan la cabeza y drenan el aceite.
Toda la noche, con las manos sobre la cara.

No por vergüenza, no. Tienen ampollas de sangre en las palmas,
pero sus muñecas huelen a mujer. Mientras muere,
la ballena oye a su madre, que canta a dos millas de distancia,

a una braza de profundidad. Ahora a la estación implacable.
Ahora a los sueños que surgen del roto corazón de la ballena,
que gime cánticos de azul zodiacal a los durmientes.

Hay tres canales en la oreja, dos ventanas.
Una voz que viene de la bella difunta. Un himno omega.
Una mente que repasa, entre golpes de martillos, la promesa

de música piadosa y un enemigo común. Las luces se alejan
cuando los hombres se meten a sus hamacas, con sus corazones traducen
el evangelio de las profundidades, se preguntan si en verdad oyen mujeres que cantan

verdes canciones de amor en el agua, o ángeles sordos que cantan antes de la guerra.
Mañana matarán a los pájaros porque hay demasiada música.
Mañana se levantarán con las manos llenas de suciedad.

Victoria Chang

Edward Hopper: Cuarto de hotel
(Estudio)

Mientras el hombre, lejos de casa,
le habla a su esposa
acerca de la mujer del corpiño rojo,
la mujer aguarda
sentada en la cama doble.
Uno esperaría silencio como el
de esta mujer en el puño de una estatua
de cobre. La mitad de su cara,
un tono de merengue dorado,
la otra mitad, como la sombra en
una espadaña. Su boca uniforme—
demasiado recta, como si dudase
de la decisión tomada, de la forma en
que las mujeres dudan. En sus manos,
una carta amarilla, doblada
como su corva espalda.
Su vestido tirado en un sillón verde.
Frente a ella, un bolso de hombre
y un maletín. Sobre un tocador,
un sombrero con pluma
de Ceilán. Eso es todo
lo que el artista nos ha dejado,
a sabiendas de que haríamos nuestra
la piedra de la mujer;
una sed del yo
en todo —incluso
en las dulces grietas
de una mandarina.

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