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Discurso del Rector de la Universidad de Salamanca – Premio Reina Sofía de Poesía 2017

31 enero, 2018

Majestad,
Sr. Ministro de Educación, Cultura y Deporte,
Sr. Presidente de Patrimonio Nacional,
Sra. Dª. Claribel Alegría,

Autoridades, miembros del jurado del premio Reina Sofía de poesía iberoamericana,
Queridos amigos de la Universidad de Salamanca,
Señoras y señores:

Sean mis primeras palabras de agradecimiento. En primer lugar a vuestra Majestad, que dio su nombre a un premio de poesía que se ha convertido en el más prestigioso de los de lengua española y portuguesa, apoyándolo con su
presencia en cada una de las veintiseís ceremonias de entrega que, con esta del día de hoy, se han sucedido. En segundo, a Patrimonio Nacional encarnado ante nosotros en su presidente D. Alfredo Pérez de Armiñán, la
institución con la que la Universidad de Salamanca ha compartido primero el impulso creador del premio y después la perserverancia para desarrollarlo. En tercero, a los miembros del jurado, del último en actuar y de los que le
precedieron, por cuanto a sus sabias e independientes decisiones debemos el prestigio del Premio Reina Sofía de poesía iberoamericana.

A Claribel Alegría le agradezco, naturalmente, que nos acompañe hoy, que haya desoído los consejos de quienes, pensando en su salud, le advertían de la inconveniencia de tan largo viaje; pero, sobre todo, le agradezco, diría que
le agradecemos todos, su obra poética. Gracias, Dª Claribel, el mundo se nos aparece un poco mejor debido a ella.

Recuerdo las palabras de Claribel Alegría acerca de su último, por ahora, gran poema, “Amor sin fin”. Decía

yo creía que nunca más iba a escribir, lo terminé a mis 92
años. Se me vino y era como que me dictaran. Fue una
necesidad muy grande.

¡Qué suerte la suya!, o quizá, ¡qué desgracia!, escribir al dictado de su poesía, ser, más que creadora, el mero instrumento de la creación. ¡Qué suerte o qué desgracia!, que su poesía se manifieste a través de ella, a veces
dolorosamente, diríase que casi contra su voluntad, impelida por una necesidad de expresar más fuerte que ella misma.

Todos sus estudiosos coinciden en que el aliento más fuerte de toda la obra poética de nuestra Claribel, es el amor a la vida, que surge a pesar de sus momentos sombríos, de su denuncia de los problemas sociales y humanos, de
las matanzas, de las guerras, de los desheredados a quien ella da voz, de esa función que ella llama “de cuervo”, de su compromiso con los países de juventud de nuevo ahora revividos, de la pérdida de su gran amor, del que hablaré más tarde, del dolor insoportable, de la vacuidad llegada, del alma anegada por la idea de la muerte. Siempre su amor a vida que la sostiene:

Sobrevivo
Alegrovosamente
Sobrevivo

Es ese amor a la vida lo que ha configurado su trayectoria vital, o su trayectoria poética, pues siendo ella el vehículo de su poesía, no es posible separar ambas. Así, la vida de Claribel Alegría está tan estrechamente vinculada a su trabajo que este parece inconcebible sin aquella. Además, su devenir vital la une de tal manera a este premio de poesía iberoamericana que uno se pregunta cómo no se lo dimos antes, y solo cabe como respuesta que quizá estuvimos esperando al albor del octavo centenario de la Universidad de Salamanca, para celebrar con ella nuestra condición de primogénita de las universidades iberoamericanas. Con nadie mejor, porque su vida se ha desarrollado por todas las orillas del español: nacida en Nicaragua, pronto se trasladó a El Salvador, luego a los Estados Unidos, donde nacieron sus tres hijas, más tarde a México, Chile, donde nacería su hijo Erik, Uruguay, Argentina, España, además de otros lugares. Alguno quizá se extrañe de que incluya a los Estados Unidos en esta enumeración de las orillas del español. Sé que, según aparece en su antología, Claribel Alegría dijo de su traslado de Estados Unidos a México:

Para mí los cielos se abrieron. Tras ocho años en el
extranjero, suspiraba por regresar a mis raíces culturales,
por sumergirme de nuevo en mi propio idioma

Pero bien, saben ustedes que en los más de sesenta años transcurridos desde entonces, mucho ha cambiado. El país más grande de América está cerca de convertirse también en el país con más hispanohablantes del mundo. La
cultura hispana penetra con fuerza en él y a ello no es ajena nuestra premiada, que ya en aquellos años sesenta daba a conocer lo mejor de la literatura del sur del río Grande en aquel país. Y esto nos lleva a otro aspecto de la vida de Claribel: Bud. Perdone, Dª Claribel, que lo llame así, sé que es un nombre familiar, pero veo que nadie lo llama Darwin. En efecto Darwin Flakoll, Bud, es esa presencia determinante en la vida y la obra de Claribel. Él es, por supuesto, el objeto de poemas de amor; pero es mucho más que una inspiración. Sus vidas son el ejemplo de una colaboración intelectual que cualquiera envidiaría. Una colaboración comprometida en muchas causas, una
inseparable unión que los engrandeció a ambos, tanto que se diría que podrían haber inspirado aquellos versos de su amigo Benedetti:

y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

Esa colaboración comenzó, en efecto, con la publicación de New Voices of Hispanic América, que dio a conocer en los Estados Unidos a muchos escritores de lo que luego se llamó el boom latinoamericano. Por eso creo que si hoy podemos incluir con justicia a Estados Unidos dentro de los países en los que se vive con orgullo la condición de hispanoparlante, no son Claribel y Bud ajenos a ello. Hasta se atrevió nuestra poeta con la receta de la composición del mundo y la historia de quienes hablan español a aquel lado del Atlántico y la llamó Tamalitos de Cambray:

Dos libras de masa de mestizo
media libra de lomo gachupín
cocido y bien picado
una cajita de pasas beata
dos cucharadas de leche de Malinche
una taza de agua bien rabiosa
un sofrito con cascos de conquistadores
tres cebollas jesuitas
una bolsita de oro multinacional
dos dientes de dragón
una zanahoria presidencial
dos cucharadas de alcahuetes
manteca de indios de Panchimalco
dos tomates ministeriales
media taza de azúcar televisora
dos gotas de lava del volcán
siete hojas de pito
(no seas malpensado es somnífero)
lo pones todo a cocer
a fuego lento
por quinientos años
y verás qué sabor.

Envidio su receta, Dª Claribel, y me gustaría que alguien compusiese una semejante para la relación de nuestra universidad con Iberoamérica. Cerca ya de nuestro octavo centenario veo que cinco de esos ocho siglos han sido
fuertemente marcados por esa relación. Siguiendo su juego, la imagino como el pan que acompaña su guiso. Un pan compuesto, entre cuyos ingredientes habría que contar a un gramático que desde el primer instante vio la
necesidad de enseñar allí el español, dominicos y jesuitas discutiendo nuestra relación con las gentes de iberoamérica, y creando de paso el derecho de gentes, y, por supuesto, las universidades que nos honraron tomando a la nuestra como modelo para su creación y que ahora nos distinguen con su amistad. Esta masa, levando durante más de quinientos años, acompañará con su esponjosidad a todos los guisos que juntos inventemos.

Ya he dicho al comienzo lo feliz que me parece la coincidencia de que, en las puertas de nuestro octavo centenario, recaiga este premio precisamente en usted, por tanto como ha vivido por toda iberoamérica, por tanto como Iberoamérica ha vivido en y gracias a usted.

Disfrute,

en este instante, en este ahora

pero perdone que no le permita decir más

aunque dure un instante

porque quienes aquí estamos pasaremos, pero este instante perdurará en la memoria de esta Universidad que hoy se honra con premiarla. He pensado en qué palabras debía elegir para ser las últimas que pronuncio en una entrega de premios Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Y me ha parecido que nada mejor que robárselas a la propia Claribel, y, aún peor, cambiar la palabra final para el momento, y decir con ella:

Nadie podrá quitarme
mis encuentros,
mis diálogos,
mis rostros.

¿Qué más da si me marcho
o me quedo?
Aquí también viví.

Muchas gracias.

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