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La casa de Rubén Darío en Barcelona sale del olvido

2 febrero, 2018

Meritxell M. Pauné

 Nicaragua ha tanteado adquirir la antigua residencia de veraneo para convertirla en museo. Una placa municipal recuerda al poeta, que a su vez también homenajeó al intelectual Rusiñol con otra placa.


La memoria, a veces, da una segunda oportunidad. La casa en la que vivió el célebre poeta nicaragüense Ruben Darío (1867-1916) durante su estancia en Barcelona ha salido del olvido este 2017, cuando se cumplían 150 años del nacimiento. A raíz de un artículo en La Vanguardia, el gobierno centroamericano ha tanteado la adquisición de la antigua residencia de veraneo que hospedó al autor, con el horizonte de habilitarla como museo.

Una discreta placa de piedra en una impoluta fachada de color naranja, en el número 16 de la calle Ticià, recuerda su estancia más larga. “En esta casa vivió en 1914 el insigne poeta nicaragüense Rubén Darío. Barcelona rinde homenaje a su memoria en el centenario de su nacimiento. Enero de 1967”, reza la inscripción, que pervive en perfecto estado. Tras media docena de visitas de poca duración, en 1914 pasó su periodo más largo en la ciudad. Tenía intención de establecerse en Barcelona, así que alquiló una casa cerca de la actual Ronda de Dalt. Era una torre de veraneo pequeña y aireada, que consideró la solución definitiva para su maltrecha salud física y emocional. Tenía entonces 47 años y su adicción al alcohol ya era muy grave, con crisis e incluso episodios de alucinaciones.

La embajada de Nicaragua en España, por encargo directo de la vicepresidenta Rosario Murillo, localizó el inmueble e inició contactos para estudiar la compra, que por ahora no han dado sus frutos.

Un vestigio del poeta en un barrio transformado

Esta tranquilísima calle conserva media docena de casas centenarias que son aún viviendas particulares, aunque solo en una de las dos aceras. El barrio de Els Penitents había empezado a urbanizarse justo con el cambio de siglo alrededor de la calle Ticià, cuando todavía pertenecía al municipio independiente de Horta, que se anexaría a Barcelona en 1904.

Tras décadas de ambiente popular, la burbuja inmobiliaria trajo a la zona modernos bloques de alto standing –como el que hay frente a la casita de Darío–, que hoy conviven con los antiguos en un paisaje de contrastes. El aspecto exterior de la torre también ha cambiado a lo largo del tiempo, con la incorporación de una segunda planta y la pérdida del frontón, cornisas y balcón originales de la fachada.

En una carta a un compañero del diario argentino La Nación, Rubén Darío describió telegráficamente su alegría por la vivienda que había encontrado: “Torre ideal (como llaman en Cataluña a las casas de campo o de recreo), cerca del Tibidabo: jardín y huertos a un lado; tranvía cerca; baño, luz eléctrica, timbres, la mar de piezas, todo amueblado, todo listo; piano… ¡18 duros al mes! Yo no me muevo de aquí, porque he aquí lo que yo necesitaba…”. En la postdata de su Autobiografía, escrita en 1914, decía: “En una torre que tiene jardín y huerto, donde ver flores crecer que alegran la vida y donde las gallinas y los cultivos me invitan a una vida de manso payés, he buscado refugio grato a mi espíritu”.

Según publicó en 1932 Andreu Avel·lí Artís ‘Sempronio’ en el semanario El Mirador, Darío vivía en esta casa con su última pareja, Francisca Sánchez –a la que había conocido en Madrid–, y su hijo en común.

La intensa vida social de Darío en Barcelona

Darío causó sensación en la capital catalana durante sus estancias y visitas a principios de siglo XX. Entabló amistad con los principales artistas intelectuales del momento –una generación cumbre, en pleno despertar del Modernismo y la Renaixença– y era un auténtico apasionado de la ciudad, a la que dedicó diversas crónicas periodísticas. Acudía a las tertulias ilustradas de cafés como el Colón o Els Quatre Gats. Visitó La Pedrera, el Institut d’Estudis Catalans y el ahora Palau de la Generalitat, describió las Ramblas y el paseo de Gràcia en sus artículos y fue recibido con honores en el Ateneu Barcelonès y la Casa de América.

Entabló amistad con prohombres como el catedrático Antoni Rubió i Lluch y el ensayista Pompeu Gener, aunque fue con el artista Santiago Russiñol con quien hizo más migas. Le visitó en el Cau Ferrat de Sitges e incluso le dedicó el verso que homenajea al pintor en una placa del paseo de Gràcia: “Gloria al buen catalán que hace a la luz sumisa, jardinero del sol al pincel y a la pluma, a la barba y la risa con que nos hace alegre la vida Rusiñol”. Está instalada en un primer piso del paseo, en el número 96, y fue colocada por la Sociedad General de Autores de España (SGAE) en 1967.

Conoció a la flor y nata de la intelectualidad barcelonesa –Víctor Balagué, Àngel Guimerà, Apel·les Mestres, Jacint Verdaguer, Narcís Oller, Joan Maragall, Miquel dels Sants Oliver, Eugeni d’Ors, Carles Rahola, Josep Carner…–, pero también se entrevistó con líderes sindicales y escuchó mítines porque le interesaba en gran manera el auge del obrerismo en la ciudad. El pormenor de sus vínculos culturales puede leerse online en un documentado artículo de investigación de 1972, que Andrés Quintián publicó en Cuadernos Hispanoamericanos.

Sin embargo, ni la fama internacional de Darío ni el intenso networking durante su estancia le valieron una colaboración fija en las publicaciones de la ciudad, con la que mejorar los ingresos como corresponsal y convertir Barcelona en su domicilio permanente. Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el 25 de octubre de 1914 emprendió el retorno al continente americano. Moriría menos de dos años después, el 6 de febrero de 1916, en su Nicaragua natal.

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