La mujer del padre Prado

2 febrero, 2018

Así como el lenguaje usado por Mario Urtecho en su libro de cuentos La mujer  del padre Prado, pleno de amenidad y desparpajo, así es el lenguaje empleado por Guillermo Cortés Domínguez, al hacer la referencia – testimonio a dicho cuentario después de su lectura. Cortés, con descarnado acento coloquial conversa su fraterno vínculo con Urtecho y acentúa ciertos momentos del libro cuando celebra el “trabajo de filigrana” y el cumplimiento del elemento sorpresa en algunos desenlaces de los veintiún relatos que conforman La mujer del padre Prado y otros cuentos, dejando constancia de una entrañable visita a estos relatos ya reconocidos por cierto, en los tiempos de su presentación el pasado 2017, por el también narrador Francisco Javier Bautista Lara, cuando dice que Urtecho ficciona en ellos la historia y lo cotidiano.  


Hace varios años conocí a Mario Urtecho y por eso puedo decir que es un cuentista nato, un contador natural de cuentos, porque cuando se platica con él, uno siente que le están contando un cuento, con la ventaja respecto al cuento escrito, que en estos, el autor modula la voz, enfatiza, crea sonidos y, sobre todo, acude a un lenguaje coloquial, a una jerga popular, con lo cual posibilita que el interlocutor establezca una complicidad con él. Debo decir que este señor también es un gran jodedor.

En otras palabras, Mario te engancha y te monta en su nota, en su onda, una buena onda, divertida y fraterna, porque, hay que decirlo, además es una buena persona. Así como lo manifiesta Kapucinsky: “para ser periodista hay que ser buena gente”. En el caso del autor de La mujer del padre Prado aplica que para ser cuentista, cuentista literario, hay que ser buena persona.

Esta personalidad de Mario nos pone a salvo a sus amigos, porque si fuese mala gente, nos embrocaría a cada momento con sus ficciones. Aunque, con esa mente tan mal pensada que a veces tenemos, he llegado a preguntarme cuánto de lo dicho por Mario son puras invenciones que me hace tragar como ciertas, y cuántas de verdad responden a la realidad. Es el riesgo de tener amigos cuentistas.

Cómo no va a ser cuentista Mario Urtecho si desde niño vivía en un mundo de cuentos, tal como nos revela en su Obertura o Introducción a La mujer del padre Prado, en la que nos refiere sus noches de infancia sentado con sus hermanas y hermanos en el piso de tierra de la vieja casa familiar, escuchando absortos los cuentos de su abuela, cuentos de espantos que los dejaban temblando de miedo.

Además, es de Diriamba, lo cual parecería una acusación. Y lo es. Lo es en el sentido de que se crió y desarrolló en un pueblo pequeño, de personajes conocidos por todos, con unas características insólitas que los convertían en algo así como en gentes salidas de la fantasía. Él mismo nos menciona algunos de ellos como doña Luisa, quien ataviada de azul y blanco se pavoneaba por la calle como si fuera la Virgen María; o Parrales, que se enterraba medio cuerpo creyendo que retoñaría; o el tipo que creía volar y para demostrarlo se construyó unas plumas de zanate. Algunos dirán, ¡así quién no!, como no iba a ser cuentista Mario Urtecho con esas condiciones tan propicias. Pero no nos enredemos. No cualquiera logra ser cuentista como él, aunque se haya tenido un ambiente familiar y social auspiciador, porque se requiere una personalidad y un temple especial para serlo. En primer lugar se necesita vocación hacia la escritura; en segundo, debe leerse y escribir mucho; y en tercero, porque no es suficiente escribir bastante, es imprescindible además: disciplina, paciencia, la perseverancia de “güirisero” en busca de oro en una oquedad profunda, helada y oscura, la creatividad e imaginación, y la lucidez y el tino para cazar las buenas ideas

No crean que las frases y los párrafos salen como el primer hervor de unos frijolitos rojos en un fogón a leña, que luego degustaremos con crema, cuajada, tortillas doradas y humeante café de palo de las alturas de Jinotega; no crean que las líneas salen así, igualitititas, como podemos apreciarlas en La mujer del padre Prado. Salen diferentes, aunque buenas y aceptables para la mayoría de los mortales, pero no para un cuentista que se respete, porque no basta con el producto originario, se requiere de un trabajo laborioso como el de un artesano de San Juan de Limay que toma su tiempo para darle forma a su pieza y pulirla amorosamente hasta lograr el acabado y el brillo buscado.

Así, un cuentista que busca la belleza, como Mario, debe tomarse su tiempo para concebirlo a partir de una idea, un sueño, de algo que escuchó o que leyó en medios de comunicación social, o de un detalle observado en un árbol, en un animal, acaso en la mirada de una mujer o de un hombre, en unos niños o jóvenes, en la lluvia, el viento, la noche, las estrellas, porque todo el contexto está conectado con el artista, quien gracias a su sensibilidad y todo el entorno, lo convierte en materia prima para sus escritos.

Y después el trabajo laborioso de escribir para, enseguida, revisar una y otra vez, reescribir nuevamente, incluso desechar y recomenzar en busca de la mejor palabra, la palabra precisa. Escribir cada línea de un cuento tiene la intensidad de una carrera de cien metros en busca de la palabra adecuada a tonalidad y temática. Por esto no cualquiera es cuentista, ni siquiera muchos de los que tienen talento para ello, pues como suele suceder, les falta fuerza de voluntad.

Antes he dicho cuentista literario deliberadamente, aunque parezca una redundancia, porque hay muchos cuenta cuentos, contadores orales que son una maravilla, que nos divierten y nos hacen reír hasta el delirio, pero no es lo mismo que escribir cuentos, como lo hace Mario, lo cual exige un gran dominio del idioma, de la palabra, porque además no habrá que perder de vista que el cuento demanda brevedad, precisión, es decir, expresar mucho con pocos términos, por tanto, estos deben ser exactos. ¿Cómo identificar la palabra exacta? ¿Cómo saber que la palabra debe ser una y no otra? ¿Cómo estar seguro de que la escogida es la idónea, la palabra destinada o predestinada, la feliz palabra que debe ir junto a las otras para lograr la significación buscada? Estas preguntas las podrá responder Mario.

Mario Urtecho

Entonces en los 21 relatos contenidos en La mujer del padre Prado vamos a encontrar un trabajo de filigrana y además, en la mayoría de ellos, el cumplimiento de otra exigencia rigurosa para el cuentista y que es una de las claves del éxito: un final inesperado, sorprendente, que nos agarre movidos. Y nos vemos en la circunstancia de que hasta nos sentimos compelidos a celebrar que el autor nos haya tomado fuera de base, porque uno espera el desenlace por un lado, y Mario nos sale por otro, como sacándonos la lengua. Me lo imagino diciendo: “¡Te jodí papito! ¡Te jodí papito!”.

Aunque no soy cuentista y las novelas que intento escribir nunca me han sometido a la intensa exigencia que significa escribir un cuento, me atrevo a decir que A veces en las madrugadas, es el cuento técnicamente mejor logrado de este libro. Leyéndolo tuve evocaciones de Jorge Luis Borges, quien gustaba de interminables laberintos y juegos de espejos. El personaje de esta historia sueña que alguien entra a su casa y a su dormitorio, le habla al oído, penetra en su sueño y convocado por él se levanta, sale de la casa y afuera se encuentra a sí mismo. Ya con esto, tal vez sería suficiente para lograr un cuento, pero el autor se exige más para dejarnos más perplejos aún, al decirnos que estos sueños terminaron cuando su imagen desapareció de una fotografía y él se fue  a quién sabe dónde. Veinte años después de muerto, él se acerca a su casa, entra a su dormitorio, se aproxima a la cama y se ve dormido en ella, susurra su nombre, se llama, y se ve levantándose de la cama, recorriendo su hogar y saliendo a la calle. Me da escalofríos este cuento.

La mujer del padre Prado no tiene nada contra la Iglesia Católica, acaso un velado cuestionamiento a su errada política de prohibirles relaciones sexuales a los curas, como si no tuvieran lo mismo que los demás hombres entre sus piernas, como nos dice el autor, pero sí es un himno a la liberación femenina, una exaltación de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, porque la mujer del padre Prado resulta ser una campesina empoderada, consciente de sus derechos, que los reivindica sin tapujos.

Que Francisca Aráuz haya sido una mujer libre como las mujeres libres de esta época, en la segunda parte del siglo XIX, no debe extrañar, porque ella era autosuficiente económicamente, debido a que con buen suceso compraba y vendía chanchos, quesos y reses. Este cuento no tiene el elemento de lo inesperado, pero sí de lo raro, de lo insólito; está basado en una historia verdadera investigada por el autor en los periódicos de la época entre otras fuentes que utilizó para rescatar datos, hechos o indicios, que le ayudaron a darle visos de verosimilitud, de verdad literaria.

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