Pedro Joaquín Chamorro: el reformismo social democrático

2 febrero, 2018

Romper con las recetas del pasado se convierte entonces en el sostén del pensamiento social de Chamorro Cardenal. Al ubicarlo en el mapa de las ideas políticas, Jarquín lo califica como “uno de nuestros primeros y más consecuentes demócrata cristianos, en la definición demócrata cristiana chilena, de avanzada, o bien socialdemócrata” —interesante calificación, sobre todo si consideramos la ausencia de una tradición de esta ideología en Nicaragua.


Recibí la invitación a comentar la segunda edición del libro Pedro Joaquín ¡juega! de Edmundo Jarquín, mientras investigo las funciones políticas de la cultura durante la restauración oligárquico-conservadora que vivió la sociedad nicaragüense entre 1910 y 1930, aproximadamente.[1] En mis pesquisas encontré a Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, padre del Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, de quien Jarquín elabora una biografía política en el libro antes mencionado. Destacado político e intelectual conservador, Chamorro Zelaya fue también miembro de la exclusiva liga masculina de los Caballeros Católicos, organización fundada en 1918 e influida por la doctrina social de la iglesia católica que reunió a destacados miembros de la elite bajo un mismo propósito: defender la sociedad nicaragüense de lo que consideraban grandes peligros políticos y culturales: la modernización norteamericana y el comunismo. Chamorro Zelaya también dirigió el diario La Prensa, ejerció el periodismo y publicó textos de ficción, dando ejemplo del tránsito entre géneros literarios también característico en la obra literaria de su hijo.[2]

El vínculo familiar entre padre e hijo (Chamorro Zelaya y Chamorro Cardenal respectivamente), me sirve como introducción al postulado que aquí quiero desarrollar, el de que el pensamiento social del hijo, Chamorro Cardenal (1924-1978), constituye una ruptura respecto al discurso político conservador dominante que caracterizó al de su padre, Chamorro Zelaya. Por discurso conservador entiendo el posicionamiento elaborado por la elite criollay   desde la post independencia hasta el término de la restauración conservadora de las primeras décadas del siglo veinte. Dicha posición sostenía un ejercicio restrictivo de la política, limitado a una reducida elite de hombres de ascendencia y linaje criollo. Paralelo a ello, el establecimiento de una ciudadanía censitaria, limitada por criterios raciales, de género y de clase.[3] Muy probablemente, la mayor vitalidad de este discurso está localizada en el período conocido como los treinta años conservadores (1858-1893). Sus restauradores en el siglo veinte plantearon en obras literarias como Entre dos filos, novela de corte costumbrista de 1927 escrita por el padre, un deseo de retorno hacia el pasado ‘glorioso’ y de ‘paz social’ de los treinta años..

El pensamiento social del hijo se configuró en conflicto con el discurso conservador del padre brevemente descrito arriba. Jarquín señala reiteradas veces el distanciamiento de Chamorro Cardenal con figuras políticas como Emiliano Chamorro, caudillo conservador, y Fernando Agüero, opositor de Somoza.[4] Al ubicar a su biografiado en el mapa de las ideas políticas, Jarquín remarca su distancia de la “tradición conservadora de sus antecesores” (160) y ve en él “una persona de ideas progresistas, revolucionarias” (160). [5]

Como analista del discurso social, también valoro otro asunto como prueba de la ruptura de Chamorro Cardenal respecto a la tradición conservadora: su negativa a elaborar un discurso en torno al pasado como sostén de su autoridad política y social. Esto es lo que hizo su padre en la novela antes mencionada, al posicionar a la hacienda colonial como espacio de sociabilidad capaz de brindar paz social y asegurar el orden moral y laboral en la Nicaragua de finales de los años veinte, en pleno proceso de modernización norteamericana.

El padre, Chamorro Zelaya, había recurrido a otra conocida estrategia intelectual relacionada a los usos políticos del pasado: escribir biografías políticas, tal el libro titulado Fruto Chamorro (1960), dedicado justamente al llamado ‘restaurador del orden’ y reorganizador del país después del período post independencia, conocido como un período de anarquía. También el libro Enrique Guzmán y su tiempo (1965). No solo los antecesores familiares de Chamorro Cardenal recurrieron a prácticas letradas como la de establecer alianzas políticas a través de la elaboración de textos de corte biográfico. Escritores contemporáneos también recurrieron a la elaboración de un discurso político que capitalizó la idea de un pasado glorioso digno de emular en la tercera década del siglo veinte. En otra investigación he trabajado con mayor detalle este asunto y he analizado al núcleo cultural de Los Reaccionarios como ejemplo de ello.[6] Antecesores o contemporáneos comparten, además de un sistema de parentesco que aquí no puedo detallar, una oposición al cambio que Edelberto Torres-Rivas considera como patrón de las oligarquías centroamericanas. En sus palabras: “lo oligárquico desarrolla una doble capacidad de sobrevivencia, oponerse a los proyectos de cambio que vienen de su exterior o reorientarlos y adaptarse a ellos” (Torres-Rivas 55).

En un gesto de ruptura con antecesores y contemporáneos, Chamorro Cardenal elaboró un pensamiento social interesado en romper con el pasado. Jarquín lo cita diciendo: “en el plano político, ese dilema se establece entre permitir que las recetas del pasado continúen teniendo vigencia en nuestra tierra, o romper con esa receta para estructurar una República que jamás vuelva a tener ligas dinásticas” (161). Como podemos ver, Chamorro Cardenal señala así el agotamiento de una forma de política –oligárquica, autoritaria, dictatorial, dinástica –y la necesidad de imaginar una política democrática con capacidad de representación sobre lo social.

Mientras antecesores y contemporáneos buscaban en el pasado las ‘recetas’ de la paz social, Chamorro Cardenal establecía con claridad su deseo de transformar el signo dinastía por el de República. Tengamos presente que el signo dinastía contiene, como ningún otro, la presencia del lazo familiar como marcador de poder, algo que debió haber tenido presente Chamorro Cardenal con respecto a la familia Somoza pero también con respecto al peso de su propio apellido en la historia política del país.

Romper con las recetas del pasado se convierte entonces en el sostén del pensamiento social de Chamorro Cardenal. Al ubicarlo en el mapa de las ideas políticas, Jarquín lo califica como “uno de nuestros primeros y más consecuentes demócrata cristianos, en la definición demócrata cristiana chilena, de avanzada, o bien socialdemócrata” (160)—interesante calificación, sobre todo si consideramos la ausencia de una tradición de esta ideología en Nicaragua. Al desglosarlo en su carácter económico y social, encontramos en Chamorro Cardenal un pensamiento social crítico a la estructura de desigualdades producida por el tipo de capitalismo desarrollado en Nicaragua. Así, en muchos de sus textos apuesta por una distribución equitativa de la riqueza, capaz de transformar las desigualdades sociales y económicas y de dignificar la vida de sujetos campesinos y trabajadores.  En un extracto de sus famosos editoriales recopilados en el libro 5 pm, leemos lo siguiente:

O seguimos permitiendo que la riqueza del país esté congelada en unas cuantas manos; o intentamos una reforma social democrática que descongele la riqueza, que propicie la formación de nuevos propietarios y la distribución equitativa de los bienes (Citado por Jarquín Calderón 161).

La apuesta de Chamorro Cardenal por una ‘reforma social democrática’ fue sin duda de avanzada. Pero hay un asunto que no es posible pasar por alto al analizar su pensamiento social: su posición anticomunista presente desde los años cuarenta hasta bien entrado los sesenta del siglo pasado. En el mismo texto citado, después de señalar la necesidad de distribuir equitativamente la riqueza, Chamorro Cardenal se refiere al comunismo como una amenaza política. Copio el extracto de la cita: “o caemos en el comunismo, proclamando que toda riqueza es del Estado, así como ahora la mayor parte de aquella es de unos pocos privilegiados” (Citado por Jarquín 161). Así como el signo dinastía era sinónimo de exclusión social y desigualdad y antónimo a República, así también lo era el comunismo. Su abrazo al anticomunismo parece sostenerse sobre la influencia del pensamiento social de la iglesia católica. La muy conocida encíclica papal, Rerum Novarum, publicada en 1893, crítica del capitalismo y el comunismo, parece haber tenido una influencia especial en este sentido.

Desde mi perspectiva, el anticomunismo de Chamorro Cardenal sugiere un momento de alianza con el discurso político conservador del cual, como antes postulé, logró tomar distancia en aspectos sustantivos. Como bien ha señalado Torres-Rivas, en Centroamérica “el anticomunismo se convirtió en una poderosa recomposición de la vieja cultura política conservadora” (Torres-Rivas 224), erigiéndose como guardián de la cultura católica dominante que se consideraba amenazada por propuestas foráneas. El argumento de Torres-Rivas, me permite afirmar que, si bien Chamorro Cardenal representa una plataforma crítica con respecto a la cultura caudillista, dictatorial y dinástica, basada en la perpetuación de un sistema de parentesco como poder, su asociación con la ola anticomunista desarrollada en la región durante los años de la guerra fría constituye una problemática significativa en el carácter democrático de su pensamiento social. Las ideas de Torres-Rivas invitan a ubicarlo en sintonía con el pensamiento conservador y la cultura católica tradicional.

Al estudiar su pensamiento y anotar su rechazo al comunismo, resulta muy difícil no recordar cómo, a partir de mediados del siglo veinte sino antes, todo proyecto democratizador en Centroamérica fue calificado de comunista y esta etiqueta –sin discusión ni debate de ideas de por medio –sirvió como excusa para la persecución política y la violencia de estado (Torres-Rivas 224). Futuras investigaciones sobre la cultura anticomunista en Nicaragua deberán profundizar la tesis planteadas por Torres-Rivas en Revoluciones sin cambios revolucionarios (2011), acerca de la capacidad del anticomunismo de movilizar las fuerzas conservadoras y de constituir la versión intelectual de las mismas. La tesis de Jarquín sobre una sociedad con modernización económica desigual pero sin modernización política, tendría que considerar también este asunto.

No obstante lo anterior, hay evidencia que indica la radicalización democrática de Chamorro Cardenal durante la década del setenta. 1974 ocupa en ese sentido un momento espacial por la conformación de la Unión Democrática de Liberación (UDEL). Como primer presidente de la Unión, logró aglutinar un cuerpo social pluriclasista y pluripartidario en el que coexistieran desde sectores tradicionales hasta el comunismo. No hay duda de que esta apertura democrática debe haber constituido un paso táctico dentro de una estrategia hegemónica sintetizada en la idea de ‘todos contra la dictadura’. Sin embargo, la investigación sobre el pensamiento social debe preguntarse qué insumos podemos rescatar para el pensamiento y las luchas por una democracia radical abiertas en la Nicaragua de hoy. Asunto a indagar para mi es si los cambios generados en la cultura católica por el Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal de Medellín de 1968, y la acción preferencial por los pobres tuvo alguna influencia en el reformismo democrático de Chamorro Cardenal. Lamentablemente, Jarquín no explora este asunto.

Con todo lo anterior quiero demostrar que Chamorro Cardenal constituye una pieza importante en el pensamiento social nicaragüense del siglo veinte. Podemos considerarlo como un corpus imprescindible para el análisis –aún no lo suficientemente desarrollado –del autoritarismo y la dictadura en Nicaragua. El hecho de que la vida de Chamorro Cardenal y la de la dictadura somocista corran paralelas, como señala Jarquín, es un insumo importante para comprender críticamente cómo se construyó y consolidó un fenómeno autoritario con vigencia de casi medio siglo en nuestra sociedad. Su estudio, en consecuencia, es indispensable si queremos evitar que algo similar suceda en la Nicaragua de hoy. A cuarenta años de su asesinato, y a casi la misma distancia del derrocamiento de la dictadura somocista, su pensamiento es elemento constitutivo de un mínimo vital democrático aún pendiente en la Nicaragua de 2018.


Bibliografía:

Jarquín Calderón, Edmundo. Pedro Joaquín ¡juega! Managua: Anamá ediciones, 1998 (1era edición), 2018 (2da edición).

Torres-Rivas, Edelberto. Revoluciones sin cambios revolucionarios. Ensayos sobre la crisis en Centroamérica. Guatemala: F & G Editores, 2011.

[1] Edmundo Jarquín Calderón. Pedro Joaquín ¡juega! Managua: Anamá Ediciones, 2018 (2da edición).

[2] Un artículo aparte merece el tránsito de Chamorro Cardenal entre géneros literarios, del periodismo convencional, al testimonio y la narrativa de ficción. Sin duda, es un asunto que amerita nuevas investigaciones que conecten los conceptos de política, cultura y compromiso social, así como también las relaciones entre ética, estética y verdad.

[3] Consultar al respecto los análisis de las constituciones censitarias en la obra de Antonio Esgueva. Camilo Antillón realiza una investigación al respecto que con seguridad se publicará próximamente.

[4] Importante sería conocer de su relación con Carlos Cuadra Pasos, líder de la facción intelectual del partido conservador. De ello no se ocupa el libro de Jarquín Calderón.

[5] Todas las citas del libro de Jarquín Calderón corresponden a la primera edición de la obra.

[6] Me refiero a la investigación Autoridad/Cuerpo/Nación. Batallas culturales en Nicaragua (1930-1943) (IHNCA-UCA, 2015).

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Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Centroamericana (UCA) y Maestría en Ciencias Sociales por el Programa Centroamericano de Postgrado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Actualmente es investigador y profesor del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, Universidad Centroamericana (IHNCA-UCA).