Al maestro con cariño – presentación del libro «El cine entre los nicaragüenses» de Jorge Eduardo Arellano Sandino
19 marzo, 2018
Cervantes llamó al gran dramaturgo y poeta español del siglo de Oro, Lope de Vega, «El monstruo de la naturaleza», por su extraordinaria fecundidad literaria. Jorge Eduardo Arellano es nuestro «Monstruo de la Naturaleza». Ha publicado más de un centenar de libros sobre literatura, historia, geografía, pintura y deportes; además de poemarios, novelas, cuentos y antologías. Es uno de nuestros más acuciosos dariistas.
EL CINE COMO IDENTIDAD GENERACIONAL
El libro que hoy presentamos, El cine entre los nicas, es su primera incursión literaria en el mundo del cine, específicamente, el mundo del cine en Nicaragua, un tema introducido en nuestras letras como un género aparte por Karly Gaitán Morales en su libro A la conquista de un sueño, publicado en 2014. Anteriormente se habían incluido capítulos sobre cine nicaragüense en libros con temas más generales.
Como el mismo Jorge Eduardo afirma, el cine no le ha sido ajeno del todo, aunque no se considera un cinéfilo, término que en su sentido francés significa una persona que enriquece su pasión por el cine con el conocimiento intelectual: alma, cerebro y corazón.
Jorge Eduardo pertenece a la generación del cine: los que fuimos niños, adolescentes y jóvenes en las décadas de 1950, 1960 y 1970 cuando el cine comenzó a cambiar y madurar junto con nosotros, hasta el punto de que, todas nuestras inquietudes generacionales aparecían en la pantalla en películas como Rocco y sus hermanos de Visconti, Los 400 golpes de Truffaut; el cine contracultural estadounidense que trataba temas como la brecha entre las generaciones, la lucha contra el racismo y la emancipación de la mujer: El graduado (con Dustin Hoffman), Al calor de la noche, (con Sidney Poitier), Busco mi destino,(con Dennis Hopper y Peter Fonda), Las fresas de la amargura, Woodstock, Annie Hall (con Diane Keaton y Woody Allen)… las películas japonesas de Akira Kurosawa… el cine surrealista español: Viridiana de Buñuel, Cría cuervos de Saura, El espíritu de la colmena de Víctor Erice… el nuevo cine mexicano: Viento negro de Servando González, Los caifanes de Juan Ibáñez, Mecánica nacional de Luis Alcoriza, Canoa de Felipe Cazals…
Nosotros no discutíamos si el cine era o no un arte, sino si era la más importante de todas las artes.
Arellano señala entre las películas que más lo impactaron durante su niñez y juventud, tres protagonizadas por Kirk Douglas: Ulises, Los vikingos y Espartaco; el film brasileño O’Cangaceiro de Lima Barreto, estrenado en 1953; el film alemán, El enigma de Gaspar Hauser de Werner Herzog, y la película argentina La tregua, de Sergio Renán, ambas de 1974. También recuerda con cariño, El último cuplé con Sarita Montiel, actriz favorita de su padre, Felipe Arellano Cuadra, el padre que todos hubiéramos querido tener.
Comparto con Jorge, y con Guillermo Cabrera Infante, su entusiasmo por la película Él dirigida por Luis Buñuel en 1953, con la gran actriz argentina Delia Garcés. El yucateco Arturo de Córdova interpreta a un «perfecto caballero cristiano» destruido por los celos que reflejan en él su sentido bien arraigado de la posesión absoluta. Fue basada en una novela de la española refugiada en México, Mercedes Pinto, madre de la actriz Pituka de Foronda y los actores Rubén y Gustavo Rojo.
EL DESARROLLO DE LA CINEFILIA
Más que el campo de la realización cinematográfica en nuestro país, lo que distingue el libro de Jorge Eduardo es su énfasis en el amor de los nicaragüenses por el cine.
Entre muchas otras cosas, es una crónica sobre el desarrollo de la cinefilia en Nicaragua, con capítulos dedicados a los primeros intelectuales que incursionaron esporádicamente en la crítica cinematográfica: Pablo Antonio Cuadra, Socorro Bonilla Castellón, Mario Cajina Vega (el Barón de la pantalla), Rolando Steiner, Sergio Ramírez Mercado, Roberto Cuadra y Horacio Peña, pionero de los cine-foros en los colegios de monjas –antes de que, en 1974, yo iniciara mi página de crítica de cine en la Prensa Literaria, que sigue vigente, aunque no con la frecuencia de antes. Después siguieron la Dra. Mayra Luz Pérez Díaz, Carlos Mohs, el cineasta Rafael Vargarruiz, Juan Carlos Ampié…
También abundan los testimonios relacionados con el cine de personalidades nicaragüenses como el compositor Luis A. Delgadillo, Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega (enemigo del cine), la educadora Josefa Toledo de Aguerri (defensora del cine, con reservas), el Conde Escoto («un Aladino sin lámpara»), los periodistas Gabry Rivas, Chepe Chico Borgen y Mario Fulvio Espinoza; Luis Downing Urtecho, el cronista chinandegano Hugo Astacio Cabrera, el empresario de cine José Adán Aguerri Hurtado, la poeta y crítica de cine Michèle Najlis, etre muchos otro.
Como lo reconoce Arellano, pilar fundamental de este libro fue el Ingeniero Bayardo Cuadra Moreno, una verdadera enciclopedia ambulante de cine, música (clásica y popular), deportes y la configuración exacta de la Vieja Managua.
Se incluyen 19 epístolas sobre el cine en Nicaragua, cuya destinataria es Karly Gaitán.
DARÍO Y EL CINE
El libro adquiere un tono surrealista en el capítulo dedicado a las crónicas cinematográficas de Rubén Darío: El cine silente es surrealista, como la poesía, producto del subconsciente. Las imágenes que se mueven en la pantalla en completo silencio ejercen en los espectadores un efecto hipnótico.
A partir de enero de 1910, Darío comenzó a publicar en La Nación de Buenos Aires una serie de 44 crónicas breves tituladas «Films» que incluyeron «Films de París», «Films catalanes», «Films de viajes», «Films de travesías», «Films habaneros». Estas crónicas no eran críticas de cine, sino recreaciones poéticas en prosa de imágenes cinematográficas que Darío vio en los años anteriores a su muerte. Estas crónicas fueron rescatadas por el dariista alemán Günther Schmigalle.
Las siguientes líneas de Darío son tomadas de la descripción de un «Film habanero». Notemos como en medio del silencio el poeta percibe ruidos, gritos y música:
«Por las calles pasan cantando su mercancía los vendedores de frutas y por las mañanas, en ciertas calles, hay un ruido de los mil diablos. Son los proveedores, son las carretas que vienen de las huertas cercanas, son los mulatitos que gritan, El Habana Post, El Mundo o El Triunfo. Por las noches se oyen ecos de cantos y música de pianos en las moradas donde hay mujeres admirables. ¡Admirables las habaneras del Vedado!»
RAMIRO ARGÜELLO – CINÉFILO DE PURA CEPA
El libro es un homenaje al que fuera mi mejor amigo: Ramiro Argüello Hurtado, cuyo fallecimiento el 5 de enero de 2017 reactivó el interés del autor por acometer y concluir esta obra como un tributo a la memoria de Ramiro.
Sobre todas las cosas, Ramiro fue un cinéfilo de pura cepa. Eso nos hermanaba; fuimos cinéfilos desde la primera vez que nos llevaron al cine. El cine no fue algo que escogimos como una opción intelectual en la adolescencia. Era algo que ya venía con nosotros.
Pero más que crítico de cine, Ramiro fue un gran prosista. Su prosa era termita, arremetía contra todo sin que nadie se diera cuenta. Siempre se mantuvo a la izquierda de la izquierda, pero como el pensamiento humano no es lineal sino curvo como el universo, su mente crítica daba vueltas constantemente como en un carrusel, contradiciéndose, enriqueciéndose y volviéndose a contradecir.
Una muestra de su estilo es el siguiente párrafo de su comentario a la controversial película Butterfly (Mariposa) de Matt Cimber, sobre una relación incestuosa, con la sex-symbol Pia Zadora, Stacy Keach y Orson Welles. Escribió Ramiro:
«Mariposa pretende ser una adaptación risqué de una novela desaliñada de James M. Cain (ese novelista cenceño al que nunca se elogiará lo suficiente): la atmósfera corruptamente depresiva está lograda, echándose de menos la ponzoña del desencanto, el romanticismo insano, el erotismo angulado. Pía Zadora, higiénica muchacha, luce como una versión tercermundista de Carroll Baker: su desteñida vulgaridad la hace parecer la nieta «kitsch» de W. C. Fields y Mae West. Consejo desinteresado del Zoilo a la Pía: bañarse menos, estudiar más».
EL CINE ENTRE LOS NICAS
El libro de Arellano está lleno de títulos de películas que muestran la gran variedad del cine que vimos los nicaragüenses en el siglo XX (en los años 40 y 50 el número de películas mexicanas exhibidas en todo el país superaba el de las cintas estadounidense). Arellano incluye películas colosales de romanos italianas estrenadas en Nicaragua en la segunda década del siglo XX, entre ellas, la clásica Cabiria, dirigida en 1914 por Giovani Pastrone, con Letizia Quaranta y el fortachón Bartolomeo Pagano en el rol de Maciste. Mi papá recordaba haber visto a los 7 años de edad (alrededor de 1915) una de esas películas, Maciste soldado alpino, protagonizada por Pagano. También aparece en el libro otro actor del cine mudo recordado por mi papá y olvidado por el resto del mundo: el acróbata húngaro Eddie Polo, cuya película más popular fue El rey del Circo.
El mundo que nos recrea Arellano es el de la Nicaragua del siglo XX anterior a 1979 y de la Managua antes del terremoto de 1973. Una Nicaragua en la cual el cine era parte importante de la vida de los nicaragüenses. Los nicas de aquellos tiempos eran «cineros».
Las películas marcaban épocas y permanecían en el corazón de quienes las veían. El estreno de los 10 Mandamientos en el teatro Salazar fue un acontecimiento. Y muchas nicas recuerdan con ternura las películas de Sissi, con Romy Schneider, magnificadas en la memoria.
Sangre y Arena con Tyrone Power y Linda Darnell, joya del Technicolor estrenada en 1941, seguía siendo evocada y comentada por los espectadores, 10, 20 y 30 años después de su estreno, fascinados sobre todo por el recuerdo de Rita Hayworth, en el papel de la seductora Doña Sol de Miura.
Antes de los vídeos y los discos versátiles digitales, las películas consideradas clásicas regresaban con regularidad a las salas de estreno y a los cines de barrio, que llegaron a ser para mí una cinemateca espontánea porque en ellos se podían ver películas de todas las épocas y de diferentes países. Lamentablemente, los cines de barrio igual que la mayoría de los cines de los departamentos han desaparecido.
Como nos cuenta Jorge, los personajes del cine se materializaban en el folclor nacional. A un famoso delincuente que murió en una balacera con la policía lo llamaban «Jack Palance», como el villano de la película Shane, el desconocido, con Alan Ladd. El diario La Prensa destacó en una foto memorable, el asombroso parecido de Francisco Obregón, alias Cola de Vaca (un vagabundo que deambulaba «a punta de calcetín» entre México y Managua), con Anthony Quinn en Zorba el griego.
También hubo negocios con nombres tomados del cine. En Masaya una barbería se llamaba Aldolfo Menjou, en referencia al actor de Hollywood considerado en la década de 1930, árbitro de la elegancia; en Granada, Sara Arana Valle, esposa del Dr. Gilberto Cuadra Vega, fue dueña de la floristería Flor de abolengo, nombre inspirado en Rosa de abolengo, título en español de Mrs. Miniver, la inolvidable película de Greer Garson. (La floristería estaba situada del Teatro González media cuadra al Oeste, sobre la calle El Consulado; la entrada principal del González se encontraba sobre la Calle Atravesada). Hubo en Managua una famosa cantina que sobrevivió el terremoto de 1931, llamada «Sangre y Arena», en honor a la primera versión cinematográfica silente de la novela de Vicente Blasco Ibáñez, protagonizada por Rodolfo Valentino. Muchos años después de la desaparición de esa cantina, su nombre seguía siendo punto de referencia para las direcciones.
EPÍLOGO
La cultura de un pueblo no es solamente lo que el país produce, sino también lo que recibe del exterior e incorpora a su propia idiosincrasia: Música (boleros, rock & roll…), libros, revistas, idiomas, películas, comidas (pizzas, spaghetti, tofú, sushi, chop-suey…), deportes (el beisbol, el futbol, el basquetbol…), religiones y revoluciones… Los países grandes y desarrollados tienden a centrarse más en sí mismos, mientras que los más pequeños son más propensos a recibir influjos del exterior, lo cual, bien digerido, es un factor de enriquecimiento, siempre que no se descuide lo nacional. Como El cine entre los nicas, que combina varios mundos, manteniendo siempre ese inconfundible sabor nicaragüense de las recetas de cocina de doña Angélica Benard de Vivas, granadina como Jorge Eduardo.
Felicitemos al autor de esta obra de reciente publicación que nos hace caminar por las salas de cine de toda Nicaragua. Para muchos será el regreso a un pasado que alguna vez creímos que era el presente. Para otros será un viaje de descubrimientos. Para todos, una cátedra de historia patria impartida por un maestro de lujo.
Poeta, ensayista, traductor y crítico de cine. Es abogado. Desde 1968 publica en La Prensa Literaria poemas, críticas literarias y de cine y traducciones de poesía en lengua inglesa. Fue uno de los asiduos de la cafetería La India, el emblemático sitio de reunión de los poetas y pintores de la Generación del 60 y leyó sus poemas en La tortuga morada, la primera discoteca de la Managua de antes del terremoto.
Desde temprana edad tuvo gran afición por el cine y junto con Ramiro Arguello es uno de los auténticos y últimos cinéfilos y contadores de películas de nuestro tiempo. Ha escrito numerosas críticas y crónicas en revistas nicaragüenses e internacionales y ha participado en seminarios junto a cinéfilos de la talla de Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig.
En 1983 escribió con a Ramiro Arguello, Datos útiles e inútiles sobre cine; en 1996, Luces cámara acción: cien años de historia del cine. Guarda un libro de poesía a la espera de publicación. Es co-editor, con Ligia Guillén, de la revista “Poesía Peregrina”. Reside en la Florida desde 1985, donde goza de los constantes reestrenos de películas noir. Es miembro del equipo de Carátula y colaborador permanente de su sección de \”Cine\”.