Edad de Oro y Reforma Universitaria

24 marzo, 2018

RINDO MI TESTIMONIO: Qué suerte era para mí poderme jubilar de la Universidad Estatal de Ohio y tener la posibilidad de colaborar con el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica. Localizado en un lugar privilegiado de la UCA, de cara abierta al recinto y con una estructura arquitectónica propia de los países tropicales que se dejan acariciar por el viento, el Instituto vino a representar para mí la prolongación de la Edad de Oro.


Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua, Nicaragua. Fotografía Jorge Mejía Peralta

A la sombra de un alcornoque, zaque de vino cerca para refrescarse y comiendo bellotas en compañía de unos cabreros y de Sancho, su escudero, Don Quijote pronuncia su discurso sobre la Edad de Oro—capítulo XI, primera parte de el Quijote titulado ‘De lo que sucedió a don Quijote con unos cabreros.’ Dice así:

«Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguno, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encimas, que libremente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo…”

A decir de Don Quijote, Edad de Oro era aquella donde todas las cosas eran comunes, no existía la propiedad privada, ni la diferencia entre tuyo y mío; edad santa, comunal, donde todos los frutos de la tierra eran libres y abundantes, las aguas transparentes, la dulce miel producida en la república de solícitas y discretas abejas ofrecida.

Los clásicos de la antigüedad, Hesíodo, Ovidio, Virgilio y Horacio habían también pensado en una Edad de Oro de bienes compartidos y justicia, semejantes a lo que más tarde expondrían Tomás Moro en su Utopía y Carlos Marx en sus tempranos manuscritos. Se trataba del bien común, en el que la tierra ofrecía sus frutos por sí misma, los negocios mantenidos alejados de todo pensamiento y el campo y la labranza ofrendaban sus frutos a un trabajo asiduo libre de toda usura. Para Virgilio, la Edad de Oro consistía en hacer a un lado la mercancía, renunciar al mar que era el comercio, y gozar de la abundancia y gratuidad de los frutos de la tierra. Decía:

El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni la viña las hoces; el forzudo labrador desuncirá entonces también los toros del yugo. La lana no aprenderá a fingir colores variados, sino que el pródigo carnero, en los prados cambiará sus vellones ora con púrpura suavemente roja, ora con amarillo azafrán; de su grado el color escarlata teñirá a los corderos en el pasto (Bucólicas IV, vv. 37-47).

En medio de estas utopías agrarias y comunismo primitivo, el Quijote refuerza la idea de que en la literatura, en los libros de caballería, se entrama la justicia; y si esta toma la forma alegórica de la locura es para remarcar su ausencia en esa Edad de Hierro desde la cual la Edad de Oro es solo ya lugar de memoria. Las letras entrelazan así el proyecto político y el literario a fin de subrayar la esencia ética que distingue lo humano.

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RINDO MI TESTIMONIO: Qué suerte era para mí poderme jubilar de la Universidad Estatal de Ohio y tener la posibilidad de colaborar con el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica. Localizado en un lugar privilegiado de la UCA, de cara abierta al recinto y con una estructura arquitectónica propia de los países tropicales que se dejan acariciar por el viento, el Instituto vino a representar para mí la prolongación de la Edad de Oro.

Venía de ambientes sociales álgidos, altamente individualistas, empecinadamente mercantiles, y el Instituto ofrecía todavía otro tipo de relación social, más humana, alternativa a una competencia feroz y sin cuartel, donde durante cerca de veinte años, o más, había remado contracorriente durante mi segunda docencia norteamericana. Durante esos años fui testigo de la deshumanización de la universidad y de su tránsito de humanista a corporativista. Recortes universitarios brutales nos pusieron frente a compactaciones drásticas para ahorrar dineros al presupuesto. Se instauró la cultura de la obligatoriedad de conseguir becas para agrandar los fondos universitarios y se aumentó por cincuenta por ciento la jornada de trabajo, seguida de una ofensiva progresiva contra la permanencia en el cargo. Esas y otras reformas ponen a los centros del saber al servicio del mundo corporativo.

En ese drástico vuelco de las casas educativas, entrabamos de lleno en una Edad de Hierro. Las humanidades no podían competir con las ciencias naturales, o ciencias duras y exactas, que recibían fondos millonarios de las industrias farmacéuticas, armamentistas, electrónicas, y aún del mismo estado. Y, en ese mundo al revés, incluso las ciencias llamadas sociales, saberes como el que proporcionaban la sociología, la politología, la historia, entraron también en estado de postración, y pasaron a ser saberes menores y en desuso.

Durante esa misma época y dada la reconfiguración global del universo, la comisión Gulbenkian declaró superfluos los estudios de área y Francis Fukuyama expresó triunfalista el fin de la historia y de la ideología. Los departamentos de historia y de inglés, pilares del saber humano nacional, empezaron a ser menospreciados. La historia favoreció en su curriculum solo la historia militar y las humanidades empezaron a ingeniar ofertas curriculares prácticas: “español para doctores en medicina,” “español para negocios,” que daban mayores réditos que cursos sobre el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Así se reconfiguraron las humanidades para sobrevivir en ese estado corporativista que inauguraba la naciente industria de la educación. Los más capaces hicieron propuestas de transdisciplinariedad, articular los distintos saberes hasta llegar a un estado de convergencia y colaboración entre, ciencias naturales, ciencias sociales y ciencias humanas. Las propuestas de la impronta literaria fueron las de la sanación de traumas mediante la lectura de textos que encontró un nicho en trabajos de filósofas feministas como Catherine Malabou. Ella conjugaba filosofía y neurociencia hablando de la plasticidad positiva y negativa del cerebro. Mientras tanto, el mundo de los negocios se empezó a quejar de las deficiencias educativas de los egresados universitarios que no sabían redactar. Una gramática deficiente, una mala redacción, ortografía y puntuación fueron los primeros daños colaterales de una ofensiva contra las humanidades y un afán que veía la educación solamente desde el punto de vista financiero. Decanos y jefes de departamento se encontraron frente a un desiderátum. La educación humanista era indispensable aun si solo fuese para enseñar gramática y cursos de redacción.

Inmersa en este proceso de transición que nos llevó desde revisar el curriculum, esforzarnos por conseguir fondos u otras ofertas de trabajo, hasta cambiarnos de edificio donde los departamentos de lenguas se deslizaban con celeridad de unidades basadas en lenguas nacionales a unidades representativas de la modernidad, regresé a Nicaragua y empecé a colaborar con el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica que me dio la bienvenida y albergó durante muchos años.

Empecé despacito, ofreciendo informalmente cursos sobre teorías de gran vigencia en aquellos centros de producción avanzada de los que venía, y discutí escuelas de pensamiento tales como el posmodernismo, el poscolonialismo, el subalternismo. Esas escuelas formaban ya parte del esfuerzo que la inteligencia hacía por entender la ofensiva y poner resistencia a una reforma universitaria implacable e impostergable. En el Instituto entré en contacto con públicos nicaragüenses diversos, compuestos de periodistas, estudiantes, investigadores estudiosos, organismos no gubernamentales, jóvenes del país, grupos de mujeres. Constaté en ellos no solo el ansia de conocimiento que tenían esos sectores sino también la emotividad con que recibían cualquier nuevo pensamiento, deseosos de saber. Eran públicos que vibraban a profundidad cuando se tocaba su propia realidad y que me hacían sentir que la educación era de utilidad, servía a alguien, a diferencia de la otra que se había convertido en mercancía y entretenimiento. Volvía, así lo sentía, a la universidad humanista que me permitió reconectarme con los sectores intelectuales continentales, leerlos, oírlos, discutir con ellos.

Decir universidad humanista, en este contexto y en aquel momento, no significaba precisamente Edad de Oro, no; eso es lo que vino a significar después, cuando los cambios que había conocido a profundidad en Estados Unidos llegaron a la UCA. En aquellos días de esa Edad de Oro, los mini-cursos que enseñaba en el Instituto de Historia eran todos prácticamente gratuitos. Creo que lo más que se llegó a cobrar fueron $500 córdobas por estudiante cuando yo los dictaba, porque el afán era educar, formar e informar, capacitar al personal, y esto me permitía medir la diferencia entre una educación que mientras estuve en Norteamérica subió de 20, a 40, a 80 mil dólares al año, y una en la que se atendía a la gente por doscientos córdobas el curso y donde el no cobrar era justamente la regla. Este sentido de gratuidad, estoy segura, alimenta el argumento que sustenta la transición hacia el corporativismo, pero en esos tiempos recientemente idos, aun los profesores que se quejaban justamente de los bajos sueldos, insistían que la enseñanza debía ser gratuita—“edad dichosa y dichosos siglos aquellos en los que el oro no era tenido en tan alta estima como se tiene en esta edad de hierro y en el que tuyo y mío eran constitutivos de una comunidad.”

Mis alumnos norteamericanos, no sólo los estudiantes de Ohio sino también los de California, Minnesota, Maryland, Oregón, Michigan y Harvard, donde yo enseñé, a quienes contaba lo que hacíamos en el Instituto al cual todos querían venir, me advertían que todo lo que les contaba un día iba a desaparecer. Como eran jóvenes y electrónicos, ellos sabían que la tecnología era seductora y ubicuista como la divinidad, pero su argumento no era financiero. Yo seguía creyendo en el excepcionalismo del subdesarrollo, en zonas a la saga del ‘progreso’ y ‘desarrollo’ que siempre termina por llegar, aun si en forma siniestra. Con todos los proyectos que teníamos en el Instituto, maestrías, publicaciones, congresos, cátedras multiculturales, exposiciones artísticas, grupos de estudio de jóvenes de todas las edades, impulsos de capacitación, intereses académicos de colaboración externa, mi deseo de un curso de redacción y de pensamiento centroamericano, no tenía ni tiempo ni ganas de volver al fantasma de la universidad corporativista, difícil de ocurrir en Nicaragua, región pobre, de cultura más comunal, menos pos, menos pragmática, menos amante de la modernidad instrumental.

Fue así que gocé de un paréntesis de diez años, de un interregno en el que tuve la gran dicha de prolongar mi estadía en una universidad humanista en la que discutíamos los significados de los prefijos ‘pos’ y ‘sub.’ Explicar esas partículas gramaticales, simples prefijos, fue iluminador para todos puesto que esos eran los gestos de las humanidades, ser explicativas, deconstructivistas, críticas. El universo se llenó de nuevas terminologías, híbrido, subalterno, liberalismo pos y neo, heterogeneidad, hegemonía y poshegemonía, poshumanismo, géneros sexuales cuir, todo un vocabulario nuevo que daba vuelta y rodeaba viejas significaciones y las controvertía y desestabilizaba. Ese era para mí justo el propósito de las ciencias humanas en esos días, el sentido de las humanidades, como lo es ahora el de sujetos divididos y fragmentados, el del posconsenso, estado neo-liberal poshegemónico e infrapolítico de la universidad corporativista que logra, parte por parte, como decía Jack el destripador, desmontar el sentido de comunidad. Leímos el pensamiento latinoamericano, el feminismo y la teoría cuir, los debates sobre consensos y hegemonías y poshegemonías, conocimos las discusiones más recientes en torno a lo político y así fuimos viviendo el tiempo de transición hacia una universidad global, mercantil y negociante que por fin llegó hasta nuestro recinto universitario y, cómo toda producción de capital, convirtió nuestro centro de trabajo en un lugar de memoria y en una Edad de Oro.

Creo que para un público nicaragüense letrado e informado, no hay mucho que explicar acerca de la reestructuración universitaria que ha dejado 3 centros de investigación clausurados para compactarlos en un solo instituto, aparentemente de ciencias sociales, que todavía no existe, o todavía no tiene ni misión, ni visión posible y el cual carece de lugar físico, albergado como está en un lugar hecho de prisa, tipo ‘call center,’ para situar a todos los investigadores que estaban en diversos lugares de la UCA anteriormente,. El público letrado nicaragüense, que vio en ese espacio institucional del IHNCA un lugar de crecimiento, un centro de investigación, un espacio de encuentro, está de duelo porque, con un poco de buena voluntad y sabio análisis, las cosas podrían haberse hecho de otro modo—quizás.

Yo no puedo hablar de los viejos centros de investigación de la UCA porque no los conocí, apenas si tuve contacto con sus dos directores, pero del que si puedo hablar es del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica porque es el que conocí y en el cual puse todo mi empeño, mi experiencia, y mi pasión, al cual dediqué un tiempo valioso, un trabajo lento, paciente, y productivo y al que hasta doné fondos cuando pude, porque daba unos frutos que ni yo misma podía creer, con chicos que de haber certificado las enseñanzas adquiridas serían todos doctores acreditados, y que de haber sido sabia la administración superior, hubiese apoyado tres años antes una maestría que podíamos haber convertido fácilmente en doctorado y que ahora, en su segunda versión, ha cancelado. Los jóvenes estudiosos del Grupo de Estudio del IHNCA compiten en cualquier lugar y eso lo sé porque cuando venían a visitarme colegas de otros mundos, se quedaban estupefactos de la capacidad de diálogo, del estar al tanto de las teorías más discutidas en los altos centros del saber del mundo desarrollado, a más de haber adquirido destreza en la expresión oral y escrita de sus ideas. Yo personalmente revisé oración por oración y coma a coma sus escritos y no me cabe duda que sus trabajos serán bien leídos y bien venidos en el exterior como ya lo son. Esa es una de las grandes riquezas que el Instituto de Historia dona al nuevo Instituto de la UCA en el que hoy laboran.

Congresos, discusiones, mini-cursos, grupos de estudio, talleres in y extramuros caracterizaron esta decena que es para mí hoy por hoy, ya dije y repito, un lugar de memoria, Edad de Oro. De los 28 años restantes del IHNCA solo puedo decir que pude aquilatar sus colecciones, ver su funcionamiento día a día, constatar la gentileza, el buen trato, el respeto con el que se recibía a todo usuario, desde el estudiante más principiante hasta el erudito más famoso. Mis dos estudiantes que vinieron del exterior a hacer su investigación para sus tesis doctorales aquí, hablaron maravillas de sus archivos.

Todo esto terminó un buen día. Los rumores del cambio se hicieron audibles. Se habló de la creación de otro instituto de investigaciones, mas nunca nadie imaginó que la creación de uno significara la anulación del otro y menos que eso significara la transferencia de riquezas de un lugar a otro. En la década de los 70s del pasado siglo, en los Estados Unidos, en la Universidad de Minnesota donde yo enseñaba en esa época, a eso se le llamaba “retrenchment and realocation,” porque el cambio hacia lo mercantil es tan viejo como eso y de hecho dilató en venir a Nicaragua no un decenio sino casi medio siglo. Quizás aquí dicho cambio se llame compactación, ahorro, incapacidad de sostenimiento de una universidad humanista, falta de solvencia, escasez de líquido. Ese nuevo instituto, se decía, iba a ser de ciencias sociales y, claro, la discusión entre ciencias sociales y humanidades ha sido para mí, pan de cada día, durante gran parte de mi vida académica. Durante toda ella, las ciencias sociales han despreciado las humanidades. El argumento principal es que no sirven para nada, y que, como la ficción, todo lo que hacen es pura invención; ahora significa que no sirven para ganar dinero; no sirven para producir mercancías; no sirven para producir bienes de capital. Pero sirven para entender lo cultural que en este momento es el vehículo de lo político.

Cuando el ruido, el rumor sobre el cambio empezó, yo, recordando el pasado, me preguntaba y pregunto todavía, qué era lo que el crecimiento económico de Nicaragua necesitaba para que la universidad pudiera servirla como sirve la norteamericana al mundo corporativo estadounidense. Y me lo preguntaba en voz alta y cuando la gente me oía se me quedaba viendo como al loco Don Quijote: ¡de qué estaba hablando la Ileana! No me prestaban atención, pero yo me lo sigo preguntando: qué tipo de investigación es la que la universidad cree puede servir al país, al desarrollo del país, a la inversión en el país, no como se dice retóricamente, “al pueblo de Nicaragua.” Porque el Instituto de Historia ya producía una investigación útil a la sociedad. Colijo por tanto que la que el nuevo Instituto va a producir es de otro tipo. Hoy en día creo que esa pregunta cobra sentido.

Universidad corporativista es la que se sostiene sola; la que sirve a la industria, al desarrollo de un país, a la defensa nacional. Universidad corporativista es la que cobra por todo y alquila todo; una que es esencialmente mercantil, utilitaria, comercial; una que produce mercancía, vende los cursos, establece relaciones con las universidades de los mundos desarrollados, la que ofrece cursos de turismo educativo para los jóvenes del primer mundo que vienen a aprender la lengua y a divertirse y así las dos universidades, la de aquí y la de allá, ganan. Pero qué del conocimiento? Bajo las condiciones de una universidad corporativista ¿se pueden hacer estudios útiles a la sociedad? Una investigación por encargo o contrato ¿qué tipo de conocimiento producirá? ¿Vendrá acaso a ser la universidad un homólogo de los organismos no gubernamentales que sirven para producir conocimiento al exterior. Y ¿cómo obtendrán recursos estas investigaciones si no es que contratadas por encargo? ¡Cosas veredes, Sancho!

Yo vengo de la universidad humanista, socialmente responsable, indagadora de los problemas implícitos en las articulaciones sociales, alerta a la producción de subordinaciones hechas en nombre de la democracia representativa, del progreso y del desarrollo. Por eso es que en el impasse de diez años que transité de la una a la otra, prolongué mi estadía en la Edad de Oro en una Institución de lujo para un país mendicante como Nicaragua, una que guardó con celo una riqueza documental y consiguió poquito a poco fondos para digitalizarla y así crear desarrollo desde y para dentro; una Institución que hizo hasta lo imposible por la superación de su personal a todos los niveles incluyendo los más altos con doctorados certificados; una Institución que estableció relaciones con todas las instituciones mundiales posibles como las universidades de Texas, Austin, la Escuela Superior de Altos Estudios de Paris, la Universidad Libre de Berlín, más con todas las embajadas—México, Estados Unidos, Francia, España, Argentina para establecer intercambios que iban a servir a la formación de su personal e iban a producir democracia distributiva y participativa. Edad de Oro de una institución que se encuentra ahorita ‘on receivership,’ como se dice por aquellos lados, esto es, sin mando directo, bajo el tutelaje de la administración superior, y de la cual no se sabe qué es lo que va a hacer, qué planes tiene respecto al tesoro guardado en sus arcas, si se van a guardar o transferir los fondos bibliográficos. Uno se pregunta si no habría sido posible una estructuración más resguardadora de la riqueza que había producido esta institución y dejarla intacta; si no hubiese sido posible dejarla en su lugar, con su riqueza adquirida, con su fama, con su bonhomía y nombrar un nuevo director, manteniendo el sitio y su caudal. Porque ahora uno también se pregunta, qué pasará con los archivos, con la biblioteca, son sus productos digitalizados; qué pasará con su programa de publicaciones, qué con la revista, que con las comunidades locales e internacionales a las que servía de punto de encuentro y convergencia?

La mercantilización bien organizada produce riqueza pero también pobreza. Quizás la UCA llegue a ser una universidad corporativista de éxito. Quizás el nuevo centro de investigación llegue a producir los esperados frutos a los que se apuesta; mas, formar gente es cuestión de tiempo. Al Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica le tomó 28 años lograr lo que hoy se desbarata y que las políticas oficiales de amnesia tratarán de pasarle el isopo. Mas la utopía, como bien decía Andreas Huyssen en Twilight Memories, no ha desaparecido; solo ha transferido su temporalidad: lo que antes era anticipación y futuro es hoy memoria y pasado. Los que fuimos partícipes y testigos de la importancia que tuvo dicha institución, no podemos menos que lamentar verla postrada, cascarón inerte de lo que fuese centro de reunión, debate, discusión nacional e internacional de alto prestigio y consideración: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguno, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.”

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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.