La epifanía de lo real: la fotografía de Celeste González en su libro «Rivas de la Cuaresma»

20 marzo, 2018

Celeste González Rivas (León, 1954) es la fotógrafa nicaragüense más importante de finales del siglo XX e inicios del XXI. Su bella, trascendental y vasta obra cubre: la fotografía artística, la artística experimental, la documental en sus vertientes histórica, testimonial y de reportaje.


Celeste González Rivas

 

Celeste González Rivas (León, 1954) es la fotógrafa nicaragüense más importante de finales del siglo XX e inicios del XXI. Su bella, trascendental y vasta obra cubre: la fotografía artística, la artística experimental, la documental en sus vertientes histórica, testimonial y de reportaje. Por su ascendencia familiar, Celeste González Rivas -hija de Américo González un científico y artista de la fotografía en el siglo XX-, ha llegado a dominar con propiedad y audacia, la casi totalidad de las técnicas fotográficas para realizar fotos de una densidad semántica y semiótica particular.

El libro, Rivas de la Cuaresma (Caruna, Managua, 2011) de Celeste González es un estudio fotográfico realizado en casi cuatro años,  sobre un evento trascendental en la vida de los rivenses y de los pobladores del Pacífico de Nicaragua: la conmemoración de la Semana Santa en el Departamento de Rivas; más la peregrinación de devotos rivenses, granadinos, caraceños y masayas -de dentro y fuera del país-  para adorar al milagroso Jesús del Rescate en Popoyuapa, Rivas.

El título de esta obra, Rivas de la Cuaresma, marca la pertenencia de un departamento de Nicaragua –una zona geográfica con un peso histórico determinante en la constitución de la cultura nicaragüense-, a un espacio y a un tiempo mítico y sagrado. Un Rivas que con sus gentes por fe, tradición y sentido comunitario, acceden a vivir en un ritual donde cultura y  naturaleza, unidas en esponsales de color morado, conmemoran la trascendencia de la Pasión de Jesús de Nazaret.

El libro se organiza en tres capítulos: I. Peregrinos y buscadores de milagros; II Colores de Cuaresma; III. Pasión y Paraíso. De las fotografías de estos tres capitulares como observadores y decodificadores puedo derivar, una estructura estética de lo iconográfico creada por Celeste González, que alcanzo a postular como la epifanía de lo real. Lo real es lo evidente fluyendo siempre manifestado y aparecido. Pero este logro de captar la epifanía de lo real alcanzada por González, para mi le  confiere otra  dignidad, sacralidad y  dimensión estética a un ritual religioso anual, que nunca antes había sido captado con tal sistematicidad  y belleza por la lente, la pantalla y la impresión en papel.

El capitular I. Peregrinos y buscadores de milagros, abre un espacio de comunión –comunicación y contacto físico- entre la divinidad y el peregrino/buscador. La primera foto, La vela del peregrino, Popoyuapa, Rivas, nos muestra la revelación por la luz. Una luz que ilumina unas manos de mujer de nuestro pueblo que se sobreponen al dolor del esperma derretido y enfriado en sus manos. Manos que protegen y reciben la energía de esa misma luz ritual. Esta imagen de una vela anidada por las manos, introduce el dolor, el sacrificio, la devoción y la fe del tiempo de adviento para iluminar la ruta y la vida de los/las peregrino/as.

La imagen de las manos tienen otra foto isotópica, Manos de milagrero, San Jorge, Rivas,  que denotan el mismo detalle, las manos, pero ahora no contienen vela sino que estas manos laboriosas del pueblo contienen imágenes votivas, figurillas metálicas de ex votos, eso que llamamos milagros, acariciadas por los dedos y uñas romas por el trabajo y el la edad. Milagritos acariciados, adorados, bendecidos, santificados, agradecidos, plegarizados por el don de salud, vida o libertad recibidos.

El espacio de comunión entre el peregrino y la divinidad está marcado por la circularidad de un viaje en un tiempo cronológico pero al mismo tiempo mítico. Un viaje del que podemos postular algunas series simbólicas: a. la peregrinación a pies, con carretas, a caballo y por bote; b. las gentes peregrinas, sus rostros y sus cuerpos en los momentos de adoración y demanda.  Las fotografías del peregrinaje de las gentes en las carretas es como un rosario que simboliza la unión de la historia de la pasión de Cristo encarnado en un pueblo, en una cultura, en una estética y en una naturaleza.

La epifanía de lo real está muy bien lograda en las fotos de González estableciendo un juego simbólico de elementos como naturaleza, cultura, estética y sobrenaturaleza (trascendencia, religiosidad). No puedo por razones de espacio y agilidad del texto analizar cada una de las fotografía. Pero si tomo por ejemplo, la segunda foto del libro de un campesino, su buey adornado la testuz con flores y al fondo el heno para alimentar a los animales. Puedo percibir esta escena real trascendida por las circunstancias del peregrinaje ritual. En un primer plano se destaca la cabeza de un blanco buey rumiando, su testuz adornada con flores lila-rosáceas; en un segundo plano la presencia de un peregrino varón probablemente de origen campesino arreglando algo en el yugo de los animales pero su rostro surcado por el tiempo y su apacible mirada enfrentan la cámara de la fotógrafa; en un tercer plano vemos pacas de pajas o zacate seco para alimentar a los animales de la peregrinación.

Lo anterior es lo presentado en toda su dimensión cromática real. No hay intervención ni manipulación en ninguna de estas fotos. Pero en el plano de los símbolos, encontramos en este momento de arreglar las cargas, de descanso o de un mero alto en la peregrinación, unos niveles de connotación muy complejos. Hay naturaleza (el buey), cultura (la domesticidad del buey) y estética (las flores que adornan la testuz del buey) en el primer plano. En el segundo plano, el campesino vestido de negro y con sombrero de fieltro ocre apacible en su sacrificio de adoración, celebración o demanda, está entregado a la sobrenaturalaza de la trascendencia religiosa. Y en el fondo el alimento del buey, el zacate seco que es naturaleza y cultura.

La foto en un nivel de análisis superior, también es susceptible de leerse como la convergencia de las sociedades agrarias (las de Caín), la pecuaria o ganadera (la de Abel) y el ser humano como productores y eje de la misma, en un acto trascendente de adoración y demanda.

En esta peregrinación para encontrarse con Jesús del Rescate en el Santuario de Popoyuapa, el nicaragüense de características exódicas  según Pablo Antonio Cuadra, es fiel a esa imagen acuñada por el Maestro y va a convertir durante el tiempo del peregrinaje a la carreta en su casa ambulante. En esas carretas va lo necesario para cumplir con el ritual: la comida de las gentes y animales, el agua, el guaro, las armas,  las ropas, los adornos, las flores, las banderas de la iglesia, la patria y el Santo.

De estas carretas humanas y sobrehumanas, Celeste nos ha entregado bellas epifanías. Los bueyes  bebiendo agua y reflejadas en las transparencias de un río convertido en quebrada en vías de convertirse en crique. Se documenta una degradación de la naturaleza, al recoger esas escasas aguas que antaño fueron opulentas. Y se documenta el peregrinar de un ser humano que expía el pecado de lesa natura al peregrinar por los llanos de Rivas y ante la falta de una naturaleza pródiga, se refugia en la divinidad trascendente.

En la No. 28. Entrada de Carretas peregrinas, Río Gil González, Rivas, encontramos una foto dinámica en sus ocres. Todo está en movimiento. El guía hace doblar a las carretas peregrinas para que pasen a un campo vacío cercano al río, donde van a descansar, a comer, a beber y a pernoctar en la última estación antes de llegar al Santuario de  Jesús del Rescate en Popoyuapa.  La larga fila de miles de carretas  testimonia una fe y una devoción particulares.

En esta foto Celeste González grafica la circularidad del rito y del mito en una dimensión cromática dominada por el ocre. Miles de carretas con sus cargas preciosas de gentes y cosas, adornadas con flores y banderas, se recogen en oración vespertina bajo la campana del verano y los sonidos del campo: grillos, pocoyos, lechuzas, etc

En este capitular primero, Peregrinos y buscadores de milagros, impresionan las fotos que plasman los rostros y los cuerpos de la gente en adoración y en demanda. Así por ejemplo en la foto Número 3. Plegarias de penitentes, Santuario de Popoyuapa, Rivas, es de destacar el encuadre y la composición interna de esta foto. Bustos de mujeres y hombres alineados de frente al espectador en unos 7 planos continuos. Manos y rostros alzados a lo alto en comunicación mística con la divinidad; las velas encendidas alzadas a lo alto; sur sum corda/arriba los corazones o levantemos el corazón hacia el señor; es el espíritu que se alza hacia el paráclito en el Santuario de Popoyuapa para testimoniar el milagro y dejar constancia del agradecimiento humano.

Los cuerpos, las cabezas, las velas, las llamas, las manos, gracias al magistral encuadre de González, logran entrar en un juego dinámico con la arquitectura del templo y en este alzarse al altísimo, nos recuerdan los orígenes de toda arquitectura monumental religiosa, un intento por alcanzar a Dios. Las molduras de los techos y cúpulas tragaluces del templo, juegan con las cabezas haciéndoles un nicho protector y evocando en su blancura al cordero pascual convertido en hostia. A nivel cinético estructural, los cuerpos y molduras crean una construcción en el vacío –triompe l’oeil-. El vacío del ser, el vacío de la iglesia, únicamente llenada por el cuerpo místico de Cristo.

En el capitular II. Colores de la Cuaresma, la dimensión religiosa, mística, de adoración y penitencia está plasmada en la fotos de este conjunto, con los colores litúrgicos de la iglesia, los colores que visten las gentes -peregrinas o no- los adornos del espacio doméstico y urbano; y por increíble que parezca, los colores con que se viste la naturaleza en este periodo. Hay un diálogo cromático entre la iglesia institucional, la gente, el espacio doméstico y urbano, el mercado y hasta la naturaleza. Un ponerse en sintonía de todos estos elementos de la realidad, en una escala cromática determinada y eso es la creación fotográfica de una estructura semiótica lograda por Celeste González: la epifanía de lo real.

González extiende su red fotogramática para captar los colores que están en penitencia (el morado); los que reconocen la realeza y la sangre derramada por Jesús de Nazaret (el rojo); y el blanco que anuncia triunfal su resurrección y la vida eterna. Esos son los colores de la cuaresma que Celeste ha alcanzado a captar en ese río sin fin del peregrinar de los rivenses y gentes de más allá en el capitular II. Colores de la cuaresma.

Aquí la fotografía de González no posee la densidad simbólica y semántica que en el Capitular I. Peregrinos y buscadores de milagros. Las imágenes plasmadas están más referidas a la participación simpática de la gente en el ritual, el espíritu celebratorio de la comunidad y la naturaleza. Definitivamente las percibo como fotos más documentales y propicias a un reportaje testimonial sobre la magia del encuentro con los colores de un ritual religioso.

El morado, color penitencial, es el dominante en esta serie. Y los encontramos en dos tercios de las treinta que conforman Colores de la Cuaresma.  Es así que lo veremos en distintas gradaciones cromáticas y en diferentes usos en 1. Niña de Jerusalem, San Jorge, Rivas; 2. Casa con veraneras, Rivas: 3. Patio con volcán, Rivas; 4. Ornato de cuaresma, Rivas; 8. Hacienda Santa Úrsula, Rivas; 9. Huerto de Chacalapa, Belén, Rivas; 11.Tocado de flores, Popoyuapa, Rivas; 12. Estación de Vía crucis, Veracruz del Zapotal, Rivas; 14. Mojarritas cuaresmeñas San Jorge, Rivas; 15. Tejados, La Virgen, Rivas; 17. María Magdalena, San Jorge, Rivas; 18. Mangos cutacha, Buenos Aires, Rivas; 19. Vestida para acompañar al Señor. Rivas; 20. Primeras luces,  El Menco, Buenos Aires, Rivas; 21. Ángel Roto, Tola, Rivas;     22. Xochitl Acatl, Potosí, Rivas;  23. Reloj dormido, Rivas;  24. Almorzando con mi abuelo, Rivas;   25. Isla La Pajarera, Altagracia, Isla de Ometepe, Rivas; 26. Cosas que enseña la abuela, Popoyuapa, Rivas; 28.Congos aulladores, El Bastón, San Juan del Sur, Rivas; 29.Buhonero en la playa, San Jorge, Rivas y 30. Oficios de cuaresma, Belén, Rivas.

En este capitular el color morado penitencial, establece un sistema de vasos comunicantes entre gentes, casas, frutas, aguas, árboles,  paisajes, celajes, etc. González ha logrado captar una disposición penitencial en el creyente al vestirse de morado y al ornamentar sus casas, sus calles, sus iglesias con el mismo color. Hay una advocación humana  hacia la divinidad bajo el color morado que reviste toda la intencionalidad del mundo.

Pero Celeste también ha captado y evidenciado una disposición de la madre naturaleza de celebrar con el morado los placeres de la existencia: el dulzor de un mango cutacha, un tejado en  La virgen Rivas engalanado por veraneras moradas; unos monos aulladores o congos festejando en una árbol eclosionado de pequeñas florcitas moradas y rosáceas; un extraordinario paisaje en la Hacienda Santa Úrsula donde vemos un apacible patio engalanado de árboles florecidos, cubiertos por un cielo liláceo que confiere una luz gradiente del malva al espacio retratado. Es admirable como el ojo-lente de Celeste ha sabido captar la belleza de la naturaleza en morada penitencia y sin trucarla entregarnos toda la dimensión de la belleza de nuestra tierra.

En tres fotos de este capitular Colores de cuaresma, se hace sentir la presencia del rojo como color litúrgico de la cuaresma. El rojo que nos recuerda la sangre derramada por el cordero (su muerte en El Calvario);  así como también su realeza de origen (la casa de David). Encontramos esta fuerte presencia del rojo en una foto de un simbolismo extremo. Sobre el piso del  atrio de una iglesia o de una plaza empedrada, están tirados una corona de espinas y un manto sagrado rojo. Sobre la piedra, sobre Pedro lugar donde habría de edificar su iglesia. ¿La iglesia se edificó en piedra pero sobre un vacío, una ausencia de Cristo?

Las otras dos fotos donde el rojo es el actante principal están en relación con dos presencias femeninas poderosas. María Magdalena representada por una bella niña rivense, usa un manto rojo que le sirve de capa y capucha y de protección de un vestido amarillo de tafetán mientras se maquilla. El rojo arropando al amarillo, la sangre Cristo protegiendo al amarillo de la Iglesia en el cuerpo de  una fundadora  eximia no oficial o excluida: María Magdalena.

Y la foto final donde el rojo vuelve a impactarnos, contiene un altarcito en una calle de Apompúa Rivas, donde vemos el icono de la Madre Dolorosa (María) esperando la Resurrección de su hijo. Observamos un telón rojo colgado de una pared que se derrama por unas gradas hasta la calle, en los laterales del telón rojo se alinean maceteras con flores rojas; el telón se apoya en un fondo blanco que asoma a los lados de lo rojo que tiene como centro de la imagen una pequeña cruz de color blanco encima del icono de la Mater Dolorosa.  Aquí Celeste capta la densa significación de la liturgia católica en un altar por así decirlo, popular, callejero: El rojo de la pasión, el blanco de la resurrección y la esperanza de una Madre en la Vida Eterna.

El libro finaliza o empieza, en un tiempo circular  y mítico marcado por el eterno retorno de la pasión humana y el paraíso divino. Una tensión dialéctica que ha generado nuestros relatos analógicos e iconográficos como este relato sobre una cultura y una naturaleza desplegado magistralmente por Celeste González. El capitular III se  intitula Pasión y Paraíso.

En el connotan infinitas significaciones y muchos mensajes. Toda pasión –como la de Jesús- nos lleva al Paraíso. Todo Paraíso –como el de Eva y Adán- nos lleva a la Pasión. La tierra nuestro bello planeta y nosotros sus gentes somos únicamente espacios y actantes que vivimos siempre una pasión con ansias de paraíso.

Celeste con la belleza de sus fotos de paisajes únicos del mar de Rivas, de sus volcanes lacustres, de sus aguas densas azules, plúmbeas, de sus gentes laboriosas y creyentes, de sus imágenes sacras, del esplendor de sus frutas, de la elevación del dolor de la pasión a través de las trompas de la música, parece decirnos, no vayan muy lejos… En Rivas de la Cuaresma, en Nicaragua, en cualquier parte, en este libro de fotos,  hallarán la Pasión y el Paraíso.

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Bluefields, Nicaragua, 1952.
Poeta y crítico literario educado en Juigalpa, Chontales, y formado en Chile, donde se especializó en Literatura Hispanoamericana y Semiótica. Ha sido asiduo colaborador de revistas y suplementos literarios. Entre sus obras más recientes figuran Frutos del deseo (Poesía, Managua 2012), Carlos Martínez Rivas: Una poética de dimensión humana (Crítica, Managua 2012) y la novela La Mujer que Olvidó el Amor (Secretariado de Cultura de Puebla, 2000, México).