Pláticas sobre el Cervantes con Alfonso Guerra
2 abril, 2018
Entre los amigos del premio Cervantes, Sergio Ramírez, durante su etapa política, está Alfonso Guerra, quien fue vicepresidente de España durante los años ochenta con el PSOE. Ha sido parte de esa generación de políticos formados en la lectura literaria y la oratoria, cuya nostalgia, ahora que se ha retirado de la política, es la de ser librero. Las vidas de Alfonso y Sergio tienen algunos paralelismos curiosos. Guerra sólo es dos años mayor que Sergio. Ambos fueron importantes compañeros de fórmula de presidentes de los que después se distanciaron personal y políticamente. Y la literatura se cruzó en sus vidas. En el caso de Guerra, su obra se ha dirigido a la vertiente ensayística y memorialista: Diccionario de la izquierda (1998), Una página difícil de arrancar (Memorias), 2013. Desde que se conocieron, Sergio y Alfonso han sido grandes amigos.
Alfonso Guerra y Sergio Ramírez
SM: En su último libro de memorias, Una página difícil de arrancar, usted menciona que Sergio fue uno de los pocos amigos que se pueden hacer en la política.
AG: Me parece recordar que lo que digo es que en política se tiene relación cuando uno ocupa puestos de dirección, pero cuando se dejan, es difícil mantener esa relación. Un caso excepcional es el de Sergio y yo. Y de hecho cuando él publicó Adiós muchachos (ese relato de la revolución, o la desolación, según se mire), yo se la presenté en Madrid. Allí él confesó una cosa curiosa: que lo escribió, en parte, a causa de mi libro Diccionario de la izquierda. Encontró una carencia: no estaba la palabra “sandinista”. Y eso le motivó a escribir.
SM: Hay una foto de usted y Sergio en Managua. Él conduce una camioneta con usted de copiloto después de haberlo recibido en el aeropuerto.
AG: Sí. Fue en 1987. Mi primera impresión al llegar al aeropuerto de Managua, fue ver que no había banderas de Nicaragua, sino del Frente Sandinista. Yo entonces era vicepresidente y no me esperaba que las banderas sandinistas sustituyeran a las del país. Después, mientras íbamos en la camioneta, Sergio conduciendo, nos rodeaban cuatro escoltas en moto que también llevaban en un varal la bandera sandinista. Yo le comenté que, tratándose de una visita oficial, esos me resultaba un poco chocante.
SM: ¿Cuál fue la reacción de Sergio?
Respondió con una gran elegancia. Tuvimos una larga conversación, en un trayecto hacia una playa del Pacífico donde debía encontrarme con Daniel Ortega, y me ayudó a entender lo que allí sucedía. En ese momento, adquiero una conciencia clarísima que el hombre a apoyar era Sergio. Muchos países estaban más cerca del círculo de los comandantes, pero creo que Sergio veía las cosas con una gran lucidez.
SM: Qué visión tenías del sandinismo (perdón porque estoy tuteándote)
AG: Sin ningún problema. Había sectores más a la izquierda, aunque también en la socialdemocracia, a los que les había causado una gran impresión la imagen del Comandante Cero en la toma del Palacio. Yo conocí a Edén Pastora, un personaje extraordinario, que hacía algo que no todos los revolucionarios hacían. Muchos eran capaces de luchar por los demás, pero ¿cuántos podían vivir como los demás? Yo lo recuerdo pescando en su barquilla. Era un hombre con grandes dosis de inocencia. Había otros sectores más afines a la posición de Estados Unidos contra el sandinismo. Pero la visión que teníamos muchos era algo romántica sobre la revolución, romanticismo que en aquella visita que hice a Nicaragua se me quitó.
SM: ¿Por qué?
AG: Mira, aunque comprobé que Daniel tenía una gran aceptación popular, vi que en algunos comandantes había una visión patrimonial del país. Recuerdo que me llevaron a comer a un restaurante. Yo estaba contemplando un cuadro. Un comandante me preguntó si me gustaba. Al decirle que sí, me ofreció descolgarlo para que me lo llevara. Pero, por favor, aquello era un restaurante. También me fijé en la facilidad con la que se expropiaban propiedades. Todo eso que después acabó en la llamada piñata. Es curioso cómo la corrupción ética de los revolucionarios se hace en combinación con la derecha más reaccionaria: usted me permite un plan de ajuste y privatización y yo le doy una cuarta parte de las empresas, por ejemplo. Lo que en principio se pensó que era para los sindicatos y sectores sandinistas, resultó ser para los dirigentes. Y creo que ese fue un punto de ruptura moral para Sergio.
SM: Ustedes, el gobierno del Partido Socialista de España apoyaron al Frente y, al mismo tiempo, tenían buenas relaciones con Estados Unidos, que en ese momento, mantenía una guerra, financiando a la Contra. ¿No recibieron presiones de Estados Unidos por apoyar al gobierno sandinista de entonces?
AG: La verdad es que no. La historia viene de más atrás. Cuando los aliados liberan Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, lo normal hubiera sido que los tanques se giraran hacia España y la liberasen de una dictadura que había estado cerca de Hitler y Mussolini. No lo hicieron. Eso lo saben los norteamericanos, y yo se lo he recordado muchas veces a los embajadores y hasta al mismo Kissinger. Aquí apoyaron al dictador. Cómo esperaban que tengamos simpatías por las posiciones de Estados Unidos. En privado, asumían ese hecho. Ellos no presionaron mucho al gobierno del Partido Socialista, porque sabían toda esa historia que había detrás.
SM: ¿Hubo apoyo militar de parte del gobierno de España a Nicaragua?
AG: De gobierno a gobierno no hubo apoyo militar directo durante los ochenta. Pero en la época anterior, durante la lucha contra la dictadura, algunos partidos y otros sectores apoyaron en ese sentido. Omar Torrijos me llegó a contar cómo enviaba avionetas cargadas de armas y, cuando no tenía armas, con piedras para arrojar sobre la residencia de Somoza.
SM: De Adiós muchachos, algunos críticos esperaban que Sergio entrase en temas peliagudos o controvertidos.
AG: Yo no creo que esa crítica esté fundamentada. En el mundo occidental, salvo en Inglaterra, que tiene gran tradición de memorias, el memorialista despierta cierta hostilidad, por el prejuicio de suponer que lo hace para ajustar cuentas y pasar de puntillas sobre sus responsabilidades. Eso no es una regla, la verdad. Adiós muchachos es una relación de hechos. Muchas cosas faltarán, no se puede recordar todo, y además se hace una selección. Lo que hay que preguntar es si ha mentido o no el memorialista. Las memorias, y yo también las he escrito, deben ser elegantes, y no un catálogo de agravios. Al final, como cuenta el mismo Sergio, el propósito de la revolución era traer el bien al pueblo y no se consiguió realmente. Lo que causó fue algo que no se había propuesto: la democracia. Pero tampoco ha quedado mucho de ella.
SM: Usted fue uno de los protagonistas de la transición española. Ahora está de moda criticar ese proceso.
AG: Sí, ahora está de moda disparar al pianista.
SM: Se dio en años parecidos a la transición de la dictadura a la revolución a Nicaragua.
AG: Sí. Hubo algo oculto entre los sandinistas que hicieron el proceso y fue su identificación con el marxismo-leninismo, cosa que en público no lo confesaron. Y para mí lo más sorprendente fue que quien les instaba a que respetaran la negociación y el pluralismo fuese ni más ni menos que Fidel Castro. Cuesta mucho creerlo, ¿verdad?
SM: Usted no ha perdido su labor de editor y librero. Al menos a Sergio le mandaba todos los años un libro por navidad.
AG: Sí, publiqué 25 libros que los enviaba como felicitación de año nuevo. Se trataba de fragmentos, que yo seleccionaba personalmente, de autores como Bertrand Rusell o Luis Cernuda, por ejemplo, pero también de autores poco conocidos a los que descubría con olfato de librero. Era una edición muy bonita, una especie de plaquette, cuyos primeros ejemplares salieron de la misa máquina de imprenta donde se hacían muchos textos de la Generación del 27 en Málaga.
SM: Usted empezó en la literatura con una legendaria librería, la Antonio Machado.
AG: Sí, la monté en el año 69, cuando tenía 29 años. No tenía dinero y quería leer libros, así que hacerme librero era una manera muy buena de hacerlo. Después, descubrí que el librero se convierte en un predicador de buenos libros y en la época de la transición eso significó una verdadera misión.
SM: ¿Alguna vez le ha tentado escribir ficción?
AG: He escrito varios libros pero no de ficción. He escrito poesía y he publicado algo en revistas. La política me ha mantenido muy ocupado y si escribiese ficción ahora, la gente lo miraría con el prisma del político. Eso no me seduce.
SM: Ahora que las relaciones entre Nicaragua y España son bastante diferentes, y en Nicaragua se ha vuelto a un cierto autoritarismo.
AG: Parece el triunfo final de Somoza.
SM: ¿Qué visión tienes de España y su relación con Latinoamérica?
AG: España perdió mucho cuando el gobierno de José María Aznar se olvidó de Iberoamérica. Construir cuesta muchísimo, pero destruir se puede hacer muy rápido. Hoy hay menos presencia de España. A través de la literatura hay más relación por supuesto.
SM: ¿Qué lecturas de autores hispanoamericanos le han marcado más?
AG: Me influyó mucho el Boom, pero mis primeras lecturas son algo anteriores. Me impactó Alejo Carpentier y sobre todo Mujica Lainez. Aquella novela, Bomarzo, fue trascendental en mi vida. Entre los españoles, Cervantes, al que he leído mucho y sobre el que tuve una gran conversación con Gabriel García Márquez. Además estaba leyéndolo en ese momento. La Regenta, de Clarín, que es el libro que más me ha enseñado de España. Sin ser un tratado de sociología, describe España con tres círculos y un cuarto que queda fuera: la aristocracia, la iglesia, la burguesía, y extramuros: la clase trabajadora. Eso es la historia de España. Luego tengo una debilidad por un autor mucho más reciente y bastante desconocido, Julián Ayesta: Helena o el mar del verano, que es una preciosidad y no dejo de leerlo. En la biblioteca nacional di una conferencia sobre mis libros.
SM: ¿Lee más ficción o más ensayo?
AG: Leo más ficción que ensayo. Aunque esta mañana estaba leyendo, desde las seis y media, el informe del Defensor del Pueblo. La memoria funciona más a nivel sensorial que intelectual. La prosa del ensayo se olvida más a menudo. Sin embargo, la impresión que causa una narración de un episodio o de un personaje es más duradera. Creo que es más importante leer novela y poesía
SM: ¿Cómo empezó su pasión por la lectura?
AG: La mía era una casa muy humilde sin muchos libros. Éramos trece hermanos. Pero había algunos libros. Eran auténticos tomazos como los que se publicaban en el siglo XIX. Mi padre, en invierno, nos reunía alrededor de la mesa camilla y nos leía desde Los Miserables hasta folletines como Pablo y Virginia. Así que la lectura oral se me quedó muy grabada. Además tuve la suerte de estar en un colegio en el que había una hora obligatoria de biblioteca. Era un armario con libros, muchos religiosos, pero también había unos tomos de comedias de Lope de Vega. Eso me hizo lector de teatro también.
SM: Ahora que se retiró de la política, ¿qué echa de menos?
AG: Muchas veces me preguntan si siento nostalgia de la política, y la verdad es que no, pero sí echo de menos el oficio de librero. La verdad, es que salvo ir al Congreso, me sigo levantando a la las seis y media de la mañana. Realizo actividades similares. Ahora estoy preparando una conferencia sobre la idea de España.
SM: Pues ahora ese tema está candente con el asunto de Cataluña.
AG: Sí. Es algo de lo que he venido advirtiendo desde hace mucho. Cuando el Estado ha estado en momentos débiles, ha surgido ese problema de querer pronunciar una república independiente. Pero en política también hay mucha pereza.
SM: ¿Por último, con qué libros del ahora premio Cervantes se quedaría?
AG: Me gustó mucho Castigo divino y uno que no es tan conocido, Mil y una muertes. No es un libro fácil pero es espléndido.
SM: ¿Dónde pasará estos días de semana santa?
AG: Seguramente entre Sevilla y Cádiz, que como decía un escritor, no hay nada mejor en el mundo.
Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.