Sergio Ramirez, escritor nicaraguense. Managua 19 de abril de 2017. FOTO LA PRENSA/Lissa Villagra

Nicaragua Cuenta

30 septiembre, 2018

“Nicaragua cuenta”, es una muestra de cuentos nicaragūenses apoyado por Centroamérica Cuenta que se publicó en España en julio pasado y será presentado en Panamá el próximo sábado 29 de septiembre. La edición estuvo a cargo de Arquímedes Gonzalez y Karly Gaitán, con prólogo de Sergio Ramírez, el cual reproducimos a continuación.



Prólogo

La antología que el lector español tiene en sus manos es una muestra de la narrativa nicaragüense tal como debe verse desde la perspectiva del siglo veintiuno, es decir, desde la modernidad. Tradicionalmente no se aprecia a Nicaragua como un país de contadores de historias, sino de poetas, y eso se debe quizás a la persistente sombra tutelar de Rubén Darío, quien define toda nuestra literatura.

Pero, en realidad, al fundar desde el modernismo la modernidad de las letras nacionales, y no solo eso, sino también a la nación misma,  Darío no abrió pasó solo a nuestra poesía: también al cuento, y a la crónica periodística; pero estos dos últimos géneros, en los cuales fue un verdadero pionero, han quedado en segundo plano por más que los haya puesto igualmente al día en la lengua, innovándolos.

En lo que se refiere a la literatura nicaragüense, igual que Darío, la mayor parte de nuestros grandes poetas han sido a la vez narradores en prosa y en verso, porque él vigorizó también esa tradición del cuento versificado. Basta mencionar los ejemplos de Salomón de la Selva (1893-1959), postmodernista y a  la vez vanguardista, autor de al menos dos novelas; José Coronel Urtecho (1906-1994, el fundador del movimiento de Vanguardia, autor de noveletas y cuentos; Manolo Cuadra (1907-1957) y Joaquín Pasos (1914-1947), cuentistas muy modernos en su propia época, y Ernesto Cardenal (1925), el más narrativo de nuestros poetas, y autor de un único cuento, que encabeza esta antología.

La experimentación verbal dariana en la narración es sorprendente por lo que trajo consigo de prueba, de colorido, de apertura de caminos, de exploración de temas, y de maestría en el uso de las técnicas del cuento. Por tanto, la suya es toda una herencia, aunque tantas veces ignorada, para la prosa creativa hispanoamericana, y ya no digamos para la nicaragüense.

La modernidad significa siempre renovación, y significa hacerse contemporáneo a la atmósfera presente; y no dejarse apresar en la repetición de los estilos del lenguaje, el cual contiene una dinámica de futuro de la cual, quien se aparta, se expone a quedarse atrapado en el molde de lo ya superado.

El modernismo significa un punto de partida, pero también representó el estancamiento para aquellos que lo vieron de manera superficial, y se quedaron así en la simple imitación de los atractivos musicales de su lenguaje, y el colorido exótico de sus escenarios, tanto en la poesía como en el cuento.

Pero hubo otros estancamientos. La narrativa nicaragüense, como las demás de Centroamérica, también pasó por las escuelas latinoamericanas del siglo veinte: el conflicto entre civilización y barbarie que debía resolverse en el progreso; el realismo y el naturalismo, convertidos en narrativa social de denuncia; las novelas y cuentos que enfocaban el conflicto entre el hombre y la naturaleza; y, por último, la más persistente de todas, la escuela regional vernácula, que convirtió en materia pintoresca tanto al paisaje como a los campesinos y a los indígenas.

Son la gracia, el humor penetrante, el lenguaje coloquial que no es fabricado, y su manera de penetrar en la hondura de sus personajes, lo que hace a Fernando Silva (1927-2016) salirse del encierro vernáculo; igual que Juan Aburto (1918-2018), otro de nuestros clásicos, entra en el lenguaje para mostrar a los personajes de la Managua provinciana que pugna por parecer ciudad.

Y, hablando de modernidad, hay un parte aguas fundamental, que representa Lizandro Chávez Alfaro (1929-2006), con la aparición de su libro de cuentos Los monos de San Telmo en 1963.

La modernidad de la narrativa nicaragüense, desde el cuento El sueco de Ernesto Cardenal, ya refriéndonos a la presente muestra, que incluye fundamentalmente autores vivos, significa desprenderse del lastre de la impostación costumbrista, un mundo que termina siendo de cartón piedra, y que suena a hueco, para entrar en la complejidad de los personajes, inmersos en los conflictos de su propia existencia y en los de la vida diaria, para que así, tanto personajes como realidad puedan entrar en la visión del lector sin más intermediación que la de la imaginación.

Podríamos decir que en estas páginas hay un pulso entre escritores que vienen desde la mitad del siglo veinte, como el propio Cardenal, Rosario Aguilar, Gioconda Belli, y yo mismo, y los más jóvenes que son, por supuesto, los más numerosamente representados. Pero es un pulso por la modernidad, para que pueda verse de qué manera la narrativa nicaragüense traspasa la frontera del siglo veintiuno.

Y modernidad es también diversidad, la manera en que cada escritor asume la historia que debe contar, en cuanto a lenguaje, y en cuanto a la manera de resolver la trama. Y eso lo vemos generación tras generación:

Los nacidos en la década de los cincuenta, como Erick Blandón (1951) y Alejandro Bravo; los de los sesenta, Helena Ramos (1960), Erick Aguirre (1961), y Juan Sobalvarro (1966), de la generación de testigos y partícipes de la lucha contra Somoza, y la revolución; los de los setenta, Arquimedes González (1972), Martha Cecilia Ruiz (1972), Roberto Carlos Pérez (1976), y Carlos Manuel Téllez (1977), quien aún alcanzaron a vivir, como adolescentes, las postrimerías del proceso revolucionario, su dramatismo cotidiano, y su descalabro; y, por fin, los nacidos en los ochenta, Ulises Juárez Polanco (1984-2017), José Adiak Montoya (1987) y Mario Marz(1988), que nacieron en medio de la guerra de los contras, y representan a la generación que atestigua a sus padres, sus ilusiones, sus esperanzas, y su derrota.

Toda antología es aleatoria, y no pocas veces arbitraria, sobre cuando debe enfrentar una numerosa cosecha de narradores de diversas generaciones, pues el cuento, como género, ha venido creciendo en número de autores, y en la calidad de los mismos. Pero esta, escogida por Juan Bolea, Arquimedes González y Karly Gaitán, es lo que es, una muestra que tiene vacíos, pero nos ayuda e encontrar rumbos, y nos enseña autores a título ejemplar.

De manera que tenemos la posibilidad de concertar en estas páginas una diversidad de enfoques generacionales, diferentes maneras de concebir el relato, y también diferentes maneras de asumir el lenguaje, lo cual nos permite asomarnos a una visión literaria contrastada de Nicaragua.

No lo señalo porque se trate de una suma de cuentos realistas a la antigua usanza, o porque los autores, sobre todo los más jóvenes, traten de atenerse a relatar la historia que vivieron, o que también les tocó porque la oyeron relatar de primera mano. La literatura no se hace de exclusividades obligadas, sino de la libre elección de los temas que la necesidad del propio relato determina.

Y en los cuentos que aquí se presentan esa variedad, como en toda buena escritura, es atractiva, pase o no por las referencias de la historia. Lo que importa, como dije antes, es atraer hacia la ficción a los seres humanos, y exponerlos al relato, y en el relato.

Pero entre los autores nuevos incluidos encuentro un denominador común, que celebro, y es que no hay principiantes en sus filas, sobre todo los ochenteros, que son los que buscan tomar posesión de los espacios del nuevo milenio literario. Cada uno de ellos es dueño de su oficio, y lo ejerce con propiedad. Han roto las ataduras locales, o provinciales, o vernáculas, y se emparejan a la universalidad de la literatura.

Masatepe, febrero de 2018.

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Escritor nicaragüense. Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Fundó la revista Ventana en 1960, y encabezó el movimiento literario del mismo nombre. En 1968 fundó la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y en 1981 la Editorial Nueva Nicaragua. Su bibliografía abarca más de cincuenta títulos. Con Margarita, está linda la mar (1998) ganó el Premio Internacional de Novela Alfaguara, otorgado por un jurado presidido por Carlos Fuentes y el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas 2000, otorgado por Casa de las Américas. Por su trayectoria literaria ha merecido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014. Su novela más reciente es Ya nadie llora por mí, publicada por Alfaguara en 2017. Ha recibido la Beca Guggenheim, la Orden de Comendador de las Letras de Francia, la Orden al Mérito de Alemania, y la Orden Isabel la Católica de España.