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«Palinuro de México», de Fernando del Paso

30 enero, 2019

Desde el 14 de noviembre del 2018, ya Fernando no está con nosotros. La noticia que nos consterna es que falleció, a sus 83 años, en Guadalajara, México. Para él, este pequeño homenaje.



NOTAS DE LECTURA

Antes de incursionar en la obra señalada, unas pocas palabras acerca de Fernando del Paso. Toda una personalidad literaria.

Su obra no alcanza la docena de libros, pero sí, abundosa en páginas. La presente, “Palinuro de México “(1977), motivo de estas notas hechas a vuelo de pájaro, consta de 648 páginas. Por ahí anda también “Noticias del Imperio” (1986), si no que un poco más. Eso, sin incluir sus ensayos sobre el Islam y el Judaísmo “Bajo la Sombra de la Historia” (2011), cuyo primer tomo sobrepasa las 900 páginas.

Estas dos novelas, de grueso calibre, y el ensayo referido, le han tomado escribirlas, según confesión del autor, por lo menos diez años cada una, lo cual señala su entrega por completo a las letras.

Su obra ha sido premiada con muchos galardones, entre otros: Premio Javier Villaurrutia, Premio Internacional Rómulo Gallegos, Premio a la Mejor Novela Publicada en Francia, Premio Nacional en Ciencias y Artes, Premio Juan Rulfo, Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, premio de la FIL de Guadalajara 2007 y el Premio Miguel de Cervantes 2015.

Palinuro de México ya cumplió los 40 años de publicada y quien la lee, hoy, encontrará, todavía, frescura en el texto, y, mucha sustancia.

El 23 de Abril de 2016, con motivo de recibir el Premio Cervantes, y precisamente al cumplirse cuatro siglos de la muerte del autor de Don Quijote, en su discurso de agradecimiento, Fernando del Paso no soslayó decir que Palinuro de México es “una especie de autobiografía inventada, una recreación literaria de mi vida como niño y adolescente, conjugada en varios tiempos verbales: lo que fui, lo que yo creía que era, lo que no fui, lo que hubiera sido, lo que sería”.


Fernando del Paso (1935-2018)

Fernando del Paso (F del P) es inescrutable. Mezcla de él, que es difícil definirlo, y de Joyce y de Gabo, y de su gran maestro y amigo, Juan José Arreola. Hecho para encantar, para sorprender y para profundizar. Penetra la noche para auscultarla, en sus recónditas profundidades, al igual que el día en todo su resplandor, y como el hacha de F. Nietzsche, no deja árbol en pie. Se divierte con el lenguaje y con la historia, con el arte, con la medicina, con el surrealismo y con la poesía. Emerge de algún bosque encantado para sugestionarnos, para embrujarnos, para envolvernos,  deliberadamente, en su halo, en su burbuja misteriosa, en su «esquizofrenia» consciente, en su mundo esotérico y nocturnal.

Es lúdico y holístico,  monólogo y  coral. Toca todo lo existente, nada le está vedado. Lo conocido y lo  desconocido,  sin tapujos ni eufemismos nos muestra  la cruda realidad, tal cual es,  y también lo onírico, esa imagen del ensueño, que por mayor esfuerzo que hagamos, se nos escapa.  Es un resucitado dispuesto a develar el misterio de la creación y a enseñarnos el «conócete a ti mismo». Con su  ironía hiere, y con  su risa nos recompensa para sacarnos de la abulia o el aburrimiento.

Siguiendo el hilo de la obra,  sin tratar de que sea una radiografía, — diría solo una pequeña muestra–, iremos citando  algunos pensamientos del autor, y haciendo acotaciones sobre este extraordinario  trabajo literario.

Es, o será, supongo, intraducible. Cuando, en uno de sus pasajes iniciales,  a reclamo repetido de la señora de la casa de que el jardinero no ha hecho la tarea recomendada, el narrador nos señala que  «Hasta que al fin el jardinero recogió las hojas, las apiló en la azotehuela y consumó los funerales del otoño». Este lenguaje, más poético que descriptivo, exige más a su traductor, tarea harto difícil.

Bromista hasta hacernos desternillar, como aquel invento suyo para demostrar que no se necesita saber latín para entenderlo. Pasa de la sentencia seria de «Cogito, ergo sum» a la más pedestre de «Vergo, luego cogito».

El libro es una conversación interminable.

Imposible no citar, son frases salidas de un numen trovador, F del P lo es. «…y pasamos bajo los caramelos de las peluquerías donde los barberos oxigenaban a sus víctimas y arreglaban el pelo y los problemas con navajazos alígeros». Para describir unos pezones, le pone esta pimienta «…y que cuando te bañabas, le dije, adquirían todo el prestigio y el esplendor de uvas navegantes».

De repente se pone más loco que una cabra, embiste y cabecea. Se sale de la realidad para meterse en laberintos, en divagaciones que aparentemente flotan al capricho del viento. Es un torrente verbal semejante a un Juan José Millás, irrefrenable. Como la dislocada idea de transformar los electrocardiogramas en música. Habla de lo que conoce, y conoce casi de todo. Y si no lo sabe, tiene la cualidad de imaginarlo. Su escritura puede ser infinita. ¡Pareciera que cae confeti!  No, es torrente de palabras. ¡Caen gotas!  No, es copioso aguacero. Eso sí, sin perder el norte. Prosa bella y discursiva, rica en hipérboles, en adjetivos, en verbos, en sustantivos. Envolvente, sugestiva, hipnótica. Barroca, surrealista, metafórica.

Pareciera decirnos “Sólo el lenguaje salva”; hay que conocer, por tanto,  a profundidad el lenguaje. El que domina el idioma y lo imagina a semejanza, está a salvo del apocalipsis.

La narrativa incursiona el ambiente familiar, los años de la niñez entre sus padres, tíos y  abuelos. Revive la imagen de su  prima Estefanía, y la describe bella como era. Habla de sus pechos, de sus ojos que simulaban “dos turquesas contiguas”, de sus muslos y de su cuello de cisne que “interrogaba a las almohadas”. Fluyen las narraciones del abuelo Francisco con sus cuentos fantasmales.   Califas, aljibes, puentes levadizos, y barcos perdidos que navegaban por el mar como cementerios lentos.  Esa niñez que se alimenta de fantasías. La añoranza de las pláticas del tío Austin y de las batallas perdidas en las muchas guerras inútiles, que, una vez en  el sosiego de la paz, rebrotan  de nuevo   como flores silvestres. Y la triste realidad de que también los recuerdos se mueren con el tiempo. Y al tío Austin, se le fueron muriendo, uno por uno.

Esa niñez, inasible, que cuando se escapa, lo hace para siempre. Lo expresa así: “Alguien siguió silbando una canción y con el aire las hojas de las novelas y los cuentos se transformaron en pájaros rosados que se fueron volando”.

Como estudiante de medicina, dedica un  panegírico al médico y a la medicina. Inescapable a la tentación de citarlo: cuando habla de su prima Estefanía, de su bella prima Estefanía, dice que «Ese cuerpo que tanto amé y conocí, que hoy podría esculpirlo, de memoria y con la lengua, en un bloque de sal.»

Su prosa es inabarcable. Habría que copiar cada párrafo, dibujar cada pensamiento, detenerse en cada página, sería como cerrar el libro e imaginar que nos cae, gozosamente, una lluvia de estrellas. Es como asistir a una fiesta de petardos donde nos abruma, nos contagia: la chispa, el color, el sonido, la música y la luz. Su prosa es como asistir, ser testigo, dar fe, de la creación del mundo.

El libro, así lo consideroes, un poema épico. F del P tiene una cultura galáctica, en el campo que lo busquemos, pero, lo que más sabe es de historia universal,  arte clásico, música y pintura. Como pintor ha expuesto su obra en galerías de Europa y Estados Unidos. Memoria de elefante. Combinatorio en todos sus saberes. Observador profundo que  sabe calar, nombrar, estilizar, y cerrar una frase con brillo;  impactar, deslumbrar, alinear los planetas. Todo el libro es una alegoría. Su prosa, hay que decirlo, es, embriagante. Como decía S. Dalí, de sí mismo, aplicable a  F del P. “vive en permanente erección intelectual”. Un gran poema no solo orgiástico sino, ya dije, alegórico.

De cultura casi infinita, capaz de hacer hablar a sus personajes como si fueran celestiales. Salta de una figura a otra, de manera imperceptible o invisible. Las metáforas llueven como tormentas tropicales. Engarza una a la otra para formar estelas, copiosas caudas que se pierden en la estratósfera. Monta frases como el mejor orfebre.

Es,  erotismo en vivo.

Solo un entusiasta de las letras  puede divertirse tanto con el lenguaje. Sorpresivamente, aparece la influencia de Ulises en su obra.  James Joyce con su  “introibo  ad altare Dei» y también «Un perro andaluz» con el corte del ojo, a  navaja,  con  plenilunio de trasfondo.   La atrevida imagen de Luis Buñuel que revolucionó el cortometraje a finales de los años veinte del siglo pasado.   Igual, la depilación anal acompañada de los cantos del «Barbero de Sevilla» es una influencia del Ulises de Joyce.

Los diálogos son extraordinariamente intelectualizados, que nos trasladan a  conversatorios sutiles y que rayan en el absurdo, como en el teatro de Ionesco. Hay pasajes que, teatralizados, es para reírse a carcajadas. Sobre los problemas derivados del tercer ojo del culo nos recuerda «Las sillas» o «La cantante calva».

F del P es, indudablemente, un erudito. Tiene una gran cualidad como escritor, el lenguaje lo posee, lo seduce, y, se siente, como pez en el agua, como alguna vez dijo Mario Vargas Llosa de sí mismo.

La literatura, es, a veces, lo que su autor quiere que sea. Lo único que se necesita es echar a volar la  imaginación. El lenguaje puede ser sutileza, y, a la vez, recreación. En F del P. es gozo, complacencia, alegría. Es comunión con lo más sagrado que tenemos los humanos: la expresión lingüística.

F del P tiene la cabeza saturada de literatura, de mitos, de leyendas, de sueños y todo lo teje con los colores inimaginables del arcoíris. Una mente súper privilegiada de la que gozan  pocos mortales. F del P ha hecho posible que, el idioma, para darse a entender, se reinvente, y ya libre de cualquier prejuicio,  pueda decir sin ruborizarse lo que se le ocurra, de la manera que se le ocurra. El idioma ya no es el mismo: puede servir para lo convencional, pero, también, para lo inverosímil y lo fantástico, para lo creíble y lo increíble. Es decir, le dio una nueva dimensión que no tenía. Lo infló. Las simples palabras se quedaban cortas y decidió estirarles las extremidades.

Es como si para entendernos tuviésemos que aprender otra lengua, como si siendo terrícolas,  fuéramos extraterrestres. F del P nos invita a pensar distinto, con otra lógica, que a nuestra cultura podría parecer, –no hay duda–, ilógica, por no decir,  chiflada.

Indaga  sobre cosmología, astronomía y gastronomía; conoce de física y filosofía, por lo que se da el gusto de reinventar el tiempo y el espacio para darle el enfoque terrenal que le sirva para expresarse. Para elucubrar, construyendo de nuevo el mundo, que es su mundo. Siendo de él, –ése es el misterio–, también es  nuestro; visto claro, desde otro ángulo, que ya no es ángulo, sino, para decirlo mejor: el mismo mundo visto con otros ojos.

El discurso del retrato de Estefanía, y siguientes, es una obra maestra. Hay una gracia en el lenguaje inventado por él,  que en realidad es tan solo reinventado, que se gana al lector a primera vista. Nos lleva con la corriente, en una cascada de imágenes que nos hipnotiza. Y, no se crea, detrás de cada frase se esconde una enciclopedia, una sabiduría, un culto a la imagen,  una constelación de palabras de cómo puede y debe entenderse el mundo.

Es el lenguaje de la contradicción, del contraste, del inconforme. Y, en ese aparente caos, busca una idea más ordenada del mundo, no del mundo de la apagada rutina, sino de la encendida creación;  más sustantivo, más  afectivo,  más familiar, más espiritual, más interior. La metáfora, de por sí, engendra otro lenguaje. El libro, es una hiper-metáfora. Todo está concebido para entender las cosas de manera subliminal. El mundo, a  ojos  de F del P, es  subliminal.

El libro es contestatario, rebelde, porque se opone a lo convencional;  intrigante,   porque nos invita a concebir el mundo de otra manera. Ahora, lo entendemos, el  mundo es complejo, interconectado y pluridimensional.

Nada es lineal. Cuando pensamos en algo también estamos pensando en otras cosas. Y, a veces encontramos más lógica en esas otras cosas, paralelas,  que en las primeras. La mente, al igual ocurre en J. Joyce, es giratoria.

El lenguaje se entiende mejor a través de símbolos que de hechos. Lo torcido puede explicar lo recto y lo lineal nos lleva, si se quiere, a revelar  lo elíptico. La aritmética o la geometría contradicen esto, pero, en todo caso, solo es de forma. En el fondo, lo cierto se impone, no hay verdades absolutas. El mundo puede reconstruirse con solo un pensamiento que lo cuestione. Hay ideas que cambian el mundo. Al principio parecen locas, pero, al rato se imponen. O, se sobreponen.

Transcribo: «Luego la oscuridad se escapó por la ventana de nuestro cuarto y nos amamos a pleno sol. Luego la vigilia se desprendió de nuestros cuerpos y entonces hicimos el amor dormidos.»

Es una prosa escrita en estado de gracia y  éxtasis. Solo cito dos frases sobre el tema, pero menciona veinte o más en la misma página. Es una literatura insaciable. Escribir así llenaría un cielo y faltaría espacio. Se vale de un detalle para enlazar otros, y de este último, otros, hasta el infinito. Con esa lógica podría escribir las obras completas de lo eterno, si él fuera inmortal. Lo inanimado se vuelve animado y viceversa. No distinguimos ya que quiere decir «racional o irracional»; cuando las paredes ya no solo oyen como leemos en ciertos libros, sino que, experimentan deseos y pueden crecer como organismos vivos; hablamos ya de otra dimensión.

La literatura es hecha, no hay duda, de imaginación. Las unidades de medida son sustituidas por unidades de valor, y adquieren sentido si las leemos en contexto, más, no así, si las leemos separadas.

En otros casos, es un himno al amor.

Aquí no se conjugan solo verbos, se conjugan metáforas. Irreverente de irreverentes, no deja mástil en pie. El sarcasmo de Quevedo y la ironía de Joyce. Del idioma se nutre y al idioma regresa para transformarlo, para inyectarlo de giros y ocurrencias, para, trascendiéndolo, darle otro brillo, otra juventud, nuevas emociones. Hacer literatura, es, dominar las palabras, educarlas. Que den, lo que el progenitor quiere, mudarlas, desnudarlas, que se junten con otras, que aprendan a sorprender, que sacudan a los lectores o a los oyentes. Su misión es, energizar, descubrir, llenar y desbordar de emociones a quien las lee. La literatura que no conmueve, es otra cosa, menos literatura.

Es tan rica la verborrea, que de repente, la literatura se hace discurso. Un nuevo género que podría llamarse: discurso literario. El hoyo negro que todo se lo chupa. Y, el discurso, también se hace monólogo. El monólogo que es, a la vez, revelación autobiográfica. El autor se confiesa a sí mismo.

Sobre el tráfico ilegal de cadáveres, muy posible  entre los estudiantes de medicina que desean practicar anatomía en vivo—si  es que un muerto puede tener esa calidad–exclama, «así como lo oyes, los muertos viajan ahora tanto como los vivos». Se pone de moda, dice, el «Muera ahora, viaje después». Cuando leo a F del P, de tanto reír, hago descansos, como cuando uno se agita subiendo la escalera.  Su vocabulario es amplísimo, científico si lo necesita, pictórico si lo requiere, filosófico si se le antoja. Su deleite es inventar, inventar, hasta que queda satisfecho. Ninguna regla moral o resquicio de pulcritud lo va a detener. Su compromiso es con la obra. Con la suya, hasta la muerte. Fiel al apotegma de Hemingway, cuando recalca que, lo importante, es crear, más que describir.

No hay tregua,  cada capítulo es una inseminación incansable de ideas, imágenes, situaciones, poco comunes para ciertos  mortales. No lo guía, lo que llamamos lógica;  muy al contrario, busca sin mucho esfuerzo todo aquello que ayude a ver las cosas, si no al revés, al menos trastocadas, o distorsionadas, para tal vez así,  entender un poco más el mundo descalabrado que habitamos.

De religión, sí, también habla de religión, no para moralizar, sino para desacralizar. Por supuesto, un iconoclasta. Los requiebros idiomáticos o trabalenguas, lo divierten mucho. Soliloquios como «si la Vía Láctea era el resultado de una masturbación de Dios», es irreverente, pero ilustrativa. Palinuro visceral y virreinal. Palinuro, o, el pretexto para asistir al génesis, de todo lo creado o, imaginado. Amante de las cacofonías y su asociación. Creador de paralelismos que le divierten. Por ej. Usa el sperm- prints (que serían las huellas del esperma masculino) para compararlo con el finger-prints, las huellas dactilares. A sabiendas de que la figura primera es un invento suyo, y que a lo mejor un día, así espera,  tenga  aplicación policial.

Se entabla un diálogo ficticio entre no cuerdos, algo así como, plática entre, diríamos, «descuerdados». Aunque hablan los personajes, en realidad, lo que priva es el monólogo. Es Palinuro contándolo todo. Una sola voz, la de F del  P. La tribuna la ocupa el narrador para imponer su ley: la de activar su imaginación.

Seguirle la onda, o la curva, o los pasos, es lo más parecido a oírle a un sordo, a medirle la visión a un ciego o, creerle a Don Quijote sus aventuras. Eso sí, hay una diferencia: F del P, lo hace con paso firme, transformando la realidad, en una supra realidad.

Otra forma mental de comunicación. Una especie de metalenguaje alternativo. El juego de palabras o su transposición lo hace  feliz. Así, cuando habla de la enfermedad de la sífilis que diezmó a los conquistadores en el Nuevo Mundo, no pierde oportunidad para agregarle su toque de burla»…enfermedad que había asolado por siglos a la Sifilización Occidental». Más adelante agrega que esa era la razón por la cual su amigo Molkas prefería la masturbación. Molkas cita al poeta sobre estas virtudes, exclamando que:

«Placeres sabe Onán…
¡Que desconoce Don Juan!»

En esa fijación erótica, dedica todo un capítulo a la masturbación de su amigo Fabricio, que suponemos  no es más que el propio F del  P. La sensualidad, presente en toda la obra, termina por arrollarlo, es como una necesidad de contar su propia experiencia. El lenguaje siempre es corrosivo, directo y, a la vez, poético. También, simbolista.

Dedica planas enteras a una apología del amor. Del amor infinito, inmedible. No hay respuesta razonable a la inquietante duda de los enamorados de, cuánto me quieres. Puede ser de aquí a la esquina o de aquí a la eternidad. Le pone gracia a la respuesta cuando al final termina diciendo que, el amor, solo se puede medir después de dar vueltas y vueltas planetarias y que aun así es difícil, aun entreteniéndose en los anillos de Saturno, o dormir una noche en uno de esos planetas donde la oscuridad puede durar años.

Cierra la perorata, poniéndole una colilla muy original,  «a mí me gusta levantarme temprano, cuando menos un año antes de que amanezca».

Su amor por Estefanía era tal, que, le ponía el oído en su sexo para escuchar el ruido candoroso de la creación. Toda su construcción es una rebeldía, deliberada, contra la forma convencional de ver el mundo.

Si va al cine,  dice no se pudieron concentrar en el final feliz y nos quedamos, recalca, con la sensación de haber visto una tragedia.

De repente, agarra unas borracheras lingüísticas trasnochadoras, capaces de escandalizar a la Real Academia de la Lengua. Mezcla sueños, realidades, historia, sexo, ríos, lagos, donde todo discurre entre anécdotas, distracciones, risas, donde el amor alcanza la sublimidad y no se sabe si hablamos del presente o del pasado, o si lo que escribe tiene un propósito o es solo escandalizar para demostrarnos que la literatura y solo ella es capaz de enfrentar, un mundo desdichado, –el nuestro–, para olvidarnos de sus contradicciones y crueldades. La imaginación es un duelo contra el conformismo y la mediocridad.

Meternos en su lectura es como introducirnos en una cueva de fantasmas donde ya no reconocemos las palabras en su sentido habitual. Estefanía en el retrete, [él dice escusado], en vez de heces, expulsa  flores pestilentes que invaden el cuarto y cuenta que cuando van al mercado compran nubes redondas que al llegar a casa se transforman en lágrimas. Hay juegos intelectualizados, que se entienden con desfases, palabras desgranadas, volátiles, propias de la divagación o el sueño. Interpretar las palabras por su literalidad no nos sirve de nada. Siempre hay que leer entre líneas.

Con cierto asombro o divertimento, afirma que,  ése es el problema entre los humanos,  nunca sabemos lo que la gente nos quiere decir. Sonarán como juego de palabras estúpidas, o será un llamado a la cordura para que entendamos mejor la realidad. Eso tenemos que reflexionarlo. F del P nos invita a reflexionar sobre cómo entender las palabras.

Su lectura es como la primavera. Todo lo que toca, florece, todo lo que ve, vuela, lo que oye se hace música. El río murmulla, los espejos se ríen y también, cuando se mueren, se llevan los recuerdos de los difuntos. Para F del P todo está vivo. Las flores, la vajilla, las cortinas del cuarto. La primavera está llena de retoños, y cada uno, si se lo propone, puede dar lugar a un nuevo relato o a un poema. Y, llega hasta concebir que haya un cielo para los objetos.

En ese cielo para las cosas inservibles van a dar, también, dice, –en son de mofa–, los títulos de los malos abogados y los pintores de brocha gorda, pues no hay diferencia entre el autor y su obra.

Lo esencial es que nos hace sentir que, nosotros, ya  no somos solo nosotros, sino, los objetos que nos rodean y que, por cualquier circunstancia, llegamos a quererlos como si tuviesen vida. Tanto como que los heredamos. Tanto, que hay personas que dejan su fortuna a algún gato casero, a un perro faldero, o, a una afortunada iglesia, llámese esta «de los últimos días»; asumimos, pobre mortales, que habrá otras que se autoproclamen “de los primeros días”, como si para salvar el alma se necesite, días más, días menos. Toda una contradicción, pues lo que nos espera, (metiendo mi cuchara de lector) son días eternos.

Texto escrito, se pudiese llamar, sin aliento, sin descanso, sin tregua, sin aspiro ni suspiro, sin coma sin punto sin punto y coma sin acento sin interrogación.

Caemos así, es decir, llegamos sin darnos cuenta,– porque leer a Palinuro es como que si nos durmieran por sugestión–, a este plus esfuerzo de darnos una cátedra sobre la disección y autopsia de cadáveres. Y nos entretiene un rato con aspectos anatómicos y repugnantes, digamos de ese órgano central que es el cerebro humano. Apunta para nuestro conocimiento, con adornos literarios, de que el cerebro, después de describir su textura, se asemeja, pasadas unas horas, a » un queso Enmmental» que se puede rebanar como jamón, pues se llena de pequeñas cavidades bajo el efecto microbiano de la putrefacción. Toda una lección de anatomía y fisiología, mezclada con agudeza literaria. Una especie de «imaginetomía» con patente o marca, al modo de F del  P.

Narra todo con detalle de neurocirujano, nos cuenta de la aritmética comparada de los órganos y de sus funciones y de cómo estos tienen dimensiones que puestos en un plano, en una mesa de trabajo, alcanzan proporciones insospechadas, o, volúmenes exagerados. En esta eclosión de ideas y de estadísticas, Ulises, de J. Joyce, se queda corto. De repente nos tira la bomba, para que no se crea que solo hacía alarde de estudiante avezado, o, avanzado de medicina;  se pregunta, qué y quiénes somos, que le sirve de excusa para  penetrar en sus divagaciones filosóficas, donde se siente en su reino.

La fiesta apenas comienza.

Hay que considerar que, todas estas disquisiciones, no son más que una broma anatómica. O, una broma cósmica. De todo saca risa, nada le es ajeno.

Tiene la inteligencia suficiente para lograr agarrarse de una simple palabra para expandirse a otras y,  así,  darle rienda suelta a la imaginación: la suya, con una capacidad y erudición increíble. Si se le cruza la palabra enciclopedia, se expandirá sobre los conocimientos que encierra y las habilidades que deben tener los vendedores para con sus clientes a fin de convencerlos para que las compren. Si de un planeta se trata, nos dará la noticia sobre los últimos descubrimientos. Si de unos ojos azules, derivará entonces en comparaciones con el mar, el cielo, y de ahí a las especies marinas, o los cúmulos de nubes y las figuras caprichosas que se forman cuando va a llover. Una mente expansiva y creativa, eruptiva, difusa y arrolladora.

Si inicia un juego con las palabras, aflora lo lúdico, las increíbles asociaciones, las simetrías y las asimetrías, los ditirambos y la ironía y la risa. Ya nadie puede parar el arranque y los laberintos lingüísticos. Una cascada y un torrente. Un efluvio y una erupción.

Una obsesión por lo mítico, por la historia, por tejer la trama de lo personal en base a recuerdos, comparaciones, relaciones familiares, amistades, exageraciones. Por enlazar o entrelazar todas esas vivencias o inventarlas, muchas de ellas historias mutiladas o incongruentes, o meras fantasías que se visten con un ropaje poético, literario y alucinante. No son asociaciones deshilvanadas, muy al contrario, organizadas y que regresan a otras historias para conectarlas, y continuar contando sus sueños o recreando ese Nuevo Mundo que sale de sus manos y de su pensamiento. Mundo, para algunos, fanático, para otros, interpretación personal de una realidad compleja o inasible, no quedando más recurso que deformarlo, caricaturizarlo, pellizcarlo o sacarle la lengua. O, liquidarlo para crear una realidad paralela que lo sustituya o dignifique lo existente. Sacudirlo para hacerlo despertar. Abofetearlo para entenderlo mejor.

Meterse de lleno en la tragedia personal de muchos, considera, es una forma de  hacer conciencia para superar  una vida carente de sustancia, de pasiones o de objetivos que le satisfagan. Y, de lo convencional salta a filosofar sobre el espacio-tiempo. Dice que, aunque estamos hechos de palabras, nada nos garantiza lo que éstas esconden detrás. «Todas estas palabras no nos sirven para designar algo que no está ni en el espacio ni en el tiempo, porque espacio y tiempo son también palabras».

Divaga sobre los misterios de la memoria. Y, se pregunta, «quién ha descubierto jamás o siquiera vislumbrado el rastro de un recuerdo, la huella romántica de una ilusión, el espejismo color ajenjo de un sofisma».

En la medida que avanzamos, esto se vuelve apocalíptico o bíblico. Se vienen ideas tras ideas y uno no sabe cómo asimilar este corpus literario. Es una montaña de símbolos, una catarata como la del Niágara, tan caudaloso como el Amazonas, y tan azul como un cielo en el trópico. O, como acostumbra decirlo un buen amigo y novelista coterráneo: tan brillante y sofocante como la resolana del mediodía. Así que, creo que hay que renunciar a asimilarlo, –su digestión es difícil–mucho menos a seguirle la huella. Lo que quiero decir es que, a Palinuro, no queda más que leerlo como los evangelios: hay que tenerlo a mano como la biblia, en un atril si es posible y recitarlo a  “sotto voce”, o en comunión silenciosa, y cruzarnos de un pasaje a otro, saltar ente las parábolas, pasearnos entre los menesterosos del templo y quedarnos boquiabiertos frente a los milagros, pero,  sin tratar de razonarlo. El portento  de poner al mundo volteado, –de manos en el piso y los pies hacia arriba– quizá nos lleve a entender el juego, mejor.

El show debe  seguir: el lenguaje es otro lenguaje. Es un nuevo lenguaje. Como dicen los optimistas,  para muestra, un botón. Para hacernos saber que ellos, Estefanía y Palinuro eran muy pobres, lo proclama así: «…nuestras deudas a punto de excomulgarnos y nuestros ahorros al borde del suicidio». El libro es una burla de todo lo creado. Hace una parodia de las subastas, para demostrar que todas son falsas; pues no pujan por el valor en sí de las cosas, sino para demostrar poder o un carácter avasallador sobre los rivales. Para llenar un capricho o para disimular un complejo, o por simple extravagancia.

En el fondo, torcidos diálogos del absurdo, donde se mercadean penas, tristezas y alegrías, al igual que los símbolos patrios y los órganos humanos, como si fuesen rubros de comercio.

Pone en ejercicio el método Ollendorff para aprender idiomas, aplicable a la literatura, donde alguien pregunta algo y el otro responde, pero, en ningún caso, ni la pregunta ni las respuestas, se corresponden. Cuando alguien afirma algo, el otro, ni lo aprueba ni lo niega, porque cuando interviene está hablando de otro tema. Es pues, el fracaso del mundo de la comunicación. En tanto yo digo» que bonito día» no me extraña escuchar que mi interlocutor responda «Ya viene el cortejo, ya viene el cortejo, el cortejo de los paladines». Es, pues, la confirmación del diálogo del absurdo, a lo Ionesco, al cual ya nos hemos referido. El mundo «Upside down», o El mundo al revés, del que habla Eduardo Galeano.

Grandes diatribas o peroratas le salen inventadas, de la manga de la camisa, como los magos.  Y,  cuando arranca, imposible detenerle. Aunque el lector, en determinado momento,  ya está «inducido» para ser cómplice.

Su amigo,  el general que usa un ojo de vidrio para sustituir al verdadero que perdió en alguna batalla, le confiesa, –y allí se origina la saga–, que tiene una colección de ojos artificiales que usa según la ocasión. A veces un ojo alegre, a veces uno triste, otras  uno  adulador o furioso, o dulzón o enfermizo. En esa vena tiene cancha para rato. Habla hasta de un ojo avizor de cristal de Bohemia que por ser tan nítido solo lo usa en ocasiones especiales, como cuando asiste a una función de gala en Bellas Artes.

Línea a línea, párrafo a párrafo, este discurso del ojo del general, es, de antología. Cien formas distintas de ver el mundo. Cada vez con prisma diferente.

En realidad, es tal su capacidad para recrear que, cada capítulo es una historia aparte, aunque se integra a una más larga y única, que es la historia de Palinuro.

El método Ollendoff termina en un recuento ingeniosísimo de las variantes de hacer el amor con su prima Estefanía. Como en el juego de carambola a tres bandas, siempre deja una frase en el aire para tener de donde colgarse para la siguiente jugada. Esta vez es la palabra Publicidad.

Así, le dedica a esa sola palabra, con mucho dominio, todo un largo capítulo. Y, humanizará las mercancías, les dará vida. Se familiarizará con «la abuela Pepsi-Cola», «el rey Cadillac» y,  vaya mente tan volátil y reveladora, tan encendida y encantada, que se tuteará con la familia McCormick y con la princesita Kraft que » menstrua mayonesa».

De repente nos mete a empujones a la Agencia Encantada, y de allí hasta un archipiélago de islas que giran por su mente, con productos que llevan el nombre propio del cliente combinado con el nombre comercial, una especie de venta personalizada. De esa loca idea saldrán los productos y marcas más raras y ocurrentes.

Casi sugestiona al lector a participar en el ingenioso juego. Y no me avergüenzo de hacerlo. El Manuheadache será un analgésico para el dolor de cabeza y el Manuwalker un whisky para consumo de la clase media.

Su vicio por escribir, porque en realidad se hace un vicio, lo lleva a sacar figuras creadas como por magia o manía, o simple broma o entretenimiento; siempre se sale con la suya. Hasta de lo más simple le salen construcciones como estas: «Palinuro y Estefanía– y a veces el primo Walker –ahogaban la tenia literaria confusa en el solaz de sus tripas».

Su gustoso paladar literario lo lleva a citar que toda fama es efímera, y, para afianzar su aseveración, el guía lo lleva a visitar «La Isla de la Fama Efímera». Y, de nuevo aquí hay pretexto para remontarse a otra nube de su imaginación prodigiosa y hacernos gozar de ingeniosísimas ocurrencias.

Palinuro o el Piloto de la nave de Eneas. Aquí  juega con las palabras como un niño con su imaginación. Cómo le gustan aquellas cacofonías al estilo de «pone pelucas por pocas pesetas» o esta otra «pinta paisajes para Paris». Y esta poca armoniosa sintaxis que arma con la p de Palinuro cuando espeta…»reprobó además las pnumerosas pruebas a que lo psometieron los psiquiatras».

Y, como vamos a salto de mata, no nos sorprende que nos guíe al infierno de Dante en su Divina Comedia para mostrarnos cómo sufren las almas que en el mundo de la publicidad han sido cómplices para que el consumismo reine en este valle de lágrimas.

Aquí sufren los que pregonaron hasta la saciedad el fumar, el intoxicarse con bebidas espirituosas, el obnubilarse por el uso extravagante de electrodomésticos, y de las máquinas de coser Singer. Igual que como hoy nos sentimos poseídos por internet y los teléfonos disque-inteligentes.

El martirio consiste en hacer víctimas a los que los consumen. Los torturan con sus propios inventos. A los drogos que se sacien con la sobredosis, a los alcohólicos que se ahoguen en su propio elíxir, a los adictos al fumado que se pierdan en una tormenta de humo que les perfore los pulmones, y a las amas de casa que se evaporicen con los alimentos sometidos a presión con sus artilugios y le sean cosidos los labios a las que mecánicamente pedalean sus máquinas para confeccionarse el vestuario.

Se cuelga de una simple palabra para hacer malabares. No la suelta y lo que viene son conjugaciones con otras y otras hasta extraerles el tuétano. Las hace reír, saltar, vociferar, llorar, las exalta y las doblega. Si hay una servidumbre fiel, esas son sus compañeras, las benditas o divinas palabras. Si le agrada el vocablo «escasez» habrá escasez por todas partes: ya sea sobre el tiempo, el transporte y hasta de la misma imaginación. Escasea hasta la vida y la muerte. El dominio del trabajo publicitario lo amalgama con la literatura y le salen cosas extrañas, figuras, razonamientos, burlas, deleite, complacencia. Se yergue, entra en estado de trance y el idioma cambia, nos hereda la alucinación, el desvarío, y también la lucidez.

La literatura es infinita porque está preñada de imaginación. Ahora visita, con la ayuda de su guía, las interminables islas que con solo mencionar su nombre ya es materia para discurrir en un discurso con los ingredientes que se le ocurra. La Isla de la Escasez, la Isla de Antes y Después, o, la Isla De la Pequeña Grandeza Humana.

Todo en una fina parodia del mundo de la Mercadotecnia. En un lenguaje ajeno a la formalidad de esta destreza y muy cerca, por no decir la esencia misma de la literatura, de  un nuevo enfoque chispeante y cautivador. Una especie de literatura emergente.

Por decir que Babe Ruth era jonronero, apunta que «lanzaba pelotas al sol». Y para aguarnos la fiesta o destruir los mitos que nos hemos creado, de todo aquello que nos pareció que representaba algún paradigma, hace mofa; nos lleva a imaginar cómo serían físicamente aquellos seres queridos si hubiesen vivido algunas décadas o centurias más.

Un Cristo a los 90 años desgarbado y sordo, a Marilyn Monroe gorda y trastornada a los cincuenta, y hasta a los personajes de ficción de nuestra niñez: a Popeye en silla de ruedas y a Tarzán ciego y varicoso, y a Batman, nuestro querido Batman, degenerado en un viejo libidinoso y pederasta.

La ironía del «Do-It-Yourself» es la burla más fina sobre los manuales que acompañan la compra de las cosas más simples como si el consumidor fuese tarado de nacimiento. Si compras una camisa, para que no yerres, te indicará cómo meter el brazo por la manga izquierda si eres derecho y cómo hacerlo por la derecha si eres zurdo.

Puntadas, como aquella de que, como no les gustó el slogan publicitario «lo archivaron en la basuroteca». Y la cadena es interminable. En la medida que una palabra termina, en ese mismo juego se entrelaza con otra para contar una nueva historia. Ya lo he dicho y repetido. La idea en ese ritmo produce una obra inabarcable e interminable. Si desembarca en la Isla de los Objetos Desechables, se le vienen las ideas de los pañuelos desechables, de las joyas desechables, de las sinfonías y las guerras desechables.

Seguro, sin temor a equivocarme, hay algo de Juan José Arreola en estos relatos. Me viene a la mente El Guardagujas, donde alguien aguarda a que pase el tren a sabiendas de que esa espera puede prolongarse por toda una vida. Así, en el párrafo La Isla de los Juegos, en F del P hay un símil, referido a los juegos de azar.

El libro es la eterna broma o la crónica infinita, porque al apoyarse en algo tiene material para impulsarse de nuevo en una gimnasia intelectual inacabable.

De la Isla de las Bromas pasa a la Isla de las Oficinas donde cada ejecutivo se viste a la manera de la línea de productos que promociona; así, de safari para los artículos de cacería y camping;  de capitán de barco, para los productos relacionados con la navegación. En ambos casos con las simulaciones que esto implica, selva en un caso y movimientos oscilatorios sobre la superficie del agua, en el segundo.

Un discurso alusivo a los nombres comerciales de centenares de productos de uso o consumo de la vida diaria. El gozo y agudeza y humor para irlos relacionando nos recuerda aquel libro sobre publicidad, creo titulado «Babbitt» de Sinclair Lewis, escrito en los años veinte del siglo pasado en USA.

Inventa, imagina, compagina, discurre de la mejor manera, muy propia para retorcer el lenguaje como él quiere. Por decir que se administraba penicilina para sus gonorreas, dice, sin tapujo, que «usaba penicilina Squibb para sus catarros genitales». O, aquella confesión no inocente de que, «Usaba condones Durex (que era nada menos que la extensión de su piel más querida) para sus coitos con Estefanía».

Es la novela urbana (a lo mejor ni  novela, ni urbana) moderna, que mete el pescuezo en mil agujeros, burlona, sangrona, en el mejor sentido de la jerga de la «región más transparente del aire»; impredecible, onomatopéyica, dueña y secuestradora del lenguaje. Están, como en Ulises, todos los estilos, las mañas, los trucos, para engañar o hipnotizar al lector.

Y, para casi cerrar esta parte del libro,  aterriza en otro hipotético apartado de «La Isla de lo que Pudo haber sido» para distraernos en cómo la historia del mundo hubiese cambiado, o, qué imposibles rumbos hubiese tomado si las cosas se hubieran dado de otra manera.

Es lo mismo que ya había afirmado Luis Buñuel muchas décadas atrás cuando aseguró que todo es producto del azar, que si bien, no es original, pues desde la antigüedad lo sabemos; no sólo la formación de las galaxias y  los planetas se rigen por ese principio universal; así también la historia de nuestro origen como humanos. Por azar somos engendrados, por azar conocemos a nuestras esposas o compañeras y muchos de los sucesos de la vida diaria, por no decir la mayoría, se dan por azar. La historia de nuestras vidas es producto del azar. Somos, aunque no sepamos, azar-dependientes.

Astronomía, mito, ciencia, broma. Como un Gran Dios, nada le está prohibido. La imaginación, por definición, es inconmensurable. Un reverbero de ideas, de iconografías, de colores, de sabores, de distancias, de encuentros y reencuentros, de historia, de amores y pasiones. La novela es el infinito, un viaje, no solo interminable sino también desconocido e imprevisible.

La lectura de este libro, o contralibro, ya no sé cómo llamarle, es, una esencia, un sabor, un suspiro, un nirvana. Una parte está dedicado a la erudición y a la muerte. Se mete de lleno en la niñez de Palinuro. Para los que dudan de la prosa poética de F del P,  les transcribo estas líneas referidas a la alegría que reflejaba su abuela paterna en contraste con el agrio y disciplinado carácter de la otra abuela, la materna. La primera, dice, » sí que por sus venas corría el yodo y sí que tenía esos ojos de miel de mar acostumbrados al ocio de las redes y los malecones espumantes donde los erizos ensartaban gotas de agua en cada espina y las ostras redondeaban su aburrimiento encerrándolo en una perla».

No quiero dejar pasar algunas frases ingeniosas, entre muchas, o mejor dicho, muchísimas, como la de protesta de algunos militares o graduados del régimen que amenazan con el desquite, como aquella de «Cuando mencionan la palabra cultura, saco mi revolver» o esta poética “la sal que nace en las alas del mar» o sobre el error de algunos de llenar con delicadezas a la novia sin lograr alagarla. Dice que, lo que la novia quiere, es, que la » impregnes de huellas digitales y genitales». Sobre la amistad de muchos años, crea esta otra «tenía años de convivir y conbeber con él». No se queda atrás la frase sobre ejecutivos beodos, a los que llama  “ejecutiborrachos».

Casi no hay refranes como en el Quijote, pero de vez en cuando se cuela alguno: «los niños y los borrachos dicen la verdad». Inventa, de repente, nuevas palabras. «Nada, nada, nada, triconfesó Molkas». Siempre creativo en sus metáforas, por decir que el jardinero cortaba el césped, afirma que el «jardinero vapuleaba el pasto con látigos niquelados”. O dice que vio «borrachos que agonizaban de insuficiencia alcohólica».

Cuenta una anécdota simpática de la adolescencia de su amigo Molkas, cuando, inhibido para hacer el amor por primera vez, se dejó seducir por una prostituta que le brindó sus pechos que todavía lactaban, pues estaba recién alumbrada y la experiencia fue inolvidable. Solo así recuperó su virilidad y pudo montarla.

Y exclama que lo que pasa es que en el fondo Molkas no era sino, «Un niño con la leche todavía en los labios».

El idioma sigue siendo la mejor forma de divertir y de divertirse. Dice que el amigo Molkas recorrió «cuanta tienda de antigüedades había en México y de ambigüedades”. Juega con las palabras hasta sacarles, al menos, una sonrisa. Goza con ciertas construcciones» había nacido virgen, pero no Virgo, y aunque así hubiera sido, ya no era virgen».

Nos recrea recordando que en la calle de Las Vizcaínas, que es la calle de las putas, los carteros  “dejaban sus mochilas a la mitad de la calle o de las escaleras para entregar a las pirujas una carta de amor a primera vista».

A pesar de que, por algunos momentos, se puede caer en recodos de prosa brumosa o forzada, en su mayor parte nos mantiene atentos en saltos y sobresaltos, que hacen de esta escritura una caja verdadera de sorpresas, de frases hilarantes, que provocan sonrisas, o, descaradamente, carcajadas.

Para los creyentes esotéricos está dedicado un apartado a la metempsicosis y para variar, siempre para variar, al sexo. Se explaya sobre las distintas formas de penetrar a una hembra, además de con el pene, y de las otras con que la misma fémina pueda hacerlo ella misma, es decir un discurso sobre la masturbación femenina. Habla de la esterilidad y los distintos métodos de enfrentarla y vencerla hasta dar con uno mágico: «con una vara de avellano que tenía una estrellita en la punta, como las varas de las hadas, y así fue como por arte de magia un niño apareció de pronto en su vientre».

Son tantas las citas que uno, como  lector, se ve tentado a repetir, que se hace imposible: el libro no se puede transcribir. Mencionar el tema es una cosa y penetrar en él, otra.

Corre ahora el temor de tener un hijo enfermo y divaga sobre las distintas preocupaciones y  posibilidades de que ello suceda. Se vale hasta  de los mitos para consolar a su prima Estefanía de que no van a tener un monstruo.

El embarazo de Estefanía le da oportunidad para lanzarse a las más extensas alucinaciones sobre potenciales enfermedades de la madre o del futuro niño, o de idear o concebir juguetes de lo más estereotipados para entretener al pequeño heredero, sin descartar a animales mitológicos.

Nos cuenta con gran entusiasmo, los meses de la  gestación, los presentimientos o alucinaciones de que puedan parir un hijo de la «talidomida» que le arruine la vida. O, como imagina Palinuro, podrían tener un enano. La literatura no se queda atrás y nos disertará una cátedra sobe enanos famosos o suerteros en la historia.

Descubro, al correr de la lectura, que la novela, por bautizarla con nombre propio, en realidad, además de ser muchas cosas, es, ante todo y sobre todo, una auténtica y enternecedora historia de amor. Hay humor, mucho humor en Palinuro, pero la vena mayor es una verdadera apología al amor.

La imaginación, desbordante y esférica, y la realidad, rica en experiencias, se juntan para regalarnos una prosa nueva, perspicaz, inteligente, chispeante, abrumadora en imágenes, recreativa, cognitiva, figurativa, simbolista y profunda de las relaciones humanas y de las vicisitudes de la vida.

Una apoteosis. Es ciencia, historia, sociología, filosofía, arte, erudición, pero, sobre todo, sensibilidad, humor, goce de vivir, alegoría de pensar e imaginar. Veo en F del P a un patriarca, a un ser feliz sobre la tierra, que nos quiere hacer partícipes de ese paraíso recobrado. Siendo él feliz nos hace felices a todos.

Cómo no reírse de las fotografías que envió su primo Walter desde Londres para prevenirle de monstruos que la misma naturaleza produce y que, según la ilustración, muestra un ruiseñor de dos cabezas, de lo cual deduce, «con toda probabilidad debió cantar unos dúos bellísimos». Una imaginación sorprendente y envolvente.

De la alegría y las bromas del embarazo, en el octavo mes de gestación,  sin prevenirnos, pasamos angustiosamente a la tragedia. El fruto se ha malogrado. La extracción del pequeño cuerpo es científica y macabra. Relata,  con pormenores, lo que sacó Palinuro del vientre de Estefanía. La descripción,  rica en metáforas y  poesía pura, nos   sorprende por la crudeza  de ciertas  comparaciones. Como si se tratara de una autopsia apunta que “Su cerebro era un mundo inasible donde no había un solo buen pensamiento, ni un ejército, ni un barril de aceite donde ahogar al sol”. El cierre de esta parte  es un discurso de consolación sobre las lágrimas, valga decir sobre el sufrimiento,  por la pérdida irreparable de un hijo.

Muy  al estilo de Ulises, (es decir otro estilo dentro de la narración o varios estilos que se alternan), habla del crimen de una muchacha y de un exhausto interrogatorio policial.

A estas alturas del partido vengo a descubrir que F del P  (y es posible que no lo haya meditado sino soñado) es el inventor, aun sin patente, de una nueva realidad. Que no es la irrealidad, ni simple ficción o ejercicio intelectual, sino, otra realidad: la de la contradicción, de la contraposición de la realidad cotidiana.

Un novedoso engarzamiento de la realidad de los cinco sentidos para mudarse a la otra, esa otra, que es la del sinsentido, porque no se deja entender a primera vista, no se deja conquistar fácilmente. Una realidad que es la mofa de la otra, para ponerla en ridículo, para enrostrarle su incapacidad para explicar el mundo y la vida misma.

La nueva, castiga a la vieja, la pulveriza. Es como desnudar a la lógica para quitarle su pudicia, para desmoralizarla. La nueva es la contraposición de la anterior. Otra forma de decirnos: miren bien, no se equivoquen, este es un nuevo espacio y un nuevo tiempo. Lo que yo contradigo es para que se posicionen de este nuevo pensar, donde la verdad aparece con un único rostro. Es una escritura hacia adentro, hacia el  infinito plasma del ser. Es un escape de la aparente verdad anterior para entregarnos el otro yo que cada quien lleva muy dentro. La posibilidad de contradecir lo que nos desagrada para buscarle el » ansiado ideal » a las cosas y al vivir, que representa  un mundo más tranquilo y pleno. Más real y leal, más honesto, y cierto. La voluntad de escapar mediante la imaginación de la enclaustrada y a veces vana realidad convencional.

Palinuro, no es un libro de lectura corrida, para leerlo de un tirón; al contrario, es como la biblia, como el diccionario, como las enciclopedias: es un libro de consulta, de alegría, de amor y de humor, casi como leer la vida de otros hombres en otro planeta. O bien en esta tierra pero con otros anteojos, con los sutiles y subliminales ojos de la imaginación. Es como entronizar la literatura y el humor, en un mismo altar, en el mismo resquicio sagrado donde se acunan  la alabanza a lo divino y lo profano.

Aquí sí se le saca peras al olmo, agua a las piedras y piedad al viento. Un oasis, un milagro: el inesperado milagro de las palabras.

Quiero pensar que Gabo, nuestro novelista del realismo mágico, sí habría leído a  Palinuro y se habría reído al gusto. Palinuro es un cóctel de lo más selecto de la literatura de la segunda mitad del siglo XX.

Sin darnos cuenta, estamos metidos en el mismo vientre de Ulises; J. Joyce en compañía de Kafka, quienes suavemente aplauden las disimuladas ocurrencias del mexicano.

Un Ulises tropical y un angustiado Kafka que no sabe qué hacer con su existencia.

Palinuro es el lenguaje oculto que estábamos esperando fuera develado; la otra cara de la luna, sin la cual no podríamos entender la cara visible que observamos y que no necesariamente conocemos. Es la afirmación contraria de lo que experimentamos o construimos.

Esta historia,  es la historia de una autopsia o de una lección de anatomía, artísticamente elaborada. Es el anti texto de lo formalmente considerado correcto.

Es como sacudir, la forma expresiva tradicional, para reordenarla. Esta vez, con más garra, con más contrasentido, y con un rico ropaje literario que trastoca la forma expresiva; le da aliento, conjugando realidad y ficción en un espacio en que ambas, convergen: poesía, prosa, sueños, ensueños, vigilia, realidad, para realidad, exacerbación y sortilegio. Elevándonos así a una novedosa forma expresiva que toca o golpea directamente la conciencia, que agudiza los sentidos y que vibra y nos hace vibrar. Una forma que tensa los nervios, toca fibra y nos alerta, nos sensibiliza.

Es como contar la misma historia, con la virtud de que, al trastocarla, la reinventamos, la hacemos no solo distinta, sino que, la recreamos para hacerla más inteligible y más intensa, más rica y, por supuesto, de mayor gusto al paladar literario. Es reconocer que la mente literaria es capaz de aportar otras acepciones al diccionario, facilitarle nuevos contextos para dar a entender lo que se quiere decir y que el lector quede claro que «incunable» no solo se refiere a un libro antiguo sino también puede significar una «pastilla» guardada por algún tiempo, vencida o no, que se saca oportunamente del botiquín o que la palabra «tristeza» no solo se refiere a tener nostalgia de algo, miedos y añoranzas por algo o alguien, sino que se puede estar lleno, al mismo tiempo, ¡quién lo diría!, » de noches polares,” que en el fondo es lo mismo, pues priva el escozor de sentirse acosado por la soledad y el abandono. Uno puede sentirse triste por varias razones, y una de ellas puede ser estar en un lugar frío, aunque no estemos, sin  que nadie nos ayude;  es decir, sentirse en  desamparo.

Esa es la novedad expresiva en este libro o novela o relato. El lenguaje figurado resulta más poderoso que el lenguaje de la gramática castellana o formal.

El  libro se posesiona del diálogo incoherente, ambiguo, desarticulado, pero que no desorienta, pues está enmarcado dentro de la perplejidad del contexto y el momento y quién, que estando absorto en una situación encontrada o difícil no desvaría, no cabecea, sin saber qué hacer.

Por eso, sin que venga al caso, de repente se pregunta «a qué temperatura hierve Shakespeare” aludiendo al cadáver que no puede deshacerse, ni aun hirviéndolo. Se repiten letanías profanas al modo de las letanías católicas, y frases sueltas, deshilvanadas, para simular un estado de confusión y ruina.

Elucubraciones como estas  ¿”Tú, que eres mago, Fabricio, no podrías regresarnos en el tiempo? ¿No podrías regresarnos a un día en el cual el pasado de ahora sea el futuro de ayer»? Es un Ulises sin nudos ciegos, dentro de la atiborrada y despilfarrada crónica, más inteligible, más digerible,  más de aliento a los ojos del lector.

Ojos dilatados a toda invención, a cualquier ráfaga, a cualquier pensamiento fugaz que le pase por la mente, semejante a lo que ocurre en la vida real cuando casi siempre, más de un pensar, más de una imagen o circunstancia, simultáneamente, nos atrapa. Como en Ulises, es una crónica que va más adelante que la mano que la escribe, pues nada hay tan veloz que un pensamiento.  Las palabras, alas que vuelan, o pájaros que revolotean sobre el mismo nido.

Un pensamiento disperso, como una red, atrapa todos los bichos o mariposas, o, divagaciones posibles. El libro, limitado en la forma, quiere abarcarlo todo, inventar y sostener, el atlas del mundo.

En otro sentido, Palinuro, es una historia de familia, –indudablemente la suya–, con otros nombres, donde se abrazan y riñen: Papá Eduardo y mamá Clementina, el abuelo Francisco y Altagracia, el tío Esteban y Lucrecia, el primo Walter y, por último, pero en el mero centro de la fotografía, su prima Estefanía, donde se congrega el amor y el delirio. También es la historia de sus amigos, Fabricio y Molkas.

En su divertimento habla de » las frescas colegialas que cada veintiocho días sangran por la herida original». Es un elogio a la madre, dentro del divagado estilo de Palinuro. Inicia con algo así como «Viéndola bien mamá era adorable, bella como el álgebra». Divaga en la fijación maternal y se sale con la puntada de » Mamá cochina, que se hizo polvo en la tumba». Nos contará cómo transcurrió esa experiencia y cómo la lloró en su partida.

Nos recuerda que cuando lo bautizaron con el nombre de Palinuro, la abuela Lisandra protestó “desde las profundidades de un vals». Muy dado a sustituir los términos para darle otro sentido, vago o surrealista, habla de que cuando mamá Clementina, su madre, estaba muerta «un sudor frío plateaba su siesta» y agrega que esa madre tenía memoria prodigiosa, no lo dice así, pero lo entendemos mejor cuando nos asegura que «se sabía de corazón las tablas de multiplicar».

Es un libro que genera «represiones» en el lector, pues no podemos reproducir lo que leemos aunque nos sintamos tentados a ello. No habría espacio en unas simples notas y sería redundante. Aun así, ganas no faltan.

El libro está tan cargado de figuras y expresiones que se hace imposible reservarles un lugar en la memoria o dejar constancia escrita. Unas veces son comparaciones y metáforas y otras nostalgias escondidas o quejas sobre la falsa moral existente. Las amonestaciones o prohibiciones con las que crecemos que a veces se prolongan a la edad adulta, o como diría Palinuro, hasta la edad adúltera.

Con aire de resignación nos apuntala que » uno tiene tantos huesos que cargar en la vida, tantos músculos propensos a la sensiblería y a las inyecciones y tantas cavernas y glándulas donde se pudren los encajes de nuestra infancia, que no terminaríamos nunca». Y, recuerda, más bien nos relata, cómo su madre se alegró con la noticia que le dio el médico de que ya estaba lista para concebir pues había superado la estrechez uterina que se lo impedía. Dice que la madre llegó a casa “con las entrañas corroídas por el entusiasmo y el corazón envuelto en una cáscara de sueños».

Y como mamá Clementina le contaba cosas a Palinuro que nunca debió contarle porque solo tenía cinco años, le corroyó el alma y de ahí que Palinuro para dar a entender que no entendía nada, dijo desde muy temprano que «tenía un hígado demasiado pequeño para soportar las madejas de teoremas que embotellaba en su corazón».

Y recuerda cuando lactaba y lamenta «esa niñez de leche de almendras condensadas que todos hemos perdido una vez en la vida”.

Lo que cuenta de la agonía y de la muerte de su madre, es, antológico, por los recuerdos y las figuras que recrea, no en el leguaje formal, sino por la armonía y a la vez por la desincronización, en una forma expresiva, que a la vez que es disuelta y difusa, retrata un estado de ánimo desplomado y vencido, ante el hecho de estar y tener que asimilar la partida de su querida mamá Clementina. Lenguaje alucinante o alucinado. Las exequias fúnebres son otro trampolín para saltar al discurso donde trata de ridiculizar toda ceremonia, todo pésame, toda liturgia. En la vela funeraria se habló de muchos temas, incluidas las variadas causas de agonía y muerte, como la de aquel desafortunado, «el borracho que se orinó en un poste de la luz y se electrocutó por vías urinarias».

El tributo aquí es también a la medicina. F del P,  probablemente, si no médico, sí habrá iniciado esa carrera, pues posee un dominio de términos de esa ciencia, más el sentido del humor que le pone, nos hace pensar, al menos, que fue, o es, un médico frustrado.

Muy dado a cambiar de forma. En vez de parrafadas largas tipo Gabo, en el desarrollo de su trabajo, de repente, le pone rellano, 1, 2, 3…que le sirve para  tomar aliento al lector. Cuando visita  los distintos pabellones de un hospital nos explicará las diversas enfermedades existentes, sin perder  el sentido del humor y erudición que le caracteriza.

A veces más científico que literario. Recomendado más para médicos o bacteriólogos. Pero sí, no deja de colarse de repente una frase poética como » yo sabía que tendría que despedirlo alguna tarde con un pañuelo húmedo de adioses». O, una cita filosófica, «y la vida se nos pasa imitándonos a nosotros mismos y tratando, como Kafka, de solucionar el enigma de nuestra propia identidad».

Un bajar al infierno de Dante donde nos da un paseo, de pabellón en pabellón, por las enfermedades habidas y por haber, con sus características particulares, desde las benignas a las más repulsivas. Enfermedades verdaderas y enfermedades delirantes, y sueños sobre padecimientos y gusto de mezclar síntomas y monstruos. Todo acompañado con citas de escritores reconocidos, con el afán de soldar erudición, invectiva y literatura. Crea, así, un auténtico manicomio.

Aflora un manantial de ideas en todo lo que toca. Fobias infinitas. Una pesadilla de enfermedades. En ese patín de desgracias, no faltan los padecimientos mentales y cada uno imagina cosas absurdas. Dice o imagina, lo cual es igual que, «Había enfermos de jergafasia que sacaban palabras sin sentido de toneles filológicos sin fondo». De repente siento que, ante tan pródiga imaginación, estoy leyendo «Los viajes de Marco Polo» con todas sus verdades y mentiras.

En la mente de F del P hay mil demonios sueltos, incontrolables. Le hierven las ideas como larvas. En una misma página saltan cienes, miles en un solo apartado, todo hilvanado, en un gran lienzo.

Su cerebro es un reverbero de palabras, un criadero, una reproducción constante, donde no hay descanso, donde no hay sombra, solo luz. Una mente explosiva. En ese trasegar de ideas comenta que» con el calor de nuestros cuerpos y el sonido de nuestras palabras, se rompen los sueños».

Mantiene una retentiva, una memoria, extraordinaria. Una frase o una idea, dejada casi en el olvido páginas atrás, la retoma páginas adelante, la engarza con un nuevo eslabón y da carrera suelta a la continuidad del relato.

Aludiendo a aquellos estudiantes de mayo que revolucionaron Francia, pero usando el símil en otro contexto, exclama: «Los estudiantes de mayo transforman los adoquines en pájaros».

Explica el narrador que, su trabajo, no pretende más que bosquejar, o apenas dibujar «una fotocopia simbólica y por lo tanto miserable de lo que es la vida». Confiesa que su estado mental no anda bien y que lo que dice obedece a una tendencia obsesiva, a una inclinación, morbosa, a las bromas y la verborrea, que lo seducen y no encuentra otra forma que la escogida: dar rienda suelta a la mente para que gire y gire como un planeta que ha perdido su centro gravitacional.

Literatura frenética o brevemente «Literofrenética »  o sea, el arte de escribir las palabras con frenesí. O, bien podría ser «Nirvanoliteratura», definida como ordenar en otro orden o desordenar lo ordenado  mediante el auxilio de los efectos del nirvana.

También es posible entender a Palinuro como un método eficaz para comprender lo incomprensible mediante la apasionante dedicación a la «Dislateratura» donde se permite inventar cualquier dislate, con la única condición permisible, que nos haga reír o sonreír, a renunciar a esa seriedad de los filósofos  y otros adictos  a las letras que creen que el mundo es perfecto, y, que por lo tanto  no hay que agregar nada a lo ya existente. Esos son los satisfechos. En cambio los descontentos siempre andan buscando lío. Son  los rebeldes que quieren encerrar bajo rejas a las academias, y condenar a  los literariamente correctos.

Fernando del Paso es un  anarquista literario. Sólo en este contexto, aceptable. Ya sabemos lo que decía Borges de la anarquía. Con el sarcasmo que le caracterizaba afirmaba que la anarquía era el mejor sistema de gobierno, solamente que, “no lo merecíamos”.

Simplemente nos traslada al país de lo insólito, donde escribir se hace de otra manera, donde el amor tiene sabores diferentes, donde pensar es una función multidimensional, donde los colores hablan y las olas callan y cualquier cosa, por extraña,  puede suceder.

Para escribir Palinuro se necesita la  gracia de entrar,  no por la puerta de la lógica, sino  por  la de la inconsciencia; una especie de trance, levitar como Remedios la Bella en Cien años de soledad, desbordarse por  la profunda meditación angélica que nos  lleva, aunque sea de paso, a las purificadoras aguas del  nirvana.

Como Joyce o como Borges o el mismo Gabo. Un mundo muy personal, donde la literatura se vuelve lúdica, se paladea, se disfruta, se interioriza.

Un oasis del lenguaje, donde se puede navegar sin brújula, sin destino, sin propósito; donde se camina sin guía, sin sintaxis, sin buscar nada expectante, más allá de la propia satisfacción de explorar, de experimentar, de tocar y diluir las palabras. De gozar con la construcción de un idioma que nos espera, sin compromiso, para encontrar, esencia y sentido de la vida y de las cosas.

Fernando del Paso se ha atrevido a dar ese paso; para mí, transcendental: Ser él mismo. Leer Palinuro es meterse en un pozo de sabiduría. Pensar y sentirse fuera del molde tradicional a que nos han acostumbrado. Un largo monólogo alucinante e  indescifrable.

Fernando del Paso, es decir, Palinuro, porque personaje y autor coinciden, tiene una mente luminosa, iridiscente, intemporal, brumosa, asimétrica, insomne, arrebatada, simbolista, recreativa y desquiciadamente fluida.

Dos libros me han hecho la vida agradable, entre muchos,  El Quijote y Palinuro.

PALINURO, así en mayúscula, se me confunde, repito, con Fernando del Paso, como suelo no separar Lawrence de Arabia con Peter O”Toole: una mente evaporada de imágenes. Un cielo que puede encerrar todos los colores, una especie de matriz  de todas  las especies. Una ventana, desde donde se puede observar  el mundo.

Es luminosidad y colorido  de caleidoscopio. Tiene el secreto de que lo que toca, adquiere una nueva realidad, a veces imperceptible. Nos enseña la limitación que tienen las palabras y a la  vez cómo se puede, estirándolas, adquirir una dimensión hasta entonces insospechada. Hace maromas, gestos, para torcer a su antojo el idioma. Es un caudal, una avalancha, un pirotécnico del idioma, donde, mitología y vida real van de la mano.

Cada vez más convencido que Palinuro, aunque suene redundante, es un nuevo Ulises. Sigue igual patrón de explorar estilos de escritura en cada capítulo, de torear el idioma, de asestarle  al lenguaje las banderillas, clavarle la lanza taurina, jugar con la capa colorida de las palabras, hasta extenuar a la bestia.

La mente de Palinuro es un galimatías. Pero, claramente consciente que todo este parafrasear es lúdico, una terapia frente a un mundo descalabrado y trágico. Un convencimiento de que solo exagerando la metáfora queda más entendido el concepto.

Cómo  explicarse lo torcido si no es exacerbando su forma, como descifrar la realidad sino es alterando su lógica, cómo entender la mesura si no es exhibiendo la desmesura. Cómo  entender la vida como esencia si no es apelando a lo pasajero y al encuentro irreversible de su término.

Un alucinante discurso. Una lengua matizada de quiebres y requiebres, de insolencias verbales, de mucho lustre y señorío, donde se derrocha dominio y erudición. Sobre todo, libertad para soltar el erotismo más íntimo o expectorar la burla más fina.

Palinuro también significa pertenecer a una familia y apegarse  con nostalgia a sus  recuerdos. Esos seres queridos que una vez que se van renacen como fantasmas, se meten en el sueño, en la vigilia, en las noches insomnes, en los resquicios de la memoria. Hasta entonces,  recordándolos, afloran nuestros  juegos infantiles, nuestra asustada infancia, nuestra perplejidad ante lo desconocido. Desdibujamos  sus sonrisas,  sus bromas, sus pláticas de adultos. Y, nuestra timidez, escondida con curiosidad e inocencia. Se van,  es cierto, pero nos queda su rostro, sus manos, su piel curtida por el tiempo y el trabajo. Sus sacrificios por hacernos hijos de bien.

La alegría de los domingos cuando llegaban los primos y los tíos y la casa se paraba de cabeza y nos llamaban impacientes al almuerzo y nosotros queríamos seguir en ese recreo sin límites.

Al igual que Alicia en el país de las maravillas decía que un libro sin ilustraciones es aburrido, yo afirmo que, un libro que no hace reír no sirve para nada. Y, Palinuro, me ha hecho reír a carcajadas.

Palinuro es un torbellino sin descanso de  locura y lucidez.  De repente siento el «alfilerazo»  de que quien escribe es Pedro Páramo, es decir el mismo Juan Rulfo. Hay parrafadas de inocencia que nos llevan casi con certeza a afirmar que, hay Rulfo, como habrá Del Paso, para  rato. Es decir Del Paso le siguió los pasos a Rulfo hasta alcanzarlo. Prodigios que solo son posible en la literatura.

Hay esteticismo, erudición, y mucha ciencia. Una obsesión con la cirugía, las enfermedades y los  términos médicos. Algunos capítulos  indican que estamos ante una novela de terror. Un juego,  entre lo repugnante y lo científico, para lograr lo más difícil: hacer literatura hilarante o lúdica.

Palinuro es una llama permanentemente encendida. Está volcado a las palabras. Juega infatigablemente con ellas. Vive en su propio mundo que se ha creado para satisfacción propia. Este monólogo- ensayo-novela- crónica es una parafernalia surrealista. Nos sorprende, o mejor dicho nos sorprende a menudo con su manejo antojadizo de  las palabras. Predomina el absurdo para entender lo lógico.

El secreto está en el uso de la contraposición de las palabras, lo nuevo con lo viejo, lo simple con lo complejo y la humildad contra la vanidad. El frío lo contrapone al calor y lo alegre se enfrenta a lo triste. El hombre que llevamos sobre nuestros hombros, pesa demasiado.

Premio Miguel de Cervantes 2015

Palinuro nos enseña que en el devenir de los sueños y de la edad, las personas pueden transformarse (incluso en cosas y éstas en personas), al menos desde el ángulo de la literatura. Que en la vida uno se desdobla, y que siendo quien soy, puedo encarnar, aun en vida, en otro. O, este otro, ser yo mismo, o no ser del todo. Somos lo que queramos imaginarnos. Si queremos volar, nos imaginamos pájaros; si queremos oler a inmensidad, navegar como el capitán Ahab, basta imaginarnos marineros que vamos en busca de esa ballena blanca, llámese destino o inmolación. Sabiamente Palinuro exclama “¿Sabes Francisco? Las cosas son una cosa y otra al mismo tiempo. Son y no son”. En esta  frase pareciera que el Quijote está aleccionando a Sancho.

Sobre los placeres de la lectura nos deja esta sentencia, cuando, ya mayor, regresa de Londres  cargado de regalos para los amigos. Les dice “A cambio de todos los libros que no compré, están  todos los libros que sí leí”. Un poco parodiando a Borges sobre aquello de “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Y, filosóficamente, Palinuro medita “de que sirve sacrificar tantos placeres si no hay ninguna garantía de vivir.

Lo más surrealista de esta historia es la anécdota de Valle-Inclán, que ya había perdido su brazo izquierdo en una reyerta en un café de Madrid, y se encuentra en México con el general Obregón, quien en la Revolución había perdido la mitad de su brazo derecho. Ambos asisten a una corrida de toros y ante el entusiasmo taurino, Valle-Inclán le pide al general, “General, présteme su mano para aplaudir”.

Como en el Quijote de Cervantes, que inserta en el texto otras novelas, así en Palinuro. Una comedia  de 64 páginas dedicada a la masacre de Tlatelolco. Ante ese hecho sangriento de la reciente historia de México, Palinuro, estudiante de medicina, reitera “Ya lo dijimos, los verdaderos agitadores son la miseria, la ignorancia y el hambre”.

La novela va concluyendo, no porque tenga un fin, sino porque tiene que entregarla al editor. Para él, la novela permanece,  la novela nunca muere. La novela es, ante todo, un culto a la palabra. El juego es infinito. Termina la obra con el nacimiento de Palinuro y todo lo que rodeó ese acontecimiento. Un final que es como un principio. La novela toma revuelo. Vuelve a nacer.

Y finalmente, resumiendo: es teatro,  prosa,  crónica,  poesía,  relato,  historia, crítica, pintura, parodia. Una incursión en todo. Una diversión,  juego, malabarismo del lenguaje. Pasión, fijación y burla.

PALINURO, es, como enamorarse por primera vez.

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Licenciado en Economía por La Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría por la Universidad de Vanderbilt, Tennessee, ha laborado como funcionario bancario en el Banco Central de Nicaragua (1967-1997) y ha colaborado en la fundación de la actual biblioteca de dicho Banco, además de Asesor cultural. Jubilado de las actividades bancarias viró su oficio hacia el de la agricultura, sin olvidar nunca sus grandes pasiones: la lectura y la escritura de textos.