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Un viaje memorable

29 enero, 2019

Al cabo de su carrera profesional como jefe de operaciones extractivas de una mina de oro en Teluride, Colorado, J.J. Henderson se había retirado con su esposa a Carbondale, una población del Condado de Garfield sobre la carretera estatal CO-82, donde esperaba pasar el resto de su vida.


Al cabo de su carrera profesional como jefe de operaciones extractivas de una mina de oro en Teluride, Colorado, J.J. Henderson se había retirado con su esposa a Carbondale, una población del Condado de Garfield sobre la carretera estatal CO-82, donde esperaba pasar el resto de su vida. Pero, al doblarse el número de sus habitantes y consistir todo el incremento en individuos de origen mexicano, JJ, como le llamaban sus conocidos— no volvió a sentirse francamente cómodo en Carbondale. Eventualmente, optó por levantar el campo y trasladar su residencia a otra parte.

El lugar escogido para establecer su nuevo domicilio no distaba mucho del anterior, pero era más pequeño y de marcado sabor rural. La población de Glenwood Springs, asentada en la confluencia de los ríos Colorado y Roaring Fork, justamente donde empalma la ruta CO-82 con la autopista federal US-70, data del último cuarto del siglo diecinueve. A JJ le atrajeron sus aguas termales —reputadamente curativas— y su estilo de vida reminiscente del antiguo oeste. No en vano el pueblo había albergado en los últimos días de su vida a Doc Holiday, el famoso tahúr y pistolero de Tombstone, Arizona, quien había llegado en busca de aire puro y aguas medicinales, en un vano intento por sanarse de la tuberculosis que le consumía. El Cementerio de Pioneros de la localidad guarda ufano sus restos mortales.

JJ sentó sus reales en una casa cercana a las Termas de la Montaña de Hierro, alimentadas por las aguas que surgen hirvientes del pie de la montaña homónima. Prefería las artesas de inmersión que estas termas ofrecían a la gran piscina natatoria de dos cuadras de largo en el centro del pueblo, que se anunciaba como la mayor del mundo en su clase.

Nuestro personaje estaba ciertamente destinado a ser minero de profesión. Su abuelo se preciaba de haber sido uno de los primeros prospectores de minas en explorar las faldas del Monte Davidson en la Sierra de Virginia, ubicada en lo que eran entonces los confines de Utah y California. Esa sierra y más de cien mil millas cuadradas de Utah habrían de convertirse en territorio del flamante estado de Nevada tras encontrarse allí en 1859 la celebérrima Veta Comstock, el mayor yacimiento argentífero descubierto en el país. Aunque denunció más de una pertenencia minera, nunca pudo el viejo hallar un buen filón y murió pobre en Virginia City, Nevada. Su hijo, el padre de JJ —que sí fue a la escuela— se había fincado en Carson City, la modesta capital del nuevo estado, donde trabajó su vida entera de amanuense en el Registro de Minas. Aunque era poco lo que ganaba —con parsimonia y ayudas estatales— había podido educar bien a JJ y enviarlo a estudiar ingeniería a la Escuela de Minas en Golden, Colorado.

Mary Jane, la única hija de JJ y de su esposa Lorraine, no les había acompañado en su retiro.  Al completar sus estudios secundarios se había ganado una beca para estudiar en la Universidad de Colorado, en Boulder. Allí había conocido al que habría de ser su esposo, un ingeniero con el sugestivo nombre de Livingstone Stanley, que cursaba una maestría en geodesia y geofísica. Luego de graduarse y casarse, la pareja había fijado su domicilio en Denver, donde él trabajaba para el Servicio Geodésico de los Estados Unidos y ella enseñaba en una escuela primaria. Solían visitar con frecuencia a Lorraine y JJ, pasando con ellos las festividades tradicionales.

Un fin de semana a principios de 1972, se presentaron la hija y el yerno en casa de los Henderson para comunicarles lo que, a juicio de los jóvenes, parecía una noticia excitante. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional —más conocida por sus siglas en inglés USAID— había solicitado al Servicio un ingeniero geodésico que asesorara a una entidad gubernamental en Nicaragua en el establecimiento de un sistema nacional de coordinadas geográficas de referencia para fines de cartografía, topografía, agrimensura y navegación. El Servicio había seleccionado a Livingstone. Además de brindarle la oportunidad de mejorar su español y conocer una cultura diferente, el puesto conllevaba asignaciones suplementarias para sufragar los gastos de automóvil, seguro médico y vivienda, así como franquicias de importación y otras ventajas que les permitirían a ahorrar buena parte de su sueldo sin menoscabo de sus comodidades.

Mientras el yerno exaltaba entusiasmado las bondades de su nuevo cargo, JJ lo miraba con profundo escepticismo no exento de menosprecio. El yerno se percató finalmente de la actitud del suegro y le preguntó:

Dígame, Suegro, por favor ¿qué no le gusta de lo que le estoy contando?
Mejor me preguntaras ¿qué es lo que no me disgusta? Vienes a decirme que te llevas a mi hija a un país desconocido, con un nombre impronunciable y todavía quieres que me sienta contento!
Nicaragua es uno de cinco países en la América Central.
¿Y donde queda eso?
Entre México y Panamá.
Entonces, debe de estar lleno de mexicanos.
Más bien, está lleno de nicaragüenses.
¿Y es eso mejor o peor que mexicano?
Tanto los nicaragüenses como los mexicanos descienden mayoritariamente de español y de indio americano. Por qué no viene usted a visitarnos cuando estemos allá y así se forma su propia opinión del país y sus habitantes.
No estoy loco!— sentenció JJ, poniendo punto final a la discusión, pero en la mente de Lorraine quedó plantada una semilla que tomaría algún tiempo en germinar.

Al llegar la primavera, la joven pareja se trasladó a Nicaragua. Puestos allá, una corredora de bienes raíces que atendía a la Embajada Americana encontró para ellos una cómoda y espaciosa casa situada en la Colonia Becklin, a unos doce kilómetros de Managua sobre la Carretera Panamericana Sur. Lorraine vivía desde entonces pendiente del cartero, a la espera de noticias de su hija ausente, mientras JJ refunfuñaba contra el yerno por haberse llevado a su hija a un país extraño.

La hija en sus cartas incitaba a la madre a convencer al padre de venir a visitarla. Movilizando el poder persuasivo de la imagen gráfica, le enviaba fotos de su nueva residencia y de las playas cercanas que ella y su marido visitaban los fines de semana en cualquier época del año. Las excitativas de la madre se estrellaban, sin embargo, en la resistencia inquebrantable del padre. No obstante extrañar a su hija, la idea de viajar allende las fronteras de su país era inconcebible para JJ. No en vano había pasado toda su vida entre la Sierra Nevada y las Montañas Rocosas. Dondequiera que tendiera la vista se extendía interminable el territorio de los Estados Unidos, limitado únicamente por los océanos. Por el norte se llegaba eventualmente al Canadá, un país frío, pero similar al suyo. En dirección opuesta —cruzando el desierto— se llegaba a México, un país atrasado poblado por gentes de tez parda, que sólo buscaban cómo introducirse subrepticiamente en los Estados Unidos. Más lejos todavía, pero en la misma dirección, se llegaba a Panamá, donde ingenieros americanos habían excavado un canal inter-oceánico. Entre México y Panamá había una terra incognita de perfiles borrosos, donde —por culpa de su yerno— su hija estaba expuesta a enfermedades tropicales y otras calamidades.

Lorraine tenía, empero, su trompo enrollado. Se había puesto en contacto furtivamente con una agencia de viajes en Denver, donde se había informado ampliamente sobre las diversas maneras de viajar a Centro América con sus costos respectivos. Sabiendo que JJ rehusaría volar —por padecer supuestamente de aeroplanofobia— su atención la había concentrado en los cruceros que hacían la ruta de California a diversos puntos de la América Central y del Caribe. La idea le había venido a la mente mientras veía su programa favorito de televisión, El Barco del Amor, sobre encuentros románticos entre tripulación y pasaje a bordo de un crucero turístico. Pudo comprobar así que el costo estaba a su alcance, pues JJ no sólo se había retirado con pensión completa, sino que la sobriedad de sus gastos le había permitido hacer buenos ahorros en el curso de su vida laborante. Además, los pasajes podían pagarse a plazos.

Cuando JJ empezó a lamentarse de que habían pasado el 4 de julio sin su hija y se perfilaba el Día de Gracias en la misma soledad, Lorraine creyó llegado el momento propicio que había estado esperando. Sin embargo, cuando le hizo la propuesta de viajar en barco a Centro América, el marido casi se cae de espaldas:

¿Cómo se te ocurre que vamos a gastar nuestros ahorros tomando como ricos un crucero?—– protestó  exasperado JJ.

Cuando ella le demostró cuentas en mano que podían hacerlo sin atentar contra su seguridad económica, él adujo entonces los riesgos que un viaje al trópico entrañaba para personas de su edad. Cuando ella le explicó que se vacunarían previamente conforme recomendaciones del Centro de Prevención & Control de Enfermedades Contagiosas en Atlanta, Georgia, preguntó él visiblemente inquieto:

—¿Por qué por mar y no por tierra? Por tierra podríamos ir en mi camioneta hasta allá.
—Por tierra no, porque tendríamos que atravesar México de punta a punta y no lo aguantarías.
—Eso, sí, es verdad— reconoció él.

Aprovechando la inesperada apertura, Lorraine sacó los folletos recibidos de la agencia de viajes y le mostró a JJ las comodidades y diversiones que ofrecían los cruceros, así como los lugares atractivos donde recalaban los barcos, sin que faltara una vista panorámica de una preciosa El viaje por mar excitaba y arredraba a la vez a JJ, que nunca había visto el océano ni los Grandes Lagos. Las mayores extensiones de agua que había conocido hasta entonces eran el Lago Tahoe en la frontera de California y Nevada, el Gran Lago Salado de Utah y el Lago Mead, formado por el embalse de la Presa Hoover sobre el Río Colorado.

Con paciencia y halagos, la señora fue venciendo la resistencia del marido y —antes de que éste se percatase plenamente de lo que ocurría le había llevado a una tienda de artículos fotográficos en un centro comercial cercano, donde —con una Polaroid especial— les habían tomado sendas fotografías para pasaporte. Había metido éstas en un sobre de manila con sus partidas de nacimiento y unas formas impresas que ella misma había llenado. Finalmente, había enviado el paquete por correo a la Oficina Federal de Pasaportes en Denver y escasamente dos semanas después habían recibido sus pasaportes, los primeros que la pareja solicitaba en su vida. Para el Día de Gracias ella tenía todo listo, incluyendo reservaciones en un crucero con destino final en Cartagena, que les dejaría a la ida en un puerto nicaragüense antes de Navidad y pasaría recogiéndoles a la vuelta después de Año Nuevo.

En la fecha señalada, después de cerrar su casa y dejar puesta la alarma, JJ y Lorraine viajaron en autobús a Los Angeles. En la terminal de cruceros de Long Beach abordaron un barco de una línea noruega. Medía más de una cuadra de largo y tenía cinco o seis pisos de alto. Las dimensiones del buque ayudaron a acallar los temores de JJ sobre la seguridad de la travesía que estaban a punto de emprender. Un tripulante muy cortés los llevó a su camarote, que resultó ser de su total agrado, salvo por el diminuto cuarto de baño. Cuando se hicieron a la mar quedaron gratamente sorprendidos por la suavidad del movimiento del barco. La aprensión que sentían al zarpar se desvaneció rápidamente. Pronto perdieron de vista el puerto y cerca del atardecer divisaron a estribor la Isla de Santa Catalina. De allí tomaron rumbo sur franco, siguiendo la costa de Baja California. Poco después de cruzar la línea divisoria entre los estados mexicanos de Baja California Norte y Baja California Sur, la costa sufre un cambio brusco de dirección hacia el sudeste donde la Punta Eugenia forma un espolón, que acentúa el parecido de la península con una pata de gallo. Abrigada de los vientos del sur por esa punta y del oeste por la Isla de Cedros, se encuentra la anchurosa Bahía de Sebastián Vizcaíno, declarada hoy refugio de ballenas en toda su extensión. Allí vino a recalar el barco una mañana, frente a la boca de una gran laguna con el curioso nombre de Ojo de Liebre, pero más conocida por su nombre inglés de Scammon´s Lagoon. Las ballenas grises llegan a parir a la bahía en el invierno y en la primavera emprenden con sus crías el viaje de regreso a los mares de Alaska. Poder avistar a las ballenas retozando en la bahía fue causa de gran regocijo para los pasajeros, incluso JJ, quien sólo entonces dejó de refunfuñar por todo.

Una mañana, después de doblar el Cabo Falso, el barco hizo escala en Cabo San Lucas, en el extremo sur de la península. JJ rehusó desembarcar con el resto del pasaje. Cuando Lorraine trató de persuadirlo de que bajara y dieran al menos una vuelta por el puerto, le respondió él bruscamente:

Ya he visto bastantes mexicanos en Colorado. ¿Para qué quiero ver más?

A la noche siguiente el barco reanudó su viaje por las costas de Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán y Guerrero, haciendo escala en Zihuatanejo. Luego de dejar atrás Oaxaca, cuando iban ya frente a las costas de Chiapas, casi a la altura de Tehuantepec, se encontró el crucero con un temporal tardío. La mar gruesa obligó al capitán a reducir la velocidad de la nave y buscar el sesgo más favorable de las olas a fin de aminorar el movimiento del buque. Deseando prevenir el riesgo de un hombre al agua, se ordenó a los pasajeros recogerse en sus habitaciones y —en una abundancia de precauciones— el capitán mandó poner cerrojo a las puertas exteriores de los camarotes. Lorraine se acostó a descansar en la cama mientras JJ trataba de leer una revista, sentado prudentemente en un sillón asegurado al piso. Presionado eventualmente por su hipertrofia de la próstata— se levantó de su asiento rumbo al baño en procura de alivio. No había dado el segundo paso, cuando una ola mayor que las anteriores acentuó repentinamente la inclinación de la cubierta, hizo perder el equilibrio a JJ y lo lanzó con fuerza al piso. Quiso la mala fortuna que una de sus piernas se estrellara al vuelo contra la arista de una cómoda adosada a la pared y se partiera la tibia en dos pedazos.

Los gemidos de JJ podrían haberse escuchado en el puente de mando. Más probablemente, al ver a su marido tendido en el suelo retorciéndose de dolor, la señora se habría hecho cargo de la situación y habría llamado en demanda de auxilio. Lo cierto es que en breve se presentaron en el camarote dos paramédicos que se llevaron a JJ en camilla a la enfermería. En medio de los vaivenes del buque, el médico de abordo le radiografió la pierna rota, que mostraba por suerte una fractura limpia, carente de complicaciones. Luego redujo la fractura y le puso la pierna en escayola desde la rodilla hasta el pie. Sin importar sus protestas, el médico insistió en que JJ se quedara en la enfermería hasta el siguiente día.  El buen tiempo retornó a la mañana siguiente junto con el mal humor característico del pasajero accidentado.

Después de una escala técnica en Puerto Quetzal y pasar de largo por El Salvador, el barco llegó al fin al puerto de Corinto en Nicaragua el 23 de diciembre por la mañana. Luego de pasar entre la costa de Aserradores y la Isla del Cardón, el barco entró en la bahía y atracó al muelle. JJ y Lorraine fueron los primeros en desembarcar. La hija y el yerno esperaban impacientes al pie de la pasarela. Grande fue su sorpresa al ver a JJ descender en andarivel con una pierna enyesada. El equipaje incluía ahora una silla de ruedas suplida por la enfermería del barco. Tras las explicaciones y los abrazos, emprendieron el viaje de vuelta a Managua. El suegro le dio su aprobación al vehículo escogido por el yerno, una camioneta Cherokee de doble transmisión fabricada por American Motors en Detroit.

Durante el trayecto de Corinto a Managua, JJ observaba atento los plantíos de algodón y caña de azúcar, así como los pueblos y ciudades que atravesaban; pero lo que más le impresionaba y suscitaba el mayor número de preguntas era el potencial eruptivo de la cadena volcánica que corría paralela a la carretera. Lo que había visto del país y sus habitantes confirmaba sus peores sospechas, pero se guardaría sus opiniones mientras no se las demandaran, puesto que había venido a ver a su hija y complacer a su mujer.

Lorraine pasó la tarde ayudando a Mary Jane a adornar el árbol de navidad y a hornear un jamón de Virginia que comerían esa noche. Después de cenar intentaron ver un poco de televisión, pero la programación local era toda en español y consistía mayormente en programas de factura mexicana, programas americanos doblados al castellano, viejas películas del oeste y otros refritos. Echando de menos las diversiones del crucero, optaron por irse a la cama algo temprano. JJ se durmió pensando que, con tan poca diversión disponible por las noches, Mary Jane y Livingstone no tardarían mucho en convertirle en abuelo.

Pasada la medianoche, los ronquidos de JJ resonaban por toda la casa hasta que su cama empezó de pronto a corcovear, como toro de rodeo embravecido tratando de quitarse al montador de encima. El techo de la casa trepidaba amenazadoramente. De las rendijas abiertas por la vibración en el machihembrado del cielo raso descendía un polvillo fino como canela molida que lo bañaba de pies a cabeza. JJ luchaba por incorporarse, pero el movimiento ondulatorio del piso lo tendía de nuevo en la cama. Sumido en la oscuridad y sintiéndose perdido, pedía auxilio a grandes voces mientras la señora trataba en vano de ayudarle a salir de la cama. Poco después acudieron la hija y el yerno; entre todos pasaron a JJ a la silla de ruedas y salieron corriendo con él hacia el jardín. En el momento preciso en que la silla trasponía el umbral del corredor, una teja de barro terminó de desprenderse del alero y se estrelló en la cabeza de JJ, que emitió un aullido de dolor.

Desde fuera de la casa podían contemplar horrorizados como el cielo sobre la ciudad convulsa se iba enrojeciendo al propagarse los incendios en todas direcciones. Cuando parecía que la tierra ya había dejado de temblar, venían las réplicas del sismo a sembrar de nuevo la inquietud entre los sobrevivientes. A la primera luz del día la familia consternada pudo constatar que la casa había sobrevivido el terremoto con pocos daños aparentes, aunque habría que comprobar luego si no había sufrido quebranto en su estructura interna. El daño más visible era el corrimiento de las tejas, una de las cuales había aterrizado en la cabeza de JJ, quien lleno de ira seguía cubriendo de improperios al yerno:

La esposa y la hija trataban de calmarlo, pero él volvía a la carga enfurecido:

Si no estuviera baldado, ya te habría partido la madre— le gritaba al yerno, apretando los puños y mordiéndose los labios —Sáquenme de aquí! No quiero pasar un día más en este país maldito!

Los intervalos de quietud entre las réplicas del sismo se fueron alargando paulatinamente.  Al rayar el sol, el yerno se había revestido de valor, había entrado  a la casa y había ido emergiendo sucesivamente con un pequeño fogón, una bolsa de carbón, una cafetera, una garrafa de agua y un bote de café molido. Reconfortado por la bebida caliente, decidió el yerno ir en busca de información a Las Piedrecitas, donde en lo alto de una loma se erguía la residencia del Embajador Americano, con las casas de sus principales lugartenientes dispuestas en contorno. Un muro perimetral resguardaba el recinto. Descendiendo la cuesta de Ticomo encontró varios deslizamientos de tierra que estrechaban el paso por la carretera sin impedirlo completamente. En el portón de la Embajada, se identificó con el guarda, quien le franqueó el paso. Frente a la propia residencia del embajador, un pequeño grupo de funcionarios -–entre los que distinguió a su jefe el Director de USAID/Nicaragua— conversaba con el oficial del día bajo la puerta cochera de la mansión. Estacionó su camioneta y se dirigió al corrillo, donde se enteró de que la mayor parte de la ciudad estaba en ruinas o en llamas, incluyendo la cancillería de la Embajada ubicada al borde de la Laguna de Tiscapa. También se enteró de que al día siguiente un  avión fletado por la Embajada haría dos vuelos a Miami para evacuar al personal no-esencial de la Misión y a ciudadanos americanos deseosos de salir del país. Viendo en ello su tabla de salvación, reservó cupo para sus suegros en el primer vuelo, aduciendo la pierna rota de JJ como razón justificativa para mejorar su posición en la lista de prioridades. Una vez en Florida, no les sería difícil hacer conexión con un vuelo a Eagle-Vail, Colorado, un aeropuerto cercano a Glenwood Springs.  El vuelo a Miami despegaría de una pista aérea recién construida en Montelimar para servir de pista alterna al aeropuerto de Managua en casos de urgencia.

Cuando retornó Livingstone a casa con la noticia, Lorraine lo besó agradecida y volviéndose hacia el marido le preguntó solícita:

Y qué hacemos con tu…¿cómo se llama?…¿aeroplanofobia?
Pues, tengo que vencerla, porque le tengo más miedo a seguir por más tiempo en este país que tiembla tanto. ¿Quién sabe qué más podría pasarme?— respondió él con absoluta sinceridad.

Sin mejorar de semblante, JJ cesó al menos de proferir improperios contra el yerno. Curiosamente, en su interior JJ se sentía ufano de salir en el primer vuelo que partiría de aquel lugar infernal.. Ambos padres opinaban que Mary Jane debía regresar con ellos a los Estados Unidos, pero la hija rehusó enfáticamente abandonar a su esposo en circunstancias tan difíciles como las que enfrentaban.

A la mañana siguiente subieron todos a la camioneta. Al salir a la carretera viró el yerno a la derecha en dirección a las Sierras de Managua. JJ —que había pasado gran parte de su vida útil en las entrañas de la tierra y poseía un sentido de orientación muy agudo— le protestó de inmediato:

Un momento! Este no es el rumbo por donde vinimos antier.
¡Claro que no!— respondió el yerno, sin poder reprimir una sonrisa —Porque no vamos al puerto marítimo, sino a una pista de aterrizaje al otro lado de esas sierras— con lo que le calló la boca al suegro.

Adelante de San Rafael, entraron a Montelimar por un ancho callejón bordeado de palmas reales, que en poco tiempo los llevó a la pista a través de los cañaverales. No había torre de control de vuelos, sólo una grímpola que indicaba la dirección del viento. La terminal consistía en un cobertizo abierto con techo de zinc, frente al cual se encontraba un avión estacionado. Un funcionario de la Embajada con una tableta de escribir en la mano parecía estar a cargo de todo. El yerno sacó la silla de ruedas de la camioneta, la abrió y con ayuda de Mary Jane acomodó en ella a JJ, situándolo frente a la escalinata del avión, a la cabeza de una fila que empezaría a formarse poco después, a medida que fueran llegando los demás pasajeros.

Mientras esperaban el momento de abordar el avión, un perro campesino de hocico puntiagudo y cola de rosquilla, que tenía seguramente querencia establecida en las proximidades de la pista, se acercó al sitio donde estaba JJ. Después de husmear repetidamente al ocupante de la silla de ruedas, el perro decidió marcar aquel extraño objeto que invadía su territorio y —sin miramiento alguno— bañó de orina una de las ruedas de la silla, salpicando la pierna enyesada de JJ. Las maldiciones no se hicieron esperar.

Llegado el momento de abordar, dos fornidos sobrecargos descendieron del avión y con ayuda del yerno subieron a JJ a la aeronave y lo acomodaron en un asiento adyacente al pasillo en la primera fila. Allí se enteró de que —contrariamente a lo que suponía— aquel no era el primer vuelo de pasajeros que salía de Nicaragua después del terremoto. El día antes había despegado de la misma pista un avión ejecutivo enviado por Hughes Tools de Houston, Texas, llevándose a un famoso aviador y billonario californiano de regreso a su exilio en las Bahamas.

Ni JJ ni Howard Hughes volverían a poner pie en Nicaragua.

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El autor nació en León de Nicaragua en 1931 y recibió su educación básica de escuelas privadas en Managua, Diriamba y Granada, completando sus estudios secundarios en The Bullis School, en Silver Spring, Maryland. Sus estudios superiores los inició en Granada en la Universidad de Oriente & Mediodía, hoy extinta, y los completó en León en la Universidad Nacional de Nicaragua, de la que recibió el grado de Doctor en Derecho en 1956. Antes de concluir sus estudios superiores contrajo matrimonio con Sonia Valle Peters, con quien procreó sus cuatro hijos Ernesto, Sonia, Eduardo y Rodrigo. Tras varios años de ejercicio profesional, se marchó con su esposa e hijos a Cambridge, Massachusetts, en persecución de un doctorado (Ph.D.) en Economía Política y Gobierno en la Universidad de Harvard, el cual recibió en 1968. A la conclusión de sus estudios de post-grado, fue designado Rector del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE), permaneciendo al frente del mismo hasta 1980. Durante su tenencia del cargo dio forma a la institución. A su retiro de INCAE se trasladó con su familia a Miami, Florida. En 1990, recibió de la Escuela de Derecho de la Universidad de Miami su tercer doctorado (J.D.), con énfasis en Derecho Corporativo. Durante tres décadas se desempeñó como director y consejero general de empresas internacioales como BAC INTERNATIONAL BANK, CREDOMATIC y GBM CORPORATION. A su retiro, regresó con su esposa a Nicaragua, donde en su tiempo libre se ha dedicado a escribir, habiendo publicado ya dos libros: INCAE, los Años Formativos (2017) - una historia de la institución a la que dedicó los mejores años de su vida - y Cuentos Verídicos (2018), una colección de veinticuatro cuentos cortos sobre personajes y acontecimientos reales.