Carlos M-Castro
Carlos M-Castro

Volarse las trancas: 15* poetas novoseculares nicaragüenses

30 mayo, 2019

Lo que se leerá a continuación no es una «muestra de poesía nicaragüense reciente», sino, apenas, un fragmento de la obra en marcha de quince poetas nicaragüenses novoseculares vivos. Poetas que nacieron entre 1979 y 1996 en ciudades de la región Pacífico de Nicaragua (que ocupa menos de la cuarta parte del territorio y concentra más de la mitad de su población) y cuya actividad literaria arranca en los albores de este siglo (entre 2000 y 2015, aproximadamente). Cinco de ellos, sin importar la trayectoria de sus escrituras, no ha publicado todavía un libro propio.


Carlos M-Castro

Lo que se leerá a continuación no es una «muestra de poesía nicaragüense reciente», sino, apenas, un fragmento de la obra en marcha de quince poetas nicaragüenses novoseculares vivos. Poetas que nacieron entre 1979 y 1996 en ciudades de la región Pacífico de Nicaragua (que ocupa menos de la cuarta parte del territorio y concentra más de la mitad de su población) y cuya actividad literaria arranca en los albores de este siglo (entre 2000 y 2015, aproximadamente). Cinco de ellos, sin importar la trayectoria de sus escrituras, no ha publicado todavía un libro propio.

Estas voces no hablan por ninguna otra. Es cierto que al leer algunos de los poemas, podrá reconocerse ecos o presencias de otros nombres también nicaragüenses. Pero no menos será verdad respecto de otras influencias. En unos más, en otros menos, cierta voluntad de confrontar las tradiciones que asumen como propias es visible. Y, además de dialogar con otras escrituras, igualmente forcejean con su contexto sociohistórico. El efecto que estas tensiones entre realidad y arte tienen sobre su poesía no es siempre notorio, pero está ahí para quien quiera percibirlo. Después de todo, el evento llamado «Revolución Popular Sandinista», cuyo marco temporal efectivo envolvió, durante su existencia entre 1979 y 1990, no poca de la infancia de varios de ellos, constituye en la historia de Nicaragua una singularidad cuyas consecuencias están todavía por calcularse. La forma en que se resuelve todo esto de manera lírica hace muy interesante su lectura.

Esta selección la he realizado a partir de la antología de título homónimo, donde presento una muestra bastante más amplia de cada uno de estos autores y sobre la que puede hallarse más información en este enlace. Al confeccionar dicho libro, he tenido en mente un espíritu generacional y he procurado escoger poetas que por su acción vital y su propuesta escritural puedan ubicarse en una etapa coincidente de la historia de la literatura nicaragüense (hispanizada) en franco momento de quiebres. Echo en falta poetas cuyas formas de ver el mundo me parecen muy iluminadoras, pero no se trata aquí de dar ningún carpetazo a una cuestión que continúa aún abierta.

Casi todos los autores han decidido entregar muestras de su poesía más reciente, inédita en la mayoría de los casos. De ellos no ofrezco más datos biográficos que el departamento (o provincia) y el año en que nacieron. Los libros que han publicado o las antologías que han incluido su obra o los premios que han obtenido… todos esos datos que suelen constituir una suerte de credencial literaria se los dejo averiguar a usted, lectora o lector, si para algo le sirven.

Mientras, nos queda aquí la poesía.


Alejandra Sequeira (Managua, 1982)

[Madre hemos vivido tanto…]

I

Madre hemos vivido tanto y no sabemos nada.
¿Debo confiar en la erudición de la vida?
Esa erudición hecha de ciclos, de principios y cierres,
de duelos que se aceptan y se rechazan.

Madre ¿por qué estamos conduciendo a 80 km/h en la carretera para ver morir a la abuela?
Hace seis meses estaba modestamente viva
pero hoy todos hacen cuentas y listados: flores, ataúd, mausoleo, coche fúnebre.
¿Qué siente el abuelo?
¿Por qué hay tanto que no se dice entre nosotras?

Madre, vamos a vernos en los ojos de la muerte esta tarde
y sin embargo
insistimos en ejercer este silencio
entre vos y yo

en tiempo presente el mismo silencio
entre vos y mi abuela en tiempo pasado.

II

Llegamos. Ahora ha comenzado
el verdadero espectáculo de la muerte. La piel se crispa. Mi abuela es el centro
todo
gira a su alrededor.
En la habitación, sobre la cama, su cabello crece
sus uñas crecen

sabemos que está viva pero no como nosotras.

Mi abuela es el centro, nos escuchan sus oídos
como nosotras escuchamos su respiración
pero el sol de las seis de la tarde ya no enciende sus pupilas.
Mi abuela no puede ver el sol como lo vimos nosotras cayendo sobre la iglesia Laborío
hace un par de minutos.
Mi abuela es como sedimento sobre la cama.
Sabemos que está viva pero no como nosotras.

III

6:03 pm. Ella lucha. Nosotras también luchamos. Estamos muriendo pero no como ella muere.
Madre, ¿todavía nos recuerda?

Madre, ¿nos perdonará haber reclamado tanto tiempo su presencia?

Seis meses de imponer nuestra voluntad
sobre su derecho a permitirse morir.

Madre, despierta, es hora de ir al cementerio.

Afuera llueve como un cliché
que hubiera buscado adrede en el poema.

Pero este no es un poema es un duelo:

quien intenta suicidarse muere
quien está en riesgo de muerte no se salva a último minuto.

Madre, hemos vivido tanto y no sabemos nada.


Bosco Enmanuel Hernández Ruiz (Masaya, 1996)

Tendríamos que nacer de nuevo

Pintar las casas con sangre para no ver pasar la muerte
vernos en el agua para no beber de ella
gritar la rabia de las tripas para que alguien las escuche.

Faltarán dioses a quienes suplicar,
nadie querrá escuchar el gemir de la tierra
ver la oscuridad de los ciegos
hablar por aquellos que no pudieron.

No habrá noche para descansar
para imaginar que regresamos
a enterrar a nuestros muertos

Tendríamos que empezar de nuevo
nacer de los cementerios
de las costillas de la tierra,
abrirnos paso sobre los huesos,
acomodarnos en ella
dormirnos y esperar
a que el mundo nos para en otro intento.


Aldo Vásquez (Managua, 1992)

Sucede que a veces

Vuelvo a ser una hoja
piedra áspera
que se resiste a la gravedad.

Los golpes del viento
no borraron esta sonrisa al borde del río
ni consejos ni raspones
calmaron este ímpetu ante las murallas
tampoco los relatos de mi padre
disuadieron este anhelo kamikaze.

De un punto a otro reconstruyo mis escombros
siguiendo las huellas que nadie para mí dejó.

Sucede que a veces me detengo en las aceras
y observo la corriente de luces
paralizado como un reloj marchito
que anhela ser arrojado al desván.

Pero no soportaré el grito del olvido taladrando,
acoso incesante agitando el rompecabezas
que alguien me otorgó sin preguntar.


Enrique Delgadillo Lacayo (León, 1988)

Padre

Has visto pasar un entierro y te has escondido en la tercera persona del plural
como si ahí no pudieran encontrarte.
Conocés las calles y los buses, te das cuenta cómo se pinta una casa
y cómo se abandona,
pero a eso no sabés ponerle nombre todavía,
a eso deberías ponerle una sábana oscura,
como harás con los años, como tu padre hizo con su padre.
Ya ves, podés advertir que está subiendo la marea
y que algo se ha perdido cuando revientan las olas.
Sabés que es inútil amarrarte los zapatos
y que el pie izquierdo no te sirve para jugar fútbol.

Un día te dirán
silencio
pero sabrás que tus dientes son un puño de palabras sin filo.


David Rocha (Managua, 1990)

El hombre y la ciudad

Dicen que el mundo se acaba
pero se acaba más rápido el frío
y tu beso.
En esta ciudad la noche es más noche,
a veces el día es más noche
cuando se apagan tus ojos.
Recuerdo la ternura del ladrillo rojo
de la espalda desgarrada ante mi mano
la ternura del cuerpo inerte con la respiración agitada,
se me cae la muerte y también la vida
de las arrugas de la boca
en esta ciudad los edificios se construyen con clips,
las calles se caminan con clips,
los niños tienen manos de clips
y los amores tienen labios de clips.
Nuestros dos seres eclipsados en palabras
en la reminiscencia al plato limpio
a la comida del domingo que se hartarán otros
a no querer lavar la ropa
y tenerte el fin de semana para mí
dormido entre estas cuatro paredes
que hoy me diluyen los ojos,
cómo duele este espejo
que ya no me refleja
que me refleja borroso
como si me estuvieran botando las arrugas
como si esta ciudad se me olvidara con tus besos
esos besos que aún no nos hemos dado
tal vez si ya no te fueras
tal vez ya te fuiste
tal vez no te sujete tan fuerte de la piel
y ahora se te deshacen las ganas.
Pero ¿por qué no me dijiste?
siempre esta ciudad llena de lápices
llena de plumas,
llena de tus pasos borrados,
llena de tus pies corriendo,
llena de otras ciudades
que no se conocen
de hombros que se empujan en la calle
de hombres que no se conocen en la calle
de calles que no conocen a los hombres
pero todos terminan en el mar.


José López Vásquez (Managua, 1986)

Entrega inmediata

Doctor, reciba mi saludo apresurado.
Mi preocupación máxima.

Sucede que tengo un gran problema
problema que cuando no era tan tenaz
causaba satisfactorio impacto visual.
Ahora, desarrollado, espantó a mi mujer
amante y ramera que en ocasiones visitaba.
Por eso, creo tener elefantiasis fálica
ya que no me calza ningún preservativo
―independientemente de la marca que sea―
viéndome forzado a comprar condones extralargos
o condones para equinos.

Cuando veo a una mujer agacharse
mi salvajismo brota venciendo tanga y pantalón
como cañón oculto y vertical pulgadas arriba del mancuerno.
Yo me sonrojo; la gente ríe, se emociona.
Cuento hasta cien.
Al ir al cine, frente a escena sensual
no logro contenerme
haciendo partir a los espectadores escandalizados.

Me vuelvo prisionero de mi propia casa.
No salgo ni al patio por temor a la burla
a la burla que en un tiempo fue gozo
cuando las golosas me seguían entusiasmadas.
Ahora, sabidas
que les puedo desfigurar sus partes íntimas
ni la posición 69 quieren hacer conmigo.
Me ignoran.
No me contestan el teléfono.
Me siento discriminado como un negro en época del apartheid.


Víctor Ruiz (Managua, 1982)

Tatuaje

I

SOLO mirarás el fondo blanco del techo y luego el negro fondo del sueño. Te quitarás la ropa y serán mis ojos sobre tu cuerpo como una mano que te escruta y te violenta amorosamente. Enmudecida, caerás en una cama de vértigos, de aires lacerados y voces fragmentadas que te nombran. Ahora prepárate, caerás en un lecho de sombras, donde sólo tú y yo, ajenos y distantes, nos amaremos sin nombres, nos confundiremos en una roja marejada de silencios, seremos un nudo de víboras mordiendo, envenenándonos. Será mi lengua socavando tu perfil atormentado, mis dientes hiriendo el diluvio de tus muslos, ávidos y sangrantes, mi aliento gozándose en este nuestro vicio.

Despiertas, entre tus muslos una rosa de cenizas líquidas. Ese mismo sabor incierto entre tus labios como si toda la noche, durante el sueño, hubieras mordido la piel del humo y no te quedara más que una costra de hollín en la boca. Encenderás un cigarro para quitarte el sabor a sombras, a noches, a sueños. La memoria es una cortina de humo que se disuelve como una brisa de saliva sobre el cuerpo de una muchacha insomne. Y tú eres esa muchacha, en tu espalda, los tatuajes de las voces abigarradas, ese texto interminable, inteligible, intermitente como un párpado, como un beso interrumpido o una mano descubierta bajo la falda, y tú, al borde del grito o del llanto, cerca de ese vértigo de cuerpos amalgamados. Pero es imposible y lo sabes, las imágenes se diluyen, el paisaje sin rostro es apenas un cartílago, una fisura por el que se fugan figuras informes.

Quieres fijar en tu memoria el rostro, aferrarte a sus gestos, a sus ojos abismos en el que te sumerges, a sus labios orlados de vidrios y púas que laceran los tuyos y te muerden, amor, en este juego de vacíos y te perforan, amor, tus pezones cópula de un vientre tácito y lamen, amor, tus muslos espejos cóncavos en el que encontramos esferas del destierro. Ahora levántate, caminas hacia el baño y mírate y reconócete en ese charco de agua cayendo sobre tu cuerpo, reconócete y reconóceme, soy yo tu yo, tuyo este rostro al que te aferras… Ahora limpias tus muslos y sientes un centenar de hormigas trazando un texto, una memoria que aquí comienza, en este negro fondo del sueño:

II

El cuerpo es la palabra de dios sobre la arena. Si la escritura es la representación gráfica del sonido de la voz, entonces nuestros cuerpos son fonemas, somos el grito de dios sobre el vacío, somos el aullido sin sosiego de un dios agónico en la soledad, somos como dijo Mario Santiago, el aullido del cisne. Así, yo te evoco, digo tu nombre sobre la arena, trazo tu nombre sobre la arena, lo escribo sobre este cuaderno poroso, sobre esta costa de costras y caracoles. Digo en silencio tu cuerpo para que no se fugue como esa ola que se arrastra silenciosa bajo los pies desnudos, digo tu nombre en secreto, deletreo cada sílaba de tu cuerpo para que nazcas de la arena, soplo sobre este polvo calcinante y dialogo con esta materia inane que pronto será todo tu cuerpo-nombre articulándose con esta arena, bebiendo de la espiral salobre de mi boca el néctar de la vida, respirando el hálito de las palabras que te nombran.

Quién eres?/la voz que te nombra/y ese eco?/es la palabra de alguien nombrando a alguien/tengo miedo de ser un nombre/no temas, todos desde el principio lo hemos sido, ves ese pájaro que se arrastra sobre las alas del aire, es la sonrisa inquieta de un niño mirando por primera vez a su madre/y tú, eres un nombre?/no, soy el deseo de un cuerpo y tú, el objeto de mi deseo/pero el deseo es incorpóreo/pero no la palabra y la palabra es cuerpo y el cuerpo la in-corporación del deseo/no me dejes/aunque quisiera no podría, tú y yo somos un signo tatuado en la memoria del tiempo, en la memoria del cuerpo.

Una caricia de cuchillos amarillos se tiende sobre la sintaxis del mar, los cuerpos tostados de los jóvenes bañistas se alzan esbeltos de la arena: torsos y muslos esmerilados por una lengua de fuego sobre la carne; una muchacha camina alfonsina y sonámbula y se abisma en esa gramática de luces y no vuelve, será una sombra balanceada por las olas, su muerte una ofrenda a la vida; un par de adolescentes desnudos reconocen sus cuerpos con sus manos, así como tú, cuando niño, frente al espejo rozabas tus dedos en tus miembros y sentías cómo el contacto contigo mismo templaba la corteza tu piel y despertaba un mundo de sensaciones innómines; tomadas de las manos, ellas caminaron sobre la costa, al fondo, el crepúsculo se extendía como una manada de tigres exhaustos, ella murmuró algo en su oído y luego se deshizo…

III

Tu cuerpo es la página en la que se escribe esta historia. Nada hay afuera. Solo el irritado roce con el vacío y la agonía de los rostros ateridos a la multitud. Quédate aquí, en tu cuerpo, en esta página inmácula en la que se narra nuestra historia, déjalos a ellos en su nada, en su vida de escaparates y lentejuelas, en su indómita mansedumbre de costumbres. Ahora escribe, sólo la escritura es real, conjúrame con tu verbo y seré cuerpo, el cuerpo de la palabra que me nombra, invócame y seré sobre tu carne la callada materia de tu sueño.

Dúctil dardo ingrávido, el humo garabatea siluetas sobre el vacío, fijos al techo tus ojos siguen ese rastro de grises serpeantes, se prenden al blanco y exasperados buscan la salida. Arrójalo o te quemarás los dedos. Ahora regresa y recuerda…

… el fondo negro del sueño

Cuerpos trenzados y huellas sobre la arena, de fondo incrustado el sol anuncia el ocaso y una cortina ocre se cierne sobre tu espalda, salamandra, te tomo de la mano y te arrastro a mi lecho de costras y caracoles, me acerco a tu oído, te digo algo, recuerda, las palabras cayeron como húmedas mandorlas en la cuenca anegadas de anémonas y reptiles, recuerda, salamandra, el viento zarandeaba tu cabello de crespa modorra y tu sonrisa iba y venía como la sidra ardiendo en los miembros y venas, recuerda salamandra, algo te dije al pie de tu silencio, recuerda, salamandra y escribe, escribe las palabras que te dije, sólo así recogeremos los fragmentos de nuestra historia, fíjame en tu memoria, mandorla, vuélveme…


Gema Santamaría (Managua, 1979)

Quizás la medianoche

Despertamos en la orilla de otro sueño

Desde aquí, observamos el vaivén de la historia
la pequeña historia, la gran historia,
la que imaginábamos en péndulo
la que hoy sabemos espiral.

A tientas reconocemos los espejos.
Hemos llegado a un abismo conocido e íntimo
¿cuántas vueltas más antes de despertar?

Crecen los verdes a pesar del tiempo gris y las revueltas,
crecen flores, crecen manos,
crecen los bordes de la cotidianidad.

La memoria se dobla sobre sí misma.
Nos reconocemos en los cuerpos olvidados,
en las tumbas hacedoras de milagros
en el atardecer siempre enrojecido de la ciudad.

Somos viajeros en mitad de la espesura
y sin embargo, crecen verdes en las piedras,
crecen flores, crecen manos,
y en el borde de lo insólito,
la cotidianidad.

Quizás la medianoche es más luz de lo que creemos,
y en el delirio de sus horas
se gesta el sueño
de lo que siempre,
sin intuirlo,
pudimos ser.


Ezequiel D’León Masís (Masaya, 1983)

Tuchola

1

Niña:

Tuchola es un bosque
de verdes albas detenidas en la niebla.
Pululan en él techos como pomes de una seca playa sin mar.
Escondidas, astutas,
a mitad de altísimos abetos, tupidos senderos y claros,
ancianas hay que sus rostros angulan entre filos de ventanas
sólo para regresar a sus hornos que son escondites.

El bisabuelo ahí mismo, en Tuchola,
se hizo mercader de telas,
antes dejó el oficio de leñador,
huyó hacia Nicaragua.
Niña:
Las guerras contra polacos son la historia de Polonia.

2

Aún no visito el bosque de Tuchola.
Lo imagino a como te lo he contado.
Tampoco a vos, hija mía,
tampoco te conozco todavía,
pero te hago a semejanza de lo vivo.

3

Amarillo de abril nos enrolla.
El mes desprende pelos de hongos rojos en Masaya.
La añeja casa del bisabuelo está en pie,
ciento tres años después,
aunque hoy llena de proyectiles
junto al vecindario en llamas.

4

Hijita:
¿Te molesta que te llame “Niña”?
¿Te entristece, como a mí,
habernos conocido tarde?

Nunca hagás la pregunta
aquella que seguramente me vas a formular
alguna vez, quizá intrigada o resentida,
sobre cómo era el eco destimpanado
que escuché al arrastrar
el cuerpo sin sangre del tío
que te asesinaron los sicarios.

Vamos a estar en Tuchola, hija.
Ya iremos rebrotando, ambos.
Ya lo haremos, no importa si hoy no te he visto ni aún oído.

Masaya, Mayo de 2018.


 

Natalia Hernández Somarriba (Managua, 1982)

Tiempo estimado de llegada

 A veces
estoy atrapada
en un país,
en la fila del autobanco,
en una pelea eterna
o en un viaje de ácido.

Se sabe
que la vida es agridulce,
que los días en verano son más largos,
que el aluminio causa cáncer
y los celulares alienan.

Cómo saber
de quién enamorarme,
qué libro escribir,
en qué país vivir
y si las profecías de Baba Vanga se cumplirán.


Rommel Cruz (Carazo, 1985)

Animalejo

Habrá que inventar las rutas, animalejo.
Los callejones donde irás sin decir cuánto me ha costado darte un nombre.
Habrá que dibujarte dolor en la garganta
lívido molusco
una blasfemia pura
capaz de doblegar el dedo índice de las gentes
quienes no son tus semejantes
y debes dejar pensar que eres excelso hijo de la infamia
míralos bailar su danza de cálculos irredentos
para lo cual precisas
de un corazón barroco
unas manos límpidas
lo suficientemente álgidas para congelar todas las palabras
y entonces de este modo puedas irte por el mundo
con el pecho indemne
y tus dedos de Charmand Grimloch rebosantes de lóbregas cadencias.


Cristal Espinoza Gaitán (Managua, 1990)

Año del murciélago

Los murciélagos nacieron como marionetas, atados a los dedos; ellos aún residen en mi abdomen. Jugaban en nuestras manos mientras los usábamos como pretexto para tocarnos, para dejar caer besos en bancas ciegas, extraviadas. Empezaron a revolotear y se entintaron alzando vuelo para posarse en tus hombros y en mis pies.

Recrearon un silencio.

Le agregaste días al día en que ocuparon mis entrañas ensuciándolo todo como en su hogar; y me obligaron a esperarte, a desviar mis senderos hacia una sala de oncología, laboratorio donde se inventaba tu aroma. Todo te absorbía: paredes, cielo y suelo.

Programé mi rostro evanescente para expresar un solo gesto en el que calzaban todas las vocales y consonantes engullidas en el alimento pre mortem: agua de pollo, agua con sal, agua con cabeza de pescado; agua que sustituía mis labios en tu boca, y en mi sangre, tu oxígeno.

Años después entendieron que el polvo no se besa, no se toca, no se anhela. Pero continuaron alimentándose de mis imágenes, me inventaron sonidos, usaron mi lengua y deshicieron todo a su paso. Construí un cuerpo dentro del mío para aislarlos y negarles mi aire. Hoy mueren. Se diezman numéricamente y les impido atravesar tu nombre en mi temporal ombligo.


Ernesto Paredes (Chinandega, 1996)

De la división del trabajo

Las cuadrillas de ENACAL tardan en llegar.
Las cuadrillas que abren los manjoles
y sacan los quintales de basura putrefacta
sin arrugar la cara.
Las cuadrillas que se meten en el alcantarillado
como güiriseros resignados
y liberan la corriente de aguas negras
con una lanza.
Las cuadrillas y los hombres.
Los hombres que comen, sin asco,
a la par del estiércol.
Los hombres que salen zurumbos de los cauces por el tufo.
Los hombres que llegan a sus casas cansados
y que sueñan con un futuro sin tanta mierda
moviéndose libremente.


Carlos F. Grigsby (Managua, 1988)

Los motivos de Tiresias

Como las flores, como ciertos peces,
—el pez payaso, por ejemplo,
puede convertirse en hembra—
Tiresias, ya hecho un hombre,
tuvo el privilegio de ser mujer.

Poco sabemos de cómo fueron
esos siete años como una.
Pero cuando lo citó
la pareja presidencial
del Olimpo, Juno y Júpiter,
para resolver la apuesta
que habían hecho
sobre quién siente más placer
si el hombre o la mujer…
Tiresias respondió que la mujer.

Según Ovidio —hombre, blanco
y romano— perder la apuesta
enfureció a Juno y por eso
cegó al pobre Tiresias.
Pero es difícil creer que
dueña de tan buen olfato
para las dobleces de su marido
la diosa no detectara
lo contradictorio en esa respuesta.

De hecho Juno lanzó esta pregunta:
«Y si es así ¿por qué decidiste
volver a ser hombre?»

Tiresias titubeó, clavó los ojos
al suelo y dijo:
«Me cansé del miedo»

y entonces Juno lo cegó.


*Nota del compilador: La antología originalmente incluía una muestra de la obra en proceso de Marcel Jaentschke (Managua, 1992), pero él decidió retirar sus textos del libro por considerarlos todavía inacabados. A eso se debe la incongruencia entre el título («… 15 poetas novoseculares…») y lo aquí ofrecido. Se encuentra en preparación una segunda edición/versión de la misma antología, que ampliará la cantidad de poetas a 17 y se publicará próximamente.

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Managua, Nicaragua, 1987.
Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Es autor del libro Antropología del poema (Leteo, 2012). Su trabajo aparece en las antologías Flores de la trinchera: Muestra de la nueva narrativa nicaragüense (Soma, 2012), Apresurada cicatriz: Instantáneas de poesía centroamericana (Literal, 2013), De ahí nomás: Poesía actual de Centroamérica y del Caribe (Vox/Germinal, 2013), Voces de América Latina [Fictio] III (Mediaisla, 2017) y 4M3R1C4 2.0: Novísima poesía latinoamericana (Liliputienses, 2017). En la actualidad estudia la maestría en Enseñanza y Aprendizaje en ADA University, Azerbayán.