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«Sendebar», el libro de los engaños de las mujeres

29 mayo, 2019

¿Es el Sendebar, traducido del árabe en 1253 por el infante D. Fadrique, un libro “machista”, o admite otras lecturas?


Lo que sabemos del Sendebar

De autor desconocido, la edición del Sendebar que tengo en mis manos se publicó en 1981 por la “Editora Nacional” en su “Biblioteca de la literatura y el pensamiento universales”. La preparó a conciencia José Fradejas Lebrero, un especialista en literatura medieval. El manuscrito original, según nos cuenta en la introducción, procede del Siglo XV, perteneció al conde Puñonrostro y se conserva en la Real Academia Española de la Lengua.

El texto castellano procede de otro de origen árabe que el infante D. Fadrique, hijo del rey Fernando III el Santo y de Beatriz de Savia, y hermano de Alfonso X el Sabio, tradujo -o mandó traducir- en 1253. Esto está bien establecido, pero se sabe poco sobre la fuente original. Una teoría defiende que vendría del sánscrito y que habría pasado desde la India, a través de Persia y Siria, hasta Grecia. Del griego se habría traducido al árabe y, por el Norte de África, habría llegado hasta D. Fadrique. Otra teoría habla de un posible origen hebreo anterior en el tiempo.

El Sendebar, salvando algunas distancias, admite comparaciones con otras obras medievales clásicas, como el Conde Lucanor de D. Juan Manuel; el Decamerón de Boccaccio o los Cuentos de Canterbury de Chaucer. No pocos de los relatos que contiene son variantes de otros conocidos, algunos en la estela de las Mil y una noches. La calidad de los cuentos es desigual; los hay buenos y los hay mediocres; pero, en conjunto, por su estructura y la contraposición de unos cuentos con otros, la obra está muy lograda. En su tiempo debió de gozar de gran difusión oral.

Argumento

La trama se desarrolla durante ocho días. En la primera jornada se cuenta que un poderoso rey de la India, llamado Alcos, con nada menos que noventa mujeres -¡qué mayor símbolo de poderío cabe imaginar en la literatura de la época!-, consigue al fin el anhelado hijo varón de una de ellas. Feliz, convoca a los sabios del reino para que elaboren el horóscopo del infante y descubre entonces que su heredero enfrentará un grave peligro al cumplir los 20 años. Se cuenta también en ese primer día que cuando el chico cumple 15, el monarca convoca de nuevo a los sabios para designar al que será su maestro. Decide que el más apropiado es Cendubete -el nombre original de Sendebar- y el infante se retira entonces con el educador a unas estancias que contienen en sus paredes todo su saber. Allí, sin nada que los distraiga, ambos, discípulo y maestro, pasan los días dedicados a la enseñanza. Como el muchacho es despierto y de buena inteligencia, pronto adquiere todos los conocimientos de la época.

Pasa el tiempo y el monarca quiere ver a su hijo. El infante está a punto de cumplir los 20. Cendubete “cata su estrella” -levanta su horóscopo- y de nuevo aparece el peligro de muerte en caso de que el joven pronuncie alguna palabra antes de que transcurran siete días desde que se encuentre con su padre. El muchacho se compromete a guardar silencio. El padre, ajeno a lo que acontece, ofrece un banquete en honor del hijo, pero éste permanece mudo. Nadie entiende nada. Entonces, una de las esposas del rey se ofrece a hablar con él. “A lo mejor a mí me dice su secreto, ya que antes solía contármelos”. El padre consiente. Todavía estamos en el primer día. La mujer conduce al infante a sus aposentos: “No te hagas el necio conmigo, porque yo sé que harás lo que deseo. Matemos a tu padre, tú serás rey y yo tumujer. Tu padre es ya anciano y está débil; tú eres mancebo y estás comenzando a vivir”. 

El joven se enoja al escuchar tal proposición y olvida su promesa de guardar silencio. “Si hubieran pasado siete días, yo te respondería a lo que dices”, contesta airado. La esposa del rey se da cuenta entonces de que su vida pende de un hilo y también de que dispone de siete días para convencer al rey de que mate al infante. Acude al monarca y le jura que el muchacho la quiso forzar. El rey, lleno de ira, manda que lo ajusticien. Sus consejeros se dan cuenta a tiempo y tratan de que su señor rectifique. Lo consiguen con un relato en el que demuestran que nada es lo que parece y que dejarse llevar por las apariencias conduce a cometer errores irreparables.

Se suceden los días y las narraciones que la esposa y los consejeros relatan al rey. Según quien los cuente y con qué propósito, el monarca, alternativamente, ordena la muerte del hijo o la conmuta. Cuando llega la octava jornada, el infante toma la palabra. Narra entonces los cinco últimos cuentos, los que provocarán la decisión del rey respecto a la suerte que correrá su mujer.

¿Es el Sendebar un libro machista?

De entrada, la respuesta es sí. Difícil que la literatura medieval no lo fuera en aquellas sociedades tan patriarcales. El hilo principal de la obra es el engaño de una de las favoritas del rey, quien quiere matarlo y traicionarlo con su hijo. Después, viéndose perdida, intenta la muerte del infante. El propósito declarado del libro es alertar sobre los engaños y ardides de las mujeres y mostrar sus incontables artimañas. A lo largo de los cuentos van desfilando todos los estereotipos femeninos: la malvada, cuya mejor representante es la propia esposa del rey; la astuta, que consigue burlar al marido y da rienda suelta a su fogosidad con sus amantes; la alcahueta, quien, a cambio de regalos o dinero, encuentra alguna buena moza para su señor; la diabla o diablesa, que trata de engatusar o matar a algún galán; y la tonta o inocente, quien con sus ocurrencias echa a perder alguna buena oportunidad de enriquecimiento para el esposo. Pareciera que necesariamente hay que encajar a las mujeres en alguna de estas clases: la que no es inocente es astuta, o malvada, o directamente una diabla.

Pero una lectura más atenta, menos superficial, da que pensar. Comencemos con el primer protagonista de la obra, el rey Alcos -y no olvidemos, como se decía antiguamente, que “si el rey juega, todos somos tahúres, y si el rey estudia, todos somos estudiantes”-. Lo menos que se puede decir de él es que es un tontorrón o un bobalicón, demasiado influenciable por las personas que le rodean y, desde luego, muy voluble, dispuesto a cambiar de opinión sobre un tema nada menor, como la vida de su hijo, varias veces al día. Limitaciones poco aconsejables para un monarca, por muy varonil que sea. Definitivamente, el libro escrito contra las mujeres no lo deja en buen lugar.

No son mejores los retratos de otros señores. Por ejemplo, en el primer cuento: “La huella del león”, un monarca se encapricha de una mujer y manda “a la hueste” a su marido, para quitárselo de en medio. Cuando acude a visitarla, la mujer, mientras va al tocador -¡qué remedio, su honra o su cabeza!-, le deja un libro para que se entretenga. La obra recoge las leyes que escarmentaban a las mujeres que cometían adulterio.

En otros relatos aparece representado el hombre “aprovechado”, a quien suele perder la codicia. Por ejemplo, en el cuento 9, un “bañero” atiende a un infante tan grueso que no se pueden ver sus genitales. El hijo del rey le confiesa su preocupación: su padre lo quiere casar y él no sabe si podrá satisfacer a una mujer. Entonces entrega diez maravedís al bañero para que le lleve a una joven hermosa, para probarse. El bañero, convencido de que el infante no podrá gozar de ninguna mujer, le lleva a la suya propia para quedarse con el dinero. Pero el infante se solaza feliz con ella y el bañero acaba ahorcándose.

El penúltimo relato: “El mercader de sándalo”, tal vez el más acabado y complejo del Sendebar, lo narra el infante a su padre cuando ya puede hablar y demuestra con él que la sabiduría de Cendubete no ha caído en saco roto. Un forastero llega a una ciudad en la que le estafan repetidas veces. Se hospeda en casa de una mujer mayor, quien le advierte sobre los hombres de la villa, “engañadores y granujas”. Le cuenta que el maestro de los engaños es un viejo ciego con quien los tipos se reúnen todas las noches para comentar las trapacerías hechas durante el día. El mercader acude disfrazado a la reunión y escucha los enredos que ha padecido. El viejo, de colmillo retorcido, desvela a cada malhechor el punto débil de sus estafas, con lo que el forastero, a la mañana siguiente, puede argumentarlas en su defensa y librarse de las trampas urdidas en su contra. El párrafo final es muy revelador: “Señor, no te di este ejemplo sino para que sepas de las artimañas del mundo”. Las artimañas del mundo, especifica, no de las mujeres.

Y, en efecto, una lectura atenta del Sendebar no nos lleva a otra conclusión que a las miserias humanas, de hombres y mujeres, en la mejor estela de las novelas del género picaresco, como el Lazarillo de Tormes, la Vida del pícaro Guzmán de Alfarache o el Buscón Don Pablos. Miserias y argucias, ingenios y astucias que hay que desplegar para sobrevivir en tiempos de pobreza y escasez. Pero también aparece la grandeza de las personas en las que predomina la honestidad, como la mujer que se las ingenia para librarse del rey encaprichado; o la generosidad, como en la anciana que se apiada del mercader de sándalo y le revela los tejemanejes de los granujas de su villa.

Reconocer la existencia de esas mujeres virtuosas y de esos hombres bellacos en un libro que se subtitula “de los engaños de las mujeres”, es muy revelador. ¿Acaso no habla del intento fallido de un subconsciente masculino que quiere hacernos creer en unas diferencias inexistentes que jugarían en contra de las mujeres?

Y, por cierto, ¿no habla también de los miedos y fantasías que provocan en los hombres las historias de mujeres que eligen a sus amantes, nada infrecuentes en el mundo clásico desde la leyenda bíblica de la esposa de Putifar, amo de José, aquel a quien sus hermanos vendieron como esclavo? José huyó porque ella -la Biblia no nos dice su nombre, lo que da que pensar- había tratado de seducirle. Entonces ella lo acusó de intento de violación y José acabó en prisión. Estos comportamientos no dejan bien de las mujeres, claro, pero, el galanteo, incluso hasta la pesadez… ¿no es más bien una característica de los hombres? ¿Por qué asusta, y a la vez excita, el arte de la seducción femenina? El caso es que el patriarcado no puede perdonar tales atrevimientos y hay que condenarlos. Para ello, nada mejor que exagerarlos, que llevarlos al extremo, al límite. ¿Qué tal entonces si se junta en el relato el coqueteo femenino, la incitación, con las fantasías masculinas de destronar al padre, matarlo, y ocupar su lugar? Ahora sí, la condena es sin paliativos.

Somos distintos, hombres y mujeres, en nuestra biología y en nuestros niveles de testosterona, aunque seamos iguales en derechos. Pero, visto lo visto en la vida, y leído lo leído en el Sendebar, en cuestión de engaños, no parece que haya que precaverse más de las mujeres que de los hombres.

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