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Escultor de versos y garzas blancas

26 marzo, 2020

– Homenaje al poeta Ernesto Cardenal (q.e.p.d.)


La lejana década de 1970 estuvo signada de utopías y esperanzas; de muchachos devenidos en héroes que calaron profundo en el imaginario colectivo, como Julio Buitrago y Leonel Rugama; mis compañeros de universidad Arlen Siú y Hugo Arévalo, que trascendieron a la eternidad demasiado pronto; mis bróderes de Diriamba, y tantos más. En esa época leí Epigramas de Ernesto Cardenal, y asocié los versos para Claudia con los Veinte poemas de Amor, de Neruda, pero en la precisa brevedad de sus versos, además de amor y desamor -Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido…- hallé rebelión y sarcasmo contra la dictadura: -No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua, porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo. Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad, porque yo sé que el pueblo la derribará un día. ¡Entonces entendí por qué la poesía es un arma cargada de futuro!

Y es cierto que a las 2 a.m., hora del Oficio Nocturno, la iglesia en penumbra parecía que se llenaba de demonios. Era la hora de las tinieblas y de sus bacanales, y desde el mundanal ruido regresaba su pasado con sus pecados, se parqueaban delante de él, y atrapaban al poeta en Gethsemani Ky., y mientras los monjes recitaban salmos, sus recuerdos, como radios y roconolas estridentes, interferían los rezos, y volvían las absurdas conversaciones en noches de borracheras, que se repetían y repetían como disco rayado, y las pesadillas, las viejas escenas de cine, las horas solitarias en hoteles, bailes, viajes, besos y bares, rostros olvidados y cosas siniestras, y Somoza salía de su mausoleo, mientras las luces del Copacabana rielaban en el agua negra del malecón que mana de las cloacas de Managua…

Y bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido ni asiste a sus mítines ni se sienta en la mesa con los gánsteres ni con los generales en el Consejo de Guerra ni espía a su hermano ni delata a su compañero de colegio ni lee los anuncios comerciales ni escucha sus radios ni cree en sus slogans. Ése será como un árbol plantado junto a una fuente. Además, encarna e internacionaliza su denuncia, y yace desnudo en la cámara de gas; grita toda la noche con su camisa de fuerza en el asilo de enfermos mentales; en la sala de enfermos incurables; en la de enfermos contagiosos; agoniza bañado de sudor en la clínica del psiquiatra, o llora en la estación de policía, en el patio del presidio, en la cámara de torturas… y vos sentís la angustia y el dolor del mundo al sumergirte en los Salmos del poeta Ernesto Cardenal.

En Trujillo vi caminar a Walker rodeado de guardias después de ser enjuiciado; pálido, con un crucifijo en la mano. Cuando lo detuvieron donde lo ejecutarían, el oficial que comandaba la guardia leyó un papel en español, seguramente las órdenes, y entonces Walker, con voz calma y serena, habló en español y, desde donde estaban, los piratas vieron una fosa cavada en la arena, y a Walker junto a la fosa, que seguía hablando calmo y sereno, pero no oyeron lo que decía. Después hubo un redoble de tambor y una descarga. Todas las balas lo impactaron. De 91 corsarios sólo 12 volvieron. En Trujillo, junto al mar, sin coronas ni epitafio quedó William Walker, de Tennessee, que en 1856 se proclamó presidente de Nicaragua, decretó la esclavitud y el inglés lengua oficial. Lo leí en Poemas Documentales.

Otro día escuché su plegaria requiriendo al Señor que recibiera a esa muchacha conocida en toda la tierra como Marilyn Monroe, aunque ése no era su verdadero nombre, pero Tú conoces su nombre verdadero, el de la huerfanita violada a los 9 años, y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar, y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje, sin su agente de prensa, sin fotógrafos y sin firmar autógrafos, sola, como un astronauta frente a la noche espacial. Ella soñó, cuando niña, que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Time), ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo, y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas, y el templo –de mármol y oro- era el templo de su cuerpo… Así comienza su Oración por Marilyn Monroe y otros poemas.

O lo que ocurrió cuando campesinos hondureños traían dinero en el sombrero y sembraban sus siembras y eran dueños de sus tierras; cuando había dinero y no había empréstitos extranjeros ni los impuestos eran para Pierpont Morgan & Cía. Entonces llegó la United Fruit Company, y todas las condiciones eran dictadas por ella, con las obligaciones en caso de confiscación -obligaciones de la nación, no de la Compañía- y las condiciones puestas por ésta para la devolución de las plantaciones a la nación -dadas gratis por la nación a la Compañía- a los 99 años. Era condición que construyera el ferrocarril, pero no lo construía, porque las mulas en Honduras eran más baratas y “un Dibutado más bbarato que una mula”, decía Zemurray. Hora Cero testimonia la historia fresca de Centroamérica.

El Muy Magnífico Pedrarias Dávila, primer dictador de Nicaragua y Furor Domini, como lo apodó De Las Casas, introdujo los chanchos, “cauallos e yeguas, vacas e ovejas e puercos e otros ganados…”, pero ganado de él. Fue el primer promotor del comercio de indios y negros y otros ganados vendidos a Panamá y al Perú, en los barcos de él: una yegua rucia de tres años, otra potranca su hija, el negro Juan, el negro Francisquillo, Ysabel, la esclava herrada en la cara, Perico y su niño, que es esclavo y herrado en la cara, Marica, la esclava, Ysabel, la de Guatemala, esclava y preñada, Martinillo de Mateare, Catalinilla que está parida, y Juanillo, los cuales se venden a los precios siguientes…En El Estrecho Dudoso, denuncia el latrocinio cometido por los conquistadores en el Nuevo Mundo.

Durante la invasión a Irak, además de la matanza, los yanquis saquearon y destruyeron el museo, donde se originó la civilización, la escritura y las ciudades; las matemáticas, medicina, astronomía, comercio, abogados, carpinteros, joyeros, impuestos sobre la renta, fuerzas armadas; y los cazadores-recolectores domesticaron animales, sembraron cebada, trigo y lentejas e inventaron el arado, las primeras ruedas, el primer metal labrado, los primeros templos y la obesa belleza de diosas-madres. Los misteriosos sumerios, que nadie sabe de dónde llegaron, empezaron allí la primera civilización del mundo cuando Europa aún estaba en tinieblas. Cien mil años de la especie humana y sólo diez mil de civilización. Y en Mesopotamia por primera vez se estudiaron las estrellas. Está en Poemas sueltos.

Como Pasajero de tránsito llegó a Santo Domingo, deseando alguna ensenada solitaria con cocoteros oblicuos sobre el agua; visitó el monte Ararat, donde atracó el arca; almorzó frente al Parnaso, con Melina Mercuri, ministra de Cultura, (—¡Que siempre me encantó! —Sí, era muy guapa), que lo llevó a la Acrópolis y otros lugares. Viajó a Grenada, islita de 120 millas cuadradas y 110 mil habitantes, sola en mitad del océano desafiando a Estados Unidos. En ella se mezcla el verde de la vegetación con el verde olivo de los uniformes que regaló Nicaragua para sus 350 milicianos, y asistió a la gran concentración junto al mar, y una negra comía mango amarillo, y una adolescente, con pechos como cocos, aplaudía danzando, mientras la ovación a Bishop se oía en toda la bahía de St. George.

En el Bowery, barrio de mendigos y del Catholic Worker en Nueva York, estuvo en el estudio de Armando Morales (La Mecha). Allí recordaron aquella cantina de Managua llamada Las Cinco Hermanas, y las súper-musas que amaron, y se sorprendieron cuando supieron que la Policía los tenía en la lista de homosexuales, uno por pintor, el otro por poeta. Y el pintor trató de recordar la dirección del burdel La Hortensia y el poeta le dijo que no quedaba allí, que era en otra parte, y que ya no está, porque en ese sitio construyeron la iglesia El Redentor (ríe La Mecha), y que él, ya sacerdote, celebraba allí, hasta que el superior se lo prohibió por su prédica antisomocista (ríe más La Mecha), y además ya ni Redentor hay, porque lo derrumbó el terremoto… Fue en 1973, en Viaje a Nueva York.

En la montaña de Korvatonturi, cerca del Círculo Polar Ártico, en los dominios blancos y helados de los lapones, les hicieron una tienda de piel de reno para pasar la noche, el piso de tierra cubierto de ramitas, afuera, una hoguera en la que asaban trocitos de reno seco ensartados en ramitas de abeto, que comían quemándose las manos. En el glaciar, donde la carne demanda cariño, un viejo lapón se quería acostar con una ministra finlandesa. Intrigado le pregunté si era verdadera la historia. Sonriendo me dijo con malicia: —“Es que el viejo lapón no sabía que ella era ministra”. Después, en una plaza de ciudad europea, una adolescente se desprendió de su grupo y corrió adonde él, y le preguntó si él es Ernesto Cardenal. Él la vio, admiró y describió como un querubín en bluyín.

La corte de Netzahualcóyotl no estaba llena de militares, sino de cantores, que crearon cantos en honor de Aquél que se inventa y es inventor de las cosas, invisible como la noche, impalpable como el viento, que está en los cantos y no en las guerras, y da los poemas mientras fumamos. Los jueces trabajaban mañana y tarde, salvo días de fiesta; el Ministerio de Poesía abierto todo el día, el de Guerra casi siempre cerrado. Obligatorio que los funcionarios oyeran cantos y debían ser inteligentes y honrados, para que las leyes que hacían sirvieran. Poetas y artistas exentos de impuestos. Se multaba a compositores de mala música y se daba pena de muerte a burócratas que aceptaban mordidas e historiadores que falsearan la verdad de los hechos. Está en Poemas Indios.

Texcoco fue la ciudad de la belleza, y alrededor de su lago todas las ciudades estaban en paz y había pocos prisioneros para los dioses. Ahora, de noche, las lechuzas vuelan entre las estelas; el gato de monte maúlla en las terrazas; el jaguar ruge en las torres, y el coyote solitario ladra en la Gran Plaza a la Luna, reflejada en las lagunas, que fueron piscinas en lejanos katunes. Hoy son reales los animales que estaban estilizados en los frescos, y los príncipes venden tinajas en los mercados. La maleza está llena de monumentos, hay altares en las milpas y arcos con relieves entre las raíces de los chilamates. Hay una metrópolis en la selva donde parece que nunca ha entrado el hombre, donde sólo penetran el tapir y el pizote-solo, y el quetzal aún está vestido como maya. Yo la visité en Los ovnis de oro.

Por los préstamos de 1911, los políticos de Nicaragua cedieron sus aduanas y la dirección  del Banco Nacional, y Brown Brothers & Co. se reservó el derecho de adquirir el Banco Nacional; y por los de 1912 fueron comprometidos los ferrocarriles. Para pagar un empréstito se recurriría a otro, y así sucesivamente, pues si se entra no se puede salir. Los banqueros llegaron como barracudas y los marinos, también, y se quedaron 13 años restableciendo el orden. No bastó el control de las aduanas, de los bancos y de los ferrocarriles, pues en 3 millones de dólares, que también fueron directamente a manos de los banqueros, vendieron el Paraíso de Mahoma, que dijo Gages, donde hay chocoyos gritando en un palo, y cuando vuelan es como si el palo volara. Eso y más leí en el Canto Nacional.

Thomas Merton, su amigo y mentor de La Trapa, murió electrocutado en los suburbios de Bangkok. Las Coplas a la muerte de Merton están escritas con el humor de amigos entrañables. “Tu muerte más bien divertida Merton, tu muerte marca General Electric, y el cadáver a USA en un avión del Army, con el humor tan tuyo, te habrás reído, vos Merton, ya sin cadáver, muerto de risa yo también”. Y ese día el poeta tecleó con alegría la palabra muerte, porque morir no es como el choque de un auto, o como un cortocircuito. Nos hemos ido muriendo toda la vida, y la muerte no es el reino del Olvido, pero cuando no hay más futuro sino sólo un presente fijo, todo lo vivido revive y en un flash se revela la realidad entera y la muerte es una puerta abierta al universo y a nosotros mismos…

Leyó que en un saqueo de la Policía Militar en la Prelatura de Sâo Félix, se llevaron, entre otras cosas, la traducción portuguesa de Salmos y que a todos los detenidos han dado electrodos por Salmos que muchos no habían leído. Ha sufrido por ellos, y por tantos otros, hermanos y hermanas con la picana en los senos, con la picana en el pene. Esos Salmos también fueron prohibidos en Nicaragua, y Somoza dijo en un discurso que erradicaría el oscurantismo de Solentiname. Ha visto una foto de monseñor Casaldáliga a orillas del Araguaia el día de su consagración, con su mitra -un sombrero de palma- y su báculo, un remo del Amazonia. Y ha sabido que espera una sentencia del Tribunal Militar, y en su Epístola lo imagina sonriente a la hora en que el sol se hunde tras lejanos latifundios.

Ha gozado las Conferencias de Coronel Urtecho a la Iniciativa Privada -sus Homilías, las llamó-, que escribió en la casita del lago, y tardó tanto escribiéndolas que pensaba -le dijo allí una vez- que tal vez cuando las terminara no habría iniciativa privada. Todavía hay. Fue un esfuerzo heroico para que le entendieran los gerentes de empresas en el lenguaje de todos los días, que es también el de la poesía. Y supone que fue un esfuerzo inútil, porque no se salvan, salvo las excepciones que ambos conocen. Sus Conferencias serán más apreciadas sin Iniciativa Privada. Los dos tipos de gente que dominan en Nicaragua están relacionados con un tipo especial de gastronomía: los bebedores de sangre y los comedores de mierda… y la tierna hierba agrieta el concreto. Eso es parte de la Epístola a Coronel.

La Loma, allá arriba, en lo que quedaba de aquel volcán. En las ruinas del volcán, que hizo huir a los antepasados, el palacio dominando todo Managua, con ametralladoras, tanques, cañones, trincheras, como la erupción prehistórica aterrorizando al pueblo; toda la noche encendidas las luces de Tiscapa, y los reflectores reflejados en la laguna volcánica. Aullido de fieras en la madrugada; gritos pidiendo piedad, no, no hay piedad; nuevamente al agua. —Tragátela, le dijo el coronel Somoza Debayle. ¿No es tu propia sangre? No te hará daño. Empezó a declarar mentiras, la voz entrecortada, mientras entre tortura y tortura él veía una película… La furia del terremoto y la ferocidad de la dictadura, vis a vis en Oráculo sobre Managua.

Nuestra vida pasa a la velocidad de la luz, que no se atrasa ni vuelve para atrás. Nunca hacia atrás. Astrofísica triste del amante solitario en la noche. Tú y yo en la constelación de Casiopea. Los metales de nuestro cuerpo -suaves cuerpos con metales- son de estrellas que no vemos, que ya no existen siquiera, que colapsaron hacia el olvido en hoyos negros. Nuestros suaves cuerpos con metales nacidos de hoyos negros y del olvido. Tú que fuiste joven y bella, inspiraste epigramas una vez y, como mi vejez, estás vieja. Mira las estrellas: entre ellas también las hay ya viejas. Otras que murieron o vivieron pocos cienes de millones de años. Las galaxias alejándose de nosotros y todas alejándose de todas, sin un centro del que se alejen las galaxias… leo mientras reviso Versos del Pluriverso.

Cuando aquel mediodía del 2 de junio, Somoza García pasó como rayo por la Avenida Roosevelt, sonando todas las bocinas para espantar el tráfico, en ese mismo instante, igual que su triunfal caravana, así triunfal Tú también entraste de pronto dentro de mí, y mi almita indefensa queriendo tapar sus vergüenzas. Fue casi violación, pero consentida, no podía ser de otro modo, y aquella invasión del placer hasta casi morir, y decir ya no más que me matás. El que amó más de todos sus compañeros, el que amó más en toda su generación, amando ahora un tal ser trascendente, como decir un tipo no existente…
simplemente mi alma está acostada boca arriba esperando que te eches sobre mí. En qué has venido a parar, Ernesto. Así lo testimonia Cardenal en El telescopio de la noche oscura.

En el principio fue una explosión, no desde un centro hacia fuera, sino simultánea, dondequiera, llenando todo el espacio y antes del espacio-tiempo era la Palabra. Las cosas existen en forma de palabra. Las personas son palabras. Y uno no es, si no es diálogo. Todo uno es dos, o no es. Toda persona es para otra persona. Por la ley que atrae a los astros y a los amantes uno es el yo de un tú, o no es nada. ¡Yo no soy sino tú o si no, no soy! Las personas son diálogo, si no sus palabras no tocarían nada, serían como ondas en el cosmos no captadas por ningún radio, como comunicaciones a planetas deshabitados, o como gritos en el vacío lunar, o llamar por teléfono a una casa deshabitada. La persona sola no existe. ¡De las estrellas somos y a ellas volveremos!, declara en Cántico Cósmico.

Ernesto Cardenal es puntual. Minutos antes de las diez de la mañana, Pedro, conductor y ayudante personal desde hace añales, estaciona el pequeño Toyota frente al Centro Nicaragüense de Escritores del que baja ese personaje, parecido a una estrella de rock: boina negra, melena y barba blancas, espejuelos enmarcados en aros metálicos, cotona blanca, bluyín y sandalias de caminante. Entra a la oficina, saluda, pregunta a Klaudhia si tiene algo para él. Los 87 años apenas lo han encorvado. La callosidad sentida en el apretón de manos evidencia al escultor de estilizadas figuras.

– ¿Hace rato llegaste?
– No, hace pocos minutos.
– Entonces comencemos a trabajar.

Esa era la primera de las ocho veces que nos reunimos, para que autorizara u objetara mis correcciones a los libros y poemas de su colosal antología. La primera sesión de trabajo la iniciamos con Epigramas y Gethsemani Ky.

—Poetá, voy a presentarle las correcciones que hice a sus poemas; además tengo sugerencias y consultas que hacerle. De usted dependerán los cambios.
—Me parece bien, adelante pues.

En la pantalla del monitor están expuestas, página por página, cada una de mis correcciones del texto que revisé. Klaudhia o Luz Marina en la computadora, él sentado detrás, yo, a su izquierda. Cardenal me había dado libros de diversas editoriales, para que los usara de referencia. Así, de manera simultánea, revisé la versión electrónica y física de poemas por él seleccionados. Los libros tenían errores. Editoriales prestigiadas han copiado mal sus versos, quizá más por ignorancia que por displicencia, y así los han publicado, incluso mal compaginados, como ocurrió con una edición del Cántico Cósmico.

El poeta analiza cada corrección mía para asegurarse que no altere el sentido del verso ni el contenido de la estrofa. Por eso debo sustentar cada uno de los cambios. Pero no es tan sencillo como parece, sobre todo porque el viejo tiene una memoria de elefante lúcido.

—Esta palabra la corregí porque estaba mal escrita.
—Mal copiada.
—Sí, mal copiada, -respondí, al captar la diferencia entre ambas acciones.
—¿Cómo está en el libro?
—De tal manera.
—¿Y qué proponés?
—Escribirla de esta otra.
—¿Por qué?
—Por estas razones.
—Ah, entonces la debemos corregir.
—Esta otra palabra sí está mal escrita.
—¿Estás seguro?
—Sí, la investigué.
—Entonces, está bien, corrijámosla.
—En este verso usted escribió latir, lo dejo así o lo cambio por ladrar.
—Dejalo así… así habla el pueblo.
—¿Y esta otra?
—¿Qué tiene?
—Usted escribió: U oscuro
—No la quiero cambiar, la escribí de manera deliberada, no me gusta la u; antes se escribía anárquicamente.
—Mmm.

Siempre llego minutos antes a mis citas, para no hacer esperar a mi interlocutor. Él, siempre puntual. Rápidamente hay tres pares de ojos sobre la pantalla. Y de manera similar a la vez anterior, voy argumentando mis intervenciones y respondiendo sus por qué. Casi nonagenario, Cardenal es un hombre lúcido, con una memoria extraordinaria. Al revisar uno de sus poemas me pregunta:

—¿Corregiste el verso del poema que señalé en el libro que te di?
—Sí, lo corregí.
—Mostrámelo en el libro.
—Aquí está.
—Ahora veámoslo en la pantalla.
—Aquí está, corregido.
— (Sonríe).

No siempre acepta lo que propongo.

—Le sugiero que esta palabra la escriba con mayúscula.
—¿Y cómo la tenía yo?
—Con minúscula.
—Entonces dejala así.

En una de esas sesiones me enteré que estaba escribiendo un poema de largo aliento, en homenaje a Alejandro Humboldt.

—¿Y qué tan extenso será, poetá?
—Pueden ser diez o quince páginas.
—¿Y ya tiene título?
—Sí, Humboldt.
—Si está de acuerdo también se lo puedo revisar.
—Me parece bien.

Y continuamos trabajando.

—¿Le agrego comillas o cursivas a este verso?
—¿A cuál?
—Verde que te quiero verde.
—¿Por qué?
—Porque es de García Lorca.
—No es necesario, porque ya lo incorporé a mi poesía. Ahora es mío.
—Ah, ¿y esta estrofa la escribo en cursivas?
—¿Cuál?
—La del tango.
—¿Por qué?
—Porque es parte de la letra de Mi Buenos Aires querido.
—No, dejala así, ocurre igual que con los versos de Lorca.
—Bueno.
—¿Y vos sabés de tangos?
—Algo.
—Ah.

Examinando el poema Viaje a Nueva York, le dije que no entendía uno de sus versos.

—¿Cuál?
—Ese que dice: Un librero de viejo en el Village enamorado de mi camisa, mi cotona campesina nicaragüense.
—¿Y qué no entendés?
—Un librero de viejo.
—Así llaman en inglés a quien vende libros viejos.
—Pero esa traducción no se adecúa a lo que quiere decir.
—Umm, es cierto. Entonces hay que volver a escribir ese verso, ¿cuál será la mejor manera?
—Quizá: Un vendedor de libros viejos en el Village, enamorado de mi camisa, mi cotona campesina nicaragüense.
—Sí, me gusta, que quede así. Gracias por tu apreciación, es la primera vez que me lo dicen.
— (No dije nada, sólo estaba orgulloso de darle mi aporte a uno de los mejores poetas del mundo).

Cuando terminamos la octava sesión de trabajo, me dijo Luz Marina:

—Pocas veces ha aceptado tantos cambios.

Al mediodía del 28 de agosto de 2012 concluí la revisión de su monumental antología poética, la que será presentada en tres tomos, e integrada por 16 libros, 354 poemas y miles de versos engarzados por 272.532 palabras. Con su voz grave, tan característica en él, como la boina negra que cubre sus cardúmenes de versos y su blanca cabellera,

agradeció mi trabajo, y nos despedimos con un apretón de manos. Semanas después, me envió su extenso y hermoso homenaje a Humboldt.

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Diriamba, Nicaragua, 1954.
Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y otros cuentos y 200 años en veremos. Editó la Revista Literaria El Hilo Azul y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, y ensayistas, incluidas la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal. Cuentos, ensayos y artículos suyos han sido publicados en diarios nicaragüenses y de otros países y en la Antología del Cuento Nicaragüense de Fernando Silva, Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Editorial Alfaguara, Revista Cultural El Golem, México, L ́Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia), Editorial Nuevo Ser (Argentina) y Memoria del Encuentro Internacional Rubén Darío en el centenario de su muerte.