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Mántica: continuador de Berendt y Valle

1 junio, 2020

Jorge Eduardo Arellano

Parodiando la célebre frase de Luis Cardoza y Aragón sobre los grandes muralistas de Mexico, es posible sostener que los tres fundadores del estudio de la lengua nicaragüense son dos: Carlos Mántica. No solo porque su aparición en nuestras lides lingüísticas marcó un punto de partida moderno ––vivo y novedoso––, sino porque fue el primero en asimilar los aportes de sus dos principales predecesores, de hecho olvidados: Carl Herman Berendt (1817:1878) y Alfonso Valle (1870-1961).


Carlos Mántica, miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua

Parodiando la célebre frase de Luis Cardoza y Aragón sobre los grandes muralistas de Mexico, es posible sostener que los tres fundadores del estudio de la lengua nicaragüense son dos: Carlos Mántica. No solo porque su aparición en nuestras lides lingüísticas marcó un punto de partida moderno ––vivo y novedoso––, sino porque fue el primero en asimilar los aportes de sus dos principales predecesores, de hecho olvidados: Carl Herman Berendt (1817:1878) y Alfonso Valle (1870-1961). En efecto, Mántica fue el primero que profundizó en el Españáhuat que todavía hablamos, en general, sin darnos cuenta.

Por eso quiero destacar el cuarto lanzamiento de su obra sustantiva, la correspondiente a los años 90, pues las anteriores datan de 1973 (la de Educa), 1984 (dentro de la Revista del Pensamiento Centroamericano) y 1989 (la de Libro Libre). La de 1994 ––impresa con pulcritud por Hispamer en Colombia–– viene de nuevo, enriquecida con un trabajo ilustrativo “Sobre el náhuatl oculto”, a recordar que el análisis científico no esta reñido con el disfrute lexicográfico. Que, como en el caso de El Espanol de Nicaragua (1992) ––una suma múltiple y académica, derivada de sus hallazgos–– puede uno aprender divirtiéndose, como lo anotó Franco Cerutti.

Precisamente, este amigo y estudioso de nuestra cultura escribió en 1974, reseñando El habla nicaragüense de Carlos Mántica: “No creo que en los últimos quince o viente años haya salido un libro cientifico nicaragüense, por autor y temática, tan importante y merecedor de alabanza que este”. Y no se equivocaba. Desde 1948, año de publicación del diccionario mayor de Alfonso Valle, no se había podido probar ––hasta que lo hizo Mántica–– la convicción del lexicógrafo leones, máximo fundador de la investigacion de nuestra habla: “Podemos los nicaragtienses envanecernos de poseer el más rico, quizá, y el más pintoresco lenguaje criollo de cuantos se hablan en las tierras que otro tiempo fueron la Madre Patria”.

Después vendrían otros a fundamentar, con sus esfuerzos individuales, esa realidad que en 1990 confirmó la cátedra de Lingüística Aplicada de la Universidad de Augsburgo. Me refiero a Pablo Antonio Cuadra y Fernando Silva, Enrique Peña Hernández y Julio Ycaza Tigerino, Carlos Alemán Ocampo y Róger Matus Lazo, por citar seis nombres imprescindibles en tales desveladas tareas.

En esta dirección apunta, asimismo, el trabajo del lingüista checo Lubomir Bartos, teórico de la heterogeneidad del español de América, cuya obra sobre el presente y el porvenir del mismo es seminal y totalizadora. Pues bien, Bartos realizó un profundo estudio del habla nicaragüense actual: “Apuntes lexico-semánticos del español nicaragüense” (1985), aprovechando como fuente básica a Mántica.

A este, hay que subrayarlo, no es posible reducir a nahuatlista, dado su afán redescubridor del integral sustrato de nuestro español, inscrito en la tradición iniciada por Berendt y su diccionario Palabras y Modismos de la Lengua Castellana, según se habla en Nicaragua (1874), y proseguida por Valle en diferentes publicaciones. Estas fueron valoradas sucintamente por Pablo Antonio Cuadra, al referir que llegó a recuperar “no solo las raíces de nuestra habla, sino vetas soterradas de nuestra historia y tradiciones atadas a los nombres geográficos. Valle también ––agrega–– nos abría camino, a través de las palabras para rescatar al indio”. Y este rescate, pleno y definitivo, es el logrado por Mántica tanto en la obra que hoy comentamos, como en su interpretación orgánica de El Güegüense, proto-texto de nuestra literatura y espejo de la identidad nacional.

Sin embargo, no debe olvidarse que todo este proceso se integró a un ejemplar mestizaje lingüístico, el cual Mántica remarcó con acierto deslumbrante. Porque, como afirmaba Darío en 1891 (y aún su idea sigue esencialmente válida): “Tenemos el ímpetu de nuestros abuelos indios, su fuego y su potencia terrígena; y de nuestros padres españoles todos los fanatismos y pasiones”.

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Historiador de Arte, de las letras y la cultura nicaragüense y autor de casi un centenar de libros, nació en Granada en 1946. Doctor en Filología Hispánica (Universidad Complutense, Madrid), Documentalista y especializado en Lexicografía Hispanoamericana (Universidad de Augsburgo, Alemania). Fue embajador de Nicaragua en Chile (marzo, 1997 - febrero, 1999). Desde enero de 2002, es el Director de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Dirige asimismo la revista Lengua y el Boletín Nicaragüense de Bibliografia y Documentacion (Biblioteca, Banco Central de Nicaragua). Ha obtenido doce premios, entre ellos el "Nacional Rubén Darío" (1976 y 1996), el de la mejor tesis para graduados hispanoamericanos en España (1986) y el convocado por la Organización de Estados Americanos (OEA, 1988), con motivo del centenario de "AZUL" de Rubén Darío. Su poemario La camisa férrea de mil puntas cruentas mereció en 2003 el Premio Nacional Rubén Darío.