cmejiagodoy-2

Carta a Chale Mántica

1 junio, 2020

Carlos Mejía Godoy

Dijo una vez el poeta peruano: «Quiero escribir pero me sale espuma». Ayer intenté en diversos momentos del día sentarme a escribirte. Pero estaba devastado. Como vos dirías en buen nicaragüense: Tenía encocado el corazón como la manila de un barrilete.


Chale Mántica

Querido hermano Chale:

Dijo una vez el poeta peruano: «Quiero escribir pero me sale espuma». Ayer intenté en diversos momentos del día sentarme a escribirte. Pero estaba devastado. Como vos dirías en buen nicaragüense: Tenía encocado el corazón como
la manila de un barrilete.

Y curiosamente, cada vez que emborronaba una cuartilla, me parecía verte «con cara de circunstancia», en palabras de tu hermano el compositor Tino López Guerra, para decirme con toda esa sinceridad que emanaba de tu temparamento:
Ah, no jodido! A mi no me vengás con esos ojos chagüitosos. Anda a llorar a la chingada grande.

Pues ahora si Chale. Creo que Xochitl y yo ya lloramos lo suficiente para lavarnos el alma. Y aqui me tenés, dispuesto a escribirte, con la sonrisa que te gustaba; coronada por «eso» que un dia fue camanance. Y hoy es la arruga que nace en la «pategallo» del ojo y viene a morir en la inevitable papada de la cuarta edad.

Y a lo mejor esto va a ser como tu relato de la Señora de Las Sierritas que, hablando del famoso «Coloquio» a Santo Domingo, habló y habló màs de dos horas y al fin no dijo nada. Pero asi es esta carambada. Como los célebres
Batiburrillos del Profesor Carlos A. Bravo, quien estaba hablando de las esculturas formadas por la lava del Volcán Maderas en Ometepe y se iba al Cerro Picudo de Somoto, para posteriormente brincar a los rápidos del Wangki, donde los miskitos manejan sus pipantes con la misma destreza de los primitivos polinesios, danzando en las crestas de las enormes olas del Pacifico Sur.

Ahora te estoy viendo -como en el flashback de las películas- en la Casa Màntica de antes del terremoto, moviéndote en aquel mar de muebles y electrodomésticos con la naturalidad de un empleado màs. Y el somoteño te pregunta si vos trabajás en la empresa o, como yo, sos un cliente de esos que andan del timbo al tambo, indagando precios para nada porque no tenès donde caer muerto. Pero me atendès con el mismo interès y tolerancia, posiblemente seguro de que «ese piche» lleva tatuado en la frente el rótulo de palmado.

Y cuando te alejas a averiguar un dato sobre la refrigeradora que jamás voy a comprar, se acerca un tipo de camisa blanca y corbata y me pregunta: Qué se hizo Chalito? Y yo, más perdido que un perro en procesión, le contesto que no sé quien es el tal Chalito. Y lo unico que atino a decirle es que mejor le pregunte al chavalo que me está atendiendo. Y el de la corbata se ríe y en tono de burla me comenta: O sea que vos no sabes que ese chavalo es el hijo del dueño? Y yo imgenuamente le respondo: Ah si? Pues yo no le veo cara de ser hijo del dueño.

Y la verdad Chale es que, cincuenta años despues de esa anecdota, sinceramente te digo: jamás te vi la cara de ser uno de los empresarios màs acaudalados de Nicaragua. Ni tenías el talante de ser el prestigiado academico de la lengua, con mas de quince libros publicados. Al contrario: tu extrema sencillez y desparpajo -como diria Ruben Dario- era «agua hirviente» para los miserables militantes de la arrogancia: esa lepra moral que sin distingos de raza, religión e ideologia, es tan devastadora como la Pandemia que hoy arrasa a toda la bolita del mundo.

Y esa fue, entre tus virtudes, la màs hermosa faceta de ese prisma maravilloso que fue tu vida. Una llaneza que, unida a tu acervo y sabiduría, se convirtió en uno de los referentes de este pueblerino metido- por circunstancias de la vida- en trovador andariego. Y que, siendo diez años menor, hoy abre su corazón de barro para seguir aprendiendo de un magisterio que -lejos de interrumpirse con tu partida- se afianza más que nunca para ser coherente con tu herencia,
profundamente enraizada en el mas fecundo AMOR A NICARAGUA.

Hermano del Alma. Te lo juro. Nunca te defraudaré.
Carlos Mejía Godoy


Comparte en:

Augusto Monterroso visto por Claribel Alegría

Por Claribel Alegría | 1 febrero, 2023

Carátula, viento a favor en nuevo año

Por Revista Carátula | 1 febrero, 2023

Rafael Cadenas, Premio Cervantes: un dossier

Por Ricardo Ramírez Requena | 1 febrero, 2023

Rafael Cadenas dialoga con Roberto Carlos Pérez

Por Revista Carátula | 1 febrero, 2023

Rafael Cadenas: un recuerdo Rilkeano

Por Rafael Castillo Zapata | 1 febrero, 2023

Vanitas (fragmento)

Por Adriano Corrales Arias | 1 febrero, 2023

Rafael Cadenas: música entregada en el desastre

Por Néstor Mendoza | 1 febrero, 2023

Escrito en Tuxtla (Fragmentos)

Por Óscar Oliva | 1 febrero, 2023

Galería fotográfica Rafael Cadenas

Por Vasco Szinetar | 1 febrero, 2023

La Visitante, de Alberto Chimal (reseña)

Por Claudia Cavallin | 1 febrero, 2023

Augusto Monterroso: el estigma de la brevedad

Por Daniel Centeno Maldonado | 1 febrero, 2023

Pablo Antonio Cuadra sobre Ernesto Cardenal

Por Pablo Antonio Cuadra | 1 febrero, 2023

Cinco poemas de Damián Andreñuk

Por Damián Jerónimo Andreñuk | 1 febrero, 2023

Dos poemas de Michelle Najlis

Por Michelle Najlis | 1 febrero, 2023

Mi encuentro con Ana Ilce Gómez

Por Nadine Lacayo Renner | 1 febrero, 2023

Ernesto

Por Ángel Evaristo Gallo | 1 febrero, 2023

Tarde con el Capitán Moore

Por Gabi Martínez | 1 febrero, 2023

La otra colmena de Camilo José Cela

Por Montague Kobbé | 1 febrero, 2023

Poemas de William Carlos Williams

Por William Carlos Williams | 1 febrero, 2023

Las mutaciones de Jorge Comensal: una petroficción

Por Emily Vázquez Enríquez | 1 febrero, 2023