El año de la ira, de Carlos Cortés
11 noviembre, 2020
Macarena Barahona Riera
Sin perdón ni olvido -Esta novela sobre la última dictadura costarricense (1917-191) contiene una explosión de ira contra la mentira y de la mano de la historia del país centroamericano construye un ejercicio de dignificación de la libertad humana y la capacidad para transformar nuestra realidad.
El año de la ira, publicado en enero del año 2020, en un año de miedo y expectativa, de una ruleta rusa dando vueltas frenética a las fichas de la salud contra el virus, o la salud contra el capital, da vueltas. Cuando se detiene, alguien muere.
Así el presente, casi un siglo completo dio la vuelta la Tierra y aquí seguimos llenos de esperanza e incertidumbres.
¿Para qué sirve la historia?, más bien me pregunto desde otro lado, ¿para qué sirve saber de nuestra historia? Si acaso al costarricense común le interesa algo, en su indiferencia, en la apatía y clásico conformismo, la curiosidad para saber y comprender hechos pasados escapa a su egoísmo.
Siempre es más fácil y divertido inventar leyendas que urbanamente se amplifican de rumores y sádicos chistes e interpretaciones vetustas sobre tal o cual personaje, que lejos de conformar los hechos se vanaglorian aún más, en el misterio y las mentiras que logran ocultar la verdad, siempre en movimiento, de los hechos.
Lo que se vivió hace un siglo ronda en las leyendas pero sobre todo en la vergüenza de que la élite política torció el juego que tenían de democracia electoral entre unos pocos varones, torció, torció, y así un candidato como el abogado Alfredo González Flores salió electo entre acuerdos y traiciones. Después no gusto su política tributaria, sintieron amenaza a sus privilegios y apoyaron de nuevo, como en el siglo XIX, un golpe de Estado de militares. Vuelve la ruleta a dar la vuelta, y las apuestas se volcaron para el traidor ministro de Defensa, José Joaquín Tinoco Granados.
Pero un siglo después la ruleta sigue con los personajes históricos viviendo nuevamente el juego y el crupier inicia, y le toca apostar al ojo inteligente y apasionado de Carlos Cortés, que apuesta todo a la palabra, a la escritura, amparado en su chequera infinita de maestría creativa, y nos abre la puerta del siglo anterior oloroso a lucha de clases, violetas rancias y lirios para los muertos.
Con la elegancia que lleva el oficio cuando se disfruta, se tiene experiencia, y las motivaciones que conducen a darle vuelta a la ruleta, parecen apoyadas por una barra de amigos espiritistas que desean se fragmente el tiempo para abrir corazones en las leyendas y apropiarse, las víctimas, de decencia y dignidades. Así, escribiendo sobre el olvido, contra la mentira, contra la vergüenza.
Surge la literatura, El año de la ira, provocando el miedo que da la historia y las verdades, aunque relativas, las víctimas y los daños fueron reales y los muertos y la violencia vuelven a resurgir para que con la palabra, se puedan exorcizar nuestras vergüenzas, de una sociedad amedrentada y silenciada.
El año de la ira nos devuelve lo que en un siglo no se ha querido ver, sentir, conocer, palpar, conocer el rostro del dolor de los deudos, las víctimas y sus victimarios, y todos y todas los que fueron cómplices, apostadores, los que se quedaron en la mesa de espaldas a la oportunidad moral, a la puerta de la ética y la dignidad.
Esta novela, El año de la ira, es también una explosión de ira contra la mentira, y de la mano de la historia costarricense, construye este ejercicio de dignificación hacia la libertad humana que tenemos, en nuestra capacidad para transformar nuestra realidad.
El autor despliega una búsqueda donde logra liberar la historia de la conciencia de la mentira, de lo abyecto, inescrupuloso y, tocado de su conciencia, como Job, se cree libre, con integridad, con dignidad irreductible:
……Hasta cuándo, oh Yahvé, te esconderás para siempre?
¿Arderá tu ira como el fuego?
Acuérdate cuán corto sea mi tiempo.
Porque habrás criado en vano a todos los hijos del hombre?
…Señor dónde están tus misericordias?
Es el reclamo del hombre a un dios de la verdad, ante una ira desatada, ante la violencia de la destrucción, porque hay conciencia; Job lo enfrenta. La moral cuestiona, porque habita antes del conocimiento.
Es así como comprendo el oficio del autor, así hace la novela. El camino de la búsqueda de la verdad. Así ejercita la historia, envilecida de los encubrimientos de la violencia física, patrimonial. La decadencia y ruina moral, que vive en los roperos de nuestros abuelos y padres, es el camino de la pertenencia, de sentirse irreductible en la libertad y a lo que ella te obsequia: las búsquedas de respuestas.
En la microfísica de lo fractal, lo denominado efecto mariposa, pero antes de ella, el azar, nos permitió la evolución y el albedrío de nuestra conciencia o de la naturaleza, ella va, libre, dando vuelta a la ruleta, imprevisible, mágica y ritual.
En la soledad del escritor, entre la duda y la verdad, así va Carlos, libre, sin tropiezos, y su aura de luces claras y diáfanas, como las que buscaban los teósofos y espiritistas, para atrapar los silencios de ellos mismos, hace librar la memoria del olvido, una lucha, unas luces que iluminan las enmohecidas estancias del perdón y el olvido.
Tenemos en El año de la ira lo más contundente del espacio de nuestra geografía humana de hace un siglo.
Retrato de época
- Somos la república bananera con sus dictadores, el dueño del imperio, Minor Keith, y José Joaquín Tinoco, el militar golpista, ambicioso y cruel.
- Dependemos completamente del imperio de Estados Unidos, bajo su doctrina Monroe, se acatan sus exigencias.
- La oligarquía criolla, ambiciosa e hipócrita.
- La Iglesia católica es cómplice de los vejámenes, torturas y muertes. Encubre, y olvida a sus propios mártires como Salomón Valenciano y Ramón Junoy.
- La honrosa resistencia civil, de la oposición y de las fracturas de la élite oligarca, como la insurrección de Rogelio Fernández Güell, su persecución y asesinato, así como la tortura, cárcel y muerte de los implicados, de Nicolás Gutiérrez, Carlos Sancho Jiménez, Jeremías Garbanzo, Marcelino García Flamenco, Ricardo Rivera, Selim Arias. Los exilios y los refugiados en Panamá y Nicaragua, donde se organiza la lucha de insurgencia.
Aquí, en este punto de las fuerzas que mueven la ruleta, la resistencia del movimiento social tiende a ser minimizada, u olvidada. Yo le doy más espacio en este vórtice final del movimiento, de este continuo de hechos en el filo del corte de las aguas. En este retrato de época. Antes y después, o el olvido.
Teoría fractal y de las mariposas
Tenemos en esta novela un narrador, un autor, un niño, un periodista que se ensucia las manos, bajo el hálito de Sartre, guiado por “la sombra que escribe sobre su hombro”. En un duelo de conciencia donde el interés detectivesco de asociar, dentro del método deductivo a lo Sherlock Holmes, va conduciéndolo por la ruta que no percibe, pues este afán se mueve en la curiosidad del instinto. Pero lo que haya y conecta, hurgando, son las estructuras más profundas de las conexiones de los personajes, sus ambiciones, sus miserias y el misterio, que finalmente es nuestro aliado porque él nos devuelve a la soledad opaca, que lleva eso que llamamos pueblo, que son los otros los que ponen el cuerpo y el futuro. Y recuerdo la frase histórica de Miguel de Unamuno:
“un pueblo es lo que quiere ser”.
Y: “A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse”.
Esta novela nos devuelve la ira de los ofendidos, de las víctimas, nos devuelve un espejo de ignorancia y de mentiras, lo ignominioso de la historia oficial, con su perdón y olvido, por más de un siglo. Es el año de la pandemia, pero la ira de los ofendidos debe alcanzar para que el ejercicio de la literatura vuelque la justicia para las víctimas.
Y ya en esta apuesta final de la ruleta, el crupier abandona a la mariposa, a su efecto liberador de conciencia, y necesita de la plural conciencia de los otros, como Job, buscando el consejo de las palabras para no dudar de Yahvé y finalmente comprender.
Moravia, setiembre, 2020.