Malditas, maldichas, maldecidas.

1 diciembre, 2013

Como el amoroso cultivador del lenguaje que es Jorge Eliécer Rothschuh Villanueva, testimonia, en este texto sonsacado del libro Celebraciones del escriba, una vigorosa sustentación del uso de las palabras, séanse cuales sean, aunque existan algunos empecinados en clasificarlas de Malditas, maldichas o maldecidas. Rotchschuh infla el pecho, orgulloso para mostrarlas, para sacarlas de los rincones, en donde a veces habitan ocultas por moralismos trasnochados, con el apasionado propósito de hacerlas decir.


«Cultura es lo que queda cuando has olvidado
todo lo que definitivamente quisiste aprender».

Jacques Barzun


De afuera hacia adentro las palabras llegan a soplarme al oído travesuras, resignaciones o malentendidos. La resonancia perturba amplificadores acústicos para iniciar una expansión expresiva, muchas ondas transgresivas. Las señales me cercan, se acercan con el único propósito de comunicarme la naturaleza inmediata -¿y si el paisaje distante borra al sujeto?-, el vacío o el silencio retornará respuestas creando un nuevo orden, otra clasificación, desinencias atrapadas por el eco, imantadas o desplazadas hacia tabernáculos apócrifos que no oyen ni escuchan a los sabios sordos del universo. Esas palabras que enojan al oyente por groseras, satisfacen al hablante por su magnificencia verbal. – Te vas a ir al infierno. Me dicen. Y este ofrecimiento gratuito fue el leitmotiv lingüístico. Espero que una vez seleccionadas –“ovum, culus y virga”– no aturdan a aquellos cristianos cercanos a las puertas del purgatorio, sino que gocen de su linealidad contaminada por la aproximación secuencial, subsistida con lógica ternura euclidiana.

Cualquier palabra se vuelve agresiva si la provocas. Ninguna duerme, todas viven despiertas. Ante ellas, biológicamente te quedan dos caminos: “las enfrentas o huyes”. Tú sistema nervioso responderá a gran velocidad no importando cual decisión hayas tomado, en tanto la reacción hormonal será menos rápida pero fiel a tu pulsión inicial. Las palabras tienen un “punto de balance” a través del cual puedes hacer que avancen o se detengan. Siempre estarán dispuestas a tu voluntad. Si no las deseas, las empujas hacia una zona de escape; o bien, las sacrificas en nombre tuyo o de los dioses.

Las palabras siempre han existido junto a nosotros para entregarnos placer o desencanto, clasificadas algunas como malditas, maldichas, maldecidas -gruesas o groseras- por el uso bullicioso en su expresividad. Son invocaciones que huyen de inmaculadas academias y enclaustradas abadías, para que nuestra cotidianidad evolutiva de cielo abierto pueda seguir comunicándonos; ellas representan “partículas segregadas” por el inventario inquisitorial de la cultura del silencio, maquilladas o camufladas por su función impulsiva de la realidad social que exteriorizan.

El desarrollo histórico de las palabras es atroz. ¿Nos acostumbraron a escondernos en ellas para eximir nuestros abusos? La belleza de las palabras seduce, pero nuestra servicia adulatoria -aún la más sobria-  congestiona: “Las lenguas de estos pueblos suenan diversas”, dice Marcial al César, “pero no hay más que una, cuando proclaman que eres el verdadero padre de la patria.” Estrategia. “José Saramago en sus palabras” aconseja: – “El día que nos neguemos a seguir encubriendo determinadas situaciones con las palabras que pretendidamente las definen, pero que sólo sirven para ocultarlas, empezaremos a ver claro”. El estilo sopla la flama de la perspectiva con propuestas mágicas, para desdibujar paisajes trágicos o farsas intermedias, conteniendo gestos, amagos e insinuaciones que el oído amplificará en su laberinto depredador. Espejismo. El lamentable eco es la respuesta perfecta de la presa. Cuando el poeta Carlos Martínez Rivas desespera sus sensores, frente a la luna bruñe su expediente: ¾“Y aunque es cierto que, hábil o torpe, siempre el hombre/ habla para ocultarse; esto, ni lo sabías/ entonces, ni lo sabes”. Catarsis. Existencialismo vivificador a base de circunstancias arrepentidas. Inocuidad expresionista.

Cualquier palabra pesa bastante. La más humilde, virtual, simple o sencilla es geométricamente visible, lacerante, explosiva. Sócrates no escribió una sola palabra, pero tuvo a Platón; tampoco Cristo escribió palabra alguna, para eso estaban los cuatro evangelistas; los discípulos concretaron el enunciado con caracteres permanentes, soportando pensamiento y fe sobre las huellas de sus maestros.  -“La palabra no puede atribuirse al hablante únicamente. El autor tiene sus derechos alienables con respecto a la palabra, pero los mismos derechos tiene el oyente, y también los tienen aquellos cuyas voces suenan en la palabra…” eso dice Mijaíl Bajtín.

Todas las palabras nos conducen de la mano mostrándonos, ubicándonos, clasificándonos el universo; sin ellas el espíritu cavernario seguiría confundiéndonos en nuestras propias sombras. “El poder de las palabras -expresa Emiliano Marilungo, en Torsiones de la verdad– tantas veces exaltado (pienso en la Biblia, en Sócrates, en el psicoanálisis, en la poesía por supuesto), también ha sido muchas veces minimizado en cuanto a su peso real”.

Cuando Jorge Luis Borges hace suyo el universo literario, lo recorre sin importar quién va primero, reconoce que su habilidosa memoria rescatará dentro de su mundo, ese tiempo estructurándolo con celosa paternidad, de lo contrario, el compadrito desguazará las desavenencias con el arma mortal que mejor conoce: la palabra. “Entre los Inmortales -Borges, uno de esos trogloditas, relata- cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo”. El maestro se acicalaba en laberínticos espejos de facciosas lunas.

II

“La lengua y la imaginación literarias son valores
individuales del escritor pero también valores
compartidos de la comunidad. No
en balde, lo primero que hace un régimen dictatorial
es expulsar, encarcelar o asesinar a sus escritores”.

Carlos Fuentes


Eso de inferir la moral pública por medio o miedo a las palabras, siempre ha sido pretexto para la represión irracional que nos llega desde las hordas primigenias de la humanidad, desde el desenganche de los dioses del centro del universo, desde el resquebraje de la cama incesta de los bienaventurados, hasta el terror impuesto por nuevos imperios armamentistas y sociedades mafiosas entrenadas para el exterminio. La persecución, tortura, hoguera y muerte son parte del drama global de los desamparados. Galileo sobrevivió numerosos embustes teologales mientras la tierra continuaba, y aún sigue girando alrededor del sol, el cual sale cada mañana para ver si ya somos libres: escenario que debe ser festejo para recordar la sabiduría del valiente copernicano. -“Los intelectuales franceses -anota Jacques Barzun, en Del amanecer a la decadencia– comprendieron de inmediato las ventajas de la libertad de expresión: recordaban a Galileo; sabían que Descartes, Gassendi, Saint-Simón, Bayle y otros pensadores originales se habían visto forzado a modificar u ocultar sus opiniones por temor a ser objeto de persecución por la Sorbona”. Cada escritor, cada referencia sigue siendo herida fresca contra el oscurantismo, fantasma que recorre los pueblos intoxicándolos con dosis y fórmulas distintas.

Muchos escritores soportaron (y siguen enfrentado) juicios, fundamentalismos, excomuniones, silencios, cárceles, campos de exterminio, arrestos, abjuraciones, destierros, crematorios, exilios, trabajos forzosos, prohibiciones ideológicas; Baudelaire, Pushkin, Flaubert, Guide, Brecht, Spinoza, Dostoievski, Wilde, Noica, Lawrence, Neruda, Vallejo, Joyce, Cuesta y muchos más padecieron (y siguen padeciendo) tales infortunios, ya que sus palabras lastimaban a los representantes del poder celestial beneficiarios en este paraíso: “sacerdotes, monjes, obispos, papas” y sus custodios. Los custodios fueron reyes divinizados y hoy, divinizados presidentes comandantes en jefe del ejército. Es por eso que miedo y poder conviven agarrados de la mano. Las dictaduras y democracias fraudulentas marcan con hierros candentes sobre papel o piel: igual soporte para un mismo estigma.

No sólo escritores, escribas, escribidores, escribones, escribientes y escribanos han sufrido, sino también aquellos que utilizaron el lenguaje oral para expresar sus creencias. En la época colonial el Santo Oficio de la Inquisición en la Nueva España, silenció (mató) tantas voces a través de sus terroríficos tribunales; hurgaba en ellos habladurías de los indiciados para eliminarlos y expropiar sus pertenencias: cuerpo, alma y otras posesiones del atormentado. Millares de Autos de fe reflejan el eco agonizantes de los condenados al suplicio. “Hechicerías, supersticiones, embustes, curanderías, suciedades, alcahueterías, agorerías, sortilegios, adivinaciones, maleficios, brujerías, pactos, tratos, blasfemias, reniegos, idolatrías, palabras y proposiciones heréticas…” son parte de la temática clasificada por Gonzalo Aguirre Beltrán en Medicina y Magia, para demostrarnos con claridad socio-antropológica “el proceso de aculturización en la estructura colonial”, resonancias aquí guardadas en el Archivo General de la Nación. Por eso, contraponer palabras a tanto desparpajo inhumano es poca cosa.

Las palabras “huevo, hoyo y verga” no forman parte de un drama apocalíptico o insípida comedia, son únicamente signos que hemos heredados cual romance innegable y necesario del idioma español, que llegó a estas tierras americanas en boca de ambiciosos descubridores y encarnizados colonizadores. -“Comenzaron a entender los indios que aquellos hombres (refiere Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la Destrucción de las Indias) no debían haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros huíanse a los montes por apartarse de gente tan dura y terrible conversación”

Mi actitud con los signos lingüísticos nunca ha sido únicamente para observarlos y recopilarlos. Los reúno para gozarlos e incorporarlos (retornarlos) al lenguaje cotidiano; los selecciono en lecturas afines y los presento en frase implícitas o textuales (relación-separación) para que leamos su responsabilidad o independencia en el discurso.

Las palabras encantan. Son hermosas si les devuelves representación, clasificación, sentido, textura. Y mucho más, si aceptas su verdadera intención. No te engañes ni te envuelvas en su seductora apariencia. -“Las experiencias -anota Ernst Jünger en El autor y la escritura– son mejores que las advertencias”. ¿Entonces, por qué negarlas? “Ovum, culus y virga” son palabras ancestrales que conforman la matriz de refranes populares, aforismos lujuriosos, sentencias emotivas y frases blindadas con capacidad de resistir usos, costumbres, cambios y desapariciones en nuestra lengua.

Evitemos la palabra condena, la palabra encubrir, la palabra callar. Para el fracaso o frustración personal ningún diccionario es tabla de salvación. En todos naufragan muchísimas voces borradas, incineradas, olvidadas, extinguidas. “Con censura -dice el sudafricano J. M. Coetzee- no hay literatura.” O lo que es peor, engendrar perversión ética hacia ciertas palabras impregnándolas, según Bertrand Russell, de “morbosa sensación de pecado e indecencia”, convirtiéndonos en cautivos de nuestra propia subjetividad, atrapados en un lenguaje provisto de imágenes y metáforas que purguen nuestras vidas. “La libertad de expresión –refiere Steven Pinker, en El mundo de las palabras– es una de las bases de la democracia, porque sin ella los ciudadanos no pueden compartir sus observaciones sobre la locura y la injusticia, ni poner en entredicho colectivamente a la autoridad que las mantenga”.

Hemos sobrevivido “rituales, rezos, velas y temores”, entonces, coexistamos con palabras que, según el religioso George Berkeley,  “combinadas de un modo u otro estas impresiones de los sentidos –sensaciones- dan indicio a un objeto al que le damos un nombre”. Espero que estos ejercicios obtengan entendimiento en su valoración real, pues las palabras son fijaciones biológicas, gestos, sentimientos, imágenes que debemos ejercer en el espacio y lugar convenientes; de lo contrario, irán indefectiblemente –de acuerdo a Emile Cioran– a parar al “cementerio cotidiano de las Palabras”.

México, Chiapas, 2013

* Texto tomado del libro Celebraciones del escriba.

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Juigalpa, Chontales, Nicaragua, 1950.
Escritor, comunicólogo y docente universitario. Máster en Ciencias de Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Doctorado en Derecho de la Universidad Centroamericana (UCA), Managua, Nicaragua. Merecedor de valiosos reconocimientos, entre las que se destacan: Ciudadano Notable de Chontales (2000) y Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, (2008).

Director del Observatorio de Medios de Comunicación-CINCO.

Es articulista en su propios Blogs, Prohibido para Conversos y Avatares Mediáticos y en el Semanario Confidencial.

Invitado permanente del programa televisivo Esta Noche. Conferencista de larga trayectoria y docente universitario.

Tiene más de una veintena de publicaciones, siendo las más recientes; "Puntos sobre las Íes" (2012), "Avatares Mediáticos" (2011) y "Los Medios, el ojo revelado" (2010).