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La dramaturgia en El Salvador. Un breve esbozo

1 octubre, 2011

Nombres de autores y escritoras, directores, actores y actrices. Títulos de obras. Premios alcanzados en el país, la región centroamericana y más allá. Escenarios abiertos y cerrados, espacios conquistados y perdidos, influencias usadas o negadas. Este esbozo trazado por el actor y dramaturgo Carlos Velis es casi como una vieja pintura de escenografía, donde se dibujan y desdibujan los puntos cruciales del desarrollo de la actividad teatral y dramática en El Salvador desde mediados del siglo XIX hasta tiempos más recientes.  ¿Cuáles son las esperanzas y rutas para el futuro?


LOS PRIMEROS AÑOS DE LA REPÚBLICA

El arte dramático en El Salvador, desde la fundación de la República, ha tenido una definida inclinación por lo social y lo histórico. Existen en la dramaturgia salvadoreña, obras épicas de gran aliento. En cada período se puede encontrar varios ejemplos. De los tempranos años de fundación de El Salvador como república independiente, se conservan dos textos dramáticos, ambos de carácter histórico: El primero, de autor anónimo, publicado en 1827, es un sainete titulado Las noches fúnebres de Coajuinicuilapa, que narra la derrota del ejército guatemalteco ante el salvadoreño, en la batalla de Milingo, pequeño poblado al norte de San Salvador, en una de tantas guerras de post-independencia, con el hecho verdaderamente relevante que el general Manuel José Arce, reputado prócer de la Independencia y fundador del ejército salvadoreño, aparece allí como un traidor y reducido a condición de sirviente de los guatemaltecos.

El otro texto es La tragedia de Morazán, una obra teatral de gran tamaño. El autor es el poeta Francisco Díaz. En un estilo ampuloso, nos cuenta la derrota del líder centroamericanista Francisco Morazán, sufrida en Costa Rica y su fusilamiento. Fue escrita en 1843, apenas un año después de los acontecimientos que narra.

Más adelante, a finales de siglo, encontramos a Francisco Gavidia, con sus dramas históricos Ursino (1887) y Júpiter (circa 1895), situados en el período de la Independencia. La obra Júpiter es uno de los principales textos dramáticos de El Salvador. Trata de los días turbulentos pre-independencistas y el sacrificio del doctor Santiago José Celis (llamado en la tragedia Gregorio Celis), uno de los muchos médicos que tomaron parte en la Independencia, después del fracaso de la insurrección muere ahorcado en la cárcel.

El autor, Francisco Gavidia, nace en San Miguel, posiblemente en Chapeltique, entre los años 1863 y 1865. Su partida de nacimiento no ha aparecido, pero autores que siguieron muy de cerca su trabajo y recopilaron datos biográficos de entrevistas con el maestro, han llegado a esa conclusión. Su padre, llamado también Francisco, fue un soldado de la Federación. Muere en San Salvador, en 1955.

Su producción teatral abarca: Ursino, dramas en cinco actos. Júpiter, tragedia en cuatro actos, ambas del siglo XIX; En el siglo XX escribe: Amor e interés, comedia lírica en dos actos, Lucía Lasso o los piratas, drama en tres actos, La princesa Cavek (fragmento), La princesa Citalá, poema dramático, Cuento de marinos, leyenda dramatizada, Héspero, La torre de marfil, drama en cuatro actos y Ramona.

INICIOS DEL SIGLO XX Y EL DRAMA SOCIAL

En este siglo, autores como José Llerena, J. Emilio Aragón, José María Peralta, los hermanos Castellanos Rivas, Roberto Suárez Fiallos, entre otros, escriben obras con contenido social, de temas fuertes como la corrupción política, la paternidad irresponsable, las elecciones, etc. Mención especial merece José Llerena, con Las dos águilas, drama épico en verso, sobre la lucha del general nicaragüense Augusto César Sandino en contra de la invasión norteamericana a aquel país.

Esos primeros períodos fueron influenciados por autores españoles y franceses, sobre todo Víctor Hugo, Echegaray, Benavente, entre otros. Estos autores eran traídos por las compañías itinerantes que nos visitaban a menudo. Estas mismas motivaron a nuestros dramaturgos a crear sus obras, ya que las producían y las incorporaban a su repertorio.

EL TEATRO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO

Posteriormente, a través de los teatristas extranjeros que vinieron a dirigir el Departamento de Teatro de la Dirección de Bellas Artes, entidad gubernamental de fomento de las artes (1950 – 68), Edmundo Barbero, español, Fernando Torre Lapham, mexicano, Franco Cerutti, italiano, entre otros, las letras salvadoreñas recibieron el influjo de las nuevas corrientes del pensamiento.

Fueron años de reinado del teatro del absurdo, el surrealismo, el existencialismo, incluso el realismo socialista. Autores como Samuel Beckett, Bückner, Paul Claudel, José Triana, Ionesco, Sartre, Camus, Wesker e incluso Brecht, entre otros, son el modelo de los nuevos escritores que se enfrentan a la escena desde el papel. Por su lado, los actores, desde una escuela antigua, tratan de buscar una identificación con la nueva carne planteada por personajes nacidos de los cuestionamientos del hombre moderno. La paternidad irresponsable cede el lugar a la interrogante sobre “el ser y la nada”, los principios de la justicia burguesa se cuestionan a través de dos cabezas de ejecutados, que dialogan antes de desligarse de este mundo. El verdadero significado de los sueños, el problema del bien y el mal, la frontera de la realidad y la fantasía, la lucha social y las bases morales que asisten a los oprimidos, son los nuevos asuntos a dilucidar en las tablas.

Surge, también, un nuevo compromiso para el oficio de escritor. La razón de ser del artista creador, del escritor, de allí en adelante, no será la misma. Así nace la “Generación Comprometida”, cuyo papel será el de revisar los contenidos estéticos y temáticos del arte y buscará sacudir la conciencia del espectador desde su base psicológica.

Este hecho colocó a los escritores salvadoreños a la vanguardia centroamericana de la dramaturgia. Los premios internacionales de los certámenes más importantes de la región, fueron acaparados por los autores nacionales. Veamos una lista de éstos:

Premios en dramaturgia desde el 57 al 69

Roberto Arturo Menéndez (1931 – 2006): Los desplazados, Juegos Florales de Quezaltenango; la ira del Cordero, 1er. Premio (compartido) Certamen Nacional de Cultura El Salvador 1959; Nuevamente Edipo, 2o. Premio República de el Salvador, Certamen Nacional de Cultura 1966.

Walter Béneke (1928 – 1980): El paraíso de los imprudentes, 1956; Funeral home, IV Certamen Nacional de Cultura.

Waldo Chávez Velasco (1932 – 2005): La ventana, 2o. Lugar en los Juegos Florales Agostinos de San Salvador, 1957.

Álvaro Menéndez Leal (1931 – 2000): Luz negra, Primer Premio Hispanoamericano de Teatro, 1965. El cielo no es para el reverendo, Primer Premio Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala 1968.

Ítalo López Vallecillos (1932 – 1986): Las manos vencidas, en los Juegos Florales de Quezaltenango; Burudy Sur. Mención Honorífica en el Certamen Nacional de Cultura de 1966.

José Napoleón Rodríguez: en colaboración con Tirso Canales (1930 -), Los ataúdes; en colaboración con Miguel Ángel Parada, Rambó, en los Juegos Florales de Quezaltenango de 1968; Anastasio rey, Primer Premio en el Certamen de Cultura de Guatemala capital 1969.

José Roberto Cea (1939 – ): Escenas cumbres, en los Juegos Florales de Quezaltenango 1967.

Roberto Armijo (1937 – 1997): Jugando a la gallina ciega, Juegos Florales de Quezaltenango 1969; El principe no debe morir, Tercer Lugar en el Certamen 15 de Septiembre, Guatemala 1967.

José David Calderón (1928 – ): Oropel, Juego Florales de Quezaltenango 1955 y Los extraviados, 2o. Premio; Quién juzgará a los jueces, 1er. Premio en el Certamen Literario José María Peralta Lagos; La puerta cerrada, 1er. Premio en el Certamen Permanente de Ciencias, Letras y Bellas Artes de Guatemala, 1968.

Hugo Lindo (1917 – 1985): Una pieza francamente celestial, Mención en el Certamen Nacional de Cultura de 1966.

José María Méndez (1916 – 2006): Este era un rey, 2o. Premio VIII Certamen Nacional de Cultura 1962.

Los dramaturgos, en su mayoría, tienen otras profesiones y escriben teatro como una extensión de sus intereses. Esto nos impide saber si, de alguna manera, los derechos de autor fueron importantes o si se cobraron. El único caso es el de Álvaro Ménen Desleal, quien llegó incluso a hacer ciertas extravagancias para reclamar el pago de sus derechos por Luz negra.

Entre estos autores, mencionaremos algunos, los que, a nuestro juicio, son los más representativos. En primer lugar, a Roberto Arturo Menéndez, con sus obras: La ira del Cordero y Nuevamente Edipo.

La primera está basada en la historia bíblica de Caín y Abel. En medio de un marco filosófico existencialista, nos pinta un cuadro familiar neurótico, una madre dominante, un padre absurdamente caprichoso hasta la crueldad, un Caín víctima del padre y el hermano que lo desprecian, hasta que lo orillan a cometer el fratricidio.

La segunda, Nuevamente Edipo, es una paráfrasis de Edipo Rey; en ella vuelve a tomar el tema familiar. Menos lograda que la primera, a nuestro juicio, con un exceso de texto y de conceptos, sustituye el movimiento escénico por el discurso.

José David Calderón, quien se desarrollara en la radio, mantuvo una labor de dramaturgo, logrando varios premios. Sus obras Oropel y La puerta cerrada, después retitulada como Los peces fuera del agua, con la que hizo su película de largo metraje, a nuestro juicio, son las mejor logradas. Trata de penetrar en las raíces psicológicas de los personajes, buscando la razón de su conducta, en medio de un argumento bien construido. En Oropel, la farsa sostenida por un megalómano, lo termina aplastando, al no poder sostener las responsabilidades que plantea un renombre falso.

Con un argumento estático y directo, busca en el manejo bastante coherente de los cambios emocionales y los clímax del conflicto, el efecto en el público. Su trabajo es más fílmico y menos teatral. De hecho, una de esas obras fue convertida en largometraje.

Los peces fuera del agua, con un argumento interesante, dinámico, en cuanto a estructura, aunque la película quedara lenta, más por novatada de Calderón que por formato del guión, maneja la dualidad del mundo interno y el mundo externo de los personajes. Personas solitarias, enredadas en prejuicios provincianos.

Pero es Luz negra, de Álvaro Ménen Desleal, el texto, a nuestro juicio, de mayor trascendencia en la historia de la dramaturgia salvadoreña. Imbuida del teatro del absurdo, no trata de disimular la influencia de Beckett. Miguel Ángel Asturias ha dicho de ella: «Es un Beckett tropical, más rico, más vivo, más sugerente, más poético». Escrita en 1961, gana el Primer Premio Hispanoamericano de Teatro, en 1965. La Universidad Popular de Guatemala la estrena en 1966. Un año después, la estrena el Teatro Universitario en el Teatro Municipal de Cámara, bajo la dirección de Edmundo Barbero.

El suceso fue total en América y Europa. El texto es de un contenido muy sugerente, de códigos abiertos, con un trabajo semiótico muy dinámico. La ideología no es evidente. El autor define la pieza como poética.

Desde su estreno mundial en Guatemala el 66, hasta la fecha, se ha representado miles de veces, en innumerables países. Esto la convierte en el texto dramático más importante de El Salvador e, incluso, Centroamérica. Lo especial es que, como estructura dramática, es estática, de un estatismo intencional. Ménen Desleal, incluso, pide a los actores si pudieran hablar en susurro, lo cual es prácticamente imposible de complacer, a menos que se hiciera para un público muy reducido. Durante hora y media, las cabezas de dos ejecutados discurren sobre la justicia burguesa, el objeto de la vida, el sentido de la muerte, etc. Esto coloca a los actores en una posición muy incómoda, ya que no tienen movimiento. Por si eso fuera poco, uno de ellos es tapado, a la mitad del primer acto, con un pañuelo, por un piadoso muchacho, para protegerlo de las moscas, complicando, aún más, el problema de expresión actoral que ya tenía. El siguiente personaje que entra en escena es un ciego, lo cual no viene a mejorar la situación. Con este texto, se ha experimentado mucho, por ejemplo, al darle movimiento a los cuerpos y tirar en el patíbulo unas cabezas modeladas en cartón piedra (Grupo de Teatro Experimental Katharsis). Ménen Desleal, celoso como es de su obra, ha tenido que transigir, incluso, horror de horrores, que se le mutile el texto, en aras de la fluidez del ritmo.

Los dos personajes, Moter, el estafador y Goter, el idealista, muertos en el mismo acto, en la misma plaza, ante la multitud. Un pensador y un pícaro, ejecutados por el mismo verdugo. La pregunta es ¿Cuál es la diferencia? Toda la obra está plagada de riqueza de ideas, en medio de un ambiente de crueldad: «Nos ajusticiaron juntos porque el pueblo creyó que un idealista y un ladrón son la misma cosa y que, por tanto, merecen la misma pena. Si un guerrillero triunfa, es un héroe; si lo capturan en la montaña, es un asaltante y lo ejecutan».

El período se completa con José Napoleón Rodríguez Ruiz, doctor en Jurisprudencia. Ha mantenido un intenso trabajo intelectual. Es coautor, con Roberto Armijo, de un lúcido ensayo sobre el literato más importante de el Salvador, Francisco Gavidia, en dos tomos, titulado: Francisco Gavidia, la odisea de su genio.

En dramaturgia, se le conocen varios textos, algunos escritos en colaboración con otros escritores. Los títulos individuales son: Anastasio rey y San Matías destrabado y punto. La segunda obra, sobre el Prócer de la independencia, José Matías Delgado, el cual se baja de su pedestal para dialogar con algunos personajes de los bajos fondos de San Salvador, está lleno de sátiras agudas para la política nacional. Montada por Norman Douglas, en el año 1973 por el Taller de los Vagos.

La primera, Anastasio rey, premiada en 1969, es la más interesante. Fue producida por el Teatro Universitario, bajo la dirección de Mario Tenorio, en el año 84. Lo primero que debemos tomar en cuenta es el personaje al que fuera dedicada la pieza. Un indio que se subleva contra la recién nacida República Independiente, en momentos de crisis de poder y en que por toda Centro América se daba este tipo de levantamientos. Anastasio Aquino se proclama Rey de los Nonualcos –su tribu–, dicta leyes anacrónicas, al estilo talión y se corona en la Iglesia de San Vicente. Finalmente lo vencen, capturan y ejecutan. La izquierda lo elevó a niveles ideológicos que en realidad no tiene, de un precursor del socialismo o algo así, en momentos en que necesitaban un ejemplo de héroe popular.

En segundo lugar, la estructura de la pieza es totalmente épica, basada en el Pequeño organón del teatro documento de Peter Weiss, mezcla música popular de la época, documentación histórica, recreación de textos, música especialmente compuesta para la pieza, por el maestro Ezequiel Nunfio. El lenguaje es épico también, con el esquematismo de las obras didácticas de Bertolt Brecht.

De esta forma, Anastasio Rey podría considerarse el puente entre la generación de los 50-60 y los escritores del período de la crisis, en las décadas posteriores. En él, Rodríguez Ruiz ya no se plantea problemas filosóficos. La ideologización del texto es directa. La influencia de Peter Weiss es evidente, sobre todo después de que el público salvadoreño pudo apreciar el Marat–Sade, producido por el Bachillerato en Artes, en 1970, dirigido por Roberto Salomón, El fantoche de Lusitania, por un grupo de Bellas Artes de México y era posible adquirir otros títulos en la Librería Universitaria.

Para completar el panorama, debemos de tomar en cuenta a los prosistas y poetas que han servido de material para la adaptación y recreación en las tablas: Salarrué, de quien se han adaptado, repetidamente, sus cuentos La honra, Semos malos, La botija, La petaca. Entre estos adaptadores está el poeta Eugenio Martínez Orantes (1932 – ), quien incluso las publicó en forma de teatro. Pedro Geoffroy Rivas, con su poemario Los nietos del jaguar, el cual ha servido, fragmentado o completo, para producciones sobre el mundo prehispánico y la conquista. Manlio Argueta, con su novela testimonio Un día en la vida, obra que fuera realizada en Costa Rica por el grupo teatral “El Tragaluz”. Roque Dalton, con sus textos de Las historias prohibidas del Pulgarcito y otros.

1970-1990 LA GENERACION DE LA CRISIS

En los siguientes años, en las décadas de los 70s y 80s, signadas por la violencia y la crisis en todos los órdenes de la vida social, los actores desembocan en un teatro de emergencia. la demanda es para los textos testimoniales y con tendencias ideológicas bien determinadas. Este es el momento más bajo en cuanto a producción. Los autores escriben sin muchas posibilidades de llevar su obra a las tablas.

La creación colectiva, imperante entonces, tiene la desventaja de no necesitar un texto escrito en su totalidad, no se le exige mucho nivel literario ni depuración del estilo. Por tanto, no disponemos de materiales de esa corriente. Sin embargo, se puede señalar, por testimonios personales, la influencia del teatro colombiano, sobre todo de Buenaventura y Santiago García y un mal interpretado Bertolt Brecht. Queremos dejar constancia de dos títulos, considerados por la opinión general como los mejores de esta corriente: Historia bajo siete soles de Bululú y El crack de octubre del grupo universitario Secreto a Voces.

De las obras de autores, conocemos La balada de Anastasio Aquino de Matilde Elena López (1923 – ), Las abejas  de Miguel Ángel Chinchilla (1954 – ), premiada en Panamá, en 1980; Ajedrez de Ricardo lindo, El dulce y discreto encanto del matrimonio de Jaime Suárez Quemain (1950 – 1980), El caballo en la sombra y Las hogueras de Ítaca de David Escobar Galindo (1943 – ), ambas premiadas en Quezaltenango, Aquella mañana de octubre de José Luis Ayala, La última cena de Edgar Gustave (1967 – ), premiada en el Certamen Wang-Interdata y Sonata para una madrugada de Carlos Velis (1951 – ). Todas ellas se basan en el problema social de la guerra y sus derivados, como es el caso de la pieza de Gustave, el monólogo de una mujer que espera a cenar a su marido muerto. En estos autores se pueden ver influencias de Fernando Arrabal, Sartre, Tennessee Williams, Chejov, Buenaventura, entre otros.

Aunque no llegaran a agruparse, como fuera el caso de los anteriores, que conformaran la llamada Generación Comprometida, el denominador común ha sido la situación de guerra, tan fuerte, como para definir un perfil de todos los escritores que producen bajo ese signo fatal. Curiosamente, la extrapolación de las fuerzas sociales produce entre los escritores de todas las clases, una posición de concertación, por la paz y un pacto social con nuevas bases.

Las dos personalidades colocadas –artificialmente– por sus críticos como los líderes de la generación, son Roque Dalton y David Escobar Galindo.

El primero, nacido en una familia pequeño burguesa, militante del Partido Comunista, figura casi legendaria por su papel de líder estudiantil durante las conmociones sociales de los 60s. Su pluma, dedicada sobre todo a la poesía, cada vez se convierte en más discurso político y menos poiesis. Al final de su vida, malograda por conflictos internos de la guerrilla, su producción estaba encaminada hacia la novela. Su trabajo Pobrecito poeta que era yo, es el último y el mejor, donde logra una síntesis entre el discurso político y las contradicciones internas del hombre, como artista y como militante, entre la bohemia y la disciplina. Baltazar López, en su monólogo El túnel, logra un buen trabajo escénico con este material.

El segundo, heredero de una de las familias criollas cafetaleras más tradicionales de Centro América, desde su juventud ocupa cargos públicos muy importantes. Desde 1985, forma parte de la Comisión gubernamental en el proceso de diálogo y negociación entre el gobierno y la guerrilla de El Salvador. Su pluma, más depurada, se mantiene dentro de una búsqueda poética, aunque incursiona en el lenguaje social, como es el caso del poema Duelo ceremonial por la violencia. En teatro, tiene publicadas varias piezas, entre las que están: Las hogueras de Itaca y El caballo en la sombra, ambas con su temática sobre la etapa de guerra en el país. La segunda aún no se ha estrenado.

Aunque cronológicamente, a Dalton se le sitúa en la Generación Comprometida, por su temática y estilo, es el modelo perfecto para las letras de los 70s y 80s. Marca el quehacer de toda una  generación, incluso en cuanto a compromiso social se refiera. Por su parte, Escobar Galindo, más joven, desarrolla el grueso de su producción en los años de crisis.

En El caballo en la sombra, publicada en la Revista Cultura 72, de enero 1982 – diciembre 1983, analiza la incorporación de la heredera de una familia burguesa en la guerrilla urbana. El clima de discusión ideológica entre Luisa, el personaje revolucionario y su madre y tía, la personificación de la superficialidad, está trabajado con sutileza. El padre de la muchacha, un antiguo ministro de otros gobierno militares, ahora jubilado, transpira frustración por una vida sin mucho sentido, «víctima del deber», como le llama Luisa, encerrado en un círculo estrecho y egoísta.

La estructura es dinámica, versátil, más bien cinematográfica, los diálogos directos y amenos. Nos hace recordar a las comedias norteamericanas modernas. Los personajes tienen una vida interior, contradicciones humanas y personalidades definidas. Trascienden los niveles de ideogramas.

En contraste, la obra Las abejas de Miguel Ángel Chinchilla, una fábula corta, que recuerda las piezas sudamericanas de los 70s, hace una paráfrasis de la sociedad humana en una colmena. De estilo directo, planteamiento bastante ingenuo y estructura dramática ágil. Los personajes son pincelazos de ideogramas, con un nivel de acción, dentro de la trama, muy determinado y estrecho. Podría ser una pieza ideal para elencos juveniles.

Entre Escobar y Chinchilla, tanto por la edad como por la influencia común, colocaremos a dos autores: Jaime Suárez Quemáin y el autor de estas líneas. Ruego al amable lector disculpar la inmodestia de pretender analizar una obra propia, pero también faltaría a mi compromiso con la historia si, pecando de una hipócrita falsa modestia, omito un hecho generacional. Tanto Suárez Quemáin como Velis han escrito un monólogo femenino con un interesante común denominador: el feminismo, el reclamo de la mujer por su dignidad.

Surgidos de las mismas jornadas culturales del Ministerio de Educación, el primero estudiante de Comercio, dedicado a la poesía. Ganador del Tercer Premio en la Rama Poesía del Segundo Certamen Estudiantil de Cultura 1970. Su obra El dulce y discreto encanto del matrimonio, dedicado a la actriz Gilda Lewin, profundiza en la psiquis de una mujer cincuentona, frustrada, relegada por el marido, en el momento en que, ante el cadáver del hombre asesinado por ella, recuerda los momentos placenteros y amargos de su vida. Su reclamo, en síntesis, es la ausencia de magia en la convivencia diaria, el elemento que, precisamente, fue lo que hizo que se enamorara. Suárez Quemáin muere a manos de la Seguridad del Estado, en 1980.

El segundo publicó su monólogo Sonata para una madrugada en la Revista Taller de Letras de noviembre-diciembre 1987. Una adolescente queda embarazada viviendo con la madre. El compañero ha muerto por consecuencia de la guerra. Ella pasa, en una madrugada, el proceso de aceptación, tanto de la muerte de él, como de su embarazo.

Posterior a éstos, Edgar Roberto Gustave retoma el tema en La última cena; de nuevo aparece la soledad de la mujer ante la situación que la absorbe desde la fatalidad. Es un monólogo, al igual que los de Suárez y Velis, ya mencionados. La mujer de edad madura, prepara la cena mientras espera a su familia y una amiga. En el desarrollo del drama nos enteramos que su esposo fue ametrallado y sus dos hijos murieron en un enfrentamiento, en bandos contrarios. La única que llega es la amiga, que es la muerte.

1990, UNA NUEVA ETAPA

Desde el 90 hacia adelante, una nueva corriente se abre en el país, logrando recoger todas las vertientes que han convivido entre los dramaturgos, hasta la fecha. Es un intento consciente de búsqueda de formas propias nacionales, con un lenguaje escénico y un replanteamiento de contenidos, mucho más amplios.

El Certamen Nacional de Literatura del 1990, dedicado a la rama de Teatro, promovido por la Universidad de El Salvador, atrajo a once participantes, entre los cuales hubo un ganador: La bicicleta al pie de la muralla de Álvaro Ménen Desleal y tres menciones honoríficas.

En México, Geovani Galeas (1961 – ), dedicado a la crítica teatral, colaborador en las secciones culturales de los periódicos El Día y La Jornada y Jefe de Redacción e Información de la Revista Correo Escénico de la misma ciudad, incursiona en la dramaturgia con La conferencia y Diálogos eternos. En Canadá, el grupo Añil ha continuado con la línea de creación colectiva, produciendo Los hijos del maíz. En ese mismo país, Carlos Santos nos ha dado a conocer su monólogo La camisa de fuerza, un texto existencialista muy fuerte, que nos recuerda a Arrabal y su teatro de la crueldad.

Por otro lado, de las generaciones del Bachillerato en Artes, Fernando Umaña (1952 – ), con Los hombres de Chamelecón, Francisco Cabrera (1952 – ), con su monólogo El hombre desconocido y Carlos Velis con La misma sangre, San Salvador después del eclipse y Tierra de cenizas y esperanza, incursionan en el lenguaje popular, ensayan una estructura más dinámica, donde se deja espacio para la improvisación. La  temática, a pesar de basarse en la historia contemporánea del país y las condiciones sociales, tiene un contenido más amplio, con códigos abiertos y no ideologizados. En estos textos se plantea un rompimiento con el brechtianismo y el ideologismo de izquierda imperante en la etapa anterior. Cabrera, además, retoma el tema existencialista del objetivo vital del artista en la sociedad.

Basados en los elementos encontrados en el momento actual que vive el teatro en El Salvador, podemos aventurarnos a asegurar que estamos ante el inicio de una nueva etapa de desarrollo en el movimiento teatral, a pesar de todos los inconvenientes que significa esta tarea quijotesca.

La experimentación textual, actoral y de organización, ha llevado a conclusiones positivas en cuanto al teatro como profesión y empresa; es decir, como alternativa de vida. Se ha retomado el respeto por la actividad, que existía antes de los años oscurantistas.

En 1995 se estrena la obra Tamagás y el payaso, de Jorge Gámez. Este hecho pasa casi desapercibido, a pesar de que reúne varias características que le dan una relevancia especial. En primer lugar, porque la producción fuera patrocinada por la Policía Nacional Civil; en segundo lugar, porque maneja una temática social muy cercana, de manera fresca y sugerente. Es el peregrinaje de “Tamagás”, un joven del lumpen, por cárceles y callejuelas, acompañado de un payaso. Matizado con música, de pronto nos pareció un Brecht de los mejores momentos, pero muy afincado en esta realidad.

Por su lado, Gustave, Chinchilla y los demás, han seguido con su trabajo, el cual se ha publicado en revistas y libros, pero aún muy dispersos y con el agravante de que producir teatro en las tablas, es, cada vez, más oneroso. El primero de ellos ganó el premio de la rama Teatro de los XXXIII Juegos Florales de C.A., Panamá, México y el Caribe, en Mazatenango, Zuchitepéquez, Guatemala, con la obra Vita y mute. El texto es completamente discursivo, altamente conceptual y filosófico, denso y con muy poco movimiento dramático. Sin embargo, tiene un manejo muy rescatable del espacio y el desdoblamiento de los personajes, utilizando el recurso del teatro dentro del teatro. Pudiera ser que un director imaginativo hiciera un buen trabajo de este texto. Es evidente la influencia de Kafka y Beckett.

Mención especial merece la obra, ya mencionada, San Salvador después del eclipse, de Velis, producida por Sol del Río, bajo la dirección de Fernando Umaña. Esta obra tuvo más de cien representaciones, lo cual es un gran logro en este país, donde se carece de salas teatrales.

Basada en Made in Lanus, de la argentina Nelly Fernández Tiscornia, cuyo hilo argumental le sirvió para desarrollar personajes y situaciones muy propios, con un tema que llega muy hondo al alma del salvadoreño, como es el regreso de los emigrantes, el choque de las culturas en el seno de la misma familia que, después de diez años de separación, ya no tienen nada en común, aunque se siguen queriendo, el volver a enfrentarse con los fantasmas de una violencia que nos cambiara la vida, logró un éxito muy grande. Los espectadores llenaban las salas teatrales, no importando donde se presentara, aún sin publicitarla.

Tierra de cenizas y esperanza, por otro lado, fue producto de un proceso de creación colectiva, en la que Velis fue el redactor de las improvisaciones y el encargado de darle la forma literaria. Producida en 1992, representó al país en los festivales de Cádiz, Antigua Guatemala y Sao Paulo.

En un artículo escrito por el mismo, describe la experiencia de esta manera: “Los dos equipos, el de actuación y el de dramaturgia, fueron constituidos y puestos a funcionar. El método de ir a la acción, con improvisaciones y, de allí, volver a la mesa de trabajo, era conocido por todos, ya que era parte del sistema empleado en los años 70, con el llamado ‘Método Colectivo’, traído al país, desde Colombia, por el español Antonio Malonda, uno de nuestros profesores de los primeros años.

Partimos de un nombre: Tierra de Cenizas y Esperanza y trece puntos, a los que Roberto llamaba guión y nosotros, menú de guión, una idea del estilo en que queríamos trabajar: buscar conscientemente un collage, apoyarnos en las formas naif del arte popular, crear más en la imagen que en el texto; y una clara idea de lo que no queríamos: un panfleto, aunque tuviera un contenido social; una obra sobre la guerra, aunque partiera de ella; un argumento de lamentos, ni un panegírico a líneas políticas, etc.

Así fueron transformándose las ideas iniciales, replanteándose, desechándose; se reescribió el guión de trece puntos, se crearon nuevos personajes, se le aumentó al principio, y antes del principio; se buscó con lupa el final, se le recortaba y se le aumentaba. Faltaba una canción. Alvar la componía, mientras el vestuario de la Machila se diseñaba, prácticamente sobre el cuerpo de Ana Ruth. El proyecto marchaba a todo vapor. Creación en pleno.

Por fin, el día del ensayo general. Función para amigos y familiares…”

En 1993, se realizó un taller de dramaturgia, dirigido por el mexicano Víctor Hugo Rascón Banda y la costarricense María Bonilla, de donde salieron textos nuevos. Posterior a esto fue el Certamen de Dramaturgia Siembra una Semilla, convocado por Sol del Río, la Fundación María Escalón de Núñez y CONCULTURA, en 1996.

Aunque el premio era para un sólo lugar, el jurado decidió otorgarlo a tres, ya que, como argumenta en el acta, “El otorgar un solo premio, hubiera sido negar otras valiosas posibilidades dramáticas”. Así, el galardón quedó entre: El cura sin cabeza, de Miguel Ángel Chinchilla; Mujer de las aguas, de Francisco Ayala y El sentido de las eses, de Edgar Gustave. En las tres piezas dramáticas se evidencia un desarrollo, tanto literario, como en el concepto teatral.

Francisco Ayala, un periodista especializado en el área cultural, ha conseguido un texto dramático fresco y con imágenes muy sugerentes. Toma personajes históricos de las letras salvadoreñas de la primera mitad del siglo XX, como la poetisa Carmen Brannon (Claudia Lars), don Alberto Masferrer, el Negro Lagos y Lagos, Salarrué, don Francisco Gavidia, etc., cambiando los nombres a otros muy parecidos y nos cuenta la investigación que hace Carmen, la joven periodista sobre la muerte de Santiago Bustamante (el poeta bucólico Alfredo Espino), por circunstancias misteriosas, las cuales indican que fuera suicidio. Luego se descubre que fue obra de una mujer, la señorita Malinalli, quien en realidad es la personificación del personaje mitológico precolombino “la Siguanaba”, quien encanta a los hombres, para luego mostrársele como un ser monstruoso, provocándoles la locura y la muerte.

Por su lado, Chinchilla, con su acostumbrado tratamiento prosaico, rayando en lo obsceno de las situaciones, consigue un conjunto interesante de denuncia y mitología. Lleva la mitología a la actualidad, recordándonos las teorías del juego social de los behaviouristas norteamericanos. Nos cuenta los juegos de conveniencias de personajes reales de la actualidad y su relación con seres de la mitología precolombina, quienes viven en una situación de crisis, dados los tiempos que corren. Tiene un subtexto muy interesante en cuanto a la identidad patria, violenta y, a su vez, violentada por las conveniencias políticas.

En cuanto a Gustave, es, quizá, el que más posibilidades dramáticas tiene, al plantear imágenes puramente teatrales. Es un gran avance de sus trabajos anteriores, en que no podía dejar de moralizar; aunque incurre en lo mismo al final. A mi juicio, ese monólogo del final, a modo de sermón, sobra totalmente.

En los tres se observa un lenguaje postmoderno, las situaciones son teatralizables, los personajes, con personalidad propia y conductas justificadas, humanamente justificadas, en sus objetivos escénicos.

Los últimos años del siglo, estuvieron caracterizados por una desaceleración de la actividad teatral. A pesar de todos los esfuerzos encaminados a formar un movimiento, que el público, se podría decir que ya  está formado, la carencia de salas teatrales, el escaso y, en alguna medida, casi nulo apoyo a la producción y promoción de los espectáculos, unido a la elevación del costo de la vida, provocó una desmotivación de la actividad.

Sin embargo, se puede mencionar una continuidad en la creación dramatúrgica. En 1998 y 1999, Carlos Velis gana el Premio Único de Teatro de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, con las obras  Una historia familiar ¿Quiere Ud. Comprar la luna?; en 2000, José Luis Valle, gana el mismo premio. En el 98, Roberto Salomón publica su traducción de Sueño de noche de verano, de William Shakespeare; el mismo año, Sol del Río produce la obra de teatro juvenil de Geovani Galeas, Sancho Panza en la ínsula Barataria; también ve la luz el libro Teatro Infantil, de Velis, que incluye cuatro piezas del género. Waldo Chávez Velasco publica, en el 99, Ruth de Moab, drama bíblico; Alvaro Ménen Desleal, gana los Juegos Florales de San Miguel, con su pieza Haciendo el amor en el refugio atómico. El año 2003, le es conferido el Premio Único de Dramaturgia en los Juegos Florales de San Miguel, a Carmen González Huguet, con el monólogo Jimmy Hendrix toca mientras cae la lluvia. En 2004, Carlos Velis gana por tercera vez, los Juegos Florales de Quetzaltenango, con la obra La reina Mab, con lo que le es conferido el grado de Maestre de la Dramaturgia.

El año 2003 se podría considerar el inicio de una nueva etapa en el trabajo teatral y, por consiguiente, de la dramaturgia nacional. La apertura del teatro Luis Poma, sala dedicada exclusivamente al teatro profesional o, si se quiere, a la profesionalidad del teatro, los grupos y compañías pueden lanzarse a la producción de sus textos, con la seguridad de una temporada mínima, pero que antes no se tenía. De esta forma, nuevos nombres ingresan con fuerza, tanto estilística, como productiva a la escena teatral de El Salvador. Revisemos las temporadas anuales del teatro Luis Poma y los textos nacionales involucrados.

2003. El Señor del Ensueño, de Carlos Velis, adaptación de cuentos de Salarrué. La balada de Martín Requena, de Saúl Amaya. Toca un tema muy actual, como es la emigración de los salvadoreños hacia los Estados Unidos. Un espectáculo muy visual. 400 ojos de agua, de Ricardo Lindo, un hermoso texto poético sobre leyendas precolombinas. Dos trabajos infantiles, El huevo perdido, de José Amaya y La burra de Suchitoto, de Ricardo Lindo. 2004. Jimmy Hendrix toca mientras cae la lluvia, de Carmen González Huguet, adaptada por Carlos Velis. Un texto infantil, Tía Bubu, Tita y Lipe en el reino de Epaminondas, de Ricardo Lindo. 2005. Esta calle en la que vivo yo, de José Luis Ayala. Íngrimo, de Salarrué, adaptado por Fernando Umaña. 2006. El asesinato de Oscar Wilde, de Ricardo Lindo. 2006. El ángel de la guarda, de Jorge Ávalos, texto sobre un tema muy espinoso, como es el abuso infantil, y el incesto, tratado con poesía y sutileza. Esta dichosa clase media, de Eugenio Acosta Rodríguez. 2008. El coleccionista, de Jorgelina Cerritos. 2009. El teatro Poma lanza el Premio Ovación, que es otorgado, en su primera edición a La balada de Jimmy Rosa, de Jorge Ávalos, una obra con un tema muy actual, de corrupción y derechos de la mujer. El mismo año es estrenada con mucho éxito.

En 2010, Jorgelina Cerritos gana el premio Casa de las Américas con la obra Al otro lado del mar. El teatro Luis Poma ofrece un ciclo de autores salvadoreños. Los rieles de Enrique Valencia. La balada de Jimmy Rosa y Ángel de la guarda, de Jorge Ávalos. El rastro, de Enrique Valencia. Última Calle Poniente, de Santiago Nogales. Divertimento, de Jaime Ruano. Réquiem para un malabarista, de Viktorio Godoy. Respuestas para un menu y  Del otro lado del mar, de Jorgelina Cerritos.

En el género infantil, existe un certamen dedicado a éste, que son los Juegos Florales de Santa Tecla, los cuales han sido ganados por Edgard Gustave, Francisco Cabrera y Jorgelina Cerritos, entre otros. Lamentablemente, a veces hay que esperar muchos años para ver las obras en escena.

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San Salvador, El Salvador, 1951.
Estudió escultura en la Academia UQUXKAH, (1968-69), bajo la dirección del artista español Benjamín Saúl. Bachiller en Artes Escénicas del Centro Nacional de Artes (CENAR, San Salvador, 1973), estudió música en la Universidad Nacional (UNA, Heredia, Costa Rica). Actualmente reside en Los Ángeles (California, Estados Unidos).

Son de su creación las piezas teatrales La misma sangre, San Salvador después del eclipse, Tierra de cenizas y esperanza, Juana la loca, ¿Quiere usted comprar la luna?

Publicaciones: San Salvador después del eclipse y otras piezas (1997), Teatro infantil (1997), Lectura para mientras (2001) y Las artes escénicas salvadoreñas, una historia de amor y heroísmo (2002).
Obtuvo el segundo lugar en cuento en los Juegos Florales de San Salvador (1997), así como los premios únicos de Cuento y Teatro en los Juegos Florales de Centroamérica, México y el Caribe en Quetzaltenango (Guatemala, 1998). Premio único rama de Teatro en los Juegos Florales Hispanoamericanos en Quetzaltenango (1999). También se agenció el premio único en la rama Ensayo, en los Juegos Florales de Panchimalco (El Salvador, 2001) y el premio único en la rama de Teatro en los Juegos Florales Hispanoamericanos en Quetzaltenango (2004), con el que fue nombrado Maestre de la Dramaturgia.