Poesía y cuento de Claribel Alegría

1 agosto, 2010

Continuando con el homenaje que Carátula le dedica a Su Majestad Claribel Alegría, compartimos una nueva muestra de su trabajo, incluyendo el poema inédito en libro «Hastío» (que apareciera en la revista El hilo azul), más cuatro poemas clásicos de la autora, para cerrar con un cuento memorable, incluido en Luisa en el país de la realidad.



HASTÍO

No quiero más
esta oquedad
que ya me abruma
todo es vacío y plano:
tu mirada
esa rosa
los recuerdos
todo gira hacia afuera
sin tocarme
mi tristeza es insulsa
no me hiere
no hay ninguna pasión
que me acicate
ni el odio
ni un amor
ni los rencores
se deslizan las horas
sin sobresalto
alguno
mientras llega la muerte
a liberarme.

            Del libro inédito Otredad

AUNQUE DURE UN INSTANTE

               A Bud

Ahora
mientras el río de obsidiana
nos refleja
quiero hablarte de amor
de nuestro amor
de los diversos hilos
de su trama
del amor que se toca
y es herida
y que también es vuelo
y es vigilia.
Sin él
el verde de las hojas
no tendría sentido
ni el farol de la calle
iluminando el agua
ni la imagen ondeante
de la iglesia.
Mi amor es la escudilla
en la que tú dejaste una moneda
la moneda tañéndome que existo
la trenza que forjan las palabras
el vino
el mar desde la mesa
los malentendidos
los días
en que nos damos cuenta
que ya no somos uno
que estamos alejados
irremediablemente.
Ayer
desde mi exilio
inventé que llegabas.
Salí del hielo
espanté pingüinos
desplacé a las estrellas
acechando tu desembarco.
Quería ayudarte a plantar banderas
celebrar de rodillas
el milagro.
Ahí quedé
con mis señales.
¿Te sorprende mi vértigo?
Estoy hablando de eso:
de la alegre punzada
de saber que sí
que de pronto es verdad
que no estoy sola
que estamos juntos bajo el árbol
con mi mano en tu mano
que nos refleja el río
que ahora
en este instante
en este ahora
aunque dure un instante
estás conmigo.

               De Vía única (1965)

ES CERRAR ESTA
PUERTA LO QUE TEMO

Aquí estoy
definitivamente instalada
en mi presente
con los gladiolos rojos
y la jarra de vino
y el recuerdo fresco
de tus labios.
No es el miedo a la muerte
como insistes
está lejos mi muerte
no vislumbro su rostro
ni me importa
si me reduce a polvo
quizá sería lo mejor
un sueño largo
largo
en el que vas desintegrándote
es cerrar esta puerta
lo que temo
cerrar esta puerta para siempre
perforar este muro
y encontrarme de pronto
al otro lado
sin la jarra de vino
sin tus labios
sin los gladiolos rojos.

               De Raíces (1975)

ESTE ESPEJO ME ENTIENDE

Voy a llegar de noche,
después que hayan corrido los cerrojos.
después de las tertulias y los rezos.
Conozco bien las calles
las recuerdo,
con su olor a verano
y mansedumbre.
No he podido cumplir
mi cita con la ceiba
y ya esta soledad
me llega a las rodillas
y las dobla.
Desde mi puerta veo
procesiones de sombras
y las voces son ecos
y el viento se perfila
obtuso en las esquinas.
Volveré a mi ciudad
donde los rostros simples de las casas
nos invitan a entrar.
Este espejo me entiende.
Voy a buscar mi imagen
en las cosas de allá.

               De Acuario (1955)

LA TÍA ELSA Y CUIS

—¿Dónde se habrá metido el mentado Cuis? —dijo Mamá Chon mientras revolvía la casa buscando al animalito—, hace un rato estaba aquí —se dirigió a Luisa—, ¿cerraste bien la puerta al entrar?

—Sí, dijo la niña—, estuve jugando con él un rato y después se fue a meter debajo del sofá.

—Pobre animalito —suspiró Mama Chon–, desde que murió la Elsita ya no es el mismo.

Cuis era un perrito salchicha de más de ocho años. Le gustaba cazar cucarachas voladoras y daba saltos enormes para atraparlas.

—Parece mentira que salte así —se reía Elsa—, con esas patitas tan cutas.

La tía Elsa nunca pudo tener hijos y su marido le regaló a Cuis cuando el perrito apenas tenía dos semanas. Lo destetaron prematuramente y hubo que criarlo con biberón. Dormía en una cesta llena de cojines y bolsas de agua caliente alrededor. Cuando la tía Elsa se enfermó él se quedó a su lado. Apenas salía al patio para hacer sus necesidades. Comía junto a su cama, y a pesar de las recomendaciones del médico, ella lo escondía entre sus sábanas y dormía con él.

—Lo quiere más que a mí —decía con rabia Rodolfo, que no se daba cuenta de la gravedad de su mujer.

Cuis, por el contrario, sabía perfectamente que algo andaba muy mal. Tres días antes de la muerte de Elsa, cuando ya no podía hablar porque el croup le había cerrado la garganta, el perrito rehusó abandonarla. En vez de saltar de la cama como siempre hacía cuando el médico llegaba, se deslizaba hasta los pies de su ama y ahí se quedaba quietecito.

—Está gravísima —le dijo el médico a Rodolfo una mañana—. Ha entrado en coma.

Cuis se deslizó hasta la cabecera de la cama y lamió el rostro de su dueña.

—Perro de mierda —dijo Rodolfo y lo empujó hacia el suelo—. Será mejor que se lo lleve a su casa —se dirigió a Mamá Chon.

Ese mismo día ella se lo llevó y lo mantuvo encerrado. Cuando Elsa murió en la policlínica, tres días más tarde, Cuis pareció adivinarlo. Estuvo más de 48 horas sin querer comer. Durante las semanas siguientes pasaba metido debajo del sofá y por más cucarachas voladoras que hubiera en el corredor, él no se movía.

—Hay que irlo a buscar por el vecindario —le dijo Mamá Chon a la muchacha de adentro.

—Ya anduve por todos lados —dijo ella—, nadie lo ha visto. Si lo hubiera matado un carro ya nos habrían avisado.

—Es rarísimo —dijo Mamá Chon—, primera vez que se me escapa, —y llamó a la perrera y también llamó a los periódicos para ofrecer una gratificación.

Al día siguiente, el perrito no había aparecido. Mamá Chon y Luisa fueron al mercado a comprar flores para llevarle a la tía Elsa que cumplía un mes de muerta.

—Es terrible cómo crece la hierba —dijo Mamá Chon, mientras se aproximaba a la tumba—, voy a tener que cambiar de jardinero.

El mausoleo de la familia quedaba lejos de la entrada y era muy parecido a todos los demás. Tenía una cruz de mármol blanco y encima de todo, había un ángel. Luisa se adelantó para abrir la verja.

—Mamá Chon, Mamá Chon —empezó a gritar—, mire quién está aquí.

Sobre las flores marchitas, ahí en el mismo sitio donde la tía Elsa había sido enterrada, estaba Cuis, rígido, con sus cuatros patitas levantadas al cielo.

De Luisa en el país de la realidad (1987).

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Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez