
2 Poemas de Ritomar Guillén
1 abril, 2025
La poesía de Ritomar Guillén es un espacio de resistencia y crítica. En esta ocasión, presentamos dos textos suyos. El primero, titulado Renuncio, denuncia el desgaste del discurso político y la complicidad de su audiencia. Mientras tanto, los fragmentos del poema Catenaccio explora la obsesión por el control. Ambos poemas cuestionan el poder y el lenguaje, invitando al lector a una reflexión entre esta relación.
RENUNCIO a la protesta pacífica de apagar la TV
y me sumo a la raquítica audiencia diaria
Otra cadena nacional para acomodarse en la tribuna digital
y desistir del balde de tomates fermentados, o la bolsa de orina y caca.
Desde el inicio, lo hinchado del rostro antes de vocalizar no encubre
que sus pulmones carecen de fuelle, a pesar del micrófono
y esa onda ecoica en la plaza casi baldía.
Sospecho que la transmisión es diferida, con el desfase preventivo
debido a la paranoia de atentados con panas de agua fría.
Lo noto porque la traductora para los sordomudos grita sus goles
y fouls con anticipación a los suscriptores, frustrados por el delay.
¿Será que ha memorizado o predice los giros, vicios, de quien habla?
No soy oralista ni intérprete del lenguaje de señas,
mas supongo que hay groserías estándar con los dedos.
Aunque sé también que hay gente que incluso antes de proferir
su primera palabra genera conflicto, resquemor.
Contrario a mí, a los vecinos la literatura no los ha aventado
hacia el consumismo de palabras y no incorporan la música del aplauso
a la letra que otros escuchan morbosamente; sin embargo, yo espero
el hito de la oratoria. —Ya viene —me animo, otorgando el voto
que no había fiado a la urna—. Solo es el preámbulo.
Pero ¿quién iba a pensar que algo de la arenga del capitán
durante el medio tiempo del partido de soccer, por el marcador adverso,
nos hubiese sabido más entusiasta y tolerante?
Del “maestro” de la retórica no asoma la parábola,
solo sentencias, exordios. Ni siquiera plagia elementos no confrontativos.
Dialéctica e inteligencia, mermadas. Audacia y compostura, ausentes.
La fluidez del cortejo fúnebre. Nada de esas palabras solemnes
que se nos pide antes del entierro de un conocido.
A lo sumo, se saltó el ensayo de Narciso;
muy confiado durante el cruel entrenamiento de los escuchas.
Ahora comprendo por qué el rating no despega. Lo admito:
Me dejé engañar otra vez por el arte bastardo de los embaucadores,
y no puedo descolgarme de la rabia de que no fuera otra marca discontinuada.
Pero lo excuso: Nuestro núcleo de palabras de uso frecuente con los años
se va contrayendo a un demo que nadie escucha,
a una casa de retiro donde no se remasterizan los recuerdos,
donde debido al malhumor,
la frustración, se tiende al silabeo suspensivo, a otra pérdida,
o a la frase inconclusa durante la estática de los grillos.
Para el cerebro, la boca se convierte en el cirujano incompetente,
en esa morgue donde mueren in absentia las palabras.
En ese caso, la lengua, ese reptil de sangre fría,
no es el mediador oportuno entre la orden y la ejecución.
Una obra maestra de la oratoria estrujaba bastante no solo la lengua de Pericles,
y ahora ¿pedirla a diario? ¿Cómo esperar la contundencia de Lincoln
en Gettysburg, la confesión desde el banquillo de los acusados:
I am prepared to die —que todavía es la postura de un continente—
o la arrogancia ingenua: La historia me absolverá?
Claro, tampoco esa convocatoria para reivindicar un sueño
de Martin Luther King Jr. frente al monumento de Lincoln.
Pasa que nos agobia el papel de extra en la historieta de este villano;
estamos dentro y, a la misma vez, fuera de la narrativa. Consumiendo, al ritmo feroz
de la enana blanca, días como este que marcan otra X en la secuencia 24/7,
rellenan el pavo de otro calendario hasta el hartazgo con cruces sin nombres.
El tiempo cae a granel, en parte, y uno deseara azuzarlo
para que no fuese turrón de trigo
y renunciar a la sensación de que aquí, en este terrario eterno, no hay aire,
solo respiración ficticia, un pujo comprimido, contrito.
Nada significativo que sea historicidad.
Veo a mi pareja también con la sordera y el dialogismo que lo aíslan a uno,
menos al genio.
Pero luego, con sus señas caseras, amaga lanzar sus pantuflas hacia el monitor
y suelta: “Por eso muchos le aplican la restricción del exilio”.
Y mi perro se vuelve loco ante tantos fuegos artificiales;
con una pata tapa sus ojos, me ve como si sufriera conmiseración.
Gira sobre sí mismo para morder su cola y obvia la última vuelta
para no echarse, pues ya no lo tolera. Aúlla, aúlla, para repeler su miedo
y, quizá, para averiguar si alguien sigue en pie en otro lado.
Enfrente, en el recuadro del monitor plasma, la anomalía en la foto:
la apaciguada furia de las hordas. Nada de cuchicheo, pedorreta, chifleta,
silbadera, carcajada, grito, estornudo, gargajearse, toser o abucheo.
Nadie apedrea y esconde la mano,
como si fuera otro discurso el que escucharan.
Y como si el can intimidara al rebaño con echarlos a todos al redil…
los escolares a la expectativa de una mayor lección:
cómo pulir falsas estrellas militares.
Aplausos, vítores, la venia, marcan la salida del púlpito. Pero allí no.
La banda sonora del thriller no desmonta el set, ni antecede
a los créditos finales de la cinta.
—Entiendo tu contrición, damnificado,
luego que las cámaras se han retirado de la cobertura…
Dicen que cuando se envalentonaba, antes de las saturnales,
los discursos de Cicerón eran aburridísimos y fuera de lugar contra el césar,
pero nadie se atrevía a bostezar, suspirar, rascarse la cabeza por algún lapsus
de él o cabecear por lo extenso, mucho menos a escupir su copa.
Me convenzo de que incluso un pájaro con fuerte siringe,
como el campanero blanco, perpetúa su atractivo y obtiene notas puras y claras.
Cuando suena entrecortado, disperso,
sé que también yo caí en otra forma de estreñimiento, y me voy
a resolverlo. No me resisto a la protesta pacífica: apago el monitor.
Y ya en el inodoro, me digo: incluso Freud hubiese optado por un tartujo
como Demóstenes —¡casi nada!—, a pesar de vivir en este mundo impaciente.
CATENACCIO
3
La llave rota con incontinencia,
dentro de la recámara acorazada.
Pero ya sabemos que solo el último giro es el fiable
para que Xólotl prefiera el exilio al lecho del emperador
porque, ya escaldado, padecería la cruel delicia por el platillo exótico,
o la rabia del enjuto felino en el circo de turno, en el pueblo remoto.
Alguien sabe que se juega el divorcio de la muñeca en el esguince,
cuando su Resistencia está desbordada por las Revoluciones.
Bromea: Sería menos atosigante liberar a los presos de sus esposas,
que, civilmente, a maltraerlos con la convivencia marital
durante la cuarentena por la pandemia.
Se cuestiona si acaso fuera debido a la senilidad retrotraída
que su mano actúa de oficio y refuerza
la seguridad de la puerta, ya bajo llave.
¿Y si acaso fuese demasiado para ella esta tarea
y sería lo ideal igualarla a la llave maestra?
Entonces, en lugar de probar esta o aquella,
en vez de portar el manojo, solo una
que intrínsecamente contuviera en los dientes el duplicado
como el brioso canino que descifra en los frisbis su placebo
y, obediente, los entrega a su amo.
Obra maestra del cerrajero o no,
la llave tendría que ser ligera, inoxidable, alargada,
que dominara el tiempo de la cerradura
aun cuando la bóveda de los banqueros se ensanchara
a una caja fuerte ignífuga de combinaciones inconmensurables,
incluso para desmontar los candados de Tebas,
y aun así encajara en el bolsillo.
Una llave que, como pieza de colección privada o patrimonio familiar,
pudiera legarse a otro mayordomo y autenticarlo con su tésera;
una llave para descargar más levas, añadir esclusas en el canal de la ranura,
y que se engranara en un sentido absoluto y unánime
para que el sistema permaneciera circunscrito a un capricho;
una llave que no implicara ninguna técnica
ni requiriera conjuro, ni otro arte. ¿Y por qué no?
Incluso para que un torpe pudiera echar mano de ella.
6
¿Ya emparedado, ¿el sándwich?, cuánto uno puede encerrarse en sí mismo
y llevar otra contabilidad que no sea los abalorios del decenario?
Uno no es logopeda para cotejar en braille la ilación de las palabras
que se hunden, rotan, emergen y eclosionan con el bis en la memoria,
pero precisamente con la memoria de los dedos se improvisa; sin miedo
a errar la cita, quedito, con el tacto de la franqueza, luego se sube el tono
como los analfabetas fundadores que escribieron en lo oral y sus voces
se apianan, aun siglos después, en los oídos de los adeptos a sus religiones
y filosofía. Se ha saltado la encrucijada de la duda,
¿y cómo no resistir la tentación de echar mano de este recurso infundado?
Ante la estatuaria santoral imaginaria, hablas como si tuvieras audiencia.
Se nos toma por hombres resentidos, ¡pobres diablos!, y la consternación
ha sido la advertencia de que asumimos el armisticio, de que nos
arrellanamos en el recuadro de una pasividad sospechosa
para luego irrumpir con la coartada del yonofui.
¿Entonces ahora cómo no añadir compulsivamente al carrito del súper
aquello que siempre buscamos rescatar y nos ha de herir?
Tratamos de no arrebatar la voz de autoridad al hombre interior
y de no atribuir su repentino don de oración al fiasco del diálogo. Después de todo, como el tutor que aplaude tus logros y no silba
tus fracasos, aplaca tu sentido de culpa con la palmada de la confianza.
Pero ¿acaso todo esto no es sino la reacción de impotencia
ante caprichosirresolutos, ante esa confusión que se retiene?
Y se vacila si la invocación mide nuestro poder real de convocatoria,
si alguna vez lo dispusimos o si lo gozaron los huraños.
Administramos el ministerio de acción pasiva
—¡vamos! ¿Por qué no reconocerlo?— con frases que recurren
a lo intraducible, incluso al mismo idioma, aparentemente nada vinculantes
para involucrar al cómplice, como si remedaran otra lengua,
mientras las bayas del muérdago se inmiscuyen entre los dedos.
Etiquetar el precio en cuclillas ante el aparador de la humillación no basta.
Entonces, el cuerpo se abandona a la penitencia para la rogativa
del fuego sacro, la cuerda de la camándula se alarga, los nudos
como planetas se alinean dentro de la casa de la intriga,
bajo el signo de otra forma de acoso.
Vamos ocupándolos, en consecuencia, uno a uno, aludiendo,
si lo hubiera, a la respectiva falta durante la muletilla del coro.
Usas apelativos, advocaciones —el ejército de uno: las mil caras voltean un sol—,
y hasta el final de la oración dices el nombre,
como se reserva la revelación hasta cuando se desenreda el nudo del asunto.
No sé si es correcto adosar recargas unilaterales a otro, cuando cada quien
debería coger lo propio y echarse rodar por la trocha de la resignación.
Sin embargo, la oración circular establece el marco
para afianzar su voluntad y amor; entonces zigzaguea la cizaña:
comprometerlo con favores vulnera nuestra dignidad
y contradice la anterior congruencia de no postrarse ante nadie,
de no tropezar con la resolución por accidente.
Aparte, no es el amigo al que acudes regularmente, no para la confidencia,
sino para charlar y contrastar la cosmovisión.
Y ese amigo, acaso santulón, te increparía porque juegas
a la ruleta con un lápiz peligrosamente invocador: sí, no; sí, no.
A pesar de ello, como el voceador del mercado que no se queda sin aire
y se traga las cesuras, crece la expectativa de recibir a lo inmediato el beneficio,
según lo que prosigue a labores de resistencia.
Otros, ya sin la fe que se resguarda en el puño del orante, dicen:
“Si les dieran a elegir no rasgarse la vestimenta, ni descalzarse ante la zarza
y no fechar todo con la estrella de la tarde, no incomodarían a quien
también ha reclamado el monopolio del prodigio y el poder absoluto para sí.
¿Acaso no recibes, como el mendigo, la atención por cortesía
y el silencio por respuesta sorda? La oración es su llave interior,
pero ¿y si la tarea de esa llave ha sido menguada?
La derrota los arrastra hacia el ridículo”.
Hay gente que comprime la escritura al dedo sordo: ¡shhhhh!
Los insta su demoniaco ventrílocuo ¿o siempre es la otra voz
en el doblaje, la que nos desdobla con desazón durante esta corazonada?
Nicaragua, 1985. En el 2008, obtuvo el premio a la Excelencia Cultural (Literatura) de la UNAN-Managua. Obras: Boxeo nicaragüense (1912-1979): historia y estadísticas (dos tomos, 2013-2014), 360 grados (2012, poesía) y Cuadernos universitarios (2017, poesía). Coantólogo de Vita plena / antología de poesía joven Chile-Nicaragua (2013), que en Chile apareció bajo el título Nuevos poetas de América (Fundación Pablo Neruda, 2013). Esta selección poética pertenece a las obras El mejor provecho (novela: en proceso de publicación).