Pablo Antonio Cuadra y la poesía religiosa

1 abril, 2025

Pablo Antonio Cuadra y su aporte a la poesía religiosa
en América Latina1

En este ensayo de Róger Matus Lazo, presentado como lección inagural en la Universidad Católica Redemtoris Mater de Managua, Nicaragua, la poesía de Pablo Antonio Cuadra es el eje central de la reflexión. Matus afirma que la poesía de PAC es un testimonio de fe y un canto a la trascendencia. Con un lenguaje que une contemplación y denuncia, su obra entrelaza espiritualidad e identidad, destacándose como portavoz de la religiosidad popular. Su poesía reafirma la herencia católica de América Latina, integrando mística y justicia en un compromiso poético con la esperanza y la resistencia.

Muchos recordamos seguramente aquel hermoso texto clásico atribuido entre otros autores al mexicano fray Miguel de Guevara, A Cristo crucificado, un soneto de intención mística que aprendimos en la secundaria y que todavía somos capaces de recitar de memoria:

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor: muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme en fin tu amor, de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

Se trata de un modelo de poesía mística de profundidad lírica, digno de parangonarse con los poetas místicos españoles del siglo XVI, los que en sus creaciones adoptan a Jesucristo, van a fondo y ven en el sacrificio en la cruz el nacimiento doble de la religión y de su convicción personal.

En verdad, la poesía religiosa en lengua española es un género con grandes practicantes: desde los poetas medievales y Santa Teresa y San Juan de la Cruz hasta Francisco González León, Placencia y Pellicer; desde el ecuatoriano César Dávila Andrade, el puertorriqueño Luis Palés Matos y el cubano José Lezama Lima, a los nicaragüenses Azarías H. Pallais, Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal.

Poesía religiosa latinoamericana: sorpresas y contradicciones

Pero en América Latina, el camino de la poesía religiosa está salpicado de expectativas, sorpresas y contradicciones. Por un lado, hay evidentemente un manifiesto sello confesional. La mexicana Concha Urquiza (1910-1945) es excepcional en su afán de recuperar la mística en la época de la militancia socialista. Dice en sus Sonetos de los Cantares:

Aunque tan sierva de tu amor me siento
que hasta la muerte anhelo confesarte,
bien sé que como Pedro he de negarte
no tres veces, Señor, tres veces ciento.

Y la uruguaya Clara Silva (1905-1976), con un misticismo diferente al de la antigüedad, un ser humano amparado en la melancolía, que incorpora lo divino a lo cotidiano y es capaz de exclamar:

Soy como soy/ yo misma,/ la de siempre,/ con esta muerte diaria/ y la experiencia triste/ que guardo en los cajones/ como cartas;/ con mi pelo, mi lengua, mis raíces,/ y el escándalo que hago con tu nombre/ para oírme;/ y tu amor que revivo en mí cada mañana…

Otro ejemplo notable de este “nuevo tutearse” con Dios lo encontramos en el mexicano Carlos Pellicer (1897-1977), un poeta que se afana en mirar en carne viva la belleza de la divinidad:

Haz que tenga piedad de Ti, Dios mío.
Huérfano de mi amor callas y esperas.
En cuántas y andrajosas primaveras
me viste arder buscando un atavío.
(Sonetos postreros, 1952)

Ya nuestro Rubén, antes que los anteriores, nos había dejado un modelo de belleza formal y hondura religiosa. El poema Spes es una “especie de oración para liberarse de los pecados (ira, lujuria) y afirmarse en la esperanza de la salvación eterna”2:

Jesús, incomparable perdonador de injurias,
óyeme; sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno,
una gracia lustral de iras y lujurias.

Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi “¡Levántate y anda!”

Cabe incluir someramente aquí otra veta presente en América Latina, que aún espera ser explorada: la poesía religiosa producida por autores protestantes, como Julia Esquivel (Guatemala, 1930), que escribe una poesía con intención mística pero siempre con los ojos puestos en la tragedia humana. Sus palabras son sencillas pero efectivas:

“Quiero ser tu pañuelo, Señor,/ limpio, suave, pulcro, fuerte,/
listo siempre/ entre tus manos que sanan […] Y si te crucifican
otra vez/ y necesitas mortaja,/ puedes convertirme en sudario…/ o
en la bandera blanca de tu resurrección”.

Asistimos, por otra parte, a una de las mutaciones que experimentó América Latina a lo largo del siglo XX, manifestada sobre todo por la creciente descatolización, resultado en parte por influencia de la modernidad, que empujó a muchos autores a ignorar por completo las restricciones clericales. Ante este supuesto debilitamiento de la religión mayoritaria, T. S. Eliot (1888-1965) se pregunta: 

“¿Por qué hay más inquietudes religiosas en los medios culturales que inquietudes culturales en los medios religiosos? ¿Por qué la Iglesia, que hasta hace unos cuantos siglos era la cultura misma: el lugar de la creatividad en la música, las artes plásticas, el teatro, la literatura, la filosofía, la ciencia, ya no lo es? […]” Y concluye: “Una fe que no produce cultura acaba subordinada a las creencias de quienes sí la producen”3

Por eso, en la Carta al Cardenal Casaroli con ocasión de la creación del Consejo Pontificio para la Cultura, Juan Pablo II proclamó que “la síntesis entre cultura y fe no solo es una exigencia de la cultura sino de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”.

Así surgen poetas preocupados por el tema de Dios, sin profesar la fe cristiana o más concretamente católica; son ateos o agnósticos o, si se quiere, ajenos a todo fervor religioso, pero muy atentos a la trascendencia. Se trata de poetas marcados por la influencia formal e ideológica de las vanguardias en épocas tan tempranas como el modernismo, con una poesía que asume un cierto aire de cinismo y nostalgia, alcanzando un grado profundo de desencanto en relación con las instituciones religiosas, aunque con una añoranza del trato con lo sagrado. Cito al peruano César Vallejo (1892-1938), en Los dados eternos, en donde el poeta le recrimina a Dios su falta de compasión por el sufrimiento del hombre:

“Dios mío, si tú hubieras sido hombre, / hoy supieras ser Dios; / pero tú, que estuviste siempre bien, / no sientes nada de tu creación”.

Esta osadía al dirigirse a Dios, esta especie de amargura rencorosa con respecto a Él, es consecuencia -justifican algunos estudiosos de la obra vallejiana- de la ofuscación que en Vallejo provoca el sufrimiento humano presenciado a su alrededor. Porque Vallejo viene a ser el ejemplo de una voz honda y sincrética que no sólo redimensionó formalmente la tradición, sino que increpó a lo sagrado con una enorme autenticidad. Oigámoslo en Los heraldos negros:

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios…

………………………………………………………………………

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

En Espergesia, el famoso último poema del libro Los heraldos negros, escrito entre 1915 y 1918, anuncia lo que vendrá en otra obra, Trilce (1922), en donde nos habla con sorprendentes imágenes de la “infinita noche sin Dios”.

El argentino Jorge Luis Borges (1899 –1986) siguió otro camino desde su increencia marcada por la añoranza de una fe infantil que nunca lo dejó en paz. En el Poema de los dones menciona a Dios, pero no es más que un apoyo abstracto, intelectual, en vez de una creencia religiosa que sostenga una convicción profunda. En el comienzo del poema, alude a la “maestría de Dios”, pero no deja de reparar en la “magnífica ironía” que le dio a Borges los libros y la ceguera:

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

Lezama Lima (Cuba, 1910-1976) trasluce una fe por momentos lúcida y por momentos atormentada; Octavio Paz (México, 1914-1998), prófugo del catolicismo convencional, como Vallejo, no dejó de pensar en la divinidad, ajeno como estaba ya a cualquier marco dogmático o doctrinal. Dios, en su poema El ausente, es insaciable, sediento y vacío, y está ligado, indisolublemente, a la barbarie de los sacrificios; Nicanor Parra (Chile, 1914-2018) y su antipoesía representan el punto de partida de una poesía escéptica, sarcástica, que ha creado toda una escuela en el continente, mientras Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) es el poeta comprometido que voltea su mirada para reclamar a Dios la “mala leche” con que ha escogido a sus representantes.

Como puede inferirse, la poesía moderna en América Latina se mueve en un creer y un descreer. Más bien, se desentiende de la divinidad de varias maneras. Ya sea por medio de un ataque soterrado a todo lo que suene a sagrado, particularmente a la religión y a la Iglesia como imagen institucional y vehículo de lo sacro. Escribir poesía de tono religioso, para los autores modernos, resulta impensable, a menos que se haga con ironía y una profunda conciencia de lo sucedido en el ámbito estético. Los poetas modernos experimentan el proceso de secularización como una liberación de los lastres religiosos, no solamente para la vida cotidiana, sino, sobre todo, para la práctica del oficio poético. Se trata de una continuación de los impulsos del romanticismo, cuyos autores suplantaron la visión sagrada del mundo y en sus experimentaciones poéticas consideraron la posibilidad ya no del silencio de Dios, sino su definitiva ausencia.

En este contexto de la poesía moderna en América Latina, en donde campea el grito nietzcheano de la “muerte de Dios”, asumido después por Sartre (1905-1980) y Octavio Paz, se alza una voz, no solo de hondura poética, sino también de profunda convicción religiosa: nuestro Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), modelo de poeta-creyente que “combina la calidad artística con la pasión de la fe”, perfectamente consciente de su compromiso cristiano y, más específicamente, católico. Porque el contenido religioso de su poesía no se queda estancado en el dolor humano de Vallejo, ni en la fe intelectual y abstracta de Borges, ni en la vacilante creencia de Lezama Lima, ni en el Dios vacío de Octavio Paz, ni en el escepticismo de Nicanor Parra, ni en los reclamos frustrantes de Benedetti, ni en la moral trágica del hombre de José Martí. Cuadra es más decididamente trascendente, pero sin abandonar la sencillez y la profundidad, características constantes de su poesía. Por eso, ante la conmoción y la ternura que le motiva el tema de la Pasión y Crucifixión del Señor, levanta su palabra poética transformada en oración –la oración del dolor- como brazo, pilar, columna, para afirmar su credo, proclamar la verdad del Evangelio, pedir perdón por los pecados sociales y reconocer la autoridad y la doctrina de la Iglesia. Oigámoslo en la Primera Estación de su Viacrucis encargado por el papa Juan Pablo II:  

Nuestro tiempo juzga otra
vez a Cristo.

………………………………………………

No permitas, Señor, que volvamos a cegarnos y que condenemos
la Inocencia.
No permitas que nuestro orgullo vuelva a sacrificar al Humilde.
No permitas que nuestra muerte invente un torpe juicio
para rechazar tu Evangelio.

…………………………………

¡Que tu gracia, Señor, limpie nuestros ojos en este tiempo de confusión
para reconocerte siempre
en la autoridad de tu Iglesia
en la doctrina de tu Iglesia
en la pobreza, en la indefensión y en la renuncia.

Como laico comprometido con la causa de Cristo, se siente llamado a proclamar su palabra poética en defensa de la justicia y la libertad, pero reconociendo el valor trascendente de la empresa redentora. Dice Cuadra en este texto revelador de la “sutileza de su pensamiento y la honestidad de sus juicios” (Urbina):

“La ley dinámica del Cristianismo nunca fue construir paraísos en la tierra (para el Cristiano no hay utopía sino resurrección)”, pero el cristiano está llamado a la “lucha por la justicia, por el bienestar y por la liberación de los pueblos… pero no puede sustituir con ella la superior y trascendente empresa de la Redención. El reino de Cristo impregna y atraviesa las liberaciones humanas, manifestándose en ellas, pero sin identificarse con ellas.”4

Sin subestimar otros escritos de contenido religioso publicados en distintos momentos de su producción literaria, como su Canto Temporal (1933), en el que el poeta “proclamaba su fe de crucifixión que signó su vida” (Arellano), el corpus de la poesía religiosa, cristiana y católica de Pablo Antonio Cuadra está reunido en el Libro de Horas, que recoge textos escritos entre 1946 y 1954 en tres países: México (durante su exilio voluntario de tres años), España y Nicaragua. En esta obra, se plasma su fe como elemento emergente de una “zona misteriosa” que nutre la poesía de “poder” y de “amor, que es el sentimiento religioso”. Oigámoslo:

“Aquí se habla de una poesía que tiene, además, otra propiedad espiritual y es que sus palabras no sólo nacieron de la inventiva poética del autor, sino de una zona misteriosa que es todavía menos propiedad del poeta como es la fe”, por eso, “no sólo no soy yo el autor, sino que tuve que vencer la voluntad de ser y de manifestarse de mi yo, para que mi poesía se nutriera de ese poder y de ese amor que es el sentimiento religioso: lenguaje de este libro que, repito, no es mío sino en la medida en que tuve que alejarme de mí y navegar hacia el misterio”.5

El Libro de Horas – según uno de sus más lúcidos críticos, el venezolano Guillermo Yepes Boscán- condensa no solo el testimonio de su creencia en su proceso de reconversión y reencuentro con Cristo, sino el aporte de su poesía a la “catolicidad” de América Latina, entendida como la misión evangelizadora de la cultura y el rescate de la religiosidad popular. Ya en su Canto Temporal nos corre el velo de su experiencia interior:

¡Por un hombre se pasa, entre la llaga, al mundo!

…………………………………………………………………………..

porque su palabra es el nombre de los cielos,
porque la cruz es una puerta rota,
un abierto dolor en arco de victoria
para el paso del hombre y la marcha de su canto.
(Canto Temporal, VIII)

La relación Iglesia-mundo como nuevo elemento evangelizador de la cultura es un paso significativo que asumen los obispos latinoamericanos y del tercer mundo en el Sínodo de 1974 en donde se habla de la “religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular”, profundizado después en el Documento de Puebla, en el que explícitamente se consigna la relación fe-religión-cultura popular.

Juan Pablo II va más allá al afirmar “una vinculación fundamental del Evangelio con el hombre en su humanidad misma”, vínculo que “es efectivamente creador de cultura en su fundamento”, porque “para crear cultura hay que considerar… al hombre como valor particular y autónomo, como sujeto portador de la trascendencia de la persona”, como lo hace el Evangelio.

Pablo Antonio Cuadra, nos dice Yepes Boscán, es “un portavoz privilegiado de la religiosidad popular latinoamericana, capaz de crear nuevas síntesis vitales, ya que ella es fruto del encuentro o mestizaje cultural que él deliberadamente ha asumido y promovido en la cultura moderna de su país”6.

Este gran crítico de la obra pabloantoniana señala tres cauces íntimamente entrelazados, particularmente en los poemarios de su madurez: Cantos de Cifar y del Mar Dulce, 1971, Esos rostros que asoman en la multitud, 1974, y Siete árboles contra el atardecer, 1979, donde descubre: “… una poesía de la solidaridad humana y la caridad teologal, testificadora del amor y la fe en Cristo como fuerza de redención y salvación; una poesía de la civilidad y la dignidad, resistente al ‘desorden’ establecido y a la negación de la libertad, y una poesía de la cultura, de la búsqueda de la identidad nacional y del espíritu del pueblo, a través de la indagación lírica del arte y los mitos”. Y estos tres cauces –agrega- “tienen una fuente primaria común: la preocupación y búsqueda de un humanismo mestizo que se revela en la fusión de Cristo y el hombre originario de América”7

Porque Cuadra insiste en la necesidad de tomar conciencia de nuestra propia identidad mestiza  – “suma de culturas”- , pero reconociendo el elemento más importante de su composición: “… el descubrimiento de Cristo por el indio de América”.

Por eso asume, consciente de su responsabilidad como intelectual y poeta comprometido con su fe de católico, su misión evangelizadora de la cultura a través de su pensamiento poético que “desciende a los orígenes” –como afirma él mismo-, al “hombre original en su exilio y su esperanza”, para descubrir y extraer “los grandes valores  -el amor, la amistad, la poesía misma, el arte, la verdadera solidaridad del ágape-, los grandes valores… que son los que confieren un sentido a todos los otros valores y a la vida misma del hombre sobre la tierra”8.

Así se convierte –enfatiza Yepes Boscán- en el “portavoz privilegiado de la religiosidad popular” en América Latina, que es síntesis vital, fruto del mestizaje cultural y es “encarnación del Evangelio de Cristo en las culturas autóctonas”.

En verdad, la cultura hispanoamericana  -nos recuerda Cuadra-  debe a Darío el orgullo de ser mestizo y el reconocimiento de las dos herencias, la española y la indígena, pero sin obviar “los valores del amor que propicia la religión cristiana heredada de España y las afrentas de la Conquista y el vasallaje”.

Dice Cuadra: “Es Rubén Darío el primer mestizo que, en la corriente de nuestra literatura culta, no solo actualiza un pasado y promueve una búsqueda, una peregrinación hacia el misterio indio y sus ‘revelaciones de una belleza desconocida’  -como él dice- sino que proclama en sí mismo, contra todos los complejos y prejuicios de su tiempo, el orgullo de ser mestizo. Y mestizo para Darío es equilibrio, es armonía, porque igual recoge y asume los valores de los españoles contra ‘los que solo ven zodíacos funestos’, que incorpora y asume los valores del indio contra ‘las manos que apedrean las ruinas ilustres’. Y es cuando enciende esa llama, o cuando afirma su fe, o cuando su pensamiento poético invoca o se hace oración al Dios Cristiano que, para él, es el Dios de América”. Por eso, en su Canto de esperanza, Darío vuelve sus ojos “al inmenso resplandor de la figura de Cristo” para gritar “por su retorno, como salvación ante los desastres de la tierra envenenada por las pasiones de los hombres”. Dice Darío:

Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.

Y Pablo Antonio Cuadra en Cristo en la tarde:

¡Yo soy el amanecer y el ocaso!

………………………………………

¡Oh, venid! ¡He vaciado de sangre mi corazón
para dar lugar que los hombres reclinen su pesadumbre!.

Un fervoroso testimonio de su fe marcado por un profundo sentido de la caridad que asciende hasta la cumbre en el Himno de horas a los ojos de Nuestra Señora:

¡Deja, Señora, que miremos con la fe de tu mirada!

……………………

Dios te salve, María, congregación de los trigales,
en tus ojos la uva prepara su vendimia
y en tu mirada pasta sonrisas el Cordero.

………………………

Madre de la aflicción, ¡crucificada entraña!
has dado a sombras el fruto de tu vientre
con el dolor de sangre de todas las mujeres!
¡Déjame en este canto asomarme a tus ojos
y encontrar esa sombra donde el amor reside
aquí, junto a la Cruz que se alza en tus pupilas!

La poesía católica de Pablo Antonio Cuadra – como casi toda su poiesis matizada de símbolos, misterios, angustias, alegrías y esperanzas del cristiano- está caracterizada por una vinculación con la tierra, con el misterio del hombre, con el dolor humano y la defensa de sus valores fundamentales. Una obra cristocéntrica, renovadora de la “catolicidad” en América Latina. Un obra, como dice Nicasio Urbina, “fundacional de nuestra nacionalidad, de nuestras raíces, de nuestra esencia”. Es Pablo Antonio Cuadra testimonio laico cumbre de la fe en Cristo y su Iglesia: poeta-creyente que no solo canta y enaltece la condición de los humildes y la “insurrección de la pobreza”, sino que reconoce en la más absoluta dimensión espiritual al Cristo redentor. Es nuestro patriante – como lo llama Jorge Eduardo Arellano-  el “hacedor de cultura y constructor de soberanía que fue, del poeta que se apoderó de los ojos de su pueblo para ‘ver’ y crear con ellos visiones y realidades, sueños y esperanzas, para ser el más fiel intérprete de ese mismo pueblo y su más alta lengua contemporánea”.


1 Lección inaugural dictada en la Universidad Católica Redemtoris Mater de Managua el 8 de marzo de 2012.

2 Fidel Coloma: Rubén Darío, Antología. Verso y prosa, 1991, Editorial Limusa, México, p. 127.

3 T.S. Eliot, Notas para una definición de la cultura. Trad. de Félix de Azúa. Barcelona, Bruguera, 1984.

4 PAC: América o el tercer  hombre, págs. 113-116.

5 Citado por Yepes Boscán en su introducción a La poesía religiosa de Pablo Antonio Cuadra. FUNDARTE, Alcaldía de Caracas, 1996.

6 Yépez, XIX.

7 Yepes, XXIV.

8 Pablo Antonio Cuadra: Aventura literaria del mestizaje y otros ensayos, p. 147-150.

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Educador y escritor nicaragüense, nacido en San Pedro de Lóvago, Chontales, en 1943. Obtuvo una licenciatura en Letras y una maestría en Filología Hispánica. Ha sido profesor de Educación Media y catedrático universitario. Autor de más de setenta libros, entre los que se destacan obras pedagógicas, lingüísticas, lexicográficas e investigaciones educativas. Obtuvo el Primer Premio Latinoamericano de Periodismo “Contra las Intervenciones en Nuestra América” (1984), de parte de la Revista Diálogo Social (Panamá). Es Miembro de Número de la Academia Nicaragüense de la Lengua (antes de su cancelación gubernamental) y Miembro Correspondiente Hispanoamericano de la Real Academia Española. Colaborador de revistas nacionales e internacionales. Participa en los proyectos panhispánicos de la Asociación de Academias de la Lengua Española para la revisión del Diccionario del estudiante, de la Gramática panhispánica, del Diccionario de la Lengua Española, del Diccionario de Americanismos y del Diccionario panhispánico del español jurídico.