
Juan Casamayor: “La verdadera escritura se completa con la lectura de los otros”
1 abril, 2025
Páginas de Espuma, la emblemática editorial fundada por Juan Casamayor, celebra un cuarto de siglo de vida, y se ha consolidado como la mejor guarida que puede tener un cuento. Multitud de autores lo refrendan, y el artífice de esta casa de las letras lo explica en la siguiente entrevista.
A Juan Casamayor lo conocí de pura casualidad hace más de 15 años. Fue en un bar de Madrid. Recuerdo haber asistido a un encuentro entre amigos con una escritora gallega, de la que apenas me sabía el nombre. Esa noche peculiar, de cañas y croquetas, Juan emergió como lo que en estadística se denomina una variable perturbadora. Yo también era un extraño en aquel ambiente, y quizás por eso en aquella velada dos seres algo desubicados encontraron la forma de hacer buenas migas.Lo que no recuerdo es por qué estaba yo allí”, confiesa hoy al otro lado de la pantalla, con una seriedad que contrasta con la ligereza de la anécdota.
Lo que yo sí recuerdo fue un hecho que habla muchos más de él que de mí: antes de despedirse, Juan me preguntó si escribía; y me dio un correo personal que me pidió no difundir alegremente. Incluso en ese momento, el hombre estaba haciendo su trabajo sin importarle la mucha o poca relevancia del autor que tenía enfrente.

Desde aquella noche, Juan ha respaldado con generosidad todos mis proyectos revisteros, convirtiéndose en un cómplice obligado. Cada encuentro con él se transforma en una oportunidad para ponernos al día y reafirmar una sospecha que me ha perseguido buena parte de mi vida adulta: es en los bares donde florecen las amistades más fieles y añejas que pueda tener un alma noble.
Dicen que es suicida montar una editorial independiente, y más si está dedicada al cuento. ¿Por qué elegiste ese género cuando muchos editores y agentes presionan por firmar novelas?
La editorial se fundó en 1999, y nuestro primer libro salió en febrero del 2000 (Escritos de Luis Buñuel). Comenzamos con la especialización en el cuento porque no había un lugar dedicado a este género en el sector del libro. Al contrario, el relato había sido ignorado por la industria editorial a finales del siglo XX. Sin embargo, si uno revisa la segunda mitad de ese siglo, encontrará grandes nombres en este género. Es decir, había una paradoja: existía buena literatura de cuento, pero la industria no le daba espacio. Así que vimos una oportunidad. A lo largo de este primer cuarto de siglo, varios factores han favorecido la circulación del relato. Desde la tecnología, que ha permitido que los tiempos sean más rápidos y facilite la lectura de relatos breves, hasta la famosa blogosfera, donde el intercambio de narrativa breve se volvió posible. De pronto, los venezolanos leían a colombianos, los colombianos a uruguayos, y así sucesivamente. Por ejemplo, conocí a Antonio Ortuño leyendo algunos cuentos en su blog. Crear una editorial a finales de los 90 en torno a esta forma breve parecía una locura, pero nos ha ido muy bien. También hemos visto un crecimiento en los hábitos de lectura en varios países, algunos más que otros. En España, estos hábitos han aumentado considerablemente en los últimos 25 años. Cuanto más cultivado es un lector, más abierto está a diversos géneros y más sensible a distintos tipos de registro. El relato se ha beneficiado de esto. Lo que no me esperaba es que autores de grandes grupos decidieran publicar sus cuentos con nosotros.
¿Sientes que ya hablamos de un sello de calidad?
Esto ha pasado a medida que ha madurado el catálogo. El primero que derribó la puerta fue Andrés Neuman, quien decidió que sus cuentos no saldrían en Anagrama, sino en Páginas de Espuma. Fue el primero que tomó esa decisión. Hace quince años, no solo empezaron a citarse varios nombres fuertes, sino que la editorial también ha establecido desde entonces un entramado de distribución muy potente en Latinoamérica. En el género del cuento, damos la misma respuesta que ofrece Random House en novelas. Yo saco un libro de Katya Adaui, la escritora peruana, y tiene edición en Uruguay, Argentina, Colombia, Perú, España, y próximamente en otros países. Katya está feliz con nosotros. De hecho, vende más cuentos que novelas. Su libro Geografía de la oscuridad ha vendido cinco ediciones. También ha ganado el Premio Nacional de Literatura en Perú.
Ahora tampoco es extraño ver libros de cuentos editados por otro sello.
La proliferación de espacios de escritura creativa ha funcionado muy bien. La explosión de la biodiversidad de editoriales independientes ha permitido la publicación de más cuentos. Los grandes grupos también han tenido éxitos con libros de relatos de autoras como Marguerite Duras y Lucia Berlin. Ha habido una lucha entre editoriales por los cuentos de Samanta Schweblin, por ejemplo. El cuento ha cambiado de estatus, y la visibilidad de las escritoras latinoamericanas ha sido clave. Estas autoras, con su capacidad de novedad estética, narrativa y temática, han utilizado el cuento para manifestar avances literarios. Lo que menos me importa de Mónica Ojeda, Samanta Schweblin, Mariana Enríquez o Guadalupe Nettel es que sean mujeres. Ellas han introducido elementos que han renovado la narrativa y la estética.
Muchos escritores comienzan como lectores y luego se aventuran en la creación. Otros lectores, en cambio, se convierten en editores. ¿Podrías explicarnos esto último?
Es cierto que tanto la escritura como la edición se fundamentan en la lectura. Sin ese sustrato, nada podría germinar ni crecer. Sin embargo, existe una diferencia clara. Aquellos que leen y desean reproducir ese mundo suelen sentir una cercanía con la escritura; poseen una habilidad innata, el impulso de contar historias y la capacidad de sentirse cómodos en un espacio como la escritura, que a menudo puede ser hostil. A mí, la verdad, no me gusta para nada escribir; no es mi espacio idóneo. Mi lugar es la edición, aunque creo que la lectura se puede desplegar de muchas formas. Estudié filología y tenía la intención de trabajar en el ámbito académico, pero, por alguna razón, descubrí que el estudio del “texto terminado” no era mi lugar.
Mejor que te hayas ido por la edición, dadas ciertas modas académicas.
Lo último me lo dice mucha gente de ese mundo… Siento que la lectura vinculada con la edición es diferente. Es como asomarse al umbral donde aún permanecen ciertos matices creativos por parte del escritor. Si te dijera que un 90% de mi yo no quiere escribir y un 10% sí, te aseguraré que esa pequeña parte se siente satisfecha al ser testigo de ese milagro: la transformación del manuscrito en un libro. Esa es la verdadera responsabilidad de un editor literario: acompañar, dialogar y debatir con quien escribe. No se trata de que gane uno u otro, sino de que el texto salga fortalecido. Tú, como escritor, lo sabes bien: por mucho que cierras un manuscrito, después de años de soledad, hallazgos, dudas y correcciones, hay algo que sucede: la verdadera escritura se completa con la lectura de los otros.
Algunos escritores siguen pensando que el editor es innecesario. Consideran que su obra no necesita intermediarios.
Los escritores no escriben libros, escriben manuscritos. En ese tránsito, es fundamental que ambas partes dialoguen y debatan. No es cierta esa leyenda urbana que dice que los escritores no quieren cambiar ni una coma. En realidad, los escritores desean ser leídos, que su texto sea comentado y que se señalen debilidades o se hagan sugerencias de modificaciones. Normalmente, si eres un editor que presenta un texto bien editado, el autor acepta casi todo lo que sugiere una lectura profesional. No hay nada más desprotegido que un autor que no es leído profesionalmente en una editorial. La corrección ortotipográfica es importante, pero es una labor secundaria frente a la edición. Al trabajar con una materia tan sensible como lo es la escritura, se establece un vínculo personal. Cuanto más conozco a la persona que tengo delante, más sé de su vida, cómo piensa y lo que siente. Así puedo editar mejor.
Eso se nota en el trato que tienes con ciertos autores, como con Antonio Ortuño o Andrés Neuman. Parecen colegas de toda la vida.
Yo no tengo hermanos, pero Andrés es como uno para mí. En casa, se le llamaba «tío Andrés» porque, cuando mi hijo tenía tres años, le preguntó si él era hermano de su papá o de su mamá. Antonio Ortuño es otro autor querido, al igual que la escritora mexicana Socorro Venegas. Con Socorro también he tenido una relación cercana, ya que trabajamos juntos en la antología Vindictas. Cuentistas latinoamericanas. La armamos durante la segunda mitad del año 2020, conectándonos una vez a la semana en un momento tan cómico y extraño como lo fue la pandemia. Después, he trabajado en libros suyos que son muy sensibles.
En ese momento, una llamada interrumpe la charla. Juan se excusa y atiende a un librero de Guatemala. No solo habla de unos libros por colocar, sino que también le promete ponerse en contacto con cierta autora; lo hace de inmediato al colgar el teléfono. La llama y le advierte de esta oportunidad; le pregunta por sus proyectos y luego se despide porque está en medio de una entrevista. A ambos los trata como buenos amigos. Asisto, en minutos, a un ejercicio de hombre orquesta, de editor de los de antes, que iba más allá de su labor de leer y publicar libros. Pienso en Carlos Barral, en Jorge Herralde, en Beatriz de Moura…
«Perdona, es que debía solucionar esto de una vez», dice.
¿Cuáles editores han sido tu inspiración?
Hay varios editores que han sido muy importantes para mí. Uno de ellos es Jorge Herralde, quien se destaca por la creación de marca editorial y su intuición de mercado. Es un editor insustituible en la cultura escrita del siglo XX y parte del XXI. Me parece que, si desaparecieran todos los libros de Anagrama, habría un horror vacui. Herralde encarna la figura del editor, y aunque habrá autores que te hablen bien o mal de él, lo que no se puede discutir es el legado que ha dejado. De más de 2000 títulos, te diría que 200 son absolutamente indispensables en una biblioteca. Eso no lo consigue cualquier editorial. Si mi editorial contara con 10 títulos indispensables después de 50 años, sería feliz. Pero Herralde ha logrado varios centenares de títulos, y algunos se han convertido en clásicos. No es que ciertos autores, como Carver o Paul Auster, no fueran conocidos antes de Anagrama, pero él los elevó.

Otro editor que me apasiona es Jaime Salinas, el hijo de Pedro Salinas, quien creó Alfaguara. Él fue un gran baluarte de Carmen Balcells para generar el boom. Era un editor que hacía compatible la edición cultural con una estructura más grande. Tuve la suerte de conocerlo bien porque edité las memorias de su padre. Estas memorias son conflictivas, dado que se hablaba de su padre, el poeta del amor, y parte de sus poemas estaban destinados a Katherine Whitmore, una estudiante estadounidense.
Admiré mucho en vida a Claudio López Lamadrid, quien era el editor del gran grupo que más miedo me daba (Penguin Random House Grupo Editorial).
Beatriz de Moura, la editora de Tusquets, es otra persona a quien admiro. Beatriz era una gran lectora y me consta cómo trabajaba los textos, como me han comentado autores que fueron editados por ella. Beatriz debía ser una editora muy enfocada en el texto. Sé que Herralde no lo era; él podía devolverte un manuscrito con tres o cuatro notas. Beatriz, en cambio, acribillaba los manuscritos. Juan Cerezo, quien ahora lleva Tusquets, es heredero de ese modelo.
Ninguno se parece al editor de Raymond Carver, que intervenía sus textos. ¿Qué opinas de él?
Creo que hay un umbral en la edición. Puedo ayudar a mejorar un texto o sugerir modificaciones de cierto grado, pero no cambiar un manuscrito de forma drástica. No porque no pueda, sino porque no quiero. Eso supondría reescribir. Si las modificaciones fueran tan profundas, diría que no publico ese texto, ya que no entra dentro de mis parámetros. Respecto a Carver, hay un grado intervencionista que se observa en la edición estadounidense. A veces, el editor y el autor se unen como una fuerza, con el objetivo de sacar un producto que no siempre es lo mismo que la escritura original. Con Carver, hubo casos de manuscritos que se vieron afectados por una mayor intervención del editor. No hay nada peor que corregir sobre la corrección, ya que así el texto pierde su frescura. Un manuscrito no puede ser perfecto; es mejor que sea un poco irregular.
Has dicho que te hubiese encantado haber sido el editor de los cuentos de Julio Cortázar.
¿A quién no?
Me llamó la atención que estés editando la colección de cuentos de Edgar Allan Poe, pero sin la traducción de Cortázar.
He sido un lector de Julio Cortázar desde mi adolescencia. Él reúne todas las condiciones para seducir a un joven que empieza a disfrutar de la literatura. Su capacidad de juego y lo fantástico lo convierten en un escritor con muchas puertas por las que puedes entrar. En 2008, tuvimos la oportunidad de editar los cuentos de Poe gracias a la decisión de la agencia Carmen Balcells de liberar los derechos. Nunca podré ser el editor de Julio Cortázar, pero al menos pude serlo de la traducción de los cuentos de Poe. Eso no es poco… Cortázar hizo un famoso prólogo biográfico que era casi un libro en sí mismo. Me permitió conocer a Aurora Bernárdez (ex pareja del autor), y hablé con ella sobre cómo tradujeron esos cuentos, tan jóvenes, en un viaje por Europa donde lo último que les preocupaba era realmente traducir. El trabajo de Cortázar con los cuentos de Poe es, sin duda, la mejor versión de Poe posible, y eso nadie lo volverá a superar. Sin embargo, todo clásico merece una traducción contemporánea. Con el músculo de catálogo que ahora tiene Páginas de Espuma, era el momento adecuado para tener una edición íntegra de los cuentos de Poe. Con la bibliografía primaria y secundaria que tenemos ahora, así como las condiciones de traducción y el diálogo con Cortázar, podíamos hacer una edición completa. Cortázar tomó decisiones literarias que van más allá de la traducción; introdujo frases que no están en Poe, lo cual es maravilloso. La traducción de Baudelaire pesa, y estoy seguro de que Cortázar tuvo acceso a la edición en inglés, pero también a la de Baudelaire.
¿Por qué?
Ese tono poético y lírico de los cuentos no está exactamente presente en Poe. Él es más torturado y turbulento, reflejando un miedo tanto al exterior como a sí mismo. Quizás eso se perdió en la posible traducción de Cortázar, a favor de crear una atmósfera más poética y de empatizar con el lector. Sin embargo, Poe sigue siendo un escritor muy torturado. Por otro lado, publicamos ensayos de un gran autor que tiene una ironía y una crueldad con los textos que lee que no son comunes. Tener a Cortázar cerca fue una suerte; fue una especie de mutante, traductor y editor al mismo tiempo. Aunque hay pequeñas modificaciones, estas ocurren en las manos de un gigante. Era como darle la vuelta a la poética de Poe. Cortázar sabía lo que hacía, y esas introducciones las efectuaba en los finales de los cuentos, donde realmente te juegas mucho. De todas formas, creo que era necesario ofrecer al lector del siglo XXI una traducción que se ajuste a otros criterios.
¿Cómo has logrado tener 16 novedades al año siendo independiente?
Hay quienes consideran que son pocas, pero son novedades que el equipo editorial es capaz de producir y promocionar adecuadamente. Ten en cuenta que, en España, de los 12 meses del año, hay cuatro en los que casi no se comercializan libros: enero, diciembre, julio y agosto. Por lo tanto, de los ocho meses restantes, lanzar 16 libros equivale a dos cada 15 días. Estos son títulos que la editorial puede manejar bien, invertir en promoción y hacer una rotación equilibrada. Podríamos hacer 25 novedades sin problema, pero estoy seguro de que eso resultaría en una gestión menos efectiva. Así que estamos contentos con la producción actual. También es cierto que no hacemos menos de 50 reediciones al año; es decir, una edición a la semana. Por lo tanto, si contamos las reediciones, aumentaríamos de 16 a 56 libros en total.
Hace un rato hablaste de tu hijo, ¿él también lee como tú?
Fernando fue un lector voraz durante su adolescencia, una etapa en la que es fácil enamorarse de lo japonés. Tiene una biblioteca apabullante, no solo de manga, sino también de libros sobre la historia y la gastronomía de Japón. Esta pasión lo acompañó hasta los 16 o 17 años, pero a los 17 se fue a vivir a Inglaterra para estudiar. Allí, hizo un máster en arqueología islámica y ahora se encuentra inmerso en su doctorado. Sabes lo que implica: es necesario leer muchos artículos y textos académicos. De vez en cuando, le compro un libro por si se quiere desatascar, algo que le permita desconectarse de su mundo académico, que no esté relacionado con su estudio islámico. Sin embargo, no hay espacio, porque debe revisar varios centenares de páginas cada semana.
Acabas de mencionar el gusto de tu hijo por el manga, y siempre me has dado la impresión de tener un alma pop. ¿Lees cómics o novelas gráficas?
Fui un lector de cómics hasta los 18 o 19 años. En España, aquellos nacidos antes del 75 que niegan haber leído un cómic no están diciendo la verdad. Eso formaba parte de nuestras vidas. Era la época dorada de Francisco Ibáñez y Escobar, grandes dibujantes que dejaron huella. Veníamos de una tradición de viñetas que abarcaba desde hazañas bélicas de la Segunda Guerra Mundial hasta El Jabato, un íbero que luchaba contra los romanos. Luego apareció otro personaje similar, Capitán Trueno, que se enfrentaba al mundo musulmán. Ese cómic tenía un aire un tanto tardo-franquista… Hoy existe un verdadero boom de lo gráfico. Aunque en la editorial no nos hayamos metido en las novelas gráficas, dentro de la coherencia del catálogo sobre la forma breve, hemos ampliado el concepto de cuento y publicamos relatos muy largos con ilustraciones. Eso es lo más cercano a lo gráfico que se ha hecho.
¿Cuáles son los cinco cuentos fundamentales en tu labor editorial?
El cuento «Hongos» de Guadalupe Nettel lo considero fundamental. Es uno de los que mejor refleja el horror del cuerpo, el amor, la descomposición, la conciencia de la pérdida y el duelo. Es como si no pasara nada, que es lo más bonito que hace Guadalupe. Cuando entras en uno de sus cuentos, te atrapa. Después de siete u ocho párrafos, te preguntas: “¿qué me está haciendo?”. Empieza a retorcerte con cosas y funciona un poco por acumulación. En ese sentido, es brutal.
También me quedaría con el cuento «Subasta» de María Fernanda Ampuero, que por fin se va a traducir al francés. Esto es un gran logro.
Otro cuento que me parece absolutamente brutal es uno de Samanta Schweblin. Cuando ella llegó a Páginas de Espuma, no la conocía nadie, salvo en Argentina. Ahora es un fenómeno con 34 ediciones. Mantenemos «Siete casas vacías» por decisión de Samanta. A mí me gusta «La respiración cavernaria», un cuento largo, medidamente lento y barroco.
Además, elegiría «Alumbramiento» de Andrés Neuman. Es notable que un joven escriba un cuento sobre un hombre pariendo, con reflexiones acerca de su paternidad, hace más de 20 años. Andrés ya estaba desarrollando este universo antes de la explosión de los feminismos que hay ahora.
Para cerrar un poco la historia de Páginas de Espuma, no podríamos dejar atrás el cuento contemporáneo en España. Para mí, el mejor cuentista español hoy es Eloy Tizón. Me quedaría con «Carta a Nabokov». Es un cuento que lo inventa todo para él. La forma de escribir que tiene Tizón en ese primer cuento es como si te dijera: “Mira, en estas páginas no pasa nada, pero voy a hacer un pacto de lectura contigo. Dame la mano y paseemos por aquí”. Si pasas ese primer cuento, irás avanzando en el libro, que intercalará tensión narrativa y dramática.
Así que elijo estos cuentos, y me parece que hay una complementariedad. El texto más realista de Guadalupe, el de conciencia ideológica y militancia de Ampuero, la distorsión de la realidad que hace Samanta, junto con la literatura híbrida y mestiza de Andrés, y el cuento lírico y poético de Tizón.
Cerremos con la última pregunta que habrás respondido mil veces: ¿por qué elegiste el nombre Páginas de Espuma para tu editorial?
Páginas de Espuma es un nombre que surgió en el verano de 1999, cuando Encarnación Molina (su esposa) y yo buscábamos nombre para la editorial. Nos gustaba mucho la idea de un sintagma. En los 90 había una editorial llamada Lengua de trapo, que sonaba muy bien. Leyendo poesía, aterrizamos en los poemas de Luis García Montero. El primer año que dio clases en Granada, Encarna fue su alumna, y se hicieron grandes amigos. De ahí encontramos Páginas de Espuma en un poema, titulado “El mar”, y nos lanzamos a ello. Es un nombre muy poético, que habría sido magnífico para una editorial de poesía, pero ahora lo entendemos de otra manera.
Daniel Centeno Maldonado es escritor, editor y periodista venezolano. En la actualidad dicta clases de cine y literatura en la Universidad de Houston y dirige la revista Carátula. La novela La vida alegre (Alfaguara, 2020) es su libro más reciente.
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Larissa Hernández es comunicadora social con estudios de postgrado en Sistemas de Información y en Literatura Latinoamericana. Desde 1993, trabaja en archivo y memoria, coordinando proyectos de digitalización de documentos relacionados con arte, arquitectura, literatura, música y prensa. Fue coordinadora y productora general de actividades educativas y eventos culturales de la Fundación Iberoamericana para el Nuevo Periodismo Gabriel García Márquez. Ha publicado artículos en la Revista Javeriana Cuadernos de Literatura y en Latin American Literature Today.