
Jorge Galán: “El uso de la violencia está completamente relativizado”
1 junio, 2025
Carátula ofrece a sus lectores una entrevista con el destacado poeta y narrador Jorge Galán (San Salvador, 1973). Su obra, traducida a múltiples idiomas, ha sido reconocida con importantes premios, entre ellos el Premio Adonais de Poesía (2006) y el Premio de la Real Academia Española (2016). Su escritura se mueve con fluidez entre géneros como la poesía, la novela y la literatura infantil. Su más reciente novela, Los muchachos del apocalipsis (2024), profundiza en el fenómeno migratorio y la compleja realidad social de El Salvador, al narrar las historias de jóvenes marcados por la violencia. En esta conversación, Galán reflexiona sobre su trayectoria, los desafíos de escribir desde el exilio y la manera en que su literatura dialoga con la historia reciente de su país. Además, comparte detalles sobre su proceso creativo, la influencia de la poesía en su prosa y la importancia de espacios como Carátula y Centroamérica Cuenta para la difusión de la literatura de la región.
— Parece que existe una tradición en la que muchos narradores comienzan escribiendo poesía antes de pasar a la prosa. En tu caso, parece que esta dinámica se rompe, ya que has mantenido una producción constante tanto en poesía como en narrativa, incluyendo literatura infantil. Además, ambas han sido bien recibidas por la crítica y los lectores. ¿Cómo has hecho para mantenerte en ambos géneros?
— Lo que sucede es que parece que yo comencé escribiendo poesía y luego narrativa, porque comencé al principio ganando algunos premios de poesía. Entonces, eso me hizo más fácil publicar. Pero en realidad yo comencé más o menos paralelamente, porque siempre estaba consumiendo novelas. Yo leía muchísimo de todo, pero me acuerdo de que me impactó J.R.R. Tolkien, por ejemplo. Leía El señor de los anillos, El hobbit y tenía mucha afición por la literatura de ciencia ficción o de fantasía o de terror, de H.P. Lovecraft, de Arthur Machen, de Philip K. Dick. Entonces, vivía en el mundo de las historias y escribía historias.
— ¿Eso ayudó a desarrollar ambos géneros?
— Sí, pero fue una cosa que se dio sin pensarlo. A mí siempre me gustaba leer historias. Por ejemplo, cuando me dieron el Adonáis en 2006, ya había ganado dos premios nacionales de novela. Una se llama Historia de un florero y la otra El Sueño de Mariana. La segunda es de ciencia ficción. Hasta ahora mantengo la costumbre: leo poemas casi todos los días aunado a una novela
— Hablemos de dos de tus libros: la novela Noviembre y el poemario Mediana noche del mundo. Ambos están marcados por la memoria, la violencia y el duelo tras el asesinato de los jesuitas en El Salvador. ¿Cómo dialogan estos libros entre sí? ¿Dirías que Mediana noche del mundo es, de algún modo, la ejecución poética de Noviembre?
— Esto fue así: cuando yo publiqué la novela tuve algunos problemas, algunos serios y otros no tanto. Recibí muchos malos mensajes cuando salió Noviembre. En parte por la temática del libro, en parte porque se me ocurrió por alguna razón hablar de asesinatos, el de los padres jesuitas y puse los nombres de los criminales. Eso me trajo ciertas complicaciones. El libro tuvo unos derroteros que yo jamás pude imaginar, entre ellos que tuvo que participar en el juicio que se hizo en España. Cuando decido marcharme de El Salvador, todo me provoca un motivo nostálgico, poético. Así que comienzo a escribir el libro para contar un poco cómo me sentía o cómo era eso. Por eso se llama Medianoche del mundo, porque era como un poco vivir en esa oscuridad. Ver a tu país desde lejos, desde otro punto de vista.
— Te pasó como el cura guatemalteco Rafael Landívar: cuando sacaron a los jesuitas de América Latina, él se fue a Italia y terminó Rusticatio Mexicana.
— Así es. Además, salgo en una época en la que se daba una situación singular: no quería que mi madre ni mi abuela se dieran cuenta de que yo estaba viviendo una situación un poco difícil. Al principio intenté maquillar un poco lo que estaba pasando. Allí reside la relación que tienen ambos libros.
— Hace poco apareció tu nueva novela, Los muchachos del apocalipsis, y tiene una estructura de capítulos breves. ¿Qué motivó esta decisión narrativa?
— Sí, a mí me gusta eso. Me gusta crear una sensación de contrapunto en la lectura en la que pasan muchas cosas al mismo tiempo. En lugar de los capítulos extensos, siento que ayuda al lector a seguir de una manera más fácil, más simple. Creo que, cuando lo hice en Noviembre, estaba pensando cómo narrar de manera ágil una historia que podía ser muy sombría. Quería contársela a muchachos y muchachas de dieciocho, diecinueve y veinte años. Traer al presente ese momento histórico. Pensaba en cómo traducir un tema espeso.

— La novela retrata con precisión a los distintos protagonistas jóvenes que transitan por El Salvador, pero hay otro grupo de personajes que destaca: las abuelas. ¿Qué importancia tienen en la historia?
— La presencia de las abuelas, los abuelos, la gente mayor, es importante cuando querés hacer un retrato más o menos fidedigno de cómo se vive en nuestros pueblos. Nunca nos separamos de ellos, siempre estamos pendientes. Viven en nuestras casas. Son depositarios de la memoria. Son como estructuradores de la sociedad. Hay un momento en que yo escribí Los muchachos del apocalipsis, mientras pasaba un tiempo en Roma, y estaba pensando mucho en lo de la migración. A veces tenía la sensación de que cuando dejas todo, casa o país; son decisiones que tomas por necesidad. Quería contar un poco cómo se vivía aquí y lo que nos obligaba a marcharnos. En El Salvador la gente solía marcharse como una manera de huir, ya sea de una situación económica o de violencia. Al contar esta historia quería que se viera reflejado el tema de la migración. Cuando migras de una manera obligada, siempre hay una separación dolorosa.
— Esta novela plantea un doble movimiento migratorio: la de los salvadoreños que buscan salir del país; y la de aquellos que regresan tras años de ausencia. ¿Cuál es la apuesta al mostrar este ir y venir de la sociedad salvadoreña?
— Es una búsqueda de lo que está pasando ahora mismo. Los hermanos lejanos, como les llamamos, siempre están queriendo volver y lo hacen aunque sea solo de visita. Siempre vienen distintos, hablando extraño, porque se les modifica el español. Vienen queriendo mostrar el éxito que han tenido afuera, en algunos casos.
— Hay una escena en la novela sobre estos salvadoreños que regresan: uno de los personajes vuelve, y visita la casa donde vivía antes de marcharse. Durante el recorrido turístico, se encuentra con unos pandilleros y el guía dispara a uno de ellos.
— El uso de la violencia está completamente relativizado en mi país. La vida valía muy poco. Maca (el guía) es un reflejo de eso: un joven que puede ser capaz de ser lo más amoroso con sus amigos y a la vez ser un asesino. Yo mismo tenía un amigo mayor que yo, y era un tipo que tendía a cuidarte mucho. Íbamos a ver fútbol, jugábamos baloncesto juntos. Sin embargo, también era una persona que tenía otra vida. Ya no está entre nosotros. Acabó muerto hace mucho tiempo. Era un tipo terrible. Era nuestro amigo y no distinguimos ciertas cosas para el momento. Un día, de pronto, desapareció. No llegaba a la cancha. Fuimos a buscarlo a su casa para ver qué pasaba y la madre nos dijo que se había ido a trabajar a San Miguel, al oriente del país. Y no dijo más. La cuestión es que desapareció un tiempo. Cuando volvió nos contó lo que había sucedido. Había robado un carro con otros, la policía los detuvo y tuvo que ir a la cárcel.
— Con tu poemario Equinoccio ganaste el Premio Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2022. ¿De qué trata este poemario y cómo dialoga con nuestra actualidad?
— Este título forma parte de una serie de libros que tenía la idea de escribir como algo que se llamará las estaciones. Tenía en mente el equinoccio y el solsticio, porque me gusta mucho esa clase de temáticas. Quería hablar sobre eso y también sobre la sociedad. Por ejemplo, hay un poema que se llama “La ciudad” que lo que cuenta es una sociedad primitiva dentro de la cueva, y de cómo se va creando una conciencia de comunidad a través de los años.
— ¿Te parece que iniciativas como Carátula y Centroamérica Cuenta están poniendo esta región del mundo en el mapa literario actual?
— Que Sergio Ramírez esté al frente de estos proyectos dice mucho. Él es para mí lo mismo que Horacio Castellanos Moya. A Sergio he tenido la oportunidad de leerlo, conocerlo y escucharlo. Es una persona que te marca. Esta gente nos da mucha sustancia; nos hace existir como centroamericanos. Nos provee de algo que no teníamos. Yo sí siento que esto tiene muchísima importancia. Antes éramos un espectáculo con un escenario a oscuras. Con Centroamérica Cuenta y Carátula tenemos una luz central, por decirlo de alguna manera.
Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez