Portada Minerva

Adelanto editorial: ‘Minerva’

1 abril, 2024

Presentamos un adelanto de la novela Minerva, de la escritora venezolana Keila Vall de la Ville, publicada por la editorial Pre-textos. 


5.

Novecientos treinta Amsterdam Avenue. Llegó una caja que no pedí. En este apartamento de espacio blanco, de espacio negativo que no es más que el espacio supuesto a quedar vacío para que lo que es sea, en este apartamento de paredes limpias y estos 90 metros que me pertenecen, sin línea telefónica, de número igual a uno, igual a Minerva y punto, no hay lugar para esta carga. 

No cabemos las dos. 

Pequeño. Un apartamento blanco y pequeño. Eso quise y eso tengo.

De la puerta de mi casa a la cama, quince pasos. A la cocina de hornillas pequeñas, tostadora y máquina de hacer café, dos. De la cocina a la cama, con la mesita junto a la ventana que da a la calle, nueve pasos. De la cama al baño, tres. Es todo lo que hay. Si te asomas desde este piso cinco ves a la gente caminando abajo, la escalera de incendios del edificio de enfrente, el anuncio de Chase en la esquina, los toldos blancos y rojos de la Hungarian Pastry Shop.  

Es todo lo que hay.

9. 

Nada en la cáscara anuncia lo que ocurre dentro. 

El cuerpo en movimiento, el cuerpo inmóvil, no está solo moviéndose y no está jamás verdaderamente estático. Una corriente eléctrica que viene del centro, del núcleo de la tierra, te alcanza y te ocupa siempre. Es necesario abrirse, claudicar lo que recubre y opaca. Entonces ocurre. Un instante claro y es allí cuando logras ver. 

Debe desconfiarse de lo que sugiere la cáscara, mirarse el mundo a través de. Esto es importante: empecinarse en la intención solo para abandonarla. Así bailas, así permaneces. Sin esperar nada a cambio.

Nadie me dará la quietud del árbol, nada me llevará de la mano al núcleo. Busco raíz desde mis pies magnéticos en movimiento aparente. Emerjo desde el silencio que es ante todo latido y respiración. Un rumor. Tobillos determinados y flexibles, caderas fluidas y ondulantes. Bien afincadas siento las almohaditas de los pies como extremidades felinas, potentes propulsoras. Me rindo a lo sinuoso que soy y lo ofrezco. 

Me llamo Minerva. Soy guerrera, soy danzarina. Esta es mi raza. Parece que me muevo, pero estoy muy quieta. Parece que estoy quieta, pero estoy viajando. Al centro. Al núcleo. Al «claro del bosque». Esta es mi raza.

«I know it looks like I’m moving
but I’m standing still»

17.

Fue en ese hogar de mensajes a media voz y a media luz, en esa casa de fiestas hasta el amanecer en las que se bailaba y se cantaba vestida de hombre y vestido de mujer, ondulando trapos y caderas, fiestas en las que yo de pequeña participaba divertida antes de que la carroza se convirtiera en calabaza y todo se volviera incierto, turbio, que entendí que para ser libre, para ser Minerva, debía irme. Fue en ese hogar de invitados apegados a la noche, seres híbridos que a partir de cierta hora temían la oscuridad que amaban, una oscuridad que en lugar de protegerlos bajo el manto de la ambigüedad les ofrecía en las calles una intemperie peligrosa, que entendí que una cosa es el amor, otra lo que logras hacer con ese amor. El amor también comprime, controla, y cuando hay miedo interfiriendo, puede que ahogue. Fue en esa casa en la que terminaban los amigos fiesteros quedándose a dormir en el cuartito de atrás, que descubrí que para ser la diferente que estaba supuesta a ser, debía irme. Al otro lado. Al lado de los diferentes de los diferentes de los diferentes. A mi lado. Al Punto Minerva.

19.

Tiene que haber un papá que es más papá que el otro. 

Siempre en ese tono en oportunidades condescendiente, en otras, curioso. A veces abiertamente malintencionado. Desde los niños y las profesoras del salón de clases, hasta las enfermeras en el consultorio del pediatra y los papás del colegio, y hasta personas desconocidas, gente que fisgonea en la vida de los niños, o en la vida de las familias a través de los niños, porque se dicen que total, si atormento con preguntas a esta mocosa, nadie va a saber. Nadie lo notará. Ni ella entenderá. 

Pero yo me daba cuenta y mucha, y me sentía muy mal. Me sentía muy mal entre otras cosas porque intuía que tenían razón, que ese cuento era un cuento chino, como decía Javi. 

Respuesta que darles, yo no tenía. 

Acá lo llaman being in the dark. Permanecer en lo oscuro es ignorar una verdad. Yo permanecía ignorante, yo permanecía en la oscuridad en una casa en la que la luz era fundamental. Permanecía en lo oscuro y buscaba explicaciones sin saber que las buscaba al inicio, sintiendo curiosidad luego, con empecinamiento más adelante. Iba tras los secretos inexistentes de una familia supuestamente libre de tabús. Lo llaman (im) perfección. A veces yo soy este paréntesis. 

Haré las paces con ese paréntesis, me dije al irme. Habitaré el prefijo.

Bah.

27.

Yo no llegué a este apartamento blanco con planta de gingko de una. No llegué siquiera a Manhattan de una. Llegué nada más y nada menos que a la casa de Aura, de nuestra Aura. A un pueblito que se llama Madison. Resulta que su hermana no vivía en Colombia, vivía en New Jersey. La hermana que supuestamente estaba en Colombia cuidando a la mamá enferma, vivía en realidad en Estados Unidos y había aplicado a una petición de residencia para llevarla con ella, la había pedido legalmente desde hacía años. Antes de que las cosas terminaran de complicarse en el país, en este constante decaer que aún no parece tocar fondo, a Aura le salieron los papeles. Y fue por eso que nos dejó. Como dice ella: 

– Eso fue darle un abrazo a Belén, conocer a Mat, dejar la maleta en la mitad de la sala, y salir a buscar trabajo. Para luego es tarde. Cuando eres inmigrante no hay trabajo malo.

Aura limpia casas y oficinas, pasea y cuida mascotas, riega plantas, ha lavado platos y servido mesas y ha hecho catering para eventos de la iglesia pentecostal del pueblo. Ahora mismo trabaja como costurera en una lavandería y mantiene cinco o seis clientes privados. Les resuelve la vida, dice. Me lo imagino perfectamente, entiendo ahora: eso es lo que ella hacía por nosotros en casa, resolvernos la vida. Aura se ha mudado nueve veces en dos años. Vive en un apartamento de una habitación con Eleazar, que trabaja como vendedor en una tienda de fotografía, y dice que escribe poesía. Esto no me consta. 

Al día siguiente de darme la bienvenida, ofreciéndome una taza de café y una arepa de queso, y en seguida poniéndose un impermeable y tomando la cartera en la mano, me dijo:

– Tengo excelentes contactos. En este pueblo lo importante es saberse mover.

Yo seguía con los brazos extendidos. La arepa en una mano. El café en la otra. En pánico.

– Voy saliendo.

– ¿Te vas? ¿Y el plan?

– Si me quedo se me hace tarde. Te va a venir a buscar Mat.

– ¿Mat?

No había terminado de hacer la pregunta cuando un bogotano más o menos de mi edad, Matías, se apareció en la puerta. Le dio un beso y un abrazo a Aura. 

– ¿Esta es la bailarina? – le preguntó sin mayor interés mirándome de arriba a abajo.

Aura se rió. 

Su saludo fue:

– Vamos. Al Triángulo de las Bermudas.

Sin preguntar me atraganté el café, di dos mordiscos a la arepa, la envolví en la servilleta y la metí en el bolsillo (no tenía idea de cuando volvería a comer) y me fui tras él. No más salí me di cuenta que tenía muchas ganas de hacer pipí. No dije nada. Iba muy abrigada, también pensé. Él iba apenas en jeans y camiseta. Por una de las mangas se asomaba un tatuaje. En la parte de atrás del cuello se le veía otro. No llevaba impermeable. No pregunté nada. Mat está chévere, pensé en cambio, sacando la arepa del bolsillo y dándole dos mordiscos más. La felicidad es así. Aparece sin complicaciones.

– ¿Quieres?

– Bueno.

En un mordisco y medio se comió la mitad. De nada.

– Este pueblo tú lo ves muy gringo. Pero acá los que hacemos que camine y quienes lo mantenemos así, tan clásico, tan histórico – y esto lo dijo con una ironía, con una medio sonrisa y levantando las cejas al pronunciar la palabra histórico – somos nosotros: los latinos. Y de una te aviso: si llegaste sintiendo que eres venezolana, cámbiate el chip. Nosotros vamos todos en un mismo saco: somos latinos. Eso sí, acá nunca vas a estar sola. Éste – dijo al llegar a la avenida principal dibujando en el aire un triángulo invisible con un dedo: tres líneas incongruentes para mí, pero a juzgar por la precisión con las que las marcaba dibujando la nada, lugares muy reales – éste es El Triángulo de las Bermudas. Llegamos.

Es más sencillo de lo que parece. El Triángulo de las Bermudas sí tiene un sustrato euclidiano. En una esquina está Studio Yoga, pronto el (e)Studio Yoga, pronto El Estudio Yoga, en la otra la tienda de fotografía “de Eleazar”, y en la otra, la lavandería “de Jose”. A dos lados de la calle, dos banquitos. 

– El de la izquierda es el mío – dijo Matías apuntando al de la izquierda. – Está a la orden.

Pensé que la cosa se estaba poniendo rara, e interesante. También pensé que estaba totalmente perdida, quizás saberlo todo era urgente, o tal vez nada tenía en el fondo verdadera importancia. Nos sentamos en su banquito. 

36.

Soy la chispa que estalla el fósforo. Soy el filtro que cambia la luz del sitio. Soy promesa y extensión, soy punctum, soy zulú, soy niña, faraona, soy otra distinta a mí. Soy objeto de estudio y sujeto estudioso. Soy el gajo de una naranja. Soy atrezo. Soy ofrenda. Me entrego con los ojos cerrados, es algo que sé hacer. Soy el efecto del carboncillo en la mano de quien me ve. Sé cómo mudar mi mente sin cuerpo mientras los demás usan mi cuerpo. Sé cómo borrarme para que otros me puedan mirar. Me ves inmóvil, pero estoy en cada esquina de este salón, estoy en Caracas, estoy en mi infancia y en cada historia triste de mi país. Estoy en cada circunvolución de mi pasado familiar. Ahora mismo siento mi mejilla izquierda en contacto con el piso frío de granito, siento los muslos fríos bajo la falda plisada de poliéster, pronto me llamarán para ir a cenar. Vamos Minerva, que se te ensucia el uniforme. Posar me lleva a kilómetros y años luz. Lo llaman perfección, posar me lleva de vuelta a casa. Soy naturaleza muerta o utilería. Soy instrumento para todo lo aparentemente inútil cuando en lo inútil habita la semilla, soy cáscara y lo que la cáscara protege. Soy instrumento para la creación de alguien más. Desde el blanco, principio y causa, renazco.

Soy
Minerva.

Un cerillo. 
En un chasquido, en un pestañeo. 

55.

– Claro. Mi casa es normal, profe.

– Mi pregunta es si todo está bien. ¿Todo bien en tu casa, Minerva? 

No era fácil. ¿Quién te cocina? ¿Quién te peina? ¿Quién te baña? La señora Hilde me examinaba a través del retrovisor como buscando un maltrato, la evidencia, una desviación, alguna monstruosidad propia de una familia «así». Mis amigos secreteaban, hacían planes entre ellos a mis espaldas. Que si jugar Nintendo, que si la torta es de karate. Que la piscinada de cumpleaños de no sé quién. Y a Minerva, nadie la invitaba.

– Joder. Tú diles que en tu casa todos somos normales, gays y normales. Y que todo está normal. Que no somos marcianos – dijo Di una tarde en la que llegué llorando.

– Bueno, yo no soy gay. ¿Yo soy gay?

– ¡Dios! Tú puedes ser lo que quieras. Y lo que desees ser, será normal. Pero, ¿qué quieres que te diga? No vas a ser igual a los demás chavales del colegio.

– ¡Pero Diego! – lo interrumpió Lissa.

– Que lo entienda de una buena vez – y luego mirándome enfáticamente: – Nunca vas a ser igual a los demás, porque nosotros no somos iguales a los demás. El mundo está hecho de gente muy distinta, pero la gente prefiere ignorarlo. El caso es que así es. Nos toca vivir en este mundo. No nos vamos a esconder, ¡no señor! ¡Joder! Tenemos la responsabilidad de ser como somos. Es un derecho, y es un deber. Y no se hable más. Y si a Martín le da la gana de salir vestido de La Mimí todos los días pues así será. Y punto. Se acabó esta puta discusión.

– ¡Pero Diego! –  Lissa alzó la voz.

– A fin de cuentas, Minerva. Los que son todos iguales, son bien aburridos. ¿No crees tú? – añadió Diego mirando a Lissa e intentando suavizar los ánimos.

– A mí me caen bien. Ellos son mis amigos.

– Bueno. Aún mejor, porque tú puedes ser amiga de todos los niñitos del colegio. Tú eres más libre que todos ellos juntos.

– A ese Javier lo veo en pico de zamuro – agregó Lissa. – Con mi niña que no se meta – dijo halándome por un brazo y sentándome en sus piernas. – ¿Hacemos un show esta noche? ¿Invitamos a los papás a vernos bailar?

– No es su culpa. Él quiere ser mi amigo, pero sus papás no lo dejan – respondí. – Además. Javier siempre se sienta conmigo en el transporte. 

– ¿Qué? – saltó Di.

– Y me trae regalos.

– ¿Así es la cosa?

– Además: yo quiero ser normal. Yo no quiero nada especial. Yo quiero ser normal – le dije a Lissa.

– Bueno. Todos somos normales a nuestra manera, todos. Y todos somos diferentes a nuestra manera. 

– Un momentico: ¿Cómo es lo de Javier? – preguntó Martín.

Y Diego: – ¿Todos los días? 

– Casi.

– ¿Regalos? ¿Qué regalos son esos?

Comparte en:

Venezolana radicada en New York. Autora de las novelas Minerva (Editorial Pre-Textos, 2023) y Los días animales (OT, 2016) International Latino Book Award Best Novel 2018 traducida como The Animal Days (Katakana Editores, 2021, R. Myers) Honorable Mention en la misma categoría 2023. Es autora de los libros de cuentos Ana no duerme (Monte Avila Editores, 2007); Ana no duerme y otros cuentos (Sudaquia, 2016) y Enero es el mes más largo (Sudaquia, 2021), Honorable Mention Best Novel International Latino Book Award. Publicó los libros de poemas Perseo en Si bemol (Valparaíso Ediciones, 2023), finalista en el Paz Prize for Poetry 2022 y Viaje legado (Bid&Co, 2016); y las crónicas De cuando Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami (Suburbano Ediciones, 2022). Es Antropóloga (UCV), MA en Ciencia Política (USB), MFA en Escritura Creativa (NYU), y MA en Estudios Hispánicos (Columbia University).