Adelanto nueva novela de Carlos Fuentes: La voluntad y la fortuna

1 octubre, 2008

FILOPATER dijo:

El filósofo Baruch (Benoit, Benito, Benedetto) Spinoza (Ámsterdam 1632- La Haya 1677) observa con atención la tela de araña que se despliega como un velo invasor en un rincón de la pared.  Una sola araña señorea el espacio de la tela que,  si Spinoza no recuerda mal, hace unos meses no existía, sólo existe desde hace muy poco, pasando inadvertida, y ahora se impone como elemento principal de una recámara monacal, desnuda, quizás inhóspita para quien,  como Spinoza, no tenga una vocación de desprendimiento superior.

No hay más que un camastro, un escritorio con papeles, plumas y tinta, un aguamanil y una silla.  No hay espejo, no por falta de medios o ausencia de vanidad.  O acaso por ambas razones.   Libros tirados en el piso.  Una ventana da a un patio de piedra.  Y la red de araña señoreada por el  insecto paciente, lento, perseverante, que crea su universo sin ayuda de nadie, en una soledad casi sideral que el filósofo decide romper.

Trae de la calle (abundan en Holanda) una araña idéntica a la de la recámara.  Idéntica pero enemiga.  Le basta a Spinoza colocar delicadamente a la araña callejera en la red de la araña doméstica para que ésta le declare la guerra, la extraña haga saber que tampoco su presencia es pacífica y se inicie un combate entre arañas que el filósofo observa absorto, sin saber a ciencia cierta cual de las dos triunfará en la guerra por el espacio vital y la supervivencia prolongada: la vida de un arácnido es tan frágil como la seda que su baba produce al contacto con el aire, tan larga como su probable paciencia.  Pero ha bastado la introducción en su territorio de un insecto idéntico para convertir a la intrusa en Némesis de la araña original y desatar la guerra que culminará en una victoria que a nadie le interesa después de una guerra que a nadie le concierne.

Más he aquí que, no carente de imaginación (¿quién lo dice?), el filósofo añade contienda a la contienda arrojando una mosca a la tela de araña.  De inmediato, las arañas dejan de combatir entre ellas y se encaminan con paso paciente y peligroso al punto donde la mosca inmóvil yace capturada en un territorio que desconoce y que le aprisiona las alas y le enciende la mirada glauca (verdosa como las paredes de la casa de Berlín) como si quisiera enviar un SOS a todas las moscas del mundo a fin de que la salven del inexorable fin : ser devorada por las arañas que, una vez satisfecha su hambre de matar al intruso con sus quehaceres venenosos, se devorarán entre sí.  Eso es la muerte: un mal encuentro.  Eso es una araña: un insectívoro útil al hombre jardinero.

Spinoza ríe y regresa a su trabajo alimentario.  Pulir cristales.   Tallar vidrios para anteojos y para la magia del microscopio que inventó hace poco el holandés Zacarías Jaussen, dueño de la brillante idea de unir dos lentes convergentes, uno para ver la imagen real del objeto, el otro la imagen aumentada.  Contamos así con la imagen inmediata de las cosas, pero al mismo tiempo con la imagen deformada, aumentada o, sencillamente, imaginada de la misma.  El filósofo piensa que así como  hay un mundo asequible de inmediato a los sentidos, hay otro mundo imaginario que posee todos los derechos de la fantasía sólo si no confunde lo real con lo imaginario. ¿Y qué es Dios?

Spinoza es muy conciente de la época en la que vive.   Sabe que Uriel de Aste fue condenado por la autoridad eclesiástica en 1647.  Su falta: negar la inmortalidad del alma y la revelación del mundo, puesto que todo es naturaleza y lo que natura no da, ni el Papa ni Lutero lo prestan.   Sabe que en 1656 Juan de Prado fue excomulgado por afirmar que las almas mueren en los cuerpos, que Dios sólo existe filosóficamente y que la fe es un gran estorbo para una vida plena en la Tierra.

El propio Baruch, judío descendiente de  portugueses expulsados en nombre de la locura política de la unidad de  Iberia, israelita de nacimiento y de religión.  ¿no fue arrojado de la Sinagoga porque no se arrepintió de sus herejías filosóficas que ─ tenían razón los rabinos ─ conducían a la negación de la dogmática de los doctores y abrían la avenida a lo más peligroso para la ortodoxia:  el pensamiento libre, sin ataduras doctrinarias ?

No: Spinoza fue expulsado porque quería ser expulsado.  Los rabinos le pidieron que se arrepintiera.  El filósofo se negó.  Los rabinos quisieron retenerlo.  Le ofrecieron una pensión de mil florines y Spinoza respondió que él no era ni corrupto ni hipócrita, sino un hombre que buscaba la verdad.  Lo cierto es que Spinoza se sintió peligrosamente seducido por Israel, se sintió amenazado por la seducción y le dio la espalda a la Sinagoga.  Fue así que el Gran Rabino declaró a Spinoza NiduiCherem y Chamata, separado, expulsado, extirpado de entre nosotros.

Que es lo que el filósofo quería a fin de postular una independencia que no se dejaría seducir, en revancha, por el liberalismo racional de la nueva burguesía protestante de Europa.  Rebelde ante Israel. Spinoza también sería rebelde ante Calvino, Lutero, la Casa de Orange y los principados protestantes.  De todos modos, le dijo a sus amigos: Guarden mis ideas en secreto.  Lo cual no  impidió que una noche un fanático intentara asesinarlo con una puñalada trapera.  El filósofo colocó en un rincón de su recámara la capa rajada por la cuchillada.

─No todos me quieren.

No aceptó puestos, canonjías, cátedras.  Vivió en cuartos amueblados, sin cosas, sin ligas.  No aceptó un solo compromiso.   Sus ideas dependían de una vida desposeída.  Su supervivencia, de un trabajo manual modesto, mal pagado, solitario.  El pensamiento ha de ser libre.  Si no lo es, toda opresión se vuelve posible, toda acción culpable.

Y en esa soledad aislada, puliendo  cristales y representando el drama histórico de la araña que mata a la araña y las arañas que se juntan para devorar a la mosca y el pez grande que se come al chico y el cocodrilo que se come a los dos y el cazador que mata al cocodrilo y los cazadores que se matan entre si para tener la piel que coronará los cascos de los militares en batalla y la muerte de miles de hombres en las guerras y la extensión del crimen a mujeres y niños y ancianos y la selección del crimen aplicado a judíos, mahometanos, cristianos, rebeldes, ascetas, libertinos, todos los que , herejes al cabo, escogen: eso theiros, yo escojo: herejía, libertad….

¿Qué es todo, al cabo, sino un efecto óptico?, se pregunta Baruch (Benoit, Benito, Benedetto) inclinado sobre sus cristales, convencido de que sólo es filósofo  quien, como él, se entrega al ascetismo, la humildad, la pobreza y la castidad.

Más, ¿no es este el máximo pecado de todos?  ¿No es la rebeldía de Lucifer en su alto grado de humildad la falta más horrenda: ser mejor que Dios?

Baruch Spinoza se encoge de hombros.  La araña devora a la mosca.  La muerte no es más que un mal encuentro.

Así habló Filopater.

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Escritor mexicano, nacido en Panamá y crecido en diversos países americanos, a causa de la profesión diplomática de su padre. Estudia en Suiza y Estados Unidos y se reinstala en México en 1944, ocupando cargos administrativos y diplomáticos. Ha vivido en Europa y Norteamérica, dictando cursos o representando a México. En 1955 fundó la Revista mexicana de literatura, junto con Octavio Paz y Emmanuel de Carballo. Obtuvo diversos premios: Biblioteca Breve (Barcelona, 1967), Rómulo Gallegos (Caracas, 1977), Alfonso Reyes (México, 1979), Nacional de Literatura (México, 1984) y Cervantes (Madrid, 1987). Colabora en numerosos y destacados medios de nuestra lengua. La narrativa de Fuentes se inicia en el realismo con Los días enmascarados (1954) y Las buenas conciencias (1959). Adquiere su perfil característico con La muerte de Artemio Cruz (1962), donde asimila técnicas modernas, como el monólogo interior y la alternancia de narradores, propias de la literatura norteamericana. En otros títulos ha continuado trazando un gran fresco de la sociedad mexicana contemporánea: La región más transparente (1958), Zona sagrada (1967), Cambio de piel (1967) y el ambicioso recuento de la historia continental: Terra nostra (1975). Otras narraciones suyas son Agua quemada (1981); Gringo viejo (1985), sobre el escritor norteamericano Ambrose Bierce, y Cristóbal Nonato (1987). Fuentes ha recogido su obra suelta en numerosos volúmenes, así como dado a la escena algunas piezas de distinto carácter: El tuerto es rey (1971), Orquídeas a la luz de la luna (1982) y Ceremonias del alba (1991) El naranjo (1993), Diana o la cazadora solitaria (1994) y La frontera de cristal.