Afuera, de Cristina Feijóo
18 enero, 2015
Nora Strejilevich
Por lo que opina Nora Strejilevich sobre el libro de relatos Afuera de Cristina Feijoó, de inmediato abre la compuerta para su descubrimiento. El exilio, ese asunto tan dolorosamente experimentado por los latinoamericanos, vinculado, quiérase que no con el destierro y la muerte, es presentado aquí con el sabor amargo del desprendimiento y todas sus consecuencias. Afuera, nos introduce en “las vivencias de un grupo de latinoamericanos en un país tan ajeno como Suecia” y según la lectura e interpretación de Strejilevich “en esa región”, que ella denomina “la zona muda”, en donde se dan cita los padecimientos existenciales del grupo en cuestión.
Tanto se ha dicho sobre el exilio en tantas épocas que un libro centrado en este tema podría parecer, a algunos, excesivo. Sin embargo, el asunto no se ha tratado lo suficiente en la Argentina donde, como sabemos, se radicaron expulsados de otras tierras pero también se expulsó a muchos hijos de los ya radicados, como pasó en la década de los setenta.
Si bien el destierro, en estos casos, garantiza la sobrevivencia, está también ligado a la muerte (política, social, cultural, existencial). Y como pasa con la muerte, las palabras que usamos para designarla, parecen gastadas, se vuelven muletillas, suenan a abstracciones. El gran logro de Afuera es que se sumerge en esa región para buscar los modos de decirla, de inscribir sus tiempos, de crear un lenguaje que nombre la zona muda. La llamo así a raíz de estos versos del Diario de muerte de Enrique Lihn:
Nada tiene que ver el dolor con el dolor
Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda. (1989:13)
Cristina Feijóo indaga, en Afuera, una de las zonas mudas y, aunque no pretenda agotar sus matices, la narración da con las palabras justas, con las palabras aptas para aludirla. Se centra en las vivencias de un grupo de latinoamericanos en un país tan ajeno como Suecia y lo hace con un lenguaje que corroe, indaga, arremete y se retira al silencio, como la poesía. Un lenguaje que envuelve afectos errabundos, a la deriva, marcados (como todos los afectos) por dudas existenciales y ambigüedades, en este caso potenciadas por la experiencia de la trans-territorialidad. En este juego de pliegues, repliegues y despliegues de la emoción Afuera plasma una fenomenología de la afectividad de quienes habitan esa imprecisa región situada entre el alivio y el extrañamiento.
La trama cubre la franja anti heroica del exilio–como dice Fernando Reati en su excelente prólogo: “no hay aquí militantes esperando ansiosos volver a la lucha en sus países sudamericanos, son casi mendigos que viven de la conmiseración de un país que los acoge con cierta lástima” (Feijóo 17).
En esta extranjería la ausencia del idioma materno va de la mano de la pérdida de la capacidad significante del lenguaje. Aunque nunca se pierda del todo, cuando la propia lengua deja de ser cotidiana, esta falta, en conjunción con otras, genera un dolor íntimo y personal que escapa a toda medida, a toda tentativa de análisis. Simplemente se siente una angustia, un malestar, un vacío que parecen intraducibles. Alguien dijo que el dolor es un fracaso del lenguaje. De este fracaso se nutren las 9 historias entrelazadas que configuran Afuera.
Entrelazadas no sólo porque los personajes reaparecen, sino porque se reiteran los tópicos del frío, del ahogo, de los adioses que no quieren ser tales pero que lo son, de las rarezas que imprime el hiato entre acá y allá. Dice un personaje:
“No me resulta fácil dormir por las noches, aquí. En la otra vida el sueño me llegaba al final del día. Aquí no. Aquí el sueño me ataca a mazazos o a tarascones o me rasguña, me raspa o me calcina, pero de día. De noche, no. De noche, aquí, estoy sumergido en el fondo del océano, con miles y miles de toneladas de agua encima, y el silencio es la chapa del submarino que me separa de morir ahogado (80-81).”
Las historias también se entrelazan por la forma en que el exilio afecta a estos náufragos. La zona muda va nombrándose de a poco, como si cada personaje fuera dándole consistencia linguística o gestual.
Para el cordobés es como una muerte en vida, una catatonia de la que resurge cada tanto, el eco del militante que fue, en una catarata de palabras que no sirven para comunicar; no le importa a donde van sino soltarlas.
Adriana (que en sueco suena Adriona y por eso la llaman así) va definiendo a su exilio de a poco. En Las cosas en orden intenta describir el hospital en que trabaja. No es un hospital “como lo entendemos allá abajo”, dice, sino más bien “una antesala del más allá”, “como la vieja diría”. El hospital, con esos pacientes perdidos, infantilizados, delirantes, parece una exacerbación del mundo que habitan estos exiliados. Por eso, quizá, la visión de Adriana de su vida carece de todo romanticismo: “declaré finita la era de la farsa. Suecia no es la tierra prometida, yo no soy Laura Ingalls[1] y el exilio apesta”. “Esto” (el exilio), concluye en otra escena, “es lo mismo que la cárcel” (64).
Eddy, que percibe la enfermedad del exilio, trata de cuidarse. Por eso se rebela contra la borradura de significaciones que le impone el nuevo lenguaje: dice Buenas noches a las 4 de la tarde: se niega a aceptar que después de caer la noche la tarde siga llamándose tarde, como en sueco. Ese y otros son modestos pero efectivos reductos de reafirmación de su identidad. Se trata de un exiliado que no quiere exiliarse de sí.
En Desde el piso todo tiene otra perspectiva” Eddy intenta contarle al “polaquito”, en inglés o con gestos, escenas de su vida cotidiana que luego le serán traducidas a su madre al castellano. Esta serie multilingüe deriva en todo tipo de malentendidos –sin duda cómicos- porque además, la “lingua franca” no es más que eso, y ninguno de los que intentan vagamente comunicarse entiende lo que está queriendo decir el otro. Estos aparentes diálogos sirven apenas para juntar a seres profundamente solos, seres arrojados a la “espera sin espera”, cuyas acciones hablan en términos mucho más contundentes que sus palabras.
Las historias van desnudando nuevos sentidos a medida que esta Babel y sus personajes van reapareciendo. Por ejemplo, el idioma inglés vuelve en Bajo nuestros pies hay lava, cuando el mismo personaje reflexiona sobre esa tan poco franca “lingua”que nos vende un mundo sin conflictos al borrar la materialidad de sus prácticas.
Toco el timbre. Inútilmente, pero lo toco igual como un caballerito sudaca. Últimamente, en todas las series yanquis que veo en la tele, alguien toca el timbre y un segundo después manotea el picaporte y entra en casas ajenas como pancho por su casa con un “¿Halllooooow… anybody theeere?” Me indigna tanta desvergüenza, me huele a bomba cazabobos, porque si a un cabecita como yo se le ocurriera hacer una insensatez así lo dejarían seco de un tiro, como autoriza la constitución y la ley yanquis contra los “fucking intruders” (48-49).
Los malditos intrusos son los protagonistas de estas historias, nada hollywoodenses, donde una ex presa argentina que cuida moribundos, un grupo de exiliados sudacas que trata de sobrevivir con lo indispensable para ir tirando, una pareja que vende artesanías bajo un puente y otros tantos arman sus vidas entre un ayer que los depositó en esas costas y un mañana que no asoma. En este escenario se dirime la pérdida existencial de esa partida llamada exilio donde no parece haber ganadores. Ni respuestas.
Estos exiliados no buscan dar respuesta a la carencia, al dolor fundacional de quien se ve forzado a abandonar su lugar de pertenencia. Ni tampoco da respuesta a la derrota vivida que está en el origen –apenas aludido, como observa Reati– de estas tramas. Lo que procura Afuera es, reitero, dar cuenta de la extranjería y de sus pérdidas, que los personajes van asimilando o rechazando, sufriendo y atravesando, palpando y nombrando como pueden.
Todo dolor induce a la metamorfosis, abre en el ser humano una dimensión metafísica que trastoca su habitual relación con el prójimo, con el mundo, consigo mismo. La propia carne se vuelve extraña (Le Bretón, citado por León 58)[2]. Afuera nombra ese adentro calando en un horizonte enrarecido donde hasta la habitual relación de uno con su cuerpo exige ser reformulada. En ese punto las palabras de los personajes actúan como sondas que detectan cada milímetro de sensación, cada pasión soterrada, cada doblez de la extrañeza.
“Nunca he llegado tan temprano al taller, a pesar de que el horario oficial ha empezado hace media hora. En verdad, llegar no es una cuestión de horarios. No tiene que ver con los relojes. En invierno, llegar es pechar la oscuridad, avanzar como un rompehielos contra el viento, cortar la nieve en dos, ser una navaja. No se trata de explorar un camino que conozco de memoria, sino reconocer con las neuronas los dedos dentro de las botas, la piel desprotegida de manos y mejillas, los pelos dentro del gorro, estar muy atento a como se entiesan, cómo flaquean y tiritan las piernas, cómo el calor se desparrama y se economiza, independiente de mí, siguiendo su lógica propia, a despecho de lo que yo quiera o deje de querer. Avanzar lleva tiempo, lleva una eternidad. Eso es lo raro, venir uno a ser testigo de su cuerpo. Antes, y digo “en la otra vida”, esas cosas no pasaban. Pongamos por caso caminar seis cuadras. Yo caminaba seis cuadras, a lo sumo seiscientos metros. Aquí no, aquí camino, con suerte, sesenta mil centímetros. Las más de las veces camino seiscientos mil milímetros”. (42-43)
La escritura sigue en cámara lenta los recovecos de este particular universo donde, por ejemplo, la ex presa argentina trabaja con una mujer, que además le cae bien, vinculada a “una organización nazista que quiere conservar a Suecia sueca”. En este mundo paradojal hay que reinventarse para sobrevivir, pero los costos son altos. Incluso la solidaridad, madre del imaginario setentista, es puesta en cuestión por otro personaje, porque no hay “nada menos solidario que el dolor”.
Ante ese dolor y esa alienación hay distintas reacciones: una se vuelve, otros huyen por la línea de fuga de las drogas, otra permanece a la espera de una memoria que acabe con el vacío.
En Si no sana hoy sanará mañana una hija, desde Suecia, le escribe a su madre, que acaba de morir en Argentina. En la carta dice: “hace tres años que miro por esta ventana, veo este paisaje y no encuentro nada. Nada. Sólo este lugar donde se me permite vivir hasta que mi mundo retorne del olvido. Entonces, cuando regrese a la memoria, entenderé quizás qué nos ha pasado” (100).
Este libro es ese retorno a la memoria que se ejerce para entender, para crear sentido; es un ejercicio de rememoración que no se equipara con el recuerdo. En la anamnesis retorna, justamente, lo no recordado, lo enterrado, lo inconsciente, eso indecible que hurga el lenguaje para pronunciarse. El rastro, la huella. “Era uno de esos momentos cuando las palabras crean silencios que nos sentimos obligados a cuidar” dice Eddy, el compositor, el creador de historias (135).
Al develar con tanta sutileza un tema central de nuestra historia, la exclusión en varias conjugaciones, Afuera abre –en ese silencio que hay que cuidar, para no caer en lo trillado ni en lo banal – un espacio de reflexión indispensable en esta etapa del post espanto.
Escritora y activista política argentina, Cristina Feijóo pasó varios años encarcelada durante la dictadura argentina hasta que se exilió en Suecia. En la actualidad reside en Buenos Aires donde prosigue su labor literaria.
A lo largo de su carrera ha logrado premios como el Clarín de Novela de 2001 gracias a su novela, Memorias del río inmóvil. Además, Feijóo es una excelente cuentista, con numerosas antologías en su haber.
Bibliografía
– Feijóo, Cristina. Afuera. Buenos Aires, Leviatán, 2014
– Lihn, Enrique. Diario de muerte. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1989
– León, Denise. “El cuerpo herido. Algunas notas sobre poesía y enfermedad”. Telar. Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos No10, Año VIII, 2012 Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, IIELA, 2012 (53-74)
Notas
[1] Según David Le Breton en Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 1995, citado por Denise León 2012: 57).
[2]Laura Ingalls(1857-1957): escritora estadounidense, autora de novelas infantiles como The Little House.
[3] Le Breton, David, 1995, , citado por León., pag 58.