Aproximación a Nada nos pertenece, novela de Samuel Rotter Bechar

25 noviembre, 2023

En la novela Nada nos pertenece (Caracas, Oscar Todtmann Editores, 2021), de Samuel Rotter Bechar, se narra el drama existencial de un grupo de jóvenes caraqueños inmersos en la tragedia política venezolana. Transcurre en gran medida durante el año 2012, dibujando un país en el marasmo, con personajes acuciados por pensamientos de culpa y fracaso. Prevalece en la obra el conflicto interior en sacrificio de la acción. Tampoco se trasluce que el propósito del autor sea desarrollar un thriller filosófico, sino que aspira a un mayor calado. La mirada social, el desarraigo son sus constantes.

Dividida en tres partes, la novela se inicia con el relato de una genealogía maldita por la posesión de un objeto embrujado, el «garrote de vera» del Tirano Aguirre, caudillo español rebelde, ejecutor de cruentos asesinatos. El garrote larense, instrumento primordial para la esgrima de palos, simboliza aquí la herencia violenta que generación tras generación ocasiona muertes grotescas, sin sentido: «Los objetos solo actúan como una extensión de nuestro deseo y voluntad. No son crueles por naturaleza». Hasta la fatídica noche en que, por azar, el garrote cambia de manos para estallar en pedazos en la cabeza del último descendiente varón del Tirano: Feliciano Rebolledo. Así se cierra un ciclo.

A partir de allí entra en escena Mónika Steiner, estudiante bohemia harta de la ciudad, de su casa, de su angustia perenne. Emprende huida junto con sus amigos Carlos Solórzano y Ricardo Hernández a una playa perdida: «Tres amigos solos entre el mar y una montaña». La tensión sexual se intercala con digresiones sobre el país en crisis, la frustración por la imposibilidad del cambio, la violencia, las colas por productos básicos. Al final «todo gira en torno de la situación política y económica». Así lo asegura el personaje de Ricardo Hernández cuando afirma: «¡Todo se está yendo a la mierda!», mientras exprime un limón en un vaso de ron.

Que la política cambió la vida de los venezolanos es un hecho: «Parece que de la noche a la mañana pasé de preocuparme por mensajes secretos de niños enamorados, a mi constante supervivencia». A pesar de algunas interferencias discursivas que el autor deja colar restando distancia con la obra Rotter Bechar consigue, sin embargo, una primera novela que se sostiene.

Se intercalan pequeños saltos temporales que orbitan las reflexiones de Mónika Steiner y de su madre, Graciela Osorio. Accedemos a fragmentos del diario de Mónika, pensamientos delirantes sobre la certeza de que Carlos Solórzano, su verdadero amor, ha desaparecido y no quiere (o puede) ser encontrado. El alcohol, el desasosiego y las drogas también forman parte de la espiral (la sombra) que retuerce sus vidas. Entretanto, Graciela distrae su incapacidad de ayudar a su hija inmersa en la novena sinfonía de Antonín Dvořák.

Más adelante se narra un episodio de la vida de Elisa González, otro personaje que huye literalmente quemando sus naves, su propia casa. Se entrecruza con Carlos Solórzano, en un momento indefinido, observando éste la extraña escena que arma Elisa en el metro. Todos huyen, como un ritornello, de su casa, de sí mismos. Eugenia García, otra mención fugaz, «huye de su casa», irónicamente a casa de Mónica que también huye. Las dos jóvenes se apoyan, duermen juntas, con deseo pero sin sexo.

En este punto descubrimos que el desaparecido Carlos Solórzano intentó suicidarse años atrás, tragándose un puñado de pastillas. «Quería ser tanta gente que ya ni sabía en verdad quien era». La verdad sobre su desaparición después del viaje a la playa fue que decidió marcharse al llano, sin previo aviso y en motocicleta, para encontrar el sentido de las cosas. «¿Alguna vez te preguntaste si los árboles son el pelo de la tierra?». Sufre un accidente. Lo rescata Ismael, un hombre sencillo, de humilde familia.

En paralelo, Mónika e Eugenia se han convertido en manifestantes radicales. Ayunan, se cosen los labios. El sufrimiento autoinfligido de los jóvenes simboliza el martirio del pueblo. Mónika divaga, delira. Reaparece Ricardo Hernández. Hay algo roto entre ellos. Desea, al igual que ella, que Carlos siga con vida. Lloran juntos. Saben que Carlos manifiesta ideaciones suicidas: «¿Qué podemos esperar de nosotros frente a tantos atropellos y humillaciones? Sueño siempre con sangre. Por eso odio en lo que me han convertido».

De vuelta al llano, una explosión seguida de un incendio ocurre en el corral de Ismael, el salvador de Carlos. Su hija quinceañera, Isabel, es secuestrada, violada y asesinada por los hombres de Feliciano Rebolledo, el último descendiente del Tirano Aguirre. Carlos se ofrece a vengarla. Siguiendo a Artemisa, la hija adolescente de Rebolledo, logra ubicar la casa del enemigo. Irrumpe, consigue el heredado garrote de vera de Lope de Aguirre y mata a Feliciano con su propia arma. Coronado héroe local, Carlos, junto al hijo de Ismael, Armando, articula un pequeño grupo armado que se interna en el monte.

La transición entre esta nueva faceta de Carlos y su posterior muerte en Caracas se echa en falta en la novela, hay un corte, una supresión de lo que sucede con el personaje durante el ínterin. En cambio, en un nuevo salto, volvemos a la escapada al mar. Los tres amigos salen a pescar. Beben, gozan. «Caracas es el maldito purgatorio». Reflexionan sobre la muerte, la rebeldía, la venganza contra el sistema. Mónika y Carlos se sinceran sobre sus sentimientos. Hacen el amor. Posteriormente nos enteramos de que el marido maltratador de Elisa, la mujer que quema su casa y cruza miradas con Carlos en el metro, es un delincuente que, coincidencia, asesina a Carlos por ofrecer resistencia ante el robo de su celular. Al malandro lo capturan, lo linchan y queman vivo. Mónika sufre la viudez «de un amante muerto y un país perdido».

En la cortísima segunda parte de la novela, Graciela encuentra el diario de su hija Mónika, redactado a partir de la muerte de Carlos, y se lo entrega a un escritor y artista venezolano residenciado en Madrid, Enrique Arenberg, quien decide organizar las notas del manuscrito y publicarlo. Llegada la tercera parte, que abarca casi la mitad del libro, la novela da un giro de trama y se enfoca en el diario de Enrique. «Van doce días de lluvia y ya no sé qué más escribir desde mi pequeña cueva en Madrid». Un joven escritor atormentado, psicótico. «Qué injusto sería morir mañana sin poder resolver el enigma de mi existencia». Se vuelca a las penurias del migrante «Me fui con lo poco que tenía a una tierra que desconocía y ésta me maltrató como el verdadero nadie que soy (…) los días del inmigrante refugiado son vividos de acuerdo al orden laboral, esclavos mal pagados».

El texto se explaya en las divagaciones filosóficas de Enrique y se ralentiza en largos monólogos internos, a veces delirantes, para remarcarlo: «Empiezo a contar acerca de una velada y me pierdo en tangentes innecesarias». Pasamos así a una novela más psicológica, que mira hacia dentro y pierde interés en el entorno. Sucede de forma un tanto disruptiva, como si asistiéramos a otra historia, al comienzo de otro libro con preguntas dramáticas distintas. 

Enrique se lamenta de su relación con Luciana, un romance fugaz por el cual no luchó. Ella muere, afianzando en el personaje una tristeza que nunca le abandona. «Lo digo sin vergüenza: yo he sido melancólico desde niño». Se sustenta esta tercera parte en la dilatada promesa de contarnos un suceso que busca justificar las expectativas, un evento que hacia las tres cuartas partes del libro solo conocemos como la historia del día en el Max´s, «el árbol más viejo del bosque». Hacia el final se devela que el Max´s es «un antro perdido de cortinas rojo escarlata y sombreros de fieltro verde olivo donde esa mujer me espera para nuestro reencuentro». 

Nada nos pertenece desborda en claves simbólicas y sociales, desplegando con pausa y sin prisas el devenir decadente de un país y de cómo esto afecta la psique de sus personajes. Se demora no solo por la minuciosidad de las reflexiones internas sino también por la ausencia de escenas dramáticas, particularmente en la segunda mitad del libro. Suceden cosas, pero sin apenas tensión narrativa, con el fin de transportarnos a la actividad mental del atormentado escritor protagonista. Finalmente, Enrique, curado de su partida de un país que ya no existe, emprende la búsqueda, entre la multitud infinita del mundo, de la mujer de su vida: «Soledad»; metáfora del tema de gran parte de la obra.

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Caracas, Venezuela, 1978.
Ha publicado la colección de cuentos "Te mataré dos veces" en 2014 y "Los círculos concéntricos y otros relatos" en 2020. Su habilidad literaria fue reconocida en 2015 cuando ganó el Premio de cuento “El Nacional” en su edición número 70. Un año después, en 2016, participó como escritor residente en el International Writing Program (IWP) de la Universidad de Iowa y fue escritor invitado en City of Asylum en Pittsburgh. Además, ha contribuido con varios de sus textos a revistas y antologías. "La forma del tigre" marca su debut en la novela.